Guerra en Ucrania
Capitalismo, guerra, política: Rusia, Ucrania, Occidente y la mutación del concepto de lo político

La geopolítica de la tensión, en la cual el capitalismo occidental lleva instalado durante las últimas tres décadas y de la cual la crisis ucraniana es un ejemplo trágico, es el correlato exacto de la macroeconomía global de desigualdad y la insostenibilidad.
Concentración no a la guerra  Ucrania - 14
Concentración contra la guerra en Ucrania el pasado 25 de febrero en Madrid. Edu León

Es editor de la New Left Review en español.

27 feb 2022 11:01

Resulta imposible comprender este conflicto bélico desencadenado en Ucrania por la invasión rusa aduciendo únicamente consideraciones de índole personal, idiosincrasias caracterológicas, cualidades demoniacas o pasados imperiales o autoritarios redivivos y siempre útiles para no pensar políticamente el presente. Como también resulta imposible comprenderlo, exponiendo la propia poquedad intelectual, mediante la imputación de la predilección por uno u otro bando a una u otra descripción de los hechos que no coincide con la propia, todo ello para suprimir el análisis sistémico —que por definición expresa la más alta condensación del antagonismo y de la lucha de clases a escala local, regional y global— de lo que está ocurriendo.

La superficialidad y el empirismo chato del análisis, en este caso como en otros, están siempre relacionados con el carácter reaccionario del paradigma subyacente y el carácter reaccionario de este con la defensa explícita de un orden tan inaceptable como el definido por el capitalismo actual en esta fase histórica de su comportamiento sistémico.

El tiempo histórico socioestructural de esta crisis bélica se halla definido por las transformaciones inducidas por las crisis-señal sistémicas del capitalismo desencadenadas durante las últimas dos décadas (1990-2022/informes del IPCC, 2001-2003/Guerras de Afganistán e Iraq, 2008/crisis financiera, 2020/pandemia de coronavirus), que indican con toda precisión el agotamiento del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y su modelo de hegemonía global.

Este conjunto de procesos se halla agravado y transformado cualitativamente en esta coyuntura por la propia crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico, lo cual introduce variables de comportamiento radicalmente nuevas y desconocidas en las anteriores transiciones entre potencias hegemónicas globales y por ende en la situación de hegemonía global. Conviene no olvidar que un ciclo sistémico de acumulación (Arrighi, 1994, 1999, 2007) engloba el conjunto de equilibrios en torno al poder productivo, tecnológico económico-financiero, militar, estatal, geopolítico y a la postre hegemónico en el marco de un régimen de acumulación de capital y del correspondiente proyecto de dominación y hegemonía de clase, geográfico-históricamente desigual pero articulado, inherente al mismo.

El comportamiento de un determinado ciclo sistémico de acumulación, en nuestro caso el estadounidense, tiene consecuencias decisivas para el comportamiento del sistema-mundo capitalista en su conjunto y, sobre todo, para el concepto de lo político, para las modalidades de la lucha de clases como vector político históricamente decisivo, para su sistema internacional de Estados y para la conducta de los actores geopolíticos y económicos determinantes, así como para el uso y efectividad de los paradigmas macroeconómicos de organización y regulación de los procesos de acumulación y asignación de la riqueza y la renta globales colectivamente producidas a las clases dominantes y dominadas, y para la efectividad de los procesos de legitimación política local, regional y global concomitantes a todo ello.

Vladimir Putin es un nacionalista, lo cual es consustancial a la totalidad de las clases y elites dominantes actuales de todo pelaje, imbuido de una desvaída lógica imperial panrusa

Vladimir Putin es un nacionalista, lo cual es consustancial a la totalidad de las clases y elites dominantes actuales de todo pelaje, imbuido de una desvaída lógica imperial panrusa y ahormado en un modelo económico oligárquico al que ha dado continuidad sin impugnar verdaderamente las proezas constitucionales y macroeconómicas de Boris Yeltsin durante la década de 1990 llevadas a cabo entre la admiración y el aplauso de las elites occidentales y de la potencia hegemónica estadounidense. Jefe de un país cercado y débil (el PIB conjunto de Rusia y Ucrania representa el 2% del PIB mundial en 2018), dotado de una economía política neoliberal reaccionaria y portador de un proyecto de dominación preocupado por maximizar la proyección de su poder regional en el actual marco neoliberal de organización económica aceptado como básicamente justo, Putin pretende injertar sobre este el poder estatal de su país y por ende el de sus clases dominantes, al tiempo que proyecta su comunidad nacional-popular rusa sobre su proyecto de hegemonía regional. Incapaz al mismo tiempo de reestructurar democráticamente su propio Estado, teme fundadamente que cualquier paso en falso puede retrotraerle a la tenebrosa década de 1990.

