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Instituciones culturales
Los espacios culturales comunitarios se defienden “con alegría” frente a las amenazas
Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo van a tener un efecto importante sobre los espacios culturales comunitarios. Importante y negativo, temen desde la Red de Espacios y Agentes de Cultura Comunitaria (REACC), que en los últimos años viene advirtiendo de que la supervivencia de estos centros está seriamente amenazada. “Muchos de ellos permanecen en un limbo administrativo desde hace tiempo, lo que evidencia la urgencia de dar una respuesta política que proteja definitivamente estos proyectos surgidos desde las comunidades pero caracterizados por una precariedad económica y administrativa inaceptable”, valora la red en un comunicado.
REACC, una asamblea abierta de diálogo y apoyo entre profesionales, colectivos y personas implicadas en las artes y la cultura comunitaria, entiende que esta es cualquier práctica artística que involucra a agentes y a comunidades en procesos creativos de carácter colaborativo en un mismo proyecto o actividad. Creada en 2019, esta red lanzó ese mismo año un manifiesto en el que 200 espacios y agentes que participan en la cultura comunitaria denunciaban el “dramático hostigamiento, acoso y desarticulación de espacios y redes colaborativas cuidadosamente construidas y claves para el desarrollo de sus comunidades”. Los firmantes enumeraban algunas de las amenazas que se cernían sobre estos espacios —el creciente interés por el control de contenidos, los cambios de uso de edificios pertenecientes a las administraciones o la asociación de estos entornos a ideologías o tendencias sociales o políticas que no serían afines a quienes gobiernan—, y mencionaban que se había producido “una oleada de amenazas de cierre y extinción de estos emblemáticos espacios, y con ellos, toda la actividad cultural y comunitaria vital que representan”.
Cuatro años después, la REACC considera que la amenaza a estos proyectos se ha intensificado y pone como ejemplo tres casos. El Centro de Cultura de Mujeres Francesca Bonnemaison de Barcelona, que denuncia las trabas continuas para firmar la renovación del convenio con la Diputación de esta ciudad para la cesión del espacio y no descarta un cierre definitivo, tras haberse significarse como un “espacio emblemático en la ciudad de lucha feminista y por la diversidad”. La Casa Invisible de Málaga, que desde 2007 capitaliza una nutrida agenda de actividades enteramente ciudadana, y que denuncia la falta de acuerdo con el Ayuntamiento para alcanzar un convenio por la cesión de este espacio municipal que nunca llega a buen puerto. Harinera, en Zaragoza, un espacio de creatividad y participación ciudadana gestionado por la Asociación Vecinal de San José, el Ayuntamiento y el Colectivo Llámalo H por el que pasan unas 20.000 personas al año. A pesar de una trayectoria consolidada, el Ayuntamiento de Zaragoza no ha renovado el convenio de cogestión, poniendo en peligro el proyecto.
Harinera es hogar para Mottainai, un colectivo de artistas textiles que hace cultura comunitaria con un enfoque ecofeminista y que allí encontró el espacio que necesitaba para bordar. Su nombre es una palabra japonesa que significa no desperdiciar nada, que es también el objetivo de este grupo de formación colaborativa en el que participan doce personas. Sus primeras reuniones sucedieron en 2016. “Teníamos mucha necesidad por haber sido excluidas de los espacios normales de exposición de arte. Queríamos hacer una exposición de arte textil en Zaragoza, la hicimos y ya llevamos siete ediciones, luego empezamos a reunirnos para bordar y la cosa fue creciendo. Necesitábamos un espacio para bordar que no fuera nuestras casas, que son diminutas. Pedimos un espacio en Harinera y nos lo concedieron. Entramos y nos invitaron a que participáramos en la asamblea”, recuerda Mercy Rojas, participante en Mottainai.
Tras un trabajo previo con la Asociación Vecinal de San José, el Gobierno de Zaragoza aprobó en mayo de 2014 un documento sobre los usos y el modelo de gestión de la antigua fábrica de harinas del barrio de San José, que permanecía cerrada y sin uso desde 2001. En septiembre de 2014 se abrió un proceso para su definición en el que participaron agentes culturales de la ciudad con el objetivo de formar un grupo motor que redactara un documento en el que se concretaran los aspectos necesarios para la puesta en marcha de Harinera. En el proceso participaron también, como un agente más, la Asociación Vecinal de San José, representando al tejido vecinal, y Zaragoza Cultural, representando al Ayuntamiento de Zaragoza. Finalmente, en marzo de 2016 Harinera abrió sus puertas.
