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Hay un proceso catabólico similar a la fermentación en la mirada del fotógrafo. En ese entrar en contacto con el mundo se forma la muesca inconfundible de nuestra memoria, la que acciona -como un gatillo- nuestra identidad.
En Takuma Nakahira confluyeron dos procesos identitarios simultáneos —uno social y otro personal— que desembocaron en un lenguaje fotográfico nuevo. El autor fue uno de los máximos exponentes del movimiento fotográfico Provoke, que vivió su máxima expresión durante la década de los sesenta en Japón.
Para entender el nacimiento y razón de ser de esta corriente fotográfica es importante detenernos a comprender el sentir de la juventud de aquella época.
Perdidos en la transición
La adolescencia es una etapa convulsa y violenta, hay un regurgitar constante de las pulsiones que comienzan a adosarse al cuerpo. Las sociedades —a semejanza de sus creadores— sufren estas sacudidas de pubertad cada cierto tiempo.
Japón vivió en la década de los sesenta uno de sus ciclos de redefinición más radicales. Tras el horror vivido en Hiroshima y Nagasaki y el fantasma de la crisis económica pisando sus talones, el país se embarca en una occidentalización acelerada.
Esta situación provoca en los jóvenes japoneses una crisis identitaria: no se sienten identificados con el contexto anterior pero tampoco encuentran su lugar en la nueva sociedad que los engulle con rapidez.
Con este caldo de cultivo, entre 1967-1969 se produce una ola de levantamientos estudiantiles en el país —en parte por el recelo al Tratado de Seguridad firmado entre Japón y Estados Unidos— y sería reduccionista afirmar que estos movimientos sociales son simplemente una réplica a los sucedidos en otros lugares del mundo. Japón fue de alguna forma precursor de la situación de occidentalización que vivió Corea del Sur en los noventa y que viven China o Tailandia hoy en día.
Es fascinante observar las sociedades que nacen durante los colapsos generacionales, hijas bastardas de un pasado al borde de la extinción y un futuro indefinido.
Provoke y la necesidad de un nuevo lenguaje
La revista Provoke es fundada al calor de esta circunstancia en 1968 por Koji Taki, Takuma Nakahira, Yutaka Takanashi y Takahiko Okada. Su punto de partida es claro: materiales provocadores para el pensamiento. En su manifiesto se subrayan la necesidad de crear un nuevo lenguaje fotográfico y tras ese ideario se sitúa Nakahira, que por aquel entonces ya era un relevante activista político.
El proyecto, a través de sus tres publicaciones, explora esa sociedad diluida y carente de referentes. Con fotografías que escapan a los estándares del momento—filtros agresivos, bokeh y grano—.
En palabras del fotógrafo, su propuesta no era abolir la fotografía, tal y como los estudiantes no intentaban acabar con la educación, sino crear un lenguaje nuevo con el que sí se sintiesen representados.
En 1971, Nakahira participó en la Bienal de París con el proyecto experimental Circulation. Este consistía en fotografiar su entorno y exhibir en el mismo día los resultados. Cuando su material sobrepasó el espacio expositivo, el autor comenzó a extenderlo en el suelo para finalmente, agotado por la limitación, arrancar las fotografías días antes de la clausura.
Dos años después, buscando romper con el pasado y su propio trabajo, Nakahira quemó la mayor parte de sus negativos. Afortunadamente, se conservó el material de Circulation, prueba fehaciente de esa necesidad de romper los límites y encontrar su propia voz que tanto lo caracterizó.
Pero fue en el año 1977 cuando Nakahira vive el episodio que transforma todo. Sufre una intoxicación etílica que lo lleva al coma y más tarde a padecer problemas de memoria irreversibles. De alguna forma ese ojo ávido de encontrar su lugar en el mundo, en constante rebelión consigo mismo cambia, aunque el fotógrafo siguió dedicado a esta disciplina hasta su fallecimiento en 2015.
En el cuento que da inicio al libro Cartas marcadas de Alejandro Dolina, los habitantes de cierto país ficticio juegan una vez al año a ser otros, así el ladrón hace las veces de herrero y el clero saborea la sensación de pertenecer a la realeza por una vez en su vida. Cuando los habitantes deciden extender esta jornada en el tiempo, la desmemoria hace que ninguno sea capaz de recordar cuál era su papel inicial.
A veces imagino a Nakahira como uno de esos habitantes de Cartas marcadas: disfrutando de una libertad inusitada, sin el peso de su propia historia. Otras, lo pienso como al protagonista de su propia fábula: la del fotógrafo que en la búsqueda de definir su propia identidad encuentra la importancia de la mirada fermentada en el mismo instante en que la pierde.