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Militarismo
Militarismo y policía: así es como nuestras calles se han convertido en campos de batalla
Andrew Metheven estudió Política y Estudios para la Paz en la Universidad de Bradford y en la actualidad forma parte de la Internacional de Resistentes a la Guerra, una red de organizaciones de base pacifistas y antimilitaristas. Es coordinador del Programa de NoViolencia, una iniciativa que desarrolla recursos y organiza formación sobre el cambio social no violento, especialmente sobre la resistencia contra los "especuladores de la guerra". Sus principales áreas de trabajo son el comercio de armas, la militarización policial y el apoyo a los movimientos no violentos. Además, Andrew es activista de los movimientos antinuclear y contra el comercio de armas en el Reino Unido.
Esta es una versión reducida de «Militarismo y policía: así es como nuestras calles se han convertido en campos de batalla», publicado originalmente en inglés e incluido en el informe State of Power 2021 del TNI. El décimo informe del TNI sobre el Estado del poder explora la historia, las estructuras y las dinámicas cambiantes del ejército, el control policial y la seguridad nacional en el mundo actual, y perfila unas perspectivas e ideas de carácter emancipador para poner fin a la violencia del Estado.
En el año 2014, Michael Brown fue abatido a tiros por un agente de policía en Ferguson (Misuri, Estados Unidos) y este hecho desató unas protestas multitudinarias. Aunque el cuerpo de policía de Ferguson solo contaba con 53 efectivos, su respuesta fue «similar al despliegue de un ejército en una zona de guerra en miniatura». Los agentes de policía, que conducían vehículos blindados y portaban fusiles automáticos, utilizaron granadas aturdidoras, gases lacrimógenos, pelotas de goma y porras contra los manifestantes, en su mayoría jóvenes afroamericanos. Había francotiradores de la policía apuntando con sus armas a la multitud. Se detuvo a periodistas y se les «trató como si fueran soldados enemigos».
Los acontecimientos acaecidos en Ferguson demuestran que el militarismo y la guerra ya no encarnan la representación de dos ejércitos opuestos enfrentados en un campo de batalla y cargando el uno contra el otro en un enfrentamiento con un principio y un final bien definidos que culmina en una derrota y un vencedor, que se queda con todo). La guerra es (y siempre ha sido) mucho más omnipresente y compleja que todo esto. Se basa en procesos de militarismo y militarización que la población de a pie de todo el mundo experimenta a diario de múltiples maneras . Y es que las guerras se están librando en nuestras calles, y contra nuestras comunidades.
El militarismo está basado y es definido por las normas y valores del Estado tradicional y las estructuras militares concebidas para librar guerras. Se caracteriza por la jerarquía, la disciplina, la obediencia, el orden, la agresividad y la hipermasculinidad. Una institución militarizada es aquella que ha interiorizado tanto la práctica manifiesta de la violencia como la cultura y los valores que la justifican. Por lo tanto, el militarismo no está limitado únicamente a las fuerzas armadas, ya que existen otras instituciones, como la policía y la brigada fronteriza, que también han adoptado sus valores y prácticas.
El militarismo que sirve de sustrato a las fuerzas policiales militarizadas es un problema que concierne a todo el mundo. Aceptar esto supone que hay muchas más personas «antimilitaristas» de las que creemos. El movimiento feminista ha defendido desde hace mucho tiempo que «lo personal es político», que todo es una cuestión feminista. Yo sostengo algo similar: hay que practicar el «antimilitarismo» mucho más allá de los movimientos «antibelicistas» tradicionales: El «antimilitarismo» ha de convertirse en una de las piedras angulares de todos los movimientos populares.
¿QUÉ ES EL CONTROL POLICIAL MILITARIZADO?
La «tipología de la violencia» desarrollada por el sociólogo Johan Galtung es un modelo útil para comprender la relación entre la violencia física y sus requisitos estructurales y culturales. Galtung recurre a la imagen de un iceberg: la violencia directa y física se encuentra por encima de la superficie del agua, y bajo ella se halla la violencia estructural, que engloba los sistemas y estructuras racistas, sexistas o que, de una u otra forma, tratan a las personas como si no fueran seres humanos de pleno derecho.
