Hemeroteca Diagonal
Parroquia de Entrevías: una casa sin puertas

Después de más de 30 años de lucha contra y desde la exclusión social, la ‘iglesia roja‘ de Vallecas afronta una etapa marcada por las dificultades económicas.
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6 mar 2010 15:32

21 de febrero de 2009, domingo de Cuaresma. 13h. Un estruendo de tambores y guitarras hace temblar las paredes de San Carlos Borromeo. Los sones de un grupo de “artistas cristianos” llegados de diferentes puntos del Estado sirven para abrir la misa semanal. Bajo un humilde Jesús crucificado, Javier Baeza, uno de los tres sacerdotes del “centro pastoral”, en vaqueros, da la bienvenida a un auditorio donde se mezclan jóvenes y mayores, migrantes y autóctonos, creyentes y ateos. Al fondo, detrás de varios rostros marcados por la heroína y la cárcel, un grupo de musulmanes marroquíes participa de la celebración.

Pero la pluralidad de las presentes no es lo que más sorprende. Tampoco que la comunión se realice con vino peleón y pan barato. Ni que la misa se parezca más a una asamblea vecinal que a un “solemne acto sagrado”. Lo que impacta cuando uno llega a la parroquia de Entrevías es algo previo y causa de todo lo anterior: sus puertas, llegues a la hora que llegues, en un sentido tanto literal como figurado, siempre están abiertas. Abiertas a todo el mundo, sobre todo a quienes menos tienen.

Javier Baeza, Enrique de Castro y Pepe Díaz, los tres curas de esta genuina comunidad, llevan 30 años dejándose “acoger por la realidad de la exclusión social”, en palabras del primero, lo que comporta un modo de vida muy poco común. Al margen de la parroquia, comparten sus domicilios con personas con problemas de reinserción social. “Buscamos que la exclusión te reconozca como alguien de los suyos y eso está lejos del yo controlo cómo, cuándo y con quién hago las cosas”, aclara Baeza, que aprovecha la misa para informar sobre el último conflicto mantenido con una Iglesia católica que acostumbra a mirar a Entrevías con desconfianza.

En diciembre y por vez primera, en un momento en el que la parroquia se hallaba al borde del colapso económico, Cáritas decidió suprimir las ayudas directas a familias necesitadas con el argumento de que San Carlos Borromeo no está adscrita a un territorio concreto. No lo está y nunca lo ha estado porque atiende a personas que, como muchos presos, sin papeles o sin techo viven al margen del padrón. El 18 de febrero, tras recibir duras críticas de otras dos parroquias vecinas, Cáritas rectificó y las aguas volvieron a su cauce. “Era una brutalidad. La gente viene con grandes miserias; si nos hubiesen quitado las ayudas nos habrían tenido otra vez en frente, y habríamos robado si hubiese hecho falta”, asegura durante la misa Carmen Díaz, una de las fundadoras de Madres Unidas contra la Droga. Nadie se inmuta ante esta invitación a transgredir el séptimo mandamiento.

Desde hace un año, el centro tiene serias dificultades para atender las demandas de ayuda, que se han incrementado con la crisis. “Es muchísima la gente que viene a pedir comida, ya ni siquiera dinero. Gente muy normalizada que se ha quedado sin el paro”, indica Baeza. Pero San Carlos Borromeo no es una ONG ni una entidad caritativa. Manoli, jubilada y anarquista confesa, lo expresa con claridad en esta celebración dominical iconoclasta: “A mí no me gusta la limosna de la Iglesia. No es lo mismo dar limosna que ayudar a la gente a que se ayude a sí misma”.

Esta visión, que se asienta en una crítica feroz a las injusticias del sistema capitalista, sus leyes y sus instituciones totales (cárceles, centros de internamiento de extranjeros), ha acercado a Entrevías a los movimientos sociales y de izquierdas, a la par que la alejaba de la Iglesia de Rouco, la misma Iglesia que trató de cerrar la parroquia en 2007 “por realizar una liturgia y una catequesis que no son eclesiásticamente homologables”. Una oleada de solidaridad lo impidió entonces. Las redes sociales respondieron con el mismo pan que alimenta a diario la ‘iglesia roja’.

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