Rusia es, pues, una potencia regional débil conectada de modo subordinado al mercado mundial de factura neoliberal, incapaz de enfrentarse al colosal poder del capitalismo occidental en la buena lid de la competencia tecnológica, productiva y financiera y por ende absolutamente preocupada por el posible impacto del poder militar estadounidense y occidental ejercido a través de la expansión de la OTAN y la de la Unión Europea, todo lo cual comprende como la antesala inevitable de las innumerables modalidades de desestabilización de su frágil modelo socioeconómico puestas a disposición de las potencias occidentales.

Atrapado en modelos de lucha por la hegemonía regional y remotamente global entre potencias de diverso rango tan antidemocráticos e irresponsables como los utilizados por las potencias occidentales y su actual potencia hegemónica cuando piensan y organizan su intervención en la coyuntura actual y proyectan las relaciones de poder hegemónicas globales durante el siglo XXI, Putin usa la guerra en términos exquisitamente ricardianos utilizando la ventaja comparativa de sus recursos militares y de la capacidad de movilizar dócilmente su población para combatir sobre el terreno de un modo que las potencias occidentales simplemente no tienen recursos para igualar, como demuestran palmariamente las últimas guerras libradas por Estados Unidos y sus aliados y los resultados catastróficos y regresivos provocados por las mismas.

Putin es jefe de un país cercado y débil (el PIB conjunto de Rusia y Ucrania representa el 2% del PIB mundial en 2018), dotado de una economía política neoliberal reaccionaria

Si el paradigma neoliberal impone la movilización total de los recursos y la productividad total de los factores de modo indistinto y al margen de cualquier evaluación y valoración racionales de sus consecuencias, entonces resulta racional de acuerdo con el orden mundial actual, epistémico y geopolítico, que los recursos militares y su utilización sean considerados como una variable legítima de comportamiento de los actores estatales. Y ello en una horma muy similar a la utilizada por Estados Unidos y las potencias occidentales para intervenir en Afganistán, Iraq, Oriente Próximo y el Magreb. Todo cual no justifica lo más mínimo esta intervención pero explica razonablemente la debacle actual, que constituye un desastre total para las posibilidades de cambio sistémico en la dirección de un nuevo ciclo sistémico de acumulación organizado en una neta clave justa, sostenible, igualitaria y democrática y obviamente para las clases dominadas atrapadas en esta lógica regresiva de las potencias enfrentadas.

¿Qué ofrece este orden geopolítico y geoeconómico occidental al denominado Sur global, qué ofrece a fortiori a sus propias poblaciones situadas en el centro de la economía-mundo capitalista sometidas a paradigmas político-económicos no ya periclitados, sino simplemente corrompidos hasta la médula epistémica, teórica, ética y prácticamente hablando, que agravan las propias crisis sistémicas que las clases dominantes han desencadenado durante las últimas tres décadas y que todavía se empecinan en extremar mediante la imposición de un proyecto de desarrollo tan insostenible como brutal y moralmente indefendible.

Además de la miseria de la guerra, pues, otra fuente literal de pánico e indignación es la prepotencia y la nula capacidad de cooperación de estas elites occidentales, las cuales, dada la violencia de su régimen de acumulación, el autoritarismo del sistema internacional de Estados, que pretenden seguir controlando de modo imperial, y su sueño de un mercado universal hegemonizado por sus empresas multinacionales y su sistema financiero global, ineficiente además de corrupto, indefectiblemente aúpan al poder a elites tanto en su esfera de influencia inmediata como de no influencia, que se comportan tanto en el ámbito doméstico como internacional de modos absolutamente perversos como estamos viendo estos días en el flanco oriental de Europa y vemos cotidianamente a escala global.