La violencia cultural crea las condiciones necesarias para la violencia directa y estructural. La violencia cultural está presente en nuestras historias y fábulas y en los valores y normas que éstas contienen. Perpetúa, encubre o respalda las distintas formas de violencia que sufren las personas en todo el mundo, ya sea mediante creencias como que «la gente pobre es vaga» o que «la policía ha de poder protegerse a sí misma».
De acuerdo con el modelo de Galtung, el militarismo puede considerarse violencia cultural en tanto que es una expresión de los valores y las normas que perpetúan la militarización en ámbitos como la formación, las estructuras de mando, la toma de decisiones y las calles. Tal y como señala la académica feminista Cynthia Enloe, el militarismo se construye en torno a un «paquete de ideas» destinado a «inocularnos la idea de que el mundo es un lugar peligroso en el que, por definición, hay quienes deben ser protegidos (elementos “femeninos”) y, a la inversa, quienes deben proteger (elementos “masculinos”)». Estas categorías establecen unas líneas divisorias bien definidas entre los grupos que necesitan protección (el grupo «de dentro») y los que suponen una amenaza (el grupo «de fuera»).
La militarización va más allá y no se limita a las prácticas de determinadas unidades policiales, equipamiento y armas, tácticas específicas de control de masas o vehículos con blindaje pesado. Incluye las creencias culturales subyacentes que respaldan y sustentan esa violencia, las narrativas que la hacen parecer algo «normal» o aceptable. El militarismo también se encuentra muy imbricado en las divisiones sociales, en virtud de las cuales se ataca a determinados grupos por su identidad étnica, nacionalidad, clase social, confesión religiosa, género o sexualidad, o por desafiar el statu quo. Eso se debe a que el papel de la policía es, en última instancia, el de proteger al Estado y sus intereses económicos.
Aunque la naturaleza de este militarismo dependa del contexto, las fuerzas policiales que existen hoy en día hunden sus raíces en una larga historia de violencia, opresión e incluso genocidio. Las fuerzas policiales de Estados Unidos nacieron a partir de las patrullas paramilitares esclavistas. La Policía Metropolitana de Londres se inspiró en el ejército, se nutrió de sus reclutas y se basó en gran medida en las experiencias de Robert Peel, su fundador en Irlanda, antes de que se reprodujera en otras colonias británicas.
Se trata de una historia que aún perdura. Por ejemplo, hoy en día las Naciones Originarias de Canadá que defienden sus territorios de forma no violenta contra los proyectos extractivistas reciben ataques reiterados por parte de la Real Policía Montada de Canadá (RCMP), una división que procede de la violencia colonialista.
Tal y como describe el académico Mark Neocleous en su libro La fabricación del orden social: Una teoría crítica sobre el poder de policía, existe todo un mito en torno a la idea de que este proceso sea nuevo o de que constituya «una ruptura con un pasado en el que los poderes policial y militar estaban definidos con mayor claridad y eran categóricamente diferentes». La relación entre la policía y el ejército siempre ha estado profundamente interrelacionada con el colonialismo, el establecimiento y mantenimiento de los Estados nación y la protección del capital. Estos procesos y relaciones también están en constante evolución. Por ejemplo, en la Sudáfrica del apartheid «había muy poca diferencia entre el ejército y la policía». A pesar de los intentos posteriores al apartheid de desmilitarizar la policía (como el de cambiar su sistema de rangos para que no se pareciera al que utilizaban los militares), el Servicio de Policía de Sudáfrica ha vuelto desde entonces a adoptar un enfoque paramilitar, como ocurre, por ejemplo, a la hora de controlar las protestas.
