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Huelga feminista
Mi 8M
Las cosas están cambiando y lo he vivido en mis propias carnes; vamos bien, pero queda un largo recorrido y mucha voluntad para que podamos considerarnos un movimiento inclusivo, transversal, horizontal y autodeterminado.
Mirar las calles como nunca las había mirado. La mayor parte de mi vida la he pasado observando las cosas desde una cámara estanca y transparente, "percibiendo claramente la vida pero sin poder tocarla", como decía Pessoa. A las siete y media de la tarde del 8 de marzo de 2018 llovía en Madrid y yo tenía miedo, llevaba una corona de flores en el pelo y los labios pintados de morado, me sostenían la mano con firmeza y con amor, me daban calor, pero yo tenía miedo. El miedo de la mujer barbuda en un circo de fenómenos, el miedo del hombre elefante, el miedo a sentirme sola y apartada otra vez entre la multitud. El miedo a seguir teniendo miedo.
Caminamos por Gran Vía al encuentro de la manifestación, en sentido contrario a la marcha, buscado caras amigas, buscando más manos, más calor, más abrazos, buscando un espacio adecuado para unirnos a la riada sin un criterio claro, como quien busca una corriente cálida que le empuje mar adentro. Quizá ahora, quizá ahí, junto a esas chicas que llevan la cara pintada como una tribu de amazonas del asfalto, muy jóvenes, muy alegres, con la belleza con que la adrenalina y la sobreexcitación tiñe los rostros. O quizá ahí, con esas mujeres mayores que caminan tranquilas y sonrientes. No lo sé. Soy “lo extraño” que describe Adrienne Rich en su poema del 72, la ciudad de repente es una riada que confluye en un remolino de pavor. Y si las aguas me escupen. Y si nunca es suficiente. No tengo respuestas pero no quiero vivir fuera del agua.
Me vuelven a apretar la mano con firmeza, me besan el rostro, me dicen que estoy guapa.
Pasa otro grupo de chicas muy jóvenes. Van cantando, reconozco la proclama, la he oído en cada manifestación feminista a la que he ido, pero esta vez es diferente, han cambiado la versión y algo de calor se me instala en los huesos, me siento un poco menos fuera, me gustaría acercarme para abrazarlas a todas y darles las gracias. Con un esfuerzo mínimo han conseguido sacudirme una buena cantidad de miedo, mujeres a las que doblo en edad, sin darse cuenta, o dándosela, me han guiñado un ojo con claridad y con discreción delante de todo el mundo y sin que nadie perciba el gesto. El agua se las lleva y sigo en la orilla, algo menos asustada, algo más permeable a la descomunal energía que se está moviendo en mi ciudad. Sonrío un poco. Cruzo una mirada cómplice. Quizá esta vez sí.
Transversalidad, horizontalidad, inclusión, autodeterminación de género, abolición del mismo, exclusión, legitimidad: palabras que usamos cada día desde el activismo, conceptos claros que el jueves lo significaban todo y no significaban nada. En aquellas aguas lilas inmensas había sitio para el calor pero también para la soledad y, sobre todo, para las ausencias.
En aquellas aguas lilas inmensas había sitio para el calor pero también para la soledad y, sobre todo, para las ausencias
Nos unimos a la marcha, nos encontramos con otras mujeres, me seguían apretando la mano, me cuidaban, me sonreían. Me vino de golpe una imagen de mi pasado en la que me desmoronaba ante mi psicólogo diciendo que lo único que quería era ser “una de ellas, una de las chicas”, me tragué las lágrimas delante del cine Capitol; mientras, mis compañeras hacían fotos a las pantallas gigantes proyectando los preciosos carteles que el Ayuntamiento de Madrid ha movido estos días anunciando y apoyando la movilización.
Continuamos. Me señalan una bandera que nos queda justo al otro lado de la calle, azul, rosa y blanca, enorme: alguien lleva una bandera trans muy alta sin que parezca suponer más que una adición a la inmensidad morada, nadie trata de bajarla, me invitan a acercarme, rehúso, no quiero moverme demasiado, no quiero tocar nada, la creciente felicidad en la que me encuentro parece tan frágil que apenas me atrevo a susurrar, gesticular o cambiar el paso para que no se desmorone. Pero la bandera sigue ahí, como una estrella polar, marcando el camino correcto.
A partir de ahí y hasta el final, una nebulosa cálida, luces y lluvia, alegría real, una que no había sentido jamás en un evento así. Me acordaba de todas mis hermanas trans que se habían quedado en casa como yo hice el año pasado, asustadas, decepcionadas o enfadadas contra un movimiento que todavía no acaba de abrazarnos a pesar de que nosotras tenemos los brazos doloridos de tanto extenderlos hacia él. Me acordaba de las Afroféminas, mujeres negras que no sentían aquello como suyo y que también decidieron no participar. Me acordaba de todas las que habitamos los márgenes, las que tenemos que justificar cada día la legitimidad de nuestras vidas con un torrente de información y datos como si nuestra existencia fuera sospechosa, peligrosa o una ruptura de la estética morada y blanca. La ética es estética y en este caso todavía monocroma.
