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Alimentación
Adrià Voltes: “Hacia la transición proteica”
¿Los pulpos usan herramientas? ¿Sufren los terneros cuando los separan de sus madres? ¿Sienten dolor las truchas? Hablamos con el experto en neurobiología Adrià Voltes sobre la capacidad de sentir de los animales y si de esta capacidad se deriva una responsabilidad de los humanos hacia el resto de seres con los que compartimos el planeta.
Adrià Voltes es Doctor en Biomedicina y se dedica a la comunicación científica sobre las vidas emocionales y cognitivas que tienen los animales. Miembro del grupo de Estudios de Etnozoología Antropología de la Vida Animal y del equipo científico de la Fundación Franz Weber, su divulgación tiene una peculiaridad; no solo cuenta datos curiosos, como por ejemplo, que los peces y los pulpos también usan herramientas, sino que vincula esta información a las responsabilidades éticas y políticas que conllevan para los humanos estas capacidades que tienen los otros animales.
En su última charla, ubicada en la campaña #PorComerAnimales de la Fundación Franz Weber, habló sobre la sintiencia animal y destacó “la necesidad de dar el paso hacia una transición proteica”. Rescatamos estos y otros temas en esta entrevista con Voltes.
Tanto en tu cuenta de twitter como en algunas de las charlas que te he visto impartir, sueles hablar de que los otros animales también la capacidad de sentir y de aprender. Cuando hablas de las vidas emocionales y cognitivas de los animales utilizas mucho un concepto: la “sintiencia”. ¿Nos puedes explicar qué es, y por qué es importante?
La sintiencia es la capacidad de tener experiencias positivas y negativas, dicho de otro modo, consiste en la capacidad de experimentar afectos de manera subjetiva. El conjunto de estas experiencias condiciona el estado de bienestar del individuo sintiente en cuestión, por este motivo, las vidas de estos individuos pueden ir bien o mal, pueden ser beneficiadas o perjudicadas. En consecuencia, se considera que la sintiencia es el criterio que debería prevalecer en materia de consideración moral.
El reconocimiento formal de algunos grupos de animales como sintientes se encuentra hoy bastante extendido, los datos indican que es probable que todos los vertebrados lo sean y que es posible que diversos grupos de invertebrados también.
Se suele argumentar que los seres humanos sentimos y sufrimos “más” por esa capacidad de raciocinio que supuestamente tenemos en exclusiva… ¿Qué opinas de esta comparación? ¿Sentimos “más” o “mejor” que otros animales?No necesariamente, es cierto que en determinados casos una mayor capacidad de raciocinio puede llevarnos a sufrir más, como por ejemplo la angustia asociada a la incertidumbre del futuro. Ahora bien, esta capacidad también nos puede permitir relativizar y gestionar retos del entorno y por tanto amortiguar el impacto emocional.
En cualquier caso, es imprescindible tener en cuenta el contexto y las características específicas de especie. Por ejemplo, la neurocientífica Lori Marino propone que las especies con mayor capacidad cognitiva, mayor nivel de autoconsciencia, que ocupan territorios más extensos y que presenten una mayor complejidad social son las que sufren en mayor grado el encierro en los zoológicos. Ahora bien, la misma autora afirma que esto no significa que los individuos sintientes que caigan fuera de esta clasificación no vean su bienestar comprometido como consecuencia de la cautividad y las prácticas de manejo en estos centros. Tampoco debemos olvidar que nuestra capacidad para identificar motivaciones y problemas de bienestar sigue siendo muy limitada, especialmente para aquellos grupos de animales que históricamente hemos considerado menos complejos, como peces y reptiles.
Hablemos de la situación actual con la pandemia por covid-19. ¿Qué tipo de reflexiones consideras que toca hacer ante esta crisis?
Estamos hablando demasiado poco del origen de esta y otras pandemias que han sucedido a lo largo de la historia y ese es precisamente uno de los objetivos principales de la campaña #PorComerAnimales de la Fundación Franz Weber. Todos los factores de riesgo asociados a la emergencia de enfermedades zoonóticas guardan relación directa o indirecta con la explotación de animales tanto salvajes como domesticados. Por lo que cuestionar nuestra relación con los otros animales no puede quedar fuera de cualquier análisis que queramos realizar en torno al origen de la situación actual.
Más allá del relato “hay que dejar de consumir animales porque esto se vuelve contra los humanos”, ¿tu propuesta sería “hay que dejar de consumir animales porque les estamos haciendo daño y ellos lo sienten”?
Hoy tenemos más claro que nunca que consumir animales puede comprometer el bienestar y la salud de los seres humanos a escala global, lo que no es un motivo menor para cuestionar ciertas prácticas y marcos mentales. Ahora bien, si no queremos realizar esta reflexión a espaldas de la ciencia y de la ética, debemos considerar a los otros animales como individuos con subjetividades cuyos intereses debemos tener en cuenta en nuestros procesos de toma de decisiones. La sola existencia de una disciplina que recibe el nombre de ciencia del bienestar animal nos indica que algo les está pasando a los otros animales allí donde el ser humano quiere sacar provecho de ellos.
