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La semana política
Un día extraño
El mismo día que se publicaba la Encuesta de Población Activa, se daba a conocer el proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Pero la conversación en las redes sociales quedó destinada a la inconveniente presencia del ministro de Sanidad y otros cargos políticos relevantes en la fiesta del diario El Español.
El martes 27 de octubre se iba a hacer pública la segunda Encuesta de Población Activa d.p. (después de la pandemia). Así que la fecha para presentar los Presupuestos Generales estaba bien elegida. Iba a ser una EPA rara, “la más extraña que se recuerda”, tituló Carlos Sánchez, periodista de El Confidencial. El paro sube ma non troppo. La actividad se resiente, pero nada que ver con las caídas de tobogán que se dieron a partir de 2009. Trabajan 697.500 personas menos que hace un año, aunque durante el verano se recuperaron más de medio millón de puestos de trabajo. Una EPA rara, marcada por el subempleo, la temporalidad, y sobre todo por los paréntesis que se han abierto con los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo. Una política de Estado destinada a cerrar el frente más temido del descontento, el laboral, que hasta ahora da resultado.
La sensación de extrañeza se extiende desde la calle. Nada es normal, mucho menos el trabajo asalariado. Para mucha gente hace tiempo dejó de serlo. ¿Qué normalidad se puede esperar cuando se trabaja por cuatro perras y no se sale de la pobreza? Demasiados cambios, temporalidad, precariedad, demasiados empleos para pagar un alquiler demasiado alto. Mucho tiempo en el transporte, compartiendo aire y aerosoles con extraños, calculando mentalmente el dinero que cuesta ir a trabajar. No existe algo que podamos llamar nueva normalidad y, echando la vista atrás, la vieja normalidad era rara. Estresante, agobiante. Volver a ella no es una opción (hola, crisis climática), entonces ¿qué?
Estaba previsto que la respuesta del Gobierno a esa pregunta cauterizase la herida que podía abrir la Encuesta de Población Activa. La fecha estaba elegida a conciencia. El 26 de octubre por la noche se lanzó el anuncio. Unidas Podemos llegaba a un acuerdo con el PSOE para presentar en sociedad los Presupuestos Generales del Estado de 2021, los de la “next generation”, marcados por el paquete de ayudas de la Unión Europea. El énfasis de la Comisión Europea en determinados conceptos —la financiación vendrá bajo el epígrafe de Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia— muestra que el proyecto que actualmente dirige Ursula Von der Leyen sabe que su futuro está en juego. Sin transformación, al menos gatopardesca, no habrá Unión Europea en un plazo corto de tiempo.
Un respiro de un día
Pablo Iglesias se anotaba dos tantos antes de que los presupuestos se conocieran. El primero, revitalizar el Ingreso Mínimo Vital obteniendo algo de margen para una visión menos restrictiva en las vías de acceso a una renta que está llegando a decenas de miles de personas (cuando debería llegar a centenares de miles). El IMV era la gema que Podemos había puesto en el centro de eso que llamaron escudo social. A partir de ese agujero se estaba desvencijando toda la mística del escudo. Con el acuerdo del 26 de octubre, Iglesias consigue que se revise la versión a la baja que ha defendido el ministro de Seguridad Social. No parece que vaya a llegar mucho más lejos, pero reabrir el debate sobre una tramitación “social” y no estigmatizante de ese ingreso era necesario para la credibilidad del vicepresidente.
El segundo acuerdo, el principal, es la extrapolación de la ley catalana de vivienda al marco estatal. El afán del Sindicato de Inquilinos, y el interés de Unidas Podemos en que este actor sea capaz de contrarrestar a los poderes económicos en torno al fomento y la vivienda, ha dado como lugar un pequeño avance legislativo para la regulación de los precios de los alquileres. El vaso medio vacío: se sigue dependiendo del mercado en gran medida; los Ayuntamientos, incluso si el Gobierno se pone serio, tienen demasiado poder en la toma de decisiones a la hora de declarar a una zona saturada —con precios inflados—. El vaso medio lleno: por fin se hace algo para controlar la especulación inmobiliaria.