Mi experiencia, por maravillosa que fuera, no está completa mientras alguna de nosotras siga sintiéndose la mujer barbuda
Quiero escribir algo hermoso, participar de la emoción, del hecho histórico, aplaudir esa demostración de fuerza y determinación que hemos exhibido, pero todavía no puedo; mi experiencia, por maravillosa que fuera, no está completa mientras alguna de nosotras siga sintiéndose la mujer barbuda en el circo de los fenómenos, el hombre elefante, el enemigo o la curiosidad antropológica. No quiero dejarme llevar por esa marea mientras una sola mujer sienta que la calle no le pertenece o que sobra en esa comunión femenina. Porque mi felicidad y mi sensación de pertenencia fueron frágiles y todavía lo son, porque dependen de la empatía de las mujeres que me rodean. Porque ninguna mujer trans, mujer racializada, trabajadora sexual, ninguna persona no binaria, mujer con diversidad funcional o neurodivergente, lee nunca una parte del manifiesto. Porque los abrazos no se escatiman, o se dan completos o no se dan. Y, para terminar, lo que me sigue apartando de ser “una de las chicas” es querer tomar una cerveza después de la manifestación y tener un saldo de 3,63 euros en el banco que me recuerda que la exclusión laboral de las mías es una realidad palmaria y dolorosa que nos niega la emancipación, el principio fundacional del feminismo.
Las cosas están cambiando y lo he vivido en mis propias carnes; vamos bien, pero queda un largo recorrido y mucha voluntad para que podamos considerarnos un movimiento inclusivo, transversal, horizontal, autodeterminado, todas esas palabras que usamos cada día en el activismo y que significan una sola cosa: humano.
Eppur si muove.
of the street to the river
walking the rivers of the avenues
feeling the shudder of the caves beneath the asphalt
watching the lights turn on in the towers
walking as I’ve walked before
like a man, like a woman, in the city
my visionary anger cleansing my sight
and the detailed perceptions of mercy
flowering from that anger.
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!Maravilloso! Una gran mujer! No tengas miedo, únete y sienteté orgullosa.
Gracias, porque al hablar de la soledad has provocado que escriba, cosa que hacia tiempo que no podía hacer debido a mi poca salud
Me levante de la cama para asistir a la mani, el esfuerzo fue terrible pero quería que mi colectivo de enferm@s no fuera invisible en un día tan importante para l@s mujeres, mayoría en este colectivo, me enfunde la mascarilla sin la cual no puedo salir por padecer Sensibilidad química múltiple (SQM), electrohipersensibilidad (ehs), fibromialgia (fm), síndrome de fatiga/encefalomielitis miálgica (SFC/EM), toda ellas enfermedades medioambientales y políticamente incorrectas, silenciadas en los medios sistemáticamente.
Como mujer activista, feminista, pensionista, enferma crónica.... tenia que estar ahí, acompañada por una amiga y mi bastón, aparque el coche en Jacinto Benavente y bajamos hacia Neptuno, parando varias veces porque la fatiga obligaba, una vez allí sentí la soledad y al mismo tiempo la emoción, me vino una consigna de mi colectivo que dice, vamos más despacio porque vamos lejos.
La revolución será feminista o no sera, totalmente de acuerdo peo será con viej@s, enferm@s, envali@s, dependientes..... porque sino faltara una parte importante.
Las abuelas del 53, mi generación luchamos con uñas y dientes, seguimos luchando por las futuras generaciones.
He revisado algunas publicaciones, espero que sea de interés leer alguno para saber de lo que hablo y saber la situación que vivimos a diario, ahí lo dejo:
http://2014.kaosenlared.net/component/k2/item/79239-el-holocausto-sumergido-contra-los-enfermos-invisibles.html, http://2014.kaosenlared.net/component/k2/item/53912-sanidad-publica-y-desverg%C3%BCenza.html, http://2014.kaosenlared.net/component/k2/100902-las-enfermedades-antisistema, http://2014.kaosenlared.net/component/k2/100902-las-enfermedades-antisistema
Salud
Maravilloso texto, Alana. E imprescindible testimonio. ¡Gracias!
Las únicas discriminaciones por razón de sexo son la ley del divorcio y la de violencia de genero y son contra los hombres una vergüenza.
Hola, lo que acaba de hacer se llama falacia non séquitur. Si quería hablar de su libro tenía otros sitios.
Magnífico. La fuerza de tus palabras, tan cargadas, es increíblemente conmovedora. Gracias.
Maravilloso texto. Maravillosa Alana. Gracias por tanto. El camino es largo y queda mucho por hacer, pero lo haremos juntas, como hermanas que somos. No te quepa duda.
Yo no soy una mujer trans; ni una mujer negra, ni una mujer gitana... Pero, si hay algo que empaña la alegría y el orgullo de estos días es, precisamente, que no aún estamos todas. Y hablábamos en twitter de que las feministas blancas,cis... debemos dar ahora el paso atrás ante quienes no se han sentido interpeladas o integradas por completo en todo esto. El paso atrás que les pedimos a los hombres, privilegiados. Ese que hace falta para escuchar. Seguimos, y gracias por estar allí el jueves aportando calorcito <3