El comportamiento del capitalismo occidental en los países de la antigua URSS durante la década de 1990 creó las condiciones para el desastre acaecido durante la misma y sembró las variables para la gravísima situación actual

Entre otros muchos factores, que exploraremos a continuación, el comportamiento del capitalismo occidental en los países de la antigua URSS durante la década de 1990 creó las condiciones para el desastre acaecido durante la misma y sembró las variables para la gravísima situación actual: el trato fue rendición total al poder occidental militar, financiera y empresarialmente hablando; castigo irracional y generalizado de la población rusa y por ende a las del resto de los países del antiguo bloque soviético y subordinación al modelo neoliberal sin contemplaciones a todos los niveles del proceso económico, social y productivo, lo cual dio lugar a estructuras económicas y modelos políticos potencialmente autoritarios, dado que debían someterse al modelo de democracia restringida occidental y a los dictados de la Unión Europea y su proyecto neoliberal.

La posibilidad de que Rusia se integrara mucho más cómodamente en un entorno más amistoso y racional flotó por un instante en el aire, pero el neoliberalismo estaba en su punto álgido y su violencia se ejercía omnidireccionalmente afectando de modo catastrófico a los derechos, los ecosistemas y la seguridad internacional. Hoy la amarga cosecha de estas elites occidentales tan inútiles como irresponsables vuelve a colocar datos irreversibles en suelo ucraniano, ruso, europeo y a la postre mundial.

El tiempo sociohistórico de esta crisis bélica, que siempre es un factor esencial en la comprensión de la guerra, es muy corto (1989-2022), pero está dotado de tendencias sistémicas muy consistentes en lo que atañe a la situación de Rusia en sistema-mundo capitalista después de 1991; al proyecto global de dominación de las clases y elites dominantes occidentales desde 1979-1989 hasta la actualidad y a las decisiones tomadas por ellas durante las tres últimas décadas; así como al modelo del sistema internacional de Estados y su relación con el régimen de acumulación de capital y poder sistémico a escala global y por ende con el entorno creado por estos factores, insertos en los procesos sistémicos señalados previamente, para la toma de decisiones de los actores estatales activos en el sistema-mundo capitalista actual.

La posibilidad de que Rusia se integrara mucho más cómodamente en un entorno más amistoso y racional flotó por un instante en el aire, pero el neoliberalismo estaba en su punto álgido y su violencia se ejercía omnidireccionalmente

La conducta de estos actores determinantes (clases dominantes globales y regionales, Estados, actores económico-financieros concluyentes) se halla a su vez determinada por el grado de independencia e impunidad con el que se mueven las elites de sus respectivas formas Estado, agencias informales de coordinación globales o regionales, estructuras militares y grandes corporaciones multinacionales productivas o financieras respecto a sus propias poblaciones y constituencies potenciales, así como por las relaciones de fuerza que predominan a escala local, regional y global (Do you remember «the second superpower» in February 2003?) a la hora de tomar decisiones sobre la vida y la muerte de sus ciudadanos o súbditos y sobre el uso de la fuerza militar para sostener sus respectivas posiciones de poder.

El punto decisivo para comprender el conflicto actual es, pues, partir del sistema internacional de Estados y del entorno geopolítico que genera la actual configuración del capitalismo histórico animada por las clases dominantes occidentales, que aun disponen de una cuota de poder decisivo, demostrada durante las últimas tres décadas militar, tecnológica y financieramente, para influir en el campo (geo)político y (geo)económico global y de una enorme capacidad de condicionar el comportamiento del resto de actores geopolíticos regionales y globales dotados de una cuota más o menos considerable de poder sistémico (China, Unión Europea, Rusia, India, etcétera) y por ende de influir también tanto sobre la organización interna de sus formaciones sociales, sus economías políticas, su modelo de relación con el mercado mundial (Klein y Pettis, 2020) y sobre las opciones percibidas por las potencias regionales o potencialmente globales capaces de influir a una u otra escala en el tablero geopolítico y geoeconómico del sistema-mundo capitalista, comprendido este a estos efectos como un sistema histórico dinámico caracterizado como una estructura de poder global configurada por el actual régimen de acumulación neoliberal inserto en el ciclo sistémico de acumulación estadounidense y por la superestructura política materializada en las relaciones de fuerza que la potencia hegemónica estadounidense y su bloque de poder global intentan imponer sobre el resto del mundo mediante la gestión del mercado mundial y por ende del mencionado sistema interestatal.