La tendencia bajista que se espera en el mercado de la vivienda abre una etapa distinta, una nueva normalidad en la que el sector inmobiliario tiene previsto pegarse como una lapa a la iniciativa pública. El Sindicato de Inquilinos mete un pie en la puerta para que la vivienda deje de ser entendida únicamente por su valor de cambio y comience a serlo por su valor de uso. En la etapa de mayor fragmentación de la movilización social que se recuerda —por la pandemia, pero no solo— ese meter el pie en la puerta de las políticas de Estado tiene valor en sí mismo. Aunque queda todo por hacer para ampliar el debate sobre el control de los precios.
La respuesta enfurecida de la patronal del alquiler al acuerdo muestra un signo definitivo de lo que es una victoria en este tiempo: un acuerdo se define por lo exagerado de las respuestas en su contra. Del mismo modo, la respuesta de Cepyme a los presupuestos, descalificándolos como “ideológicos” es una buena noticia para el electorado de la izquierda. De tapadillo, pasa el hecho de que la mayor “inversión” del Estado —no el mayor gasto— volverán a ser los programas especiales de armamento que nutren con más de 4.000 millones de euros anuales (mil millones más que lo destinado al Ingreso Mínimo Vital) al complejo militar industrial del país. Esa política de Estado no genera un frente significativo de descontento.
Cada uno a su tema
Paréntesis. Unidas Podemos tiene su momento de gloria previo a la presentación oficial de todo el paquete de Presupuestos Generales. 24 horas después se verá arrastrado por el desencadenamiento de una crisis largamente anunciada en Andalucía. Las alegrías de la coalición duran un suspiro.
Los dos puntos de los presupuestos acordados el martes son la piedra de toque de los nuevos tiempos: la hipótesis de Pablo Iglesias y Unidas Podemos es que al PSOE se le pueden arrancar esas “pequeñas cosas” que pueden favorecer un cambio y una propuesta republicana de largo recorrido y estable. La línea de Anticapitalistas, Teresa Rodríguez y José María González 'Kichi' es que, a la larga, eso pasará una factura enorme a un proyecto de transformación real y convierte, a la corta, a Unidas Podemos en una marca subsidiaria de los socialistas. Varios actores coinciden en un mismo diagnóstico, que el proyecto de Pablo Iglesias ya está amortizado, aunque esos actores aun no confluyen entre sí. Spoiler: será difícil que lo hagan, en primer lugar porque la relación con el PSOE es conflictiva para todos esos actores. La posición de UP es que Anticapitalistas pasará a ser residual, excepto en determinados territorios, en lo que queda de ciclo. Se remiten al ejemplo de Más País y su desinfle en la campaña electoral de otoño de 2019.
En medio, un vasto campo para la equidistancia, la de quienes ya no quieren saber nada de la política del cambio y solo esperan claridad y aspiran a algo de unidad (unidad, unidad) cuando lleguen los días señalados. El mensaje emitido esta semana es que tienen que esperar sentados. El problema es que la base electoral de esos proyectos tendrá memoria el día en que se logre, si se logra, poner en pie una cierta unidad de cara a las elecciones del año 23. Las sonrisas congeladas y los abrazos postizos conseguidos pocos meses antes de ir a las urnas no calan. Construir organizaciones fuertes, partidos-movimiento, en ese estrecho ciclo hasta las elecciones es ciencia ficción, tanto para unos como para otros. No va a haber un 'despertar' conjunto a la verdad, y la enumeración de agravios hacia el exsocio no sirve para revitalizar proyectos. La perspectiva electoral para la izquierda del cambio es pésima (y la izquierda social está en un momento bajo de movilización). Nada que no se sepa.
El día extraño fue el martes, la ruptura de Adelante Andalucía el miércoles no fue extraña, es un día más en la vida tormentosa de la política del cambio. Se cierra paréntesis.
Reglas y excepciones
El martes ocurrió algo que formaba parte de la normalidad anterior pero que sacudió los cimientos del tiempo nuevo. Una gala celebrada para conmemorar la existencia de Pedro J. Ramírez y su medio de comunicación se superpuso a la presentación de los Presupuestos Generales del Estado y la publicación de la Encuesta de Población Activa. Escandalizó la presencia del ministro Salvador Illa, que desde marzo pide limitar al máximo los contactos y reuniones. Escandalizó hasta el punto de que, aunque la noticia apenas dio el salto a los medios más poderosos, el titular de Sanidad tuvo que dar explicaciones y pedir disculpas al día siguiente. Un experto mundano del decadente siglo XVII francés, François de La Rochefoucauld, escribió en una