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J.C. Trichet: el robot monetarista
Decía Milton Friedman, en el apogeo de su delirio monetarista, que se podía sustituir al presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos por un dispositivo robótico que únicamente tuviese dos movimientos: restringir la oferta monetaria cuando se percibiesen síntomas de inflación y, la inversa, permitir una mayor cantidad de dinero circulante cuando desapareciesen los síntomas inflacionistas. Pues bien, Jean Claude Trichet va camino de convertirse en una reencarnación bastante convincente del robot de Milton Friedman. Con media Europa atenazada por unos niveles de endeudamiento nunca vistos, el presidente del Banco Central Europeo (BCE) amenaza con suprimir la única medida de política económica que ha dado un respiro a las economías domésticas: el mantenimiento de unos tipos de interés bajos que no han recargado los costes del servicio de la deuda desde 2009 en adelante. El motivo, la previsión de que las fuertes subidas del petróleo y de los alimentos repercutan en una subida de la inflación en la zona euro. Eso sí, por muy semi-automática que sea, ésta no es una medida ciega, hay que tener claro que será otra medida política más en favor de los propietarios de deuda, en este caso los propietarios de deuda privada, reforzada por una lectura extraordinariamente cortoplacista y autodestructiva de los intereses exportadores de Alemania. De hecho es en el sentido pro-élites financieras de estos automatismos políticos donde mejor percibimos que, a día de hoy, la UE es la mayor entidad política existente construida desde la ortodoxia neoliberal y comprendemos por qué el BCE, un organismo ajeno al más mínimo control democrático, es su institución bandera.
Lo cierto es que estas rigideces del BCE no son sino un síntoma de la falta de autonomía política de la UE en la esfera global que EE UU sabe, si no provocar, al menos explotar perfectamente para conseguir ventajas competitivas temporales. Es necesario recordar la aguda observación de Peter Gowan de que en el régimen de capitalismo financiarizado en el que vivimos, la única rivalidad económica con suficiente entidad para generar un auténtico antagonismo geopolítico, es la que opone a la UE con Estados Unidos para ser el punto de captación de los flujos financieros que surgen de los polos emergentes de acumulación de capital, especialmente los asiáticos. Hasta ahora EE UU ha ganado esta batalla, posicionando a Wall Street como destino principal de los flujos financieros del mundo entero y al dólar como moneda de referencia mundial.
Las tensiones políticas que asolan a EE UU tienen en su origen la decadencia exportadora de la industria americana
Gracias a su triunfo relativo en esta batalla, hablamos de este país como algo más que un simple ex poder hegemónico mundial. Frente a las lecturas que asumen una causalidad lineal entre la subida de los precios del petróleo y los alimentos y la escasez de reservas de hidrocarburos o la demanda de los países emergentes –por no hablar de las revoluciones en los países árabes, que son más bien consecuencia que causa de estos movimientos financieros– es necesaria una interpretación que las sitúe como parte de estas tensiones estructurales entre los grandes agentes del régimen de poder del capitalismo financiarizado. El proceso que vivimos en estos días es muy similar al que tuvo lugar entre finales de 2007 y mediados de 2008 y que sirvió para que EE UU trasladase plenamente los costes de la debacle subprime a Europa. La pieza clave es la política del dólar de EE UU, que se puede resumir en dos posiciones básicas: un dólar alto atrae activos financieros y perjudica seriamente a los sectores exportadores, un dólar bajo tiene el efecto contrario. Las tensiones políticas que asolan a EE UU, desde el Tea Party a la crisis fiscal de varios de sus Estados, tienen en su origen la decadencia exportadora de la industria americana. Cuando EE UU baja el dólar para aliviar estas tensiones, inmediatamente se producen fortísimos movimientos de capital que abandonan los activos denominados en dólares para refugiarse, no en otra moneda de referencia como podría ser el euro, sino, y aquí se fabrica la ventaja estadounidense, en los mercados de futuros de materias primas y petróleo. La afluencia masiva de capitales a este tipo de mercados provoca unas incontrolables escaladas de precios que impactan con toda su potencia sobre las economías con dependencia energética y de materias primas. Entre ellas, y muy especialmente, la UE, que inmediatamente pone en marcha sus mecanismos de reacción contra la inflación, sobre todo la subida de tipos. Éste fue en 2007 el origen del pinchazo de las burbujas inmobiliarias europeas, especialmente la de España, que marcan el inicio de la crisis de la UE. Una crisis que se puede leer perfectamente como un desplazamiento de costes desde un lado del Atlántico al otro que ha suavizado notablemente la virulencia de la crisis en EE UU. En 2011, esta nueva fase de la crisis puede traer una nueva oleada de ataques sobre la deuda de los países periféricos de la UE –los bancos europeos estaban haciendo beneficios por el simple expediente de tomar prestado del BCE al 1% y comprando deuda de los países PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) con rendimientos entre el 4% y el 12%, una subida de tipos aumentará el rendimiento a través de nuevas bajadas de calificación– y la profundización de una crisis social de la que seguimos sólo viendo los perfiles más gruesos: descarga de costes sobre los grupos sociales más desprotegidos, guerra entre pobres y proletarización de parte de las clases medias.
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