We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Antiespecismo
Niveles de compromiso
A estas alturas, algunos tenemos claro que lo mejor que podemos hacer a partir de ahora es renunciar al egoísmo y a la hipocresía. Hace demasiado tiempo que nos dejamos caer en la comodidad de pensar en uno mismo sin preocuparnos de los demás. Sobrevaloramos la individualidad y la libertad.
Hasta el inicio de esta pandemia estaba bien visto que cada uno fuese a lo suyo e hiciese lo que quisiera sin más. Ahora, la necesidad de llevar mascarillas ha dejado claro que hay personas a quienes no les importa el prójimo ni el bien común, o simplemente son capaces de justificar una actitud egoísta creyendo mentiras y disparates. Sin embargo, nos guste o no, la situación crítica por la que pasamos nos obliga a remar en una misma dirección si no queremos hundirnos todos y esto implica hacer sacrificios y aceptar cierto nivel de compromiso.
Idealmente, todos queremos ser libres y tal vez creamos serlo cuando hacemos lo que queremos, pero es el momento de aceptar que no somos y nunca seremos independientes. Queramos o no, dependemos de un ecosistema, de recursos, de estructuras, de culturas, de políticas, de industrias y de un sistema económico global que compartimos. Sin mencionar las relaciones y vínculos que establecemos con otros seres, que nos demuestran lo mucho que necesitamos amor, comprensión, complicidad, ayuda y diferentes perspectivas para mantener nuestras mentes sanas.
No hay escapatoria, todos vivimos en un mismo mundo, no hay otro. El reinicio de actividad tras un parón histórico exige que seamos responsables de nuestros actos para dejar de destruirlo. Desde el año 2017 existe el concepto “Una salud” para referirse a una serie de medidas tomadas en todos los ámbitos a nivel local, nacional y global que pretenden garantizar una buena salud para los humanos, para el planeta y para los demás seres vivos.
En este artículo de Núria Jar publicado en la web de la Agencia SINC (Servicio de Información y Noticias Científicas) se explica todo lo que implica tener en cuenta tres objetivos comunes de cara al futuro de nuestro sistema de vida: la salud humana, la salud ambiental y la salud del resto de animales. La interacción y conexión entre los tres sujetos es innegable y tomar decisiones en base a ello da resultados que pueden beneficiarnos a todos.
La idea se parece mucho a la nueva campaña “One Planet, One Right” que reivindica el derecho de los humanos a vivir en un planeta sano. Se están recogiendo firmas para presentarlas en la próxima asamblea de las Naciones Unidas y pedir que se incluya este derecho en la Declaración de Derechos humanos. Se explican algunos detalles de esta iniciativa en este artículo de El Salto.
También se está debatiendo el llamado “Green New Deal”, que pretende hacer evolucionar el capitalismo hacia una economía basada en industrias y negocios ecológicos o respetuosos con el medio ambiente. Al margen de esta propuesta encontramos un artículo reciente de Miguel Díaz-Carro que va un paso más allá; Green New Deal: del capitalismo verde al cambio de sistema donde contempla el decrecimiento económico como única medida inmediata para evitar el desastre ecológico hacia el que nos dirigimos.
Sin embargo, estos enfoques hablan de salud, no de bienestar, ni de derecho a ejercer tu voluntad. Me parece que es un gran paso hacia un mismo objetivo: vivir en un planeta sano. Pero no acabamos de profundizar en el tema. Deberíamos decir en voz alta lo que es realmente importante: evitar el sufrimiento de todos los seres vivos y de su hábitat. Creo que las medidas que se propongan para cuidar el planeta deben cuestionar todos los sectores que son responsables de maltratarlo; en especial el sistema alimentario, que además de contaminarlo, se basa en la tortura de algunos animales.
Me indigna que se use el término “humanos” y el término “animales” para designar dos grupos de seres. Podemos empeñarnos en diferenciarnos, pero todos somos animales. Es como decir “los mamíferos” y “los humanos”. Somos mamíferos humanos y todos somos animales. Es este empeño por diferenciarnos del resto de animales lo que nos está destruyendo. ¿Por qué tenemos miedo de compararnos con otras especies de seres vivos? Solo hay que mirar a un perro, a un gato, a una vaca o a un caballo para darse cuenta de que somos diferentes, pero tenemos la misma curiosidad por el mundo y las mismas ganas de vivir en paz. Nadie vive deseando sufrir. La diferencia no nos resta ni suma valor o dignidad.
