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Hemeroteca Diagonal
Elegía y brindis del sol negro
Quico Rivas, pintor, escritor, crítico de arte y agitador cultural, murió el 31 de mayo tras celebrar sus 55 años rodeado de amigos. Rescatamos su labor de la mano de una compañera de Los Refractarios, grupo de afinidad al que pertenecía Rivas.
El pasado 29 de mayo, en una azotea de la judería sevillana, Quico Rivas congregó a un montón de amigos en una suerte de comité peninsular festivo para celebrar los 55 años que dejaba atrás y los 10 siguientes. Por ellos brindamos esa noche entre una maravillosa exposición, donde reunió los cuadros que había pintado entre el otoño y la primavera, la serie que tituló Before the poison. También conmemoraba su retirada de la crítica de arte y su vuelta definitiva a la sierra bandolera de Grazalema, donde tenía su guarida.
Nadie sabía que la alegría que se desparramaba esa noche sobre Sevilla iba a convertirse dos días después en punch, noqueo y luego en pena honda. Una llamada de La Carbonería, enclave sevillano de los refractarios, nos comunicaba su muerte. Apenas de regreso dejábamos los macutos, cargados los traíamos de planes libertarios que habíamos urdido con él, inagotable batallador de rebeldías (vitales, artísticas, como sólo un verdadero anarquista, alguien para quien definitivamente vida y arte son una y la misma cosa), Víctor Nero o Segundo Mateo, como firmaba sus incendiarias diatribas contra toda impostura, contra todo poder, el Quico.
No sabía con certeza el momento, pero como se había bebido tempranamente la vida de un solo trago –que fueron muchos, tantas las movidas en las que se implicó– y éste le había dejado mella, por si acaso, quería que brindásemos todos con él una vez más.
Quico Rivas, que fue el tronco con mayor clarividencia que he conocido, tenía a otro Quico, éste guerrillero, el Sabaté, como inspiración, y se definía anarquista individualista stirneriano. Y, últimamente, anarco-futurista, esto es, que siempre con lo pasado miraba hacia delante. Pisando firme sobre el estado de mentiras imperantes que con imaginación potente y lucidez inequívoca se empleó en destruir a fondo, indisolublemente unidos ludismo y rigor en la fiesta radical. Empeñados los refractarios en la independencia a ultranza y la soberanía propia, Nero o Mateo nos infiltró a muchos una bomba orsini en el corazón, desde que aquel Refractor, entonces Polizón, echara a bogar bajo su timón y un único compromiso con la no servidumbre. Sabedor de la caña con la que había vivido sus 55 años, el Quico Rivas se daba de plazo otros diez para seguir alimentando la hoguera. Pero sólo llegó a ver dos soles y dos lunas más. En la noche giramos y el fuego nos consume.
El Quico ardió como se debía a sí mismo… Durante una década larga, cada vez que saltaba la chispa refractaria tuve la suerte de compartir con este pirata no pocos saraos, arriesgadas empresas político- artísticas, muchas de ellas en verdad suicidas: ante el eclipse de la lucha de clases, muchas clases de lucha.
Nero ha sido también el as de la consigna, extrema, sin vuelta de hoja ni vuelta atrás, sin esperar a nadie. Porque la de Quico Rivas fue hasta ayer una vida peligrosa con —y por causa de— la verdad por delante y sin patrocinadores. Vida sedienta, sin otro empeño que vivir animadamente con honestidad a uno mismo y hasta donde se llegase. Por eso, Calavera no llora. Nos vemos en las azoteas, francotiradores lúdicos, libertarios de uno y otro pelaje. La fiesta y la lucha no han hecho sino empezar... ¡Hasta ahora, Kiko, anarcoalquimista de la pluma, el pincel y la mecha! ¡Salud, Refractarios!