En estos días, en los que no podemos salir a la calle con libertad, puede ser fácil intentar comparar nuestro confinamiento con el encierro que viven toda su vida los animales a los que utilizamos para nuestros propósitos (ya sea para alimentación o para otras cuestiones). ¿Qué piensas tú de esta comparación?
Las restricciones en nuestra capacidad de elección, por ejemplo, pueden tener un impacto sobre nuestro bienestar, lo que también ha sido observado en osos polares y pandas confinados en zoológicos (Owen et al., 2005; Ross, 2006). Pero creo que con las comparaciones corremos el riesgo de quedarnos cortas: en la industria porcina las cerdas son confinadas en jaulas de maternidad que impiden su movilidad y el desarrollo de cualquier comportamiento.
Las evidencias científicas sobre el sufrimiento de los otros animales suelen ser presentadas desde la legitimidad de su explotación. Es decir, la comunidad científica tiende a confundir la capacidad de arrojar datos con la capacidad o legitimidad de decidir qué hacer con ellos. Nos encontramos, por tanto, ante la necesidad de poner estas evidencias al servicio de los más vulnerables, una tarea que pasa por un trabajo de documentación, contextualización política y comunicación. En este sentido, y aunque esto no te lo cuenten en la asignatura de bioética en la facultad, existe un amplio margen de aportación por parte de las personas que procedemos del ámbito de las biociencias o de la veterinaria y que nos preocupa y ocupa la situación de los otros animales.
¿Cómo se vulneran los intereses de los otros animales en el contexto ganadero, en general? ¿Te parece más apropiado hablar de “interés” que de “bienestar animal”? ¿Podrías desarrollar un poco esto?
Un individuo sintiente tiene intereses sobre su bienestar. Quizá valga la pena recordar que no estamos hablando necesariamente de un interés alcanzado a través de un proceso de reflexión o introspección. La experiencia negativa del dolor, por ejemplo, no requiere de la presencia de una narración interna (los bebés de la especie humana sin ir más lejos).
En términos generales, en el contexto ganadero (incluyendo la acuicultura), se puede comprometer el bienestar de los animales a través de intervenciones físicas sobre los individuos como las mutilaciones o a través del malestar físico y emocional por las prácticas de manejo y estabulado. Más allá de la puerta de la granja y en el proceso hasta la muerte, encontramos el estrés, el miedo, el dolor o la privación de experiencias positivas en el transporte, los métodos de sacrificio y el propio hecho de privarlos de sus vidas. En relación a la pesca, la manera en que los individuos son perjudicado dependerá del sistema utilizado: aplastados por miles de otros individuos, barotrauma, asfixia o eviscerados vivos, entre otros.
Te hemos escuchado hablar concretamente de los cerdos. En España se crían muchos cerdos para su consumo. ¿Puedes explicarnos las diferentes problemáticas que detectas? ¿Por qué debería importarnos?
La caudofagia es un comportamiento que se da en la industria porcina y que consiste en que los cerdos se muerden las colas entre ellos. Este comportamiento resulta de la combinación de diferentes factores que incluyen la frustración del comportamiento de exploración, dinámicas sociales aberrantes o la incomodidad térmica. Se pueden dar brotes de este comportamiento aunque se intenten controlar todos los factores ambientales. Como medida de prevención, la industria recorre al corte de colas, lo que se puede hacer sin anestesia si se realiza antes de los siete días de vida.
Esto significa que para reducir el riesgo de un problema de bienestar se recurre a otro problema de bienestar, lo que revela bastante sobre el discurso de bienestar animal de la industria. El corte de colas es doloroso y puede tener un impacto sobre el comportamiento de los individuo (chillidos y espasmos) que puede durar al menos cinco horas después del procedimiento (Herskin, Giminiani y Thodberg, 2016).
También comentas el tema de la selección genética de los pollos y de su consumo de fármacos para su dolor por la cojera...
La prevalencia de cojera en pollos criados por su carne oscila aproximadamente entre el 15% y el 50% y se considera que esta condición es consecuencia de la selección genética para una tasa de crecimiento elevada. Un estudio publicado en el año 2000 demostró que esta cojera puede ser dolorosa (Danbury et al., 2000). Los individuos cojos, a diferencia de los sanos, desarrollaban una preferencia por consumir alimento que contenía analgésico, lo que sugiere que experimentaban el efecto positivo del calmante del dolor y que, por tanto, las lesiones en las patas son dolorosas.
Experimentos similares han demostrado que gallinas con lesiones óseas muy prevalentes en la industria del huevo experimentan dolor. Por ejemplo, las gallinas que habían tenido fracturas en la quilla, a diferencia de las gallinas sanas, desarrollaban preferencia por ocupar un espacio en el que habían recibido analgésico, sugiriendo que asociaban dicho espacio al efecto positivo del calmante (Nasr et al., 2013).