Por otro lado, me gusta creer que nadie actúa para hacer sufrir a alguien ni disfruta causando daño a los demás. Pero me equivoco. En los últimos meses ha habido una serie de casos de violencia practicada por humanos. El asesinato de la perra Alma a manos de su dueño cazador; la perra Sota asesinada por un guardia civil por ladrar e increpar a su dueño; el asesinato del perro Timple; los gatos Grisito y Broken matados a patadas; un pez luna ahogado ante decenas de personas en la orilla de Almería; unos perros de caza encontrados muertos por hambruna y otros ejecutados a balazos; un perro famélico abandonado en un pueblo de Granada; un oso atropellado, hostigado y no socorrido; un cachorro de lobo secuestrado, maltratado por un particular y muerto a cargo de la Guardia Civil en Galicia; varios animales marinos cubiertos de algas y desatendidos durante meses en un zoo de Santander. Por desgracia hay otros actos que no han salido en titulares, pero son igual de crueles y condenables.
No obstante, la acumulación de casos conocidos en poco tiempo y un probable despertar de la conciencia humana ha dado lugar a una reacción de condena sin precedentes. Además de las manifestaciones en contra de estos casos de violencia presentes en redes sociales, ha surgido la iniciativa de la Fundación Franz Weber: el pacto de Teguise. Es un texto que busca firmas para reivindicar medidas de prevención y la penalización del maltrato animal en España. Parece que una gran parte de la población es capaz de entender que ningún animal merece sufrir ni ser asesinado. Desde el 17 de agosto se han recogido más de 500.000 firmas en una plataforma asociada al pacto, para pedir el reivindicado endurecimiento de penas por maltrato animal.
Esta es la oportunidad de llegar al fondo de la cuestión. Todos tenemos claro lo que es el maltrato de perros, gatos y animales silvestres. Somos muchos quienes desaprobamos la experimentación animal, clausuraríamos la industria peletera, prohibiríamos los circos, zoos y otros espectáculos y acabaríamos con la caza y la tauromaquia. Sin embargo, hasta que no hagamos una conexión que todavía muchos no se han atrevido a hacer, no alcanzaremos el objetivo definitivo: acabar con la violencia.
Pensemos un momento en la ganadería industrial y recordemos algunos hechos y prácticas imprescindibles para el funcionamiento de esta industria. Para que las vacas, ovejas o cabras produzcan leche, deben tener crías, como cualquier otro mamífero. Para no perder tiempo y para garantizar la producción y las ganancias, todas las hembras son inseminadas artificialmente. Cuando tienen crías y pasan los días reglamentarios suficientes para la supervivencia de estas, son separadas de la madre y su leche es recuperada para objetivos humanos. Una vaca produce 60 litros de leche en un día, cuando solo necesita 7 litros para alimentar a su cría.
La esperanza de vida de las gallinas llega a los 10 años. Con la edad, el número de huevos que ponen se reduce. Esto supone pérdidas para el negocio, así que actualmente las gallinas ponedoras viven 18 meses. Les damos un año y medio de vida. Este es el periodo de mayor fertilidad y una vez pasado, se envían al matadero o son eliminadas. Además, el 82% de gallinas en España pasa su vida enjaulada, mutilada y con espacio insuficiente para cualquier movimiento, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Conocemos el proceso de selección de millones de pollitos al salir del huevo. Los que son macho son ejecutados entre las 24 y las 72 horas de haber nacido, porque no son rentables. Por otro lado, aquellos que crecen para abastecernos con su carne alcanzan hoy el peso de 1,5 kilos en 30 días, cuando tardaban cuatro veces más en crecer en 1950.
Sabemos que son legales las jaulas empleadas para retener en una misma posición a cerdas y otro ganado para amamantar a sus crías o para extraer el máximo de leche en el mínimo de tiempo, sin que se muevan estorbando las labores de extracción.
