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La semana política
Apocalipsis en el McDonald's
Era lo más parecido a la reunión de una comunidad de propietarios preocupados por la devaluación de sus viviendas tras la llegada de un carnaval ambulante al barrio. Una escena de Aquí no hay quien viva estaba siendo llevada a la realidad por los militantes de un partido que en algún momento quiso comerse la escena política española a bocados y que ha sido merendado por ella en el tiempo en que tarda en despacharse un cuarto de libra con queso.
La imagen de la dirigencia de Ciudadanos en Alicante celebrando su reunión en un McDonald's —como consecuencia de la venta de su sede en la ciudad— provocó una decena de piezas caza clics y unos cuantos cientos de bromas. Un artículo de Abc destapó esa nueva muestra de mediocridad de la organización que presumía de atraer el talento. El resto lo hicieron las redes sociales, España quiere reírse.
Pocas horas después, un artículo escrito por Manuel Viejo para El País desarrollaba mejor el drama dentro de la broma que es hoy Ciudadanos. Su principal conquista en la política municipal, la vicealcaldía de Madrid, vive una ruptura otoñal total. El trasfondo de esta crisis es que el Partido Popular pretende que Ciudadanos no se presente a las próximas elecciones locales en Madrid: que no divida el voto —independientemente de que parece, a fecha 2 de diciembre, que Begoña Villacís sí pasaría el límite del 5% que da acceso al Ayuntamiento en unas elecciones— y termine de rendirse a la reorganización de la derecha española. La disputa electoral por la ciudad de Madrid solo acaba de empezar y la publicación este viernes de un artículo inclasificable, que quiere provocar en la opinión pública un comecome acerca de vagos “rumores” sobre José Luis Martínez Almeida, ha disparado los detectores de fuego amigo (el único fuego que quema) alrededor del actual alcalde.
El momento Rivera, que precedió a la pérdida de 2.500.000 votos en las elecciones de noviembre, fue la prefiguración del momento de Isabel Díaz Ayuso
En ese escenario de maniobras tácticas y oscuras con aroma al PP de toda la vida, Ciudadanos parece al mismo tiempo el invitado y el plato principal. En mayo de 2023, el partido de Inés Arrimadas desaparecerá de cientos de ciudades y de un buen puñado de parlamentos autonómicos, si no de todos en los que permanece.
Así han sido los antecedentes: primero fue la Comunidad de Madrid, adonde acudió el rescate Edmundo Bal para perder en primera persona y de un plumazo 26 diputados. Después Castilla y León, donde solo sobrevivió Francisco Igea, el más independiente de todas las cabezas territoriales del partido. Por último, Andalucía, donde 440.000 personas dejaron de votar a Ciudadanos en las elecciones del 19 de junio. Su candidato y exvicepresidente tardó cuatro meses en ser llamado por Juanma Moreno (PP) para dirigir el Consejo Económico y Social de Andalucía. La música se está ralentizando y el baile en torno a las sillas se hace cada vez más eléctrico.
El viernes, Edmundo Bal ponía el colofón a la semana de discreto protagonismo de Ciudadanos anunciando que se presentará a las primarias para disputar el liderazgo del partido a Arrimadas. Hay algo entrañable en esa contienda interna, algo que indica la resistencia de los seres humanos a aceptar la evidencia. Ciudadanos ya no tiene ni siquiera la oportunidad de morir matando: se extinguirá en silencio, como esas reuniones que terminan y nadie tiene claro qué se ha decidido, qué se va a hacer, adónde se va a ir después, si a la cama o al pub, si realmente se ha terminado la reunión o si en realidad nunca comenzó.
Hacia una dictadura
Todo comenzó con una profecía; quien lo vio no lo ha podido olvidar, no todavía. El 22 de julio de 2019 un excitado Albert Rivera desarrollaba su teoría del “plan Sánchez”. Un plan para controlar España “a perpetuidad”, formar una banda con los enemigos de España y arrinconar al así llamado constitucionalismo. La comparecencia cerró la posibilidad de investidura de Pedro Sánchez —Rivera anunció que votaría ‘no’ en segunda vuelta y el actual presidente puso rumbo a las elecciones de noviembre. Pero el mensaje del hombre que susurraba a los cachorros ha trascendido hasta hoy. Aquel verano, el centroderecha español entró en un bucle paranoico-crítico en el que se cumplen las profecías de aquella tarde. El momento Rivera, que precedió a la pérdida de 2,4 millones de votos en las elecciones de noviembre que fueron de vuelta al PP y hacia Vox, fue la prefiguración del momento de Isabel Díaz Ayuso. Ya no iba a existir la flema en la derecha española, si es que alguna vez existió.
Es posible que lo hayan oído: España a tres minutos de la dictadura del proletariado políticamente correcto. La presidenta de la Comunidad de Madrid lo recuerda todos los días, Alberto Núñez Feijóo los martes y jueves. El Gobierno liberticida esto y lo otro. Ya se lo saben. Si los españoles de bien no están aun camino de la cárcel es porque la represión no da abasto. Un chequista está a punto de llamar a los telefonillos de su urbanización. Quizá lo haya hecho en este momento. No abra.
La realidad, sin embargo, se parece más a la reunión de Ciudadanos en Alicante. Una cosa de andar por casa, una serie de decisiones sin trascendencia y mucho de lo mismo de siempre. En esta fase, el Banco de España constata que los beneficios empresariales han crecido siete veces más que los salarios en 2022. Unidas Podemos acata otra vez los límites de la realidad del sistema y rechaza formar una comisión de investigación para esclarecer por qué el ministro de Interior sigue defendiendo una versión sobre la masacre de Melilla que se ha demostrado falsa. La revolución socialcomunista está así de verde.
El momento lo resumía el escritor Jorge Dioni parafraseando a Díaz Ayuso: “...Vamos camino de una dictadura sometidos por un tirano que pone en peligro el Estado de derecho y, por lo tanto, les invito a recorrer nuestra comunidad y disfrutar de la campaña de Navidad”. Todo funciona a la vez: la conciencia del ridículo que está haciendo un amplio sector de la derecha en su análisis de la realidad y el miedo a que una mayoría de ciudadanos se crea de verdad que esto (y nada más que esto) es el inicio de la desintegración del sistema. El “plan Sánchez” para llegar a la III República no existe pero sigue preocupando a los participantes de la tertulia fast food, tanto como la llegada del circo al barrio le quita el sueño al pequeño especulador inmobiliario.