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Ucrania, un país que se cae a pedazos

El autor, periodista ucraniano, dibuja para Diagonal las líneas de un conflicto donde no hay diferencias ideológicas sino una lucha por el poder entre diferentes clanes oligárquicos.
Euromaidan
Una mujer en Euromaidan (Kiev) durante las protestas. / Imagen de Florian Bachmeier
26 abr 2014 17:11

El rápido desarrollo de los acontecimientos en Ucrania no permite un análisis detenido del momento, ya que la historia una vez más nos sobrepasa. Intentaré mencionar solo algunos matices para un futuro intento de análisis, tal vez más serio y profundo de estos trágicos sucesos.

Pensando en Ucrania, y la clara intención de la OTAN y el Occidente de aprovechar la situación para expandir su poderío hasta la frontera de Rusia, nos encontramos con la pregunta ya de moda, de que si es posible una nueva guerra fría. La guerra fría del siglo pasado fue entre dos diferentes ideologías y dos modelos sociales que pretendían dominar el mundo. ¿Acaso podemos descubrir hoy algo lejanamente parecido?

En general los países de la ex-URSS conforman un territorio en el que se concentran las mayores frustraciones históricas del siglo pasado. A cambio de las promesas de un socialismo más humano y democrático, en las que tanto creímos en tiempos de la Perestroika, obtuvimos el más bestial de los capitalismos y la repentina primacía de las necesidades mas básicas, junto con axiomas anticomunistas impuestos por los medios, que nos dejaron sordos y mudos por décadas.

A cambio de las promesas de un socialismo más humano y democrático, en las que tanto creímos en tiempos de la Perestroika, obtuvimos el más bestial de los capitalismos

No cabe duda de que lo más valioso e inútil que queda a nuestros pueblos de toda esta historia de sueños frustrados son sus nostalgias. Nostalgia, como forma de estar en el mundo, nostalgia como estética retro, nostalgia como negocio. El paraíso perdido de la URSS, que en algún momento creímos “imperio del mal” y que por suerte no fue ni una ni otra cosa. El gobierno ultraconservador y oligárquico de Vladimir Putin, en su audaz reposicionamiento de Rusia en el mundo, convirtió esta nostalgia en uno de sus principales estandartes.

Pero las nostalgias son algo demasiado frágil como material de construcción y ni siquiera sirven de andamios, ya que no resisten ni el más mínimo remezón social. Otra de sus características peligrosas es que nos hacen confundir los tiempos históricos imponiéndonos un pasado disfrazado de un futuro. La Unión Soviética tenía su razón de existir no por el tamaño de su territorio o su poderío económico y militar, sino por su proyecto de una sociedad diferente de la capitalista, por lo menos en la teoría. La Rusia actual no tiene este proyecto.

Los medios informativos de izquierda, pequeños y marginales en su inmensa mayoría, suelen seguir la lógica de la Guerra Fría, detestando a su enemigo de siempre, que es el imperialismo occidental, y cuestionando muy poco otros poderes mundiales, siempre y cuando éstos se presenten como antiimperialistas. Según su mirada, el mundo sigue siendo un tablero de ajedrez con muy pocos jugadores, y entre ellos están “los buenos”, merecedores de nuestro apoyo, por ser guardianes de la “multipolaridad”.

A veces se olvida que el gobierno de Putin es tan o más capitalista que sus actuales adversarios europeos y norteamericanos. Su poder está basado en clanes oligárquicos rusos leales al poder y una férrea represión y destrucción de cualquier cuestionamiento de su régimen en Rusia. Los poderes legislativo y ejecutivo obedecen por completo al poder político, tan corrupto como en los peores tiempos de Yeltsin. El relativo bienestar económico de la población rusa se explica por los altos precios del petróleo, el principal producto de exportación del país, y por una eficiente administración regional. Cosas como la justicia social o la dignidad del trabajo desde hace décadas dejaron de ser un tema en Rusia. Con todo esto, las élites económicas rusas prefieren tener sus capitales en los bancos norteamericanos, lo que hace creer poco probable un verdadero conflicto entre los dos países. Por otra parte, la retórica antioccidental, cuyos elementos obligatorios ahora son la homofobia y la apología de la iglesia ortodoxa, siempre ha sido bien recibida por el público ruso, en su gran mayoría bastante provinciano y conservador. ¿Ésta es la alternativa social que queremos que frene el avance del neoliberalismo?

Un regalo para la ultraderecha

La evidente presión militar y económica del gobierno de Putin sobre el actual gobierno ucraniano, igual que su anterior apoyo al régimen de Yanukóvich, el más corrupto y oligárquico de todos, ha sido un gran regalo para la ultraderecha nacionalista ucraniana, que necesitaba de un enemigo declarado, y, controlando una buena parte de la prensa e instituciones, desató una sin par campaña mediática nacionalista antirrusa. Los medios rusos a su vez insisten en tildar al gobierno ucraniano de fascista, a todos los partidarios del Maidan de ser cómplices del fascismo, agentes de occidente y enemigos de la paz y del pueblo ruso. En los medios del centro y occidente de Ucrania, Putin es llamado ‘Putler’ y el imperialismo ruso es considerado el causante de todos los problemas y males de Ucrania. En las ciudades rebeldes del suroriente de Ucrania, el gobierno de Kiev es llamado popularmente “junta”, haciendo alusión a la junta militar de Pinochet en Chile. El Gobierno interino a su vez llama a los habitantes de las ciudades rebeldes “terroristas” y “separatistas”. Todo muy exagerado y muy poco preciso.

