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Independencia de Catalunya
Un año
En el primer aniversario del referéndum del 1 de octubre, el mayor acto de desobediencia civil vivido en los últimos tiempos, seguimos sin propuestas valientes. Y sin valentía, señoras y señores, esto no se soluciona.
Un año.
Un año del 'A por ellos'.
Un año del Votarem.
Un año de una pretendida democracia persiguiendo unas pretendidas urnas ante un pretendidamente inexistente referéndum.
Un año de esa lección de dignidad.
De uno de los más significativos actos de desobediencia civil masiva de los últimos tiempos.
Un año de que la gente, una vez más esa gente, mostrara el camino. Y fuera más allá de toda institución.
Un Govern convocó un referéndum, pero lo abandonó a su suerte. Y fue la gente, su gente, quien lo defendió. Quien puso el cuerpo y toda la inteligencia. El referéndum, aparentemente desarmado por el envite del Estado, renació ante su único capital. Su gente, su voluntad de ser.
El relato popular de cómo aquello se gestó es algo que difícilmente se borrará de la mente de quienes tomaron parte en ello. De las estrategias de resistencia. De urnas escondidas en lugares impensables. De esos 'pasteles' que no salían de ninguna pastelería. Que llegaban de no se sabe donde de parte de hombres de negro y se escondían en tiendas, garajes o las buhardillas de las casas. Luego apareciendo entre emocionantes vítores en el momento clave. De esos votantes que, ante la irrupción de la benemérita, simularon estar jugando al dominó. O de aquellos que se pusieron a cantar simulando una misa mientras se contaban las papeletas y así distraer toda intervención policial. Las historias son miles, la memoria, grabada a fuego.
La lección de la gente, magistral. Dignidad con mayúsculas. Desobediencia grabada a fuego. El desafío más firme al régimen del 78 nunca visto. En riguroso directo, y lejos de pasillos y excusados de restaurante.
Aquellos que deberían ver la grieta en el cacareado régimen del 78, sacan su bandera para criticar la otra y así conseguir apuntalarlo en práctico silencio
Un año de los piolines.
Un año de los porrazos impotentes de aquellos que se habían vistos superados. Siguen sin haber supurado. Y la ruptura simbólica y emocional con el Estado, ahí está. Y el Estado, en esa impotencia, regaló en bandeja al referéndum toda legitimidad. Porque ese era el curioso retrato de la democracia en España. Ante todo el mundo, una democracia aporreando una urna. La ley como cárcel. Las urnas como akelarre.
Hacen cosas
Y Rajoy, el único día en que realmente no debía hacer nada, pues eligió actuar. Y pasó del un plato es un plato a lamentarse que “una urna, una porra; hemos perdido la batalla”. Sí señor, tenía usted razón. Los catalanes, al fin y al cabo, pues hacen cosas.
Y dos días más tarde otro que se empecinó en trabajar quizás el día más innecesario, pues fue el rey Felipe. Y se sacó una oda al régimen del 78 que todavía retumba en las hemerotecas.
Algunos, sin embargo, parece que todavía no tienen claro lo que pasó. Ya no hablo del ridículo de Dastis negando lo innegable ante la prensa mundial. Hablo de Pérez de los Cobos, máximo responsable de aquel operativo policial, que no sabe si hubo o no cargas ese día según se lo cuente al Supremo o a la Audiencia Nacional.
Donde dije digo digo Diego uno de octubre voy uno de octubre vengo.
El Estado sigue estando ciego. Sin referéndum ni república, la represión es lo único que cohesiona el independentismo
Pérez de los Cobos, ese garante de la democracia en España. Ese paladín contra el golpe de Estado en Catalunya que, qué cosas, el 23F se había plantado de falangista en la caserna de Iecla para lo que haga falta, ar.
Un año también ya de la resaca.
Porque lo que vino luego fue una tremenda resaca. Con una sociedad todavía en shock, una sucesión vertiginosa de acontecimientos que solo llevó a la impresionante y tremenda descapitalización de todo eso. Con el trasfondo del choque de un diálogo de sordos entre Barcelona y Madrid. Se esperaba un choque de trenes y, tras el estruendo del primero de octubre, apenas tuvimos unos petardos de feria saliendo defectuosos.
Actuando vamos por delante de nuestro conocimiento, decía Benjamin.
Pueblo sin Govern
El referéndum lo sostuvo un pueblo sin Govern para luego encomendarse a unos políticos que, en lo esencial, no habían ni sido capaces de garantizarlo por sí mismos. Y el tiempo demostró que ni organizarlo ni tampoco ejecutar sus resultados. Seguramente les superó todo. Ante la pared inexpresiva de Rajoy en Moncloa, desaprovechando cualquier oportunidad para hacer política, en el otro lado, incompetencia. O ingenuidad y pardillismo. Luego todo fueron sorpresas. La era de la mediocridad en estado puro.
Pero esa resaca todavía nos dura.
El primer aniversario llega tras otra resaca. La de los altercados del pasado sábado. Y los choques de manifestantes independentistas con unos Mossos protegiendo una manifestación de polis. Esa manifestación por la equiparación salarial entre policías reconvertida en provocador homenaje a los funcionarios que el primero de octubre se dedicaron a moler sus vecinos a palos. Por querer poner papelitos en una caja. Una manifestación que hasta los cuatro principales sindicatos policiales (SUP, CEP, UFP y SPP) denunciaron como inoportuna. Y unos picoletos disfrazados de William Wallace lanzando gritos por la Via Laietana ante la estupefacción del personal. Curioso que unos policías que defienden la unidad de España se disfracen de un independentista escocés. O al portavoz de Vox, protegido por un cordón de Mossos gritando por la disolución de los mismos.
Pero ante la provocación, miles de independentistas volvieron a exigir dignidad. Y llenaron Sant Jaume y aledaños para evitar el ignominioso homenaje a la barbarie. A la muerte de la política.
Y un año después los aplausos indepes a los entonces intocables Mossos han mutado.
Los poli-cromáticos polvillos encima de los uniformes de los Mossos son una plástica imagen de lo que sucede hoy. Tras el verano del monocolor amarillo indepe, han llegado los chavales de Arran a exigir más policromía. Si esto va de ensanchar las bases, que no nos sigan tomando el pelo. Si esto va de construir república, que alguien lo demuestre.
Indignación
¿Somos república, protorepública o una comunidad autónoma sumisa? Y ese es el cuadro que pintaron los polvos holi de los chavales de Arran. No se me despisten ustedes con tanto amarillo.
Y la indignación ante un Govern que se percibe como inoperante crece. Que habla de República pero ejecuta autonomismo. Que consolida el derrotismo mientras vende épica. Que habla de leyes sociales pero mantiene el Parlament parado. Que publicita liebres pero vende gatos.
La desafección con la clase política se extiende. La herida, todavía supura. Y nadie quiere desprenderse del capital emocional que ese día dejó en la gente de este trozo de planeta. El primero de octubre supuso una fractura irreconciliable de una población con su Estado. El independentismo corre hoy el riesgo de que esa fractura se extienda a toda la clase política.
Seguimos sin propuestas valientes. Y sin valentía, señoras y señores, esto no se soluciona.
Por cierto, la última ley catalana anulada por el Constitucional llegó justo esta semana, por eso de no perder las tradiciones. Es la de las asociaciones canábicas. Y eso que un buen porrico nos ayudaría a todos bastante, la verdad.
La Generalitat está ahora presidida por un insulso presidente sin discurso ni carisma. El otro día, tras cuatro meses en el cargo, presentó su programa de gobierno. Cuatro meses después. Y con el mismo discurso etéreo e inconcreto de los últimos meses. Y mientras vende un proceso constituyente, negocia con un Sánchez que a lo sumo ofrece un Estatut de rebajas. Como si no lo hubiéramos probado ya. Y como unos y otros van faltos de oxígeno, se hacen los remolones simulando diálogos de sordos que ambos saben que difícilmente irán a ninguna parte. Ni pueden ni seguramente quieren que así sea.
Estado ciego
El liderazgo político del independentismo está huérfano. Cierto. Y no es porque unos estén en la cárcel y otros con los pies en polvorosa. Ese ha sido el único flotador electoral que ha mantenido a algunos a flote. Porque en eso el Estado sigue siendo también ciego. Sin referéndum ni república, la represión es lo único que cohesiona el independentismo. Con los responsables del referéndum aún en sus poltronas nada parece indicar que las cosas hubieran marchado demasiado distintas, la verdad. Ni siquiera que se hubiera concretado eso del construir República.
El problema, por eso, es el tremendo eco que se devuelve en el Congreso. Doloroso en algunos escaños, la verdad. Un silencio, que, tristemente, no hace más que confirmar la ruptura entre estas dos realidades. Aquellos que deberían ver la grieta en el cacareado régimen del 78, sacan su bandera para criticar la otra y así conseguir apuntalarlo en práctico silencio. Seguimos sin propuestas valientes. Y sin valentía, señoras y señores, esto no se soluciona. Esto no es 78 o plomo, por mucho chantaje mafioso del comisario Villarejo.
De eso también hace un año.
Un año de un apabullante silencio.
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Pues la verdad, al haber apoyado a los antiguos convergentes, lo único que se han conseguido los independentistas, es que el proyecto de República Catalana lo lideren ellos, y que esta sea un nuevo régimen del 78.
Conmigo que no cuenten.
https://borrokagaraia.wordpress.com/2018/10/02/1-o-catalunya-la-lucha-y-la-desobediencia-son-el-unico-camino/
Torra, como Arzalkus (PNV) respecto a ETA, está deseando que los CDR se conviertan en brazo armado del independentismo catalán para decir aquello de: "agitar el árbol, que nosotros recogeremos las nueces", para mayor gloria de la oligarquía.