Hablas de los terneros también y de cómo les impacta que les separen de sus madres…
Por motivos económicos y de control sobre las crías, los terneros son separados de la madre poco después de nacer, posteriormente en la mayoría de las explotaciones las crías son estabuladas en pequeños espacios individuales. Hoy no hay duda de que esta separación tiene un impacto emocional para los individuos implicados. Por ejemplo, los terneros pueden volverse pesimistas durante cierto periodo de tiempo tras la separación (Daros et al., 2014).
Además, resulta evidente que la individualización de mamíferos sociales tiene consecuencias negativas importantes. Los datos indican que los terneros presentan una motivación elevada por acceder a contacto social completo (Holm, Jensen y Jeppesen, 2002). Por otro lado, tanto en animales humanos como no humanos, existe una relación entre el juego y el bienestar (Held y Špinka, 2011; Ahloy-Dallaire, Espinosa y Mason, 2018). Un estudio reciente en terneros ha demostrado que el encierro y el aislamiento pueden generar una acumulación de las ganas de jugar (Bertelsen y Jensen, 2019), lo que sugiere que presentan una motivación por realizar este comportamiento y que coartarlo, como sucede en la industria ganadera, significa comprometer su bienestar.
Cada vez hay más pruebas de que los peces también sienten dolor, aunque parece que nos cuesta creerlo...
Hoy los datos sobre la capacidad de sentir dolor en peces son al menos tan claros como lo son para el resto de vertebrados (Sneddon, 2019; Brown y Dorey, 2019). Una de las aproximaciones experimentales a esta cuestión consiste en analizar cómo un estímulo potencialmente doloroso puede interferir sobre el comportamiento de los individuos. Algunos de los comportamientos que se ven afectados como consecuencia del dolor son los niveles de actividad y de búsqueda de alimento.
En esta línea, inyectaron un ácido en los labios de un grupo de truchas y analizaron el tiempo que tardaban en volver a interesarse por buscar comida en comparación a otro grupo de truchas a las que se les había inyectado una sustancia inocua. Vieron que el grupo inyectado con ácido tardaba más del doble en recuperar el comportamiento de búsqueda de alimento, sugiriendo que dicha sustancia podría estar generando una experiencia dolorosa que estaba interfiriendo con esta motivación (Sneddon, Braithwaite y Gentle, 2003).
Vemos, a través de tus publicaciones, que los pulpos son unos animales muy especiales, con unas capacidades que no nos esperamos... ¿Sienten, también, lo que se les hace? ¿Pueden razonar?
Pulpos y otros cefalópodos pueden presentar capacidades como la resolución de problemas, el razonamiento causal, el aprendizaje en múltiples contextos y la motivación por la exploración y la adquisición proactiva de información (Mather y Dickel, 2017; Mather, 2019).
Independientemente de la complejidad de su comportamiento, algunos datos indican la posibilidad de que sean sintientes. Por ejemplo, los pulpos pueden aprender en base a recompensas (Gutnick et al., 2011) o reaccionan de manera diferente ante distintos humanos en función de si la relación que establecen con ellos se basa en recompensas o estímulos negativos (Anderson et al., 2010).
A pesar de tener estos datos sobre la mesa, quiero recordar que España es pionera en investigación para la cría de pulpos en piscifactoría, un proyecto que ha generado un fuerte rechazo desde la academia y otros sectores (Jacquet, Franks, Godfrey-Smith y Sánchez-Suárez, 2019; Jacquet, Franks y Godfrey-Smith, 2019; King y Marino, 2019).
¿Cuáles son las conclusiones que se derivan de todo este conocimiento científico? Hablas de “necesidad de transición proteica”, ¿puedes explicar qué tienes en mente cuando hablas de este cambio?
El actual sistema agroalimentario ha fallado en múltiples frentes: justicia alimentaria, consideración de los derechos de los animales, gasto público, crisis de biodiversidad, seguridad alimentaria, impactos ambientales en materia de agua, suelo y cambio climático, entre otros. La idea de transición proteica es una idea homóloga a las propuestas de transición ecológica o transición energética que ya tenemos más integradas. En este caso, nos referimos a la necesidad de sustituir los alimentos de origen animal por los de origen vegetal.
Esto requiere de la construcción de una alternativa al modelo actual, un nuevo pacto social sobre alimentación entre sector privado, sector público y sociedad civil, en el que los primeros pasos incluyen el fomento de los emprendimientos alimentarios basados en vegetales y el desmantelamiento de la industria ganadera, la pesca industrial y el tráfico de animales silvestres.
Esta primera etapa contiene el potencial de evitar millones de vidas de sufrimiento. Ahora bien, seguiría dejando algunas expresiones de explotación animal, como la ecológica o la extensiva. Muchas coincidiremos en que lo deseable es llegar a un punto en que estas expresiones también desaparezcan, pero mientras tanto tenemos un camino bastante largo por recorrer. Aquí debemos añadir la lectura de que esta transición también nos ofrece la posibilidad de mantener en el debate público las evidencias en relación a la capacidad sintiente de los otros animales y la consecuencia de tener que considerar y proteger sus intereses.