VIOLENCIA Y CONFLICTOS
Los seres humanos respondemos a los conflictos de diversas maneras. A menudo adoptamos soluciones que eluden la violencia. Somos muy buenos negociando, comunicándonos, cooperando y, por supuesto, doblegándonos ante quienes tienen más poder que nosotros. La violencia en nuestras sociedades es un fenómeno omnipresente; la sufren a diario las víctimas de delitos, en el hogar y en otros ámbitos. Sin embargo, la forma sistémica en que los ejércitos y las unidades policiales militarizadas planifican y se preparan para el uso de una violencia abrumadora es algo específico y único.
Un ejemplo clave de esta actuación policial militarizada es la represión de la protesta y la disensión. Los movimientos sociales se enfrentan a las autoridades a través de grupos de presión, manifestaciones o acciones directas. Las autoridades responden a estos conflictos de múltiples formas, recurriendo en ocasiones a métodos militarizados. Esta violencia se planifica, se entrena, se ensaya repetidamente y, con frecuencia, se ejerce de forma deliberada con el objetivo de desorientar, abrumar o anular a aquello que se percibe como un enemigo o una amenaza.
Desde la perspectiva del militarismo el conflicto deja de ser algo que impulsa el cambio y la transformación y se convierte en una amenaza que hay que neutralizar. Asimismo, las personas y los grupos que generan el conflicto se convierten en enemigos similares a un ejército invasor extranjero. La violencia de esta índole se basa en la obediencia de los ejecutores a las órdenes, en la deshumanización de las víctimas y en una percepción intensificada de la amenaza.
El caso del movimiento democrático de Hong Kong es un ejemplo particularmente paradigmático. Aunque en Hong Kong un gobierno autoritario haya recurrido a estas tácticas tenemos ejemplos similares de violencia policial contra activistas en todo el mundo: en Chile, Francia, Alemania, Indonesia, Birmania, Sudáfrica, Corea del Sur y Estados Unidos, por nombrar solo unos pocos.
FORMACIÓN
La formación policial es un mecanismo imprescindible de la militarización, ya que las fuerzas policiales de todo el mundo reciben formación por parte del ejército todos los años. Miles de policías estadounidenses han sido entrenados por el ejército israelí sobre técnicas de control de multitudes, el uso de la fuerza y la vigilancia. Según Amnistía Internacional, esto ha puesto a los agentes de policía estadounidenses «en manos de sistemas militares, de seguridad y de control que arrastran desde hace años un historial documentado de violaciones de derechos humanos».
En talleres, seminarios y cursoso de formación, los instructores del cuerpo de policía como David Grossman inculcan al trabajo policial de una «mentalidad guerrera» . Entre otras cosas, a los participantes se les dice que: «Estamos en guerra, esto es así [...] Y vosotros formáis parte de las primeras líneas de batalla. No habrá ninguna unidad de élite que venga a salvaros el pellejo cuando ataquen los terroristas. Vosotros sois la Fuerza Delta. Sois los Boinas Verdes. Sois el SAS británico. ¿Podéis asumirlo?»
Este tipo de formación persigue reforzar una visión del mundo en función de determinados binarismos («nosotros contra ellos», «amigo o enemigo», «enemigo o aliado»), que constituye un elemento clave de una mentalidad militarizada y que a menudo se ve respaldada por una sensación de impunidad. Estas narrativas acentúan la percepción de que los agentes de policía en las calles son similares a los soldados que se encuentran en un campo de batalla. Las comunidades pobres y marginadas, así como las personas que participan en manifestaciones de protesta y el ámbito del activismo, pasan rápidamente a desempeñar el papel de un enemigo al acecho.
Este tipo de formación persigue reforzar una visión del mundo en función de determinados binarismos («nosotros contra ellos», «amigo o enemigo», «enemigo o aliado»), que constituye un elemento clave de una mentalidad militarizada y que a menudo se ve respaldada por una sensación de impunidad.
