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Culturas
La lógica cultural del algoritmo nos está destruyendo
El mundo, tal cual lo conocía, se está deshilachando. Convivo con esta certeza asfixiante desde hace muchos años. Al principio, imaginé que era fruto de mi idolatría por lo anacrónico y una cierta desconfianza hacia el sistema del que formo parte. Pero lo cierto es que el acartonamiento que percibo tiene razón de ser y está en gran medida relacionado con la cultura del algoritmo.
Netflix, y otras plataformas, dependen de una experiencia de visualización muy específica, una que nunca termina. Su lógica se basa en que la gente vea tantas películas como sea posible, creando una especie de loop infernal. El algoritmo del gigante cinematográfico realiza un seguimiento de los datos proporcionados de forma pasiva y activa, clasificando las películas recomendadas en uno de sus 2.000 grupos de gustos para que sigas viéndolas.
Pero esto no es lo más preocupante, en una entrevista a GQ, el director Cary Fukunaga hablaba abiertamente de un secreto a voces: las producciones audiovisuales se han plegado al sistema de consumo de las plataformas. “Debido a que Netflix es una compañía de datos, saben exactamente cómo ven las cosas sus espectadores”, explica Fukunaga. “A veces leen algo que estás escribiendo y dicen: sabemos, según nuestros datos, que, si haces esto, perderemos espectadores. Es una forma diferente de discutir, el argumento del algoritmo va a ganar al final del día. Entonces, la pregunta es si queremos tomar una decisión creativa a riesgo de perder personas”, reflexiona.
Scorsese también vaticinó parte del problema en un brillante artículo para Harper's Magazine. El director reflexiona sobre cómo las plataformas de streaming han cambiado la experiencia cinematográfica. Por una parte, han puesto en la cúspide el visionado en casa, pero por otra han creado la ficción de que todo lo que se presenta es en igualdad de condiciones, lo que suena democrático, pero no lo es. Si los algoritmos se basan en lo que ya he visto y las sugerencias se basan únicamente en el género, ¿Qué le hace esto al arte del cine?
La producción estética hoy se ha integrado en una mercancía que se puede vender, consumir, regurgitar y volver a vender. La urgencia económica de producir nuevas oleadas de lo mismo a una mayor tasa de rotación es el movimiento culturalmente lógico del capitalismo tardío, ya que el arte, sin intenciones de ser bueno o malo, ahora es un producto para vender y consumir. Normal que nos sintamos tristes o vacíos si nuestro principal medio de expresión está desvirtuado.
Lo mismo sucede con nuestra forma de relacionarnos, las aplicaciones de citas se han convertidos en trampantojos emocionales con un buen look and feel. Son sencillas. Al alcance de cualquiera. De alguna manera logran enmascarar la soledad creciente que todos sentimos, porque dedicamos más tiempo a nuestros teléfonos que a muchas personas. El funcionamiento es el mismo que cualquier plataforma de streaming: revisar las sugerencias, consumir ligeramente el contenido y pasar a otro rápidamente. No hay tiempo para construir nada valioso y esa es su trampa: necesitas consumir más porque nunca te satisface del todo.
La realidad es que estamos solos en un mar de posibles amantes, amigos o relaciones abiertas a medio cocer. Pero solos, al fin y al cabo, en un infierno del que es difícil escapar.
Scorsese aporta en su artículo una clave que quizás sirva para combatir ambas realidades, ante la atrofia que nos proponen todos estos sistemas, herramientas y aplicaciones debemos resignificarnos. Volver a preguntarnos qué significan para nosotros las personas y la cultura, sentir de forma genuina, recuperar a los grandes maestros y también compartir aquello que amamos y nos inspira con todos aquellos que estén a nuestro alcance. Volver a ser de carne y músculo a fin de cuentas y huir de este apagón a cámara lenta.