Esto es una pequeña parte de lo que implica el negocio de la ganadería. Ante ello tenemos la obligación moral de preguntarnos: ¿Por qué es diferente este tipo de violencia del que supone el maltrato de un gato, el abandono de un perro o la tortura prolongada de un toro? Muchos siguen argumentando que la ganadería es necesaria para garantizar el consumo de carne. Sin embargo, es hora de enfrentarnos al hecho de que no necesitamos comer carne. Cuesta mucho asumirlo y muchos continúan negándolo, como se niega un virus invisible o la Teoría de la evolución de Darwin. Pero los hechos no dejan de ser ciertos por mucho que nos empeñemos en no creerlos. Es hora de cuestionar unas convicciones erróneas.
Aunque huir de esta constatación es una reacción comprensible. Hemos sido educados para creer que sin carne sufrimos carencias nutricionales y podemos incluso morir. Nos han hecho pensar que nuestro cuerpo está diseñado para consumir la carne de otros animales. Estudiamos en el colegio que somos omnívoros. Nuestro mundo está orientado en esa dirección. Las campañas publicitarias, los menús en restaurantes, la oferta de productos en los supermercados; todo lo que nos rodea nos anima a consumir carne.
Es difícil salir de ese marco de pensamiento para aceptar una realidad que desconocíamos. Es duro descubrir que no necesitamos comer animales para sobrevivir ni para llevar una vida plena, porque esto significa reconocer que la explotación ganadera, aviar y porcina no están justificadas. De repente, lo que sucede en los mataderos no tiene razón de ser. Tomar conciencia de los hechos puede causar vértigo, pero supone el primer paso para afrontar nuestra hipocresía y luchar contra nuestro egoísmo.
El dolor y sufrimiento que infligimos a otros animales no es moralmente aceptable ni sostenible por más tiempo. Criar animales en las condiciones infernales de la ganadería intensiva para suplir un capricho humano —no una necesidad— no es algo legítimo. ¿Quiénes somos nosotros humanos para decidir matar en serie a otros animales? Tenemos inteligencia y una fuerza de voluntad que nos capacitan para cambiar nuestros hábitos culinarios y reeducar nuestro paladar hacia otros sabores que no implican el maltrato, el asesinato de millones de seres vivos y la destrucción del planeta.
Mikko Alanne, en su artículo ¿Se ha rendido el Movimiento de Derechos Animales? nos advierte de que las bienintencionadas medidas para mejorar el bienestar animal en la industria cárnica no se suelen cumplir y no debemos bajar la guardia, ni conformarnos con la concesión de alguna de las muchas condiciones que se deberían mejorar. Lo cierto es que cuando un negocio depende y se basa en la explotación de seres vivos, se suele anteponer el interés económico al interés de los animales explotados; puesto que estos pasan a ser considerados como bienes y no como seres vivos.
Alanne me recuerda el caso de un queso holandés que lleva la etiqueta del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y del grupo Bel. Estos sellos garantizan el “bienestar” de las vacas y están tan orgullosos que especifican en el envoltorio las condiciones de vida de las vacas que proveen leche para este queso: pasan 6 horas al día al aire libre, 120 días al año. Por supuesto que es positivo que las vacas tengan acceso a los campos y pasen tiempo al aire libre. Pero es solo un mínimo exigible. El día tiene 24 horas y un año tiene 365 días. Sigue siendo insuficiente.
Debo mencionar la ganadería extensiva que se promueve actualmente y se presenta como falsa alternativa al malestar animal. Puede que sus vacas pasten un rato bajo el sol en un prado a diario. Puede que las instalaciones no estén abarrotadas y que los ganaderos las traten incluso con cariño. Sin embargo, las vacas siguen siendo inseminadas artificialmente y separadas de sus crías para quedarnos su leche. Además, ¿el “buen trato” justifica el transporte incómodo y agotador y su final en el matadero? Un matadero nunca podrá ser un lugar digno, por mucho que nos queramos engañar. Los animales que entran en él en grupos no solo huelen la sangre y las vísceras de sus compañeros, sino que sienten la angustia del momento como cualquiera de nosotros lo haría. ¿Por qué está mejor considerado este asesinato que el de vacas de ganadería intensiva?
Quienes se conforman con estas propuestas en un intento por seguir consumiendo carne se aferran al viejo argumento que sugiere que como estos animales han tenido una buena vida, no importa su final. Este razonamiento queda anulado si lo comparamos con los mismos casos en otras especies. No nos pondremos a matar a reyes, nobles o personas poseedoras de grandes fortunas para quedarnos con sus bienes. No dejaremos libre a un marido que ha matado a su mujer porque esta vivía en una mansión con acceso a todo tipo de lujos. Es necesario entender que no somos nadie para acabar con la vida de los demás. Como dice el periodista y escritor activista Aymeric Caron: “Nuestras diferencias con otras especies no pueden justificar más la negativa a concederles a todos unos derechos mínimos.”