Los organismos y gobiernos estatales de ámbito nacional e internacional desempeñan un papel destacado a la hora de apoyar la militarización de las fuerzas policiales. Por ejemplo, el Centro de Cooperación para el Cumplimiento de la Ley de Yakarta (JCLEC), que cuenta con unidades policiales que participan en la opresión violenta del pueblo de Papúa Occidental, se fundó por las fuerzas policiales de Indonesia y Australia. Es más, entre sus socios figuran la Real Policía Montada de Canadá, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Dinamarca y el Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth del Reino Unido (FCO, actualmente la Oficina de Asuntos Exteriores, de la Commonwealth y de Desarrollo).
Ahora bien, estas redes policiales transnacionales también ofrecen unas oportunidades decisivas para la solidaridad. La campaña Make Est Papua Safe [Por una Papúa Occidental segura] trabaja con activistas de todo el mundo para exigir responsabilidades a los gobiernos extranjeros por su apoyo a la violencia policial indonesia.
EQUIPAMIENTO
En el año 2017 se llevó a cabo una investigación que puso de manifiesto la existencia de una relación inequívoca entre la naturaleza del equipamiento del que disponen los agentes de policía y el número de personas a las que matan. Los autores del estudio sostienen que esto es similar a lo que se conoce popularmente como el «martillo de oro»: cuando la única herramienta que se tiene es un martillo, cualquier problema comienza a parecerse a un clavo. Cuando se dispone del tipo de equipamiento que un ejército utiliza, todo se parece al tipo de amenaza a la que se enfrentan las fuerzas militares en las zonas de guerra.
Otra de las principales características de la militarización de la policía es el uso de armas «no letales», como proyectiles de goma y plástico, porras y cartuchos bean bag, armas químicas como el espray de pimienta y el gas lacrimógeno, y vehículos equipados con armas como cañones de agua. El mercado de este tipo de armas es cada vez mayor y las empresas que las manufacturan ofrecen una gama cada vez más amplia de productos para satisfacer la demanda.
Un ejemplo de ello es la Flash-Ball, una escopeta de balas de defensa que las fuerzas policiales francesas han utilizado contra algunos grupos, como el de los chalecos amarillos. El fabricante asegura que esta pistola tiene un poder de parada (es decir, la capacidad de un arma de fuego de derribar a un objetivo) equivalente al de un revólver del calibre 38 milímetros. Según Laurent Thines, neurocirujano y médico jefe del hospital universitario de Besançon, el impacto de la Flash-Ball se asemeja «a recibir el impacto de un bloque de hormigón de 20 kilos en la cara o en la cabeza a un metro de distancia».
Además de las armas no letales», es habitual que los agentes de policía lleven armas idénticas a las que emplean las fuerzas militares. Desde el año 1997, el Departamento de Defensa de Estados Unidos ha destinado más de 7200 millones de dólares a equipamiento militar para las fuerzas policiales de todo el país a través del Programa 1033. Las investigaciones han demostrado que las fuerzas policiales que reciben este equipamiento se vuelven más violentas. Hay un comercio sistemático de este tipo de material en todo el mundo. Es muy frecuente que las armas fabricadas en un país sean utilizadas por la policía de otros países. Por ejemplo, se ha registrado que las fuerzas de seguridad libanesas utilizan una amplia gama de armas fabricadas por empresas francesas.
PROTEGER AL GRUPO «DE DENTRO» DEL GRUPO «DE FUERA»
Como ya hemos apuntado, las fuerzas policiales militarizadas suelen encontrarse a caballo entre los grupos «de dentro» y los grupos «de fuera», manteniendo de este modo la desigualdad y las relaciones opresivas. Cabe esperar que, en el futuro, el colapso climático y las desigualdades económicas endémicas exacerben aún más estas divisiones. Otro factor que ha contribuido a esta situación es el uso de métodos de extracción de energía cada vez más extremos por parte de los Estados y las empresas privadas, que están adentrándose en nuevas zonas, excavando a mayor profundidad, transportando los combustibles fósiles cada vez más lejos y destruyendo cada vez más los entornos de los que las personas dependen para sobrevivir.
