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Caso Tangentopoli: Italia, los sobornos y la lección de ‘El Gatopardo’

A 20 años del escándalo de Tangentopoli, la corrupción es aún más extensa. La desaparición de los principales partidos en los noventa no ha servido para acabar con el sistema criminal de gestión de las obras públicas.

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4 nov 2014 16:13

“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. La celebre frase de El Gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, es la mejor manera de explicar lo que ha pasado en Italia durante las últimas dos décadas. El 17 de febrero de 1992 estallaba en Milán un enorme escándalo de corrupción: la detención del director de un asilo de ancianos (pillado in fraganti mientras intentaba deshacerse de un soborno tirando por el retrete 37 millones de liras) fue el primer paso para el descubrimiento de una extensa red de corrupción que implicaba a las principales formaciones políticas del momento y a diversos grupos empresariales e industriales.

La capital económica de Italia se convirtió en breve en Tangentopoli (“la ciudad de los sobornos”, en italiano), pero la trama superó en pocos meses los confines de la ciudad: el sistema que los fiscales habían descubierto no era una excepción local, sino la normalidad que había garantizado el funcionamiento de los partidos transalpinos durante décadas de democracia. “Lo que todos saben es que gran parte de la financiación a los partidos es irregular o ilegal. Los partidos que cuentan con grandes aparatos (…) han utilizado y utilizan recursos adicionales de forma irregular o ilegal. Si gran parte de esta materia debe ser considerada materia criminal, entonces gran parte del sistema sería un sistema criminal. No hay nadie en esta sala, responsable político de organizaciones importantes (…) que pueda jurar lo contrario”, declaraba en 1992 Bettino Craxi, líder socialista y antiguo primer ministro, principal protagonista la trama de corrupción, delante del mismo Parlamento.

De Craxi a Berlusconi: el espejismo del cambio

Craxi tuvo que escapar de un linchamiento (en el abril de 1993 una pequeña multitud le esperó a las afueras de su hotel en Roma para tirarle monedas y billetes) y luego de los fiscales, huyendo a Túnez, donde murió en el año 2000. Pero junto a él y a su partido, al estallar del escándalo, cayó todo el sistema político que Italia había conocido desde la posguerra. Mientras el Partido Comunista, salpicado por algunos procesos sobre sus fondos negros, ya había empezado su camino hacia la izquierda liberal, la mayor víctima fue la Democracia Cristiana, principal fuerza política durante décadas. La imagen de su poderoso secretario (y antiguo primer ministro), Arnaldo Forlani, acusado en una sala del tribunal, aceleró la desaparición de un partido que ya no existía antes de las elecciones generales de 1994. Gatopardo.

Con respecto a 1992, el sistema si acaso ha evolucionado, demostrando que entre un soborno y otro políticos y empresarios han tenido tiempo para aprender la lección

En tan solo dos años, las investigaciones de un grupo de fiscales habían revolucionado el panorama político del país: gracias a una reforma de la ley electoral acababa entonces la 'primera república' italiana, haciendo vislumbrar una más prometedora 'segunda república'. Las esperanzas de una nueva etapa para Italia, sin embargo, se quebraron pocos meses después, cuando ingresó en la arena política un empresario televisivo de éxito: Silvio Berlusconi. Éste, que había sido amigo personal de Craxi, se presentó como un “hombre nuevo” capaz de volver a levantar Italia, como ya había hecho de la nada con su imperio empresarial. La verdadera razón de su ingreso en política se haya, sin embargo, en la defensa de sus intereses personales y económicos: como explicó años después Fedele Confalonieri, brazo derecho de Berlusconi, “la verdad es que si no hubiese entrado en política (…) ahora estaríamos bajo un puente o en prisión acusados por mafia”.

De Tangentopoli a Expo 2015: regreso a los Noventa

Berlusconi, monopolizando la 'segunda republica' durante 20 años, ha puesto en marcha su personal solución para que Tangentopoli no se repitiera: desmantelar el sistema de leyes que había permitido descubrir y derrumbar la trama (despenalizando, entre otras normas, la falsificación de cuentas). Por ello, Italia está hoy aún más expuesta a la corrupción de lo que estaba hace dos décadas: en los últimos meses han estallado tantos escándalos relacionados con obras públicas que los medios transalpinos ni se ha enterado de lo que está pasando en el Estado español. El epicentro de los nuevos escándalos es la Expo de 2015, acontecimiento que ya cuenta con varios directivos en prisión por sobornos. Es más, algunos protagonistas de los nuevos escándalos son los mismos de los noventa, sólo se ha reciclado bajo la enseña de nuevos partidos. La ciudad también es la misma: Milán ha vuelto a ser Tangentopoli, la capital de los sobornos. Con respecto a 1992, el sistema no ha cambiado, si acaso ha evolucionado, demostrando que entre un soborno y otro políticos y empresarios han tenido tiempo para aprender la lección del Gatopardo.

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