Estos ejemplos comparativos muestran el enfoque abolicionista que explica el Profesor de Derecho y Filosofía legal Gary L. Francione: “Debemos decir no a la violencia, ya sea contra humanos o contra no-humanos. La solución no es en ningún caso una violencia más “amable”.” Es hora de reconocer que tanto el maltrato animal como la explotación animal son violencia y debemos condenarla en todas sus formas si queremos realmente acabar con ella. No podemos exigir una nueva legislación y endurecimiento de penas para unos y no para otros. Por eso me sorprende y me da esperanza el Pacto de Teguise. En él no se habla de especies concretas; sino que se exigen medidas contra el maltrato animal, incluyendo así a los individuos de las explotaciones ganaderas. Me pregunto si quienes firman son conscientes de este punto.
En todo caso, es la propuesta más antiespecista que conozco en España. Por si alguien tiene dudas, el antiespecismo es la posición contraria al antropocentrismo en el que vivimos. El especismo es la creencia de que los humanos son una especie superior capaz y con derecho a someter al resto de especies animales. Negar esta idea es luchar por la igualdad de derecho a vivir sin violencia y es defender el respeto por todos los seres vivos.
La práctica esencial del antiespecismo es el veganismo. Las personas veganas no consumen alimentos ni artículos de origen animal. Es decir, no se trata tan solo de llevar una dieta sin carne, pescado, lácteos, huevos o miel. Es una manera de consumir que implica un nivel máximo de compromiso con uno mismo y con el resto de seres vivos. Es una actitud que implica informarse, consultar a menudo y comprobar los ingredientes y el origen de todo lo que uno ingiere o se compra. Esto exige un esfuerzo inicial, un aprendizaje constante y trae consecuencias como el rechazo, con las que hay que aprender a convivir.
A pesar de ello, la filosofía vegana es hoy el camino más directo y honesto para conseguir acabar con la violencia hacia el planeta, hacia nuestra salud y especialmente hacia los animales no humanos. Tal vez la primera vez que uno hace esta conexión le resulta difícil aceptarla. La hipocresía que todavía se nos impone haciéndonos creer que el sistema alimentario puede ser menos cruel haciendo modificaciones nos ciega. El egoísmo que nos engancha a la comodidad de no hacer nada o creer que uno no puede cambiar las cosas también nos entorpece la visión.
Algunas personas rechazan el veganismo por un desconocimiento que les impide imaginarse a sí mismos adaptándose a nuevas rutinas y hábitos. A otros les parece difícil evolucionar en esa dirección, ya que están satisfechos con sus dietas y con el confort que les aporta la irresponsabilidad con la que han estado viviendo hasta el presente. Es decir, han ido a comer a cualquier restaurante que quisieran, han comprado productos sin preocuparse por el origen, los ingredientes o su embalaje. Muchas personas han olvidado que como consumidores, cada compra que hacemos tiene consecuencias que pueden ser muy perjudiciales para todos.
Hay otras posturas más populares, como la de los vegetarianos. Ellos no comen carne, pero sí productos derivados de animales; como lácteos, huevos y miel. También encontramos los llamados flexitarianos, reducetarianos o consumidores responsables; aquellos quienes han reaccionado y empiezan a entender ahora la insostenibilidad de la explotación animal y la atrocidad que supone. Estos dos hechos están adquiriendo mucha presencia en los medios y en las redes, lo cual hace cada vez más difícil que alguien mantenga una actitud irresponsable mirando hacia otro lado o refugiándose en su ignorancia.
Queramos o no ya no nos queda tiempo para ser irresponsables. No solo debemos exigir a gobiernos, empresas y organizaciones que cumplan pactos mínimos como el dispuesto en “Una salud” o defiendan lo que representa “One planet, one right”. Nos toca pasar a la acción a nosotros y nuestra alimentación es el factor a nuestro alcance con una mayor repercusión en nuestro sistema económico, político, cultural y ético. No hay excusas, no podemos culpar a otros, ni esperar a que otros actúen. Puesto que todos hemos sido cómplices para llegar hasta este punto crítico, todos debemos adquirir un nivel de responsabilidad al respecto. Está en nuestra mano preservar nuestro planeta y evolucionar moralmente para llegar a ser una sociedad sin violencia.
