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Tierno Galván: al loro con el “viejo profesor”

Perfil de Enrique Tierno Galván (1918-1986), el último socialista que la ciudad de Madrid eligió como alcalde.
Tierno Galván
Tierno Galván, dibujo de Enrique Flores.
Emmanuel Rodríguez

@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.

18 oct 2014 12:32

“Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque... y al loro”. Lo arrojaba con desparpajo en uno de sus famosos pregones, hacia 1984. Con esa imagen de francachela y cercanía ha pasado a la historia el viejo profesor, el alcalde de la Movida, don Enrique Tierno Galván.

Para la izquierda madrileña, Tier­no representa sus años buenos, cuando Madrid tenía un alcalde digno, propio, populista, irresistible. Las izquierdas ganaron las primeras elecciones municipales de 1979 por un arrasador 57% frente a un reformismo franquista en desbandada, casi un 40% para el PSOE, un 15% para el PCE y una minoritaria ORT que rozó representación. Sin embargo, merece la pena considerar tanto la historia del personaje como el rápido desgaste de la izquierda en el gobierno municipal. Al menos si no se quiere ­seguir echando cal viva sobre un periodo crucial para el presente.

Tierno era Tierno, qué duda cabe. Podía haber sido casi todo y de hecho estuvo a punto de serlo. Monárquico de joven, profesor rebelde, expulsado de la universidad por los disturbios de 1965 y ya para entonces socialista. Impartió clases en Princeton, conspiró y formó su propio partido. Fue además un portento del trabajo intelectual. Escribió sobre las cuestiones más variadas: Galdós, la revolución francesa, Costa, el regeneracionismo, la izquierda, el socialismo. La lista de títulos pasa la treintena. También fue traductor de figuras tan principales como Wittgen­stein, Burke o Spinoza, y de una forma tan original y creativa que ninguna de sus traducciones se usa hoy para el estudio.

Pero la pasión de Tierno fue la política. Para quien siempre despreció toda ‘mariconez’ y presumió de lo que hoy llamaríamos homofobia, la política era un ejercicio superior, noble, varonil. Desde los años 60 vivió con una única obsesión: ser monarca del socialismo español. Consciente de que no lo sería por la vía convencional, que implicaba una larga travesía por el lánguido aparato de Llopis en el exilio, decidió formar el Partido Socialista del Interior. Obvio: “interior” recalcaba que el otro, el del “exterior”, tendría que hacer cuentas con ellos. Fue quizás el mayor error de su larga vida política. Se le adelantaron unos jovencitos de Sevilla, que echaron a Llopis y se hicieron con las siglas históricas del PSOE.

Sea como fuera, Tierno llegó a la Transición en muy buena posición. Concurría con su propia banda –el Partido Socialista Popular– , había estado en las pomadas de Carrillo y la Junta Democrática y tenía buen crédito entre profesionales y profesores de universidad. No se hizo con el PSOE pero sí con casi el 5% de los votos en 1977. Pero por aquello de la ley d’Hondt y de las circunscripciones provinciales con las que la izquierda tragó en aquel año y ya para siempre, su 5% quedó reducido a una nada en número de diputados.

Marginado de la redacción constitucional, endeudado y ya derrotado, en su particular noche de Moctezuma habló con González y favoreció la absorción de su querido PSP. Era abril de 1978, sabía de sobra que no sería aquello para lo que se creía destinado. Aun así los “muchachos” de Sevilla le ofrecieron la presidencia honorífica del partido y la alcaldía de Madrid. Ahí empieza el Tierno alcalde y la apoteosis del personaje. Y se dice “personaje” sin ironía ni despecho. Especialista en el teatro clásico español y en novela picaresca, Tierno fue un maestro en hacer teatro de todo lo que tuviera que ver con él. De él, decía Guerra, que su arte para hacer una máscara de su vida pública resultó tan insuperable que llegó a un punto en el que resultaba imposible separar al personaje y a la persona. Elogio mayor de quien fuera otro gran dramaturgo de la Transición.

Tierno en el papel de alcalde

Sus célebres pregones, sus locuciones siempre entre populares y cultas, su sonrisa en la frontera imposible de lo franco y lo irónico, sencillamente su estar en el mundo, fueron una genial comedia de figurón que llevó hasta el final de sus días.

En cuanto a sus éxitos como regidor: luces y sombras. La alcaldía social-comunista duró poco, casi un destello, si se compara con la de los gobiernos multidécadas de CiU en Cataluña, el PSOE en Andalucía o AP-PP en Galicia; o incluso con el municipalato socialista de Barcelona, mucho más parco y menos sonado que el de Madrid. En 1983, los comunistas prácticamente se habían extinguido, reducidos a poco más del 6% en las municipales. Ganó entonces el PSOE de Tierno y lo hizo por goleada: un 48% que nunca más se repetiría para los socialistas.

Pero nos engañaríamos si dijéramos que las cosas fueron bien. No sólo Madrid caminaba entonces por el filo de una crisis urbana que además de contar con 300.000 parados, hizo de 50.000 de sus jóvenes adictos a una liquidación, sin paliativos municipales, llamada heroína. Pasados un par de años del primer gobierno se dio a conocer el primer gran escándalo de corrupción socialista tras los “40 años de honradez”. Fue denunciado dentro del partido por el teniente alcalde de Tierno, Alonso Puerta. Y Puerta fue puesto de patitas en la calle acompañado por otros dos concejales.

Eran los años de la doctrina Guerra de “quien se mueve no sale en la foto”. Si Tierno hizo algo en contra, que lo cuenten sus allegados, porque nosotros no lo sabemos. Tam­bién debemos a Tierno que en Madrid los concejales de distrito no fueran los más votados en cada circunscripción, sino los que impusiera el gobierno municipal, para eso está el gobierno, ¿no?

Quizás por todo esto, en 1987, ya muerto Tierno, PSOE e IU sumaron menos que AP y CDS. Desde entonces, ya se sabe: el PP casi siempre con más y mayores votos que Tierno, por mediocres que fueran sus candidatos. Por eso a la hora de valorar la efímera mayoría de la izquierda madrileña, habría que considerar también el papelón de su mejor representante. Alguien que desde que tenía treinta años decidió plantarse en la vida con traje gris cruzado y gruesas gafas de pasta para firmar todo lo que hacía con dos letritas V. P., viejo profesor.

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