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La madeja
Jano, el fantasma y el umbral
Decimos “enero” como quien dice “semilla”. Queremos creer que en el año que empieza está naciendo algo y que ese algo no se parecerá en nada a lo de ahora, mucho menos a lo de ayer. Invocamos el porvenir con la esperanza de desembarazarnos de lo que somos, afirmar que acabó.
La mística del Año Nuevo (el tiempo de lo recién hecho, de lo intocado aún) tiene que ver, sobre todo, con aquello que necesitamos dejar atrás. Funciona como exorcismo y no como conjuro. Pero ¿es posible empezar? ¿Es posible siquiera la idea del comienzo (abrir una brecha en la vida, forzar la disrupción necesaria para que algo acabe y lo distinto nazca de su fin)? ¿Qué pasa con los muertos, con el daño, con lo que fue arrebatado? ¿Se pierde de veras lo perdido o sigue caminando junto a nosotras como un perro, echándose a dormir a nuestros pies?
Imaginemos el pasado como un fantasma. Un fantasma derridiano. Alguien vivo y muerto a la vez. Alguien con la capacidad de aparecerse y, por tanto, de regresar. Alguien que está de algún modo aquí (una presencia de lo ausente). Ese fantasma nos asedia con su ruido de cadenas, no nos deja descansar. Nos persigue. Nos entorpece el paso arrojándonos objetos, nos atraviesa con su cuerpo-no-cuerpo igual que traspasa los tabiques que levantamos para delimitar nuestra casa (quien dice “casa” dice “verdad”).
La aparición del fantasma perturba nuestra vida. Nos atormenta porque no nos permite sostener la ficción del pasado como algo extinto y, por tanto, no nos deja construir la ficción del porvenir como algo original. Nos asusta porque señala el círculo en el que nunca dejamos de movernos. Nos recuerda que el año que empieza lleva en el vientre el año que acaba como este contenía el año anterior. Que el tiempo no es más que una matrioshka. En él van los muertos de Gaza, las bombas cayendo, las victorias de Trump o de Milei; el marido que drogaba a su mujer para que otros la violaran; las asesinadas, las abusadas, las perseguidas por el poder. El daño, el miedo, la tristeza, el asco, todas las violencias del capitalismo patriarcal de las que intentamos huir: “Hay que hablar del fantasma, incluso al fantasma y con él, desde el momento en que ninguna ética, ninguna política, revolucionaria o no, parece posible, ni pensable, ni justa, si no reconoce como su principio el respeto por esos otros que no son ya o por esos otros que no están todavía ahí, presentemente vivos, tanto si han muerto, como si todavía no han nacido”, afirma Derrida.
Los romanos, que sabían que el futuro y el pasado se están mirando siempre, imaginaron al dios Jano (al que debe enero su nombre) como un ser bifronte, alguien con dos caras enfrentadas que veía al mismo tiempo lo que ya había ocurrido y lo que estaba por llegar. Jano era el dios del umbral, ese tercer espacio donde se mezclan el principio y el fin, entre-lugar confuso en el que todo puede darse a la vez. Jano estaba en medio, como en realidad lo estamos todas, porque el pasado es algo que acontece a diario: el horror es un continuum doloroso que liga todos los tiempos entre sí. Ojalá algún día lo podamos quebrar.