En el estudio llevado a cabo por Hannah Ritchie y Max Roser Environmental Impacts of Food Production se nos muestran y explican varias gráficas que dejan claro el coste medioambiental de lo que supone la producción cárnica. Se especifican los alimentos según lo que contamina su proceso de crecimiento. Se centra en la distribución de la tierra y el uso de esta; así como el consumo de agua necesario para cada objetivo.
Cito un fragmento: “Si sumamos los prados para el pasto con la tierra para las plantaciones destinadas a alimentar a los animales, el ganado representa el 77% de la tierra de cultivo a nivel mundial. A pesar de que el ganado ocupa la mayor parte de tierra dedicada a la agricultura en el mundo, solo produce el 18% de calorías y el 37% de proteínas”. Es decir, pese a los recursos que supone, no cubre ni la mitad de nuestras necesidades alimenticias.
Además, el informe constata que el consumo de productos locales no tiene un impacto tan importante como lo tiene nuestra elección de alimentos. Las cadenas de suministro y transporte de comida causan el 18% de las emisiones de gas de efecto invernadero a nivel mundial; mientras que el consumo de carne, pescado, lácteos y huevos representan el 31%. Este informe nos ofrece datos muy esclarecedores para estar bien informados y tomar decisiones conscientes y de acuerdo con nuestros objetivos.
Por otro lado, la plataforma EAT es una organización que aboga por una transformación del sistema alimentario. En su web se pueden consultar varios estudios científicos y artículos sobre comida y alimentación como este: Dietas saludables a partir de sistemas alimentarios sostenibles. Nos vuelven a indicar que una dieta sostenible para el planeta es aquella basada en la diversidad de alimentos de origen vegetal. Por su parte, la organización internacional Proveg también trabaja para transformar el sistema alimentario mundial reemplazando los productos de origen animal por alternativas cultivadas y de origen vegetal. Tiene publicado en su web el artículo Una alimentación vegetal cuida nuestro planeta en el que aseguran que “la huella de carbono por persona relacionada con la alimentación podría reducirse a la mitad eligiendo una alimentación vegetal.” No obstante, las gráficas que adjuntan en su artículo Más allá de la carne reflejan y resumen los datos más reveladores.
Otra línea de acción relacionada con la alimentación consiste en evitar el desperdicio. El día 4 se septiembre, la organización Igualdad Animal publicó en su cuenta de Twitter una infografía de lo que sin duda es otro factor insostenible, también citado en el estudio de Ritchie y Roser: la contaminación causada por el desperdicio de alimentos. Sea porque caducan o porque compramos demasiado, Igualdad Animal nos indica que cada día en España se tiran a la basura el equivalente a 361.000 pollos, 25.700 cerdos y 1.200 vacas. Son 387.900 asesinatos sin propósito ni misión al día, en un solo país. El desperdicio de alimentos causa el 8% de gases de efecto invernadero.
Si no encontramos la motivación suficiente en evitar la violencia y/o frenar el cambio climático, cuidar de nuestra salud puede ser el empujón definitivo para actuar. La OMS lleva desde el año 2015 advirtiendo sobre los efectos negativos del consumo de carne y su relación con enfermedades cardiovasculares y el cáncer. En la web Vegaffinity publican el artículo Seis beneficios de ser vegano para la salud. Las fuentes de sus datos provienen de varios estudios publicados por la National Library of Medicine. Cito uno concreto sobre los resultados de una dieta vegana que concluye: “Existe un efecto protector de la dieta vegetariana sobre la incidencia y/o mortalidad a causa de isquemias (-25%) y sobre la incidencia de cáncer (-8%). Una dieta vegana reduce la incidencia de cáncer (-15%)”.
Si aún así no nos lo creemos, existen numerosos testimonios de personas que han adoptado una dieta vegana tras pasar por muchos problemas de salud y confirman sus resultados positivos. El documental The Game Changers reúne la experiencia de varias personas de sectores muy diferentes que exponen los beneficios menos conocidos de una dieta vegana y recomiendan su práctica.