Pero hay puntos de coincidencia. Por ejemplo, la prensa oficial ucraniana y rusa hablan de las protestas de la población rusoparlante o rusa. Eso también es mentira, en Ucrania la población no está dividida étnicamente. Lo que ocurre en el oriente y sur de Ucrania es una rebelión. Es tan legítima como la de hace dos meses contra el gobierno de Yanukóvich en Kiev. Pensar que es provocada por los agentes del Kremlin es el mismo error que cuando Yanukóvich decía que las protestas contra su gobierno fueron organizadas por los agentes occidentales. Como la mayoría de los protagonistas de esta rebelión no son de clase media, como en Maidan, sino gente más humilde, obreros, y a la UE este movimiento no le interesa en absoluto, la cobertura mediática internacional es nula, en comparación con Maidan.

Una bomba de tiempo

Desde hace tiempo Ucrania era una bomba de tiempo. Ahora explotó. El potencial de protesta en el oriente no era inferior que en otras partes. Es una zona minera donde el año pasado los mineros tomaban las minas exigiendo dignas condiciones de trabajo, pero esto tampoco salía en los medios. Ahora el Maidan, o sea, el Gobierno interino neoliberal, no significa ningún cambio para Ucrania. Solo un claro empeoramiento, tanto por las sanciones rusas como por las condiciones que está imponiendo el FMI. En toda Ucrania la gente salió a las calles, no por los problemas étnicos, sino por los sociales. En Maidan hace dos meses y ahora en Antimaidan. En ruso y en ucraniano exigen lo mismo. El Gobierno ucraniano no lo entiende y amenaza con pena de presidio perpetuo por el separatismo. Exige denunciar a los separatistas igual que hace dos meses Yanukóvich exigía denunciar a los terroristas.

En toda Ucrania la gente salió a las calles, no por los problemas étnicos, sino por los sociales. En Maidan hace dos meses y ahora en Antimaidan. En ruso y en ucraniano exigen lo mismo

Los gobiernos neoliberales ruso y ucraniano y sus medios nos hablan del enemigo, como si los dos fueran tan diferentes. Tratan de despertar los sentimientos nacionalistas y chovinistas. Lo logran y es muy peligroso. Pero si el Oriente ucraniano se uniera con el Occidente, a Ucrania le esperaría una verdadera revolución social.

A pesar de la reciente visita del director de la CIA a Kiev, muchos en Ucrania no ven la intromisión de la OTAN. Esto me recuerda una situación que vi por la tele hace 30 años: una viejita campesina de la zona de Chernobyl, por la altísima contaminación nuclear de toda la zona tenía que ser evacuada, y muy enojada le decía a los médicos: “No me voy a ir! En mi huerto no hay átomos!”.

La invasión rusa de Crimea es la mejor ayuda al Gobierno derechista de Ucrania, porque los nacionalistas acusarán al enemigo externo e interno de todos los males de Ucrania: desempleo, inflación, condiciones del crédito de FMI, y las medidas represivas y antidemocráticas, que se justificarán con leyes de tiempos de guerra. Al pueblo engañado lo harán apoyar a los nuevos oligarcas en el poder, por la unidad nacional, frente a la invasión.

Odio a los euroidiotas... Y al Kremlim
Un compañero de Kiev, amenazado por los nazis ucranianos de “traidor prorruso” e insultado por la “izquierda” pro-Putin por ser “defensor de fascistas”, hace unos días escribía estas líneas. Tengo la sensación que las escribimos varios: 
“Odio a los euroidiotas, que empezaron esta pelea por sus alucinaciones europeas.Odio al delincuente que se agarraba al poder a pesar de las decenas de muertos y ahora quiere volver al país con tanques extranjeros.Odio a la ex oposición y el poder actual, que no encontró nada mejor que preocuparse por temas como el idioma nacional, introducir a los fascistas en el gobierno y prometer a su pueblo saqueado por neoliberalismo y oligarcas la terapia de choque.Odio a las autoridades locales, tan preocupadas por sus cargos y privilegios que están dispuestas a servir a los ocupantes extranjeros.Odio al tirano en el Kremlin, que necesita una pequeña guerra exitosa para fortalecer el rublo y su poder casi absoluto.Odio a los burócratas y especuladores europeos y norteamericanos, que aplican sus sanciones cuando el poder está casi derrotado y luego ofrecen su ayuda bajo condiciones que la convierten en un saqueo.Odio a los fascistas ucranianos y rusos, que no pueden aceptar la multiculturalidad de un país y para impedirla están dispuestos a destruirlo.Odio a los luchadores por la libertad, que hacían la vista gorda con los fascistas en las protestas y no se diferenciaron de ellos para dar una oportunidad a un movimiento realmente nacional y democrático, en vez de empujar como ahora el país hacia una guerra civil.Me odio a mí y a otros compañeros de izquierda, por haber gastado tanto tiempo y energía en nuestras discusiones y peleas internas en vez de construir una verdadera alternativa política, y en los últimos meses ya no pudimos influir en nada”.
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