“Creemos que en un país democrático podemos gestionar nuestros espacios en colaboración e igualdad con esa gente que nos gobierna”, dice Mercy Rojas, participante en Harinera
Rojas reconoce que hoy hay mucha preocupación por el futuro de Harinera. “Es un modelo de cogestión entre el Estado —el Ayuntamiento de Zaragoza— y la comunidad vecinal. Se formalizó durante la alcaldía de Zaragoza en Común, que apostó por una cultura diferente, más comunitaria. Se firmó un convenio para tener las cosas claras. Creemos que en un país democrático podemos gestionar nuestros espacios en colaboración e igualdad con esa gente que nos gobierna”.
Ese convenio venció en mayo y la alcaldía no lo renovó. “Estamos a la espera de que lo firmen —explica Rojas—, no han dicho que no quieran renovarlo pero la concejal de cultura, Sara Fernández, nos dijo que ella no iba a hacer lo que había hecho ZeC, que era firmar antes de elecciones. Pero las elecciones han pasado y no dicen nada. Estamos asustados porque Harinera está en el aire. En estos últimos cuatro años nos han quitado la tercera planta del edificio y nos han reducido el presupuesto”.
Rojas apunta que la relación entre el tejido vecinal y artístico que crea y mantiene un espacio cultural comunitario como Harinera y la administración pública que, en muchos casos, es la propietaria del inmueble, suele ser conflictiva, un tira y afloja marcado por la incomprensión. “La principal dificultad —valora la integrante de Mottainai— es que la administración pública no entiende estos espacios. Si lo hiciera, los posibilitaría, haciendo caso a las decisiones que la comunidad toma en ellos. Pero la administración no entiende que no todo tiene que ser productivo, no todo se tiene que medir por cuánto dinero produce, no somos industrias culturales”.
Por su experiencia en Harinera, Rojas entiende que son dos las características que definen a los espacios culturales comunitarios. La primera alude a la gestión —“el tejido vecinal, artístico, social del territorio donde está ubicado el espacio puede entrar a gestionar, tomar decisiones sobre lo que se hace o no en ese espacio. No es una empresa ni un funcionario quien decide lo que se programa en Harinera. Es democrático, lo decide la comunidad”— y la segunda es la intervención y participación de quien se acerca a ellos, que “no lo hace solo para consumir cultura sino que son ellos mismos y ellas mismas quienes producen cultura, quienes deciden sobre el hecho cultural en el que participan, todas en el mismo nivel”.
Preguntada por el futuro de Harinera, Rojas espera que el Ayuntamiento renueve el convenio de cogestión, en una ciudad que recientemente perdió un espacio fundamental de encuentro como era el Centro Social Comunitario Luis Buñuel, desalojado en febrero por la Policía Nacional. Y también dice cómo lo afrontan desde Harinera: “En la asamblea decimos que vamos a luchar por este espacio. Los partidos políticos que ganaron las elecciones son lo suficientemente inteligentes para ver que Harinera es un espacio modélico, que no se puede cerrar. Nuestra arma de rebeldía es la alegría, somos espacios de alegría y con alegría responderemos”.
Casas sin casa
Almudena Blanco participa en REACC como artista y también como integrante de La Ensamblá, un proyecto de centro cultural en Sevilla que nació en 2013 impulsado y dinamizado por Juansa García como una iniciativa privada sin ánimo de lucro —La Casa Ensamblá— para dar espacio a propuestas escénicas y artísticas fuera del marco convencional. Tras programar más de 700 actuaciones, este proyecto tuvo que cerrar en 2021 cuando los propietarios del inmueble donde presentaban sus trabajos vendieron el edificio. Así que la idea se quedó en La Ensamblá, sin casa, y hoy continúa sin un lugar físico donde desarrollarse. “En Sevilla hay muchos espacios públicos abandonados, sin uso, descuidados. Hay censos de estos espacios, pero están desactualizados. Es una gran dificultad para proyectos valiosos que intentan ponerse en marcha pero que no pueden afrontar el pago de un alquiler, por la subida de estos. Y esos espacios son públicos, pertenecen a todos”, lamenta Blanco.
Pese a las reiteradas peticiones de La Ensamblá de cesión de un espacio público para sus actividades, la respuesta desde el Ayuntamiento nunca ha llegado. Aun así, Blanco asegura que no se rinden y que seguirán buscando soluciones. Con tesón y alegría.