Además de todo lo comentado, esta pandemia nos confirma que la explotación animal conlleva un peligro inminente de transmitir zoonosis. Alertaban de ello Christine Johnson y David Quammen en un artículo publicado por Alejandra Martins. Por otro lado, un artículo reciente publicado en The Guardian resume con datos las nueve enfermedades procedentes de granjas de animales, que han tenido un impacto a nivel global a lo largo de la historia. Hubieron algunas víctimas humanas, pero lo más perturbador es saber que como prevención de la gripe aviar de 1997, se sacrificaron trescientos millones de gansos y un millón y medio de pollos en China. Del mismo modo, cuando se dio la siguiente gripe aviar en 2003 mataron treinta millones de aves solo en los Países Bajos.
De hecho, hoy existen iniciativas como la de Milliondollarvegan en Twitter, cuyo lema es “quitemos las pandemias del menú” y promocionan el veganismo como práctica para luchar contra la contaminación, frenar el cambio climático y proteger la biodiversidad.
No existen dudas sobre los beneficios que obtendríamos cambiando nuestra alimentación. No podemos seguir siendo egoístas, ni hipócritas, ni irresponsables. ¿Quién no querría acabar con la violencia en todas sus formas? Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de cambiar el sistema actual. Debemos alcanzar el nivel de compromiso máximo que nos sea posible. Responsables, reducetarianos, flexitarianos, vegetarianos o veganos. Cualquier opción marcará la diferencia; excepto seguir ignorando lo que es una emergencia o confiar en otros para que actúen.
Cada vez hay más médicos generalistas familiarizados con las dietas basadas en vegetales y nutricionistas especializados. Por otro lado, Proveg nos lo pone realmente fácil ofreciendo toda la información necesaria para llevar una alimentación saludable. Te guía y da consejos para reducir o sustituir la carne y derivados. Puedes probar su reto de “una semana sin carne” o empezar directamente con el “veggie challenge”, un reto de 30 días sin carne. En la web Cultura vegana también se encuentran algunas pautas.
Así es cómo se cambia el mundo. Resignarnos ante las dificultades de nuestro tiempo sería condenarnos al fracaso. Actuar es demostrar que siempre vale la pena luchar por algo que nos beneficia a todos. Cada paso cuenta y exige un esfuerzo individual. Todos los comienzos son incómodos, pero una vez se inicia la marcha no hay meta que se nos resista. Tras dar el primer paso, muchos creerán que hacen un sacrificio y puede que les parezca una locura, pero teniendo claras las razones por las que uno actúa y tras descubrir nuevos sabores y prácticas, todo se vuelve fácil e incluso obvio. Tu nueva actitud y tu alimentación se vuelven una parte más de tu cotidianidad y añaden coherencia entre lo que piensas y lo que haces.
Es más, pasado un tiempo, es muy probable que quieras aumentar tu nivel de compromiso y te conviertas en vegano/a. Tendemos a superarnos y esto no es más que una evolución con triunfo garantizado a todos los niveles. Ser vegano es demostrar tu voluntad de acabar con la violencia hacia nuestra salud, hacia los demás seres vivos y hacia nuestro planeta. Es la alternativa más asequible y con mayor impacto que depende exclusivamente de cada uno de nosotros. Lo único necesario es tener ganas de re-aprender a comer y a cocinar. Tener conocimientos de nutrición es hoy lo que saber utilizar un ordenador era hace 20 años.
Foto Principal: Illiya Vjestica
Relacionadas
Maltrato animal
Maltrato animal Denuncian que España es el país que más fondos públicos invierte en la cría de pulpos
Océanos
Activismo marino Dinamarca extiende la detención de Paul Watson
Antiespecismo
Peter Singer “Es una tragedia que la preocupación por el sufrimiento de los animales no sea más importante”
Gran artículo por la cantidad de conceptos que muestra, muchos de ellos nuevos.
Dos problemas: el maltrato animal y la explotación animal con fines alimenticios y algunas soluciones como el acuerdo de Teguise y el acercamiento progresivo al veganismo.
Hay que recocer que el ECOLOGISMO es revolucionario. El armazón ideológico es cada día más consistente y amplio, y va calando en el mamífero humano como fina lluvia. Da esperanzas descubrir día a día nuevos cambios de comportamiento colectivos e individuales y nuevos modelos productivos para evitar la ruina de la especie humana y de las especies animales y vegetales, en definitiva, del planeta.