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Holocausto
Auschwitz, el espejo sin reflejo
El 27 de enero se conmemora el 73 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por los soldados soviéticos en 1945.
El 27 de enero se conmemora el 73 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por los soldados soviéticos en 1945. Es una fecha en la que simbólicamente se recuerda en este trágico lugar a todo el conjunto de víctimas del genocidio nazi ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, pues fue en este complejo industrial ubicado en la región de la Alta Silesia, durante la ocupación de Polonia, donde los dirigentes del régimen totalitario pudieron consumar a escala industrial el más mortífero de los mecanismos concebidos dentro del plan de aniquilación sistemática de centenares de miles de seres humanos. En este cometido, designado eufemísticamente con los términos Endlösung der Judenfrage (la“solución final al problema judío”), se llevaron a cabo incontables y atroces ejecuciones, pudiendo decirse que camufladas gracias , en gran parte, a una maquinaria administrativa diseñada meticulosamente para coordinar la logística del exterminio en secreto y con la mayor eficiencia de que eran capaces las SS. De esa singular estructura jurídico-política y de su manifestación material en Auschwitz perviven poco más que restos, daños que no se corresponden exactamente al paso del tiempo —menos de un siglo—, sino debidos a que sus creadores, sus causantes y sus encubridores tuvieron ya en cuenta casi en sus orígenes la erradicación de toda evidencia que pudiera probar a posteriori la existencia de su febril actividad criminal. Solo así se explican la prohibición de poder tomar fotografías de manera no oficial dentro de los campos, y la incineración de los miles de cadáveres en los hornos crematorios y en piras funerarias, entre muchas otras disposiciones explícitas. Pese a que las apiladas y usadas latas de Zyklon B, los montones de calzado y de enseres para el aseo personal atestigüen las ejecuciones en masa que tuvieron lugar en las cámaras de gas, tras las innumerables selecciones en la rampa, no deja de ser esencial conocer que cuando el Ejército Rojo logró abrirse paso entre los barracones, ya solo quedaban allí aproximadamente 8.000 prisioneros de los centenares de miles de deportados que habían llegado confinados en los vagones de carga de la empresa nacional alemana de ferrocarriles Deutsche Reichsbahn. No debe olvidarse que, a principios de 1945, las cámaras de gas y los hornos crematorios ubicados en Auschwitz II (Auschwitz-Birkenau), que designaba al campo de exterminio dentro del campo de concentración, ya habían sido desmantelados y el personal evacuado según las órdenes de su último comandante, el SS-Sturmbannführer Richard Baer.
Así, la magnitud del papel que había desempeñado Auschwitz en el genocidio no pudo empezar a ser siquiera vislumbrada por el resto del mundo hasta que tuvieron lugar los primeros juicios a criminales nazis, y muchas de las atrocidades pudieron registrarse a través de los testimonios de testigos, que a su vez estaban implicados, como fue el caso de las declaraciones que el ayudante de Adolf Eichmann, el SS Dieter Wisliceny, hizo en Nuremberg. Además de declarar sobre las deportaciones de la población judía de Eslovaquia y de Grecia, Wisliceny también prestó declaración sobre lo que se conoce por la Ungarn Aktion, parte integrante de la destrucción apresurada de más 450.000 judíos húngaros que llegaron para ser ejecutados durante la primavera y el verano de 1944.
Paradójicamente, al banquero John J. McCloy, consejero y subsecretario de guerra de Estados Unidos, a cargo de establecer las prioridades militares, esta información clave que se pudo conocer públicamente en los juicios en enero de 1946 no le era ajena. Como quedó registrado en su carta del 14 de agosto de 1944, en la que respondía de modo negativo justificando con diversos argumentos, más o menos adecuados, a las peticiones que los aliados habían recibido por parte de las organizaciones judías para detener las matanzas. En estas misivas, se solicitaba que la aviación norteamericana bombardease los emplazamientos de los hornos crematorios, o al menos las líneas de transporte ferroviario, para impedir el acceso de todos los que serían inmediatamente masacrados. El humo que emanaba por las chimeneas era un claro indicio de lo que allí acontecía. En estas peticiones, que iban acompañadas de detallados informes, ya se expresaba una preocupación extrema al conocer los asesinatos en masa que estaban tenido lugar en las cámaras de gas, en las que había días en los que más de 10.000 personas eran aniquiladas.
Y, sin embargo, la fábrica de caucho sintético del gigante empresarial IG Farben, la planta industrial Buna Werke, cuya mano de obra provenía de los prisioneros especializados hacinados en Auschwitz III (Auschwitz-Monowitz), y de la que dependía un conglomerado de más de cuarenta subcampos ubicados en las inmediaciones, sí que fue considerada objetivo militar y bombardeada por vez primera ese mismo mes de agosto de 1944.
Como ha explicado Robert Jan van Pelt, comisario de la exposición itinerante “Auschwitz. No hace mucho, No muy lejos” —que puede verse en Madrid coincidiendo con este aniversario— , la evolución de este campo desde 1941 a 1943 está históricamente ligada con los planes del alto mando de las SS, Heinrich Himmler, y las promesas que obtuvo de los directivos de la IG Farben para lograr un progresivo desarrollo de los asentamientos de colonos nazis en el Este.
Pero fue gracias a las decisiones que se tomaron en la llamada Conferencia de Wannsee en enero de 1942 cuando Himmler consiguió en firme que le fuese concedida la mano de obra esclava de la que la futura industria alemana en la región se sustentaría. Si en 1941, las SS solo alcanzaron conseguir 10.000 prisioneros de guerra soviéticos de los 100.000 prometidos, a través de la colaboración del ejército alemán, a partir de 1942 se nutrió de la multitud de deportados judíos y de otros colectivos. El exterminio planificado no tendría su comienzo en las cámaras de gas, sino en la planificada explotación de mano de obra forzosa hasta la extenuación y la muerte.
El ya casi inescrutable eslogan Arbeit macht frei (“El trabajo conlleva la libertad”) que aún queda en pie para dar la bienvenida en la entrada al campo, y que sirve actualmente de escenario de selfies a los turistas que por allí se acercan, es ahora, a pesar de su mensaje escrito, el testigo carente de voz propia.
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Ocasión inmejorable para reflexionar sobre la Soah, reflexión que nunca debe abandonarse.