Este modelo analítico permite en mi opinión comprender más coherentemente la actual crisis bélica europea acaecida en Ucrania. El régimen de acumulación actual, inserto como hemos indicado en el ciclo sistémico de acumulación estadounidense, opera mediante un modelo muy determinado de financiarización de la economía, característica estructural, por otro lado, de todas las transiciones hegemónicas globales del capitalismo histórico desde el siglo XVI, que ha contribuido poderosamente a desestabilizar y a dotar de una precisa direccionalidad oligárquica, insostenible y tendencialmente autoritaria al conjunto de los procesos productivos, reproductivos, políticos y culturales a escala global y ello con independencia de las organizaciones políticas internas, las estructuras de la forma Estado, las tradiciones históricas de construcción de esta o el poder geopolítico real o potencial de los actores estatales individuales, incluidos los más poderosos entre ellos, relevantes o determinantes desde el punto de vista geopolítico y geoeconómico actual.

El proyecto de las clases dominantes occidentales y de su potencia hegemónica ha optado en esta coyuntura crucial de crisis de su ciclo sistémico de acumulación y, sobre todo, de crisis sistémica del propio capitalismo como sistema histórico por el actual régimen de acumulación financiarizado, que se halla sometido a tensiones oligárquicas cada vez mayores, se organiza cada vez más en clave tendencialmente antidemocrática, dada la estrecha base de legitimación política que ofrece a las inmensas mayorías del planeta, y que no se muestra ni sensible ni atento a la destrucción ecosistémica del mismo todo ello a fin de crear estructuras imperiales, injustas, inequitativas y a la postre incontrolables política y ecosistémicamente destinadas a perpetuar un modelo de reproducción sistémico global que asegure su posición hegemónica dentro del mismo durante el siglo XXI.

El modelo y el entorno geopolítico correlativo a esta estructuración del modo de (re)producción del actual régimen de acumulación de capital es un sistema internacional de Estados y un entorno geopolítico concebido como el «terreno de juego nivelado» tanto para agentes empresariales absolutamente irresponsables respecto a las consecuencias de su perfil de actividad económico-financiara sobre las estructuras políticas nacionales, los niveles de justica, dignidad e igualdad de las poblaciones y la destrucción ecosistémica del plantes, como para actores estatales y supraestatales ligados a este nuevo proyecto de dominación de Estados Unidos y las clases dominantes occidentales y no vinculadas al mismo, a su vez subordinadas y subalternizadas de acuerdo con una estructura de poder imposible de examinar en este artículo, que ya no será ni podrá ser hegemónico, sino que deberá basarse en una medida mucho mayor en la coerción y la violencia.

La geopolítica del capitalismo actual es la reproducción fantasmática de la geopolítica de las grandes potencias enfrentadas en una carrera por la hegemonía global característica de la historia del capitalismo

En la fase presente de caos sistémico, el uso del poder de la potencia hegemónica estadounidense actual y del capitalismo global vinculado a su modelo de producción, desposesión, extracción y acumulación geográficamente desigual, sobre el cual aquella ejerce todavía un enorme poder conformador para prolongar tanto el régimen de acumulación como para garantizar la situación de las clases beneficiarias del mismo, crea un entorno geopolítico tremendamente inestable y, por ende, agresivo. Y ello porque el horizonte de las potencias hegemónicas regionales (Rusia, Irán, India, tal vez Brasil y Sudáfrica) e incluso de las potencias hegemónicas con pretensiones globales más o menos factibles y viables (China, Unión Europea, Estados Unidos) es definido por el concurso de estos factores sistémicos como un juego de suma cero en el que la potencia del capitalismo occidental utilizará todo el arsenal de su statecraft económico-financiera, militar, normativa, científica y productiva para abrir todos y cada uno de los mercados y nichos productivos del planeta con independencia de ligazón de estos con el territorio, la población, los derechos constitucionales fundamentales o las consecuencias ecosistémicas y medioambientales de tal modelo concebido de acuerdo con el shareholder value model y la efficient markets hypothesis, que han constituido la receta perfecta para el desastre que caracteriza el momento presente.

