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Holocausto
Auschwitz, el espejo sin reflejo
El 27 de enero se conmemora el 73 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por los soldados soviéticos en 1945.
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El 27 de enero se conmemora el 73 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por los soldados soviéticos en 1945. Es una fecha en la que simbólicamente se recuerda en este trágico lugar a todo el conjunto de víctimas del genocidio nazi ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, pues fue en este complejo industrial ubicado en la región de la Alta Silesia, durante la ocupación de Polonia, donde los dirigentes del régimen totalitario pudieron consumar a escala industrial el más mortífero de los mecanismos concebidos dentro del plan de aniquilación sistemática de centenares de miles de seres humanos.
Así, la magnitud del papel que había desempeñado Auschwitz en el genocidio no pudo empezar a ser siquiera vislumbrada por el resto del mundo hasta que tuvieron lugar los primeros juicios a criminales nazis, y muchas de las atrocidades pudieron registrarse a través de los testimonios de testigos, que a su vez estaban implicados, como fue el caso de las declaraciones que el ayudante de Adolf Eichmann, el SS Dieter Wisliceny, hizo en Nuremberg. Además de declarar sobre las deportaciones de la población judía de Eslovaquia y de Grecia, Wisliceny también prestó declaración sobre lo que se conoce por la Ungarn Aktion, parte integrante de la destrucción apresurada de más 450.000 judíos húngaros que llegaron para ser ejecutados durante la primavera y el verano de 1944.
Paradójicamente, al banquero John J. McCloy, consejero y subsecretario de guerra de Estados Unidos, a cargo de establecer las prioridades militares, esta información clave que se pudo conocer públicamente en los juicios en enero de 1946 no le era ajena. Como quedó registrado en su carta del 14 de agosto de 1944, en la que respondía de modo negativo justificando con diversos argumentos, más o menos adecuados, a las peticiones que los aliados habían recibido por parte de las organizaciones judías para detener las matanzas. En estas misivas, se solicitaba que la aviación norteamericana bombardease los emplazamientos de los hornos crematorios, o al menos las líneas de transporte ferroviario, para impedir el acceso de todos los que serían inmediatamente masacrados.
Y, sin embargo, la fábrica de caucho sintético del gigante empresarial IG Farben, la planta industrial Buna Werke, cuya mano de obra provenía de los prisioneros especializados hacinados en Auschwitz III (Auschwitz-Monowitz), y de la que dependía un conglomerado de más de cuarenta subcampos ubicados en las inmediaciones, sí que fue considerada objetivo militar y bombardeada por vez primera ese mismo mes de agosto de 1944.
Como ha explicado Robert Jan van Pelt, comisario de la exposición itinerante “Auschwitz. No hace mucho, No muy lejos” —que puede verse en Madrid coincidiendo con este aniversario— , la evolución de este campo desde 1941 a 1943 está históricamente ligada con los planes del alto mando de las SS, Heinrich Himmler, y las promesas que obtuvo de los directivos de la IG Farben para lograr un progresivo desarrollo de los asentamientos de colonos nazis en el Este.
Pero fue gracias a las decisiones que se tomaron en la llamada Conferencia de Wannsee en enero de 1942 cuando Himmler consiguió en firme que le fuese concedida la mano de obra esclava de la que la futura industria alemana en la región se sustentaría. Si en 1941, las SS solo alcanzaron conseguir 10.000 prisioneros de guerra soviéticos de los 100.000 prometidos, a través de la colaboración del ejército alemán, a partir de 1942 se nutrió de la multitud de deportados judíos y de otros colectivos. El exterminio planificado no tendría su comienzo en las cámaras de gas, sino en la planificada explotación de mano de obra forzosa hasta la extenuación y la muerte.
El ya casi inescrutable eslogan Arbeit macht frei (“El trabajo conlleva la libertad”) que aún queda en pie para dar la bienvenida en la entrada al campo, y que sirve actualmente de escenario de selfies a los turistas que por allí se acercan, es ahora, a pesar de su mensaje escrito, el testigo carente de voz propia.
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