Un claro ejemplo de esta situación lo encontramos en Canadá, donde algunos pueblos indígenas (como los wet'suwet'en de la región de la Columbia Británica) se han resistido a la ocupación y destrucción de sus tierras por parte de empresas cuyo propósito es extraer minerales o explotar sus tierras para construir gasoductos. La Real Policía Montada de Canadá (RCMP por sus siglas en inglés) se fundó como «Policía Montada del Noroeste» en el año 1873, apenas seis años después de la creación de Canadá como Estado nación, y se ha encargado de aplicar una orden judicial interpuesta por CoastalGaslink Pipeline. La RCMP ha apoyado en reiteradas ocasiones proyectos extractivistas como oleoductos y presas hidroeléctricas, y las comunidades indígenas la han comparado con «un ejército extranjero de ocupación».
Según las notas de una sesión estratégica de la RCMP, durante la operación para desalojar el bloqueo de la carretera de Gidimt'en por parte de la comunidad Wet'suwet'en, los agentes abogaron por el uso de una «vigilancia letal», entendiéndose por tal el despliegue de agentes preparados para emplear la fuerza letal. La redada se llevó a cabo por agentes de la RCMP vestidos de uniforme militar y armados con fusiles de asalto. Detuvieron a 14 personas y la redada provocó una gran oleada de manifestaciones, protestas callejeras y el bloqueo de líneas ferroviarias por parte de activistas dentro y fuera del país.
El militarismo se opone a la diferencia y la diversidad porque su naturaleza se basa en la conformidad y el orden. Quienes no se someten no tardan en ser considerados una amenaza (o una amenaza potencial) que hay que eliminar. Por consiguiente, la militarización adopta la lógica del campo de batalla y la traslada a las calles y las comunidades. Debido a esta sensación exacerbada de amenaza, la probabilidad de que los agentes de policía cometan errores, interpreten mal las situaciones y recurran rápidamente a la violencia letal es mayor, y todo esto ocurre siempre de acuerdo con unas pautas de discriminación sumamente arraigadas.
NORMALIZACIÓN
El periodista político británico Paul Mason describe en un artículo para New Statesman la siguiente escena, que se desarrolla en una estación de tren de una gran ciudad:
Tres agentes de la Policía Británica de Transportes piden unos cafés con leche durante un breve descanso de lo que debe de haber sido un turno muy ajetreado. Uno va armado con una pistola y lleva un chaleco antibalas y los otros llevan chalecos antipuñaladas y prendas tácticas abultadas. Todos van equipados con auriculares, pistolas eléctricas, espráis de pimienta... Y todos están tensos, y escudriñan con atención la concurrida calle mientras esperan a que lleguen sus bebidas. Resulta muy triste que este nivel de equipamiento, esta intensidad y militarización de la policía parezcan ahora tan normales que muy pocos de los presentes en la cafetería les prestan la menor atención.
Es cierto que el Reino Unido es un caso atípico. En muchos países, por no decir en la mayoría, está totalmente normalizado que los agentes de policía lleven armas de fuego. Lo más relevante de esta escena no es el equipamiento, sino la normalización de la militarización. Es sumamente preocupante porque sugiere que la población acepta estos procesos, e incluso puede que los condone, cuando deberían ser objeto de crítica y cuestionamiento.
Los procesos de militarización siguen su curso y continúan penetrando en nuestras vidas y en el discurso político. A lo largo de las décadas de 1960 y 1970, en el Reino Unido se produjeron importantes protestas, pero no había policías antidisturbios. Sin embargo y como señala Mason, en la década de 1980 el escudo antidisturbios se convirtió en «la barrera simbólica definitiva entre las clases poderosas y quienes carecen de poder» mientras que en todo el mundo se fue imponiendo una «presunción hacia la agresión y la ofensa en la policía antidisturbios».
En el año 2006, los destacamentos «temporales» de militares en puestos «auxiliares» se convirtieron en un elemento permanente de la vida cotidiana en México. Según Human Rights Watch, las fuerzas armadas del lugar «sustituyeron en la práctica a la policía, en lugar de limitarse a apoyarla». El presidente López Obrador anunció en 2018 la creación de una nueva Guardia Nacional compuesta por 40 000 efectivos y controlada por el ejército. Esta Guardia comenzó a operar a mediados de 2019 y es una fuerza híbrida formada por la policía del ejército, la policía naval y la policía federal, que, en palabras de López Obrador, debe hacer gala de «disciplina militar».
Se están produciendo procesos similares de militarización de las fuerzas policiales en todo el mundo, con la consiguiente redefinición de lo que es «normal». Estos procesos suelen producirse entre bastidores, conforme las autoridades políticas exigen más poder y control para garantizar la «seguridad» de algunos sectores de la población. Son procesos muy difíciles de cuestionar por su propia naturaleza, ya que las voces críticas están en el punto de mira de los mismos sistemas que pretenden cuestionar. Un análisis detallado de estos procesos permite relevar su verdadera identidad: son procesos violentos, opresivos y discriminatorios. Es evidente que la militarización beneficia a algunos sectores de la sociedad (se protegen los bienes mientras se perpetúan las desigualdades), pero para otros es sencillamente invisible.
TODO EL MUNDO ES ANTIMILITARISTA
Nuestro planeta ha llegado a un punto de inflexión. Debemos tomar decisiones difíciles ante los complicados retos ecológicos, sociales y políticos a los que nos enfrentamos ahora y en los años que vendrán. Algunas de las personas que ostentan el poder y que están a cargo de la toma de decisiones tratarán de perpetuar el orden existente, caracterizado por una desigualdad económica desenfrenada, racismo y otras formas de discriminación estructural, así como un uso destructivo y explotador de unos recursos naturales finitos. Las «soluciones» que se ofrecerán para abordar estos problemas serán técnicas y tecnológicas, pero no transformadoras, y el mantenimiento de este statu quo conllevará una dependencia cada vez mayor de las fronteras militarizadas impuestas entre quienes «tienen» y quienes «no tienen», entre los grupos «de dentro» y los grupos «de fuera».
El militarismo es el catalizador de la violencia que la policía y las fuerzas de seguridad ejercen sobre la población de todo el mundo.
El militarismo es el catalizador de la violencia que la policía y las fuerzas de seguridad ejercen sobre la población de todo el mundo. Seguirá respaldando este control policial violento, abusivo y racista cuyo objetivo es preservar un statu quo opresivo y destructivo. Nos afecta a todos y cada uno de nosotros, así que es un asunto que debe preocuparnos a todos. Si queremos hacer frente a este militarismo omnipresente tendremos que enfrentarnos a muchas de sus manifestaciones principales: el hecho de adoptar de buen grado la violencia extrema como respuesta a los conflictos; la percepción de la diversidad y la diferencia como amenazas que hay que reducir o eliminar; la aceptación del control, la disciplina, la jerarquía y el hiperpatriotismo; y la manera en que las actitudes y los comportamientos asociados a las fuerzas armadas se convierten en el patrón con el que se definen y comparan todos los demás comportamientos y actitudes.
El militarismo, entendido como uno de los elementos esenciales que sustentan gran parte de la violencia y las injusticias del mundo, deja enseguida de ser un «asunto» que tan solo los movimientos antibelicistas deben considerar y cuestionar, para convertirse en algo que afecta a todas las personas que luchan por un mundo más justo e igualitario.
La única manera de responder integralmente a las crisis ecológicas y sociales a las que se enfrentan la humanidad y todas las formas de vida, y de lograrlo de una forma que sea radicalmente transformadora, pasa por la desmilitarización de las instituciones que respaldan el statu quo. Apenas estamos empezando a comprender del todo lo que esto implica, pero está claro que un mundo nuevo ha de ser un mundo desmilitarizado.
- Producido por Guerrilla Media Collective bajo una Licencia de Producción de Pares
- Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Marta Cazorla
- Artículo original publicado en TNI
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