La geopolítica del capitalismo actual es la reproducción fantasmática de la geopolítica de las grandes potencias enfrentadas en una carrera por la hegemonía global característica de la historia del capitalismo, ahora concebida como necesariamente unilateral por las potencias occidentales, cuando la evidencia indica lo contrario y la propia crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico introduce elementos de variación absolutamente inasimilables tanto a la vieja horma del ius publicum europaeum, que siempre planea como lógica subyacente perdida, como a la lógica de la guerra fría, la contención del enemigo y la competencia entre sistemas supuestamente inconmensurables. La lógica del actual régimen de acumulación y la incapacidad de las clases y elites dominantes de introducir la lógica de la modernidad democrática en el nuevo ciclo sistémico de acumulación, que sustituirá de un modo u otro, catastrófica o felizmente, al estadounidense, y de anunciar esta voluntad al mundo, generan, pues, un entorno geopolítico en el que la evitación de la subalternización o la depredación por parte de los grandes actores económicos o político-militares es un pauta de comportamiento conductual racional para los actores geopolíticos en condiciones de evitarlo (Irán, Rusia, China).

Un régimen de acumulación injusto, inequitativo e insostenible genera pautas de comportamiento geopolítico violentas, irracionales y peligrosas, que en esta coyuntura de crisis sistémica del capitalismo definen un cuadro de enorme peligro e inestabilidad para el conjunto del plantea, como por otra parte percibe con nitidez la práctica totalidad de la población del mismo a excepción de los genuinos representantes de las clases dominantes y los más altos responsables del poder económico, político, empresarial y militar del mundo. La geopolítica de la tensión, en la cual el capitalismo occidental lleva instalado durante las últimas tres décadas y de la cual la crisis ucraniana es un ejemplo trágico, es el correlato exacto de la macroeconomía global de desigualdad y la insostenibilidad.

El uso de la guerra y de la invasión durante las últimas tres décadas por las potencias occidentales indica con toda precisión además la incapacidad de sus clases dominantes globales —y por ende de las clases dominantes regionales que apuestan por la prolongación de la actual estructura de poder global más o menso reajustada en función de sus intereses y por ende del capitalismo como sistema histórico— de imaginar una transición hegemónica igualitaria, justa y sostenible conservando la enorme potencia productiva de las fuerzas productivas y de la cooperación social global del trabajo actual desembridada de la matriz de poder ligada al privilegio de clase, que ni siquiera multiplicado exacerbadamente durante los últimos cuarenta años a costa de las clases trabajadoras y pobres del planeta ha permitido trazar a estas clases dominantes una senda de futuro medianamente afinada con los enormes problemas sistémicos actuales del sistema-tierra.

Desde el proclamado fin de la historia y el triunfo del capitalismo y la democracia liberal como paradigmas insuperables de organización social, la potencia hegemónica occidental y las clases y elites dominantes globalmente aliadas —y por ende el cuadro sistémico que ellas mismas definen y sostienen— invadieron y destruyeron Iraq e Afganistán con los abismales resultados por todos conocidos; desestabilizaron de modos realmente alucinantes mediante la imposición de una transición absolutamente salvaje y discutible el conjunto de los países de la antigua Unión Soviética, incluida Europa oriental, imponiendo un modelo exquisitamente (neo)liberal de transición a la economía de mercado brutal socialmente y ineficiente económicamente; desestabilizaron además África central, los Balcanes y Oriente Próximo, operación esta última ya iniciada durante la década anterior con la Guerra irano-iraquí, y repitieron mutatis mutandis el mismo patrón de conducta en el Magreb y el Sahel ya entrados en el siglo XXI, además de tolerar niveles de pobreza, desigualdad, precariedad, angustia, destrucción ecosistémica y miseria a escala global indignos no ya de sociedades democráticas, sino simplemente de organizaciones sociales no regresivas, brutales, crueles y bestiales.

Esta incapacidad coloca la guerra y la variable militar como instrumento irrenunciable de orden dentro del propio conglomerado occidental, sobre todo respecto a Europa, y de injerencia máxima respecto al resto de competidores reales o potenciales del tablero geopolítico regional y global, además de situar el conflicto bélico como una opción respetable para las potencias regionales, que aspiran resolver sus propios cálculos de poder en términos lo menos lesivos para sus intereses y del modo menos democráticos posible respecto a sus poblaciones.

Así pues, ¡OTAN no, Putin fuera!

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