27 oct 2017 14:38

En 1999, el escritor sueco Sven Lindqvist citaba en su Historia de los bombardeos a un coronel que diferenciaba entre las “pequeñas guerras” de tipo colonial y las guerras entre Estados reconocidos como iguales: “La principal diferencia entre la pequeña guerra y la guerra regular reside en que, en la primera, la derrota de los ejércitos enemigos —incluso cuando estos existen— no suele ser el objetivo principal, puesto que el efecto moral es a menudo mucho más importante que el material. Además, en ocasiones la guerra pequeña tiene como único fin sembrar el caos en el territorio enemigo, algo que no está sancionado por las leyes de guerra”.

Ha sido una táctica y un aviso. Una táctica con la que el PP se sacude el peso de la corrupción en plena recta final del caso Gürtel

Ese clima de guerra pequeña favorecido por el Gobierno y los principales partidos y medios de comunicación españoles no ha sido un efecto colateral de la ruptura planteada por Catalunya. Ha sido una táctica y un aviso. Una táctica con la que el PP se sacude el peso de la corrupción en plena recta final del caso Gürtel. Un aviso de lo que viene en toda Europa: la democracia autoritaria. En la que no se reconoce la existencia de otra legitimidad distinta a la impuesta por un estado de las cosas y se persigue al “otro”, al enemigo interior, a quien no comulga con una legalidad que, en lugar de ayudar en el día a día de la gente, pesa como una losa sobre cualquier posibilidad de cambio real.

El “mandato democrático” salido del referéndum del 1 de octubre ha sido un mantra para ERC y las CUP, pero la situación de emergencia en Catalunya no ha permitido hacer una lectura unívoca de ese mandato. Con toda la legitimidad que ha aportado el 1-O, lo cierto es que su significado tiene que ser desarrollado con más tiempo por el pueblo catalán. Ese tiempo, tal vez, se hubiera abierto sin la presión de un Gobierno, de todo un régimen, dispuesto a utilizar las demandas de Catalunya como palanca para una modificación de las bases de la convivencia que solo comenzaremos a comprender en los próximos años.

Las últimas semanas han supuesto, antes que nada, un desastre para Catalunya y España, ya que transformarán las relaciones entre sus pueblos

El anuncio de aplicación del 155 por parte de Rajoy, el pressing económico por parte de las empresas y otros actores, unidos al ‘efecto Piolín’ de miles de policías y guardias civiles apostados en el puerto de Barcelona a la espera de no se sabe qué acontecimiento, han sido síntomas de que el Gobierno estaba dispuesto a provocar esa “guerra pequeña” en Catalunya.

Las últimas semanas han supuesto, antes que nada, un desastre para Catalunya y España, ya que transformarán las relaciones entre sus pueblos y ya han introducido un factor de odio difícil de revertir.

El efecto moral del castigo, como también señaló Lindqvist, no tarda en regresar al Estado que impone su ley sobre el territorio enemigo. Confiemos, para tratar de disimular esta sensación de desesperanza, en que nunca haya estado peor traída la metáfora bélica para tratar el conflicto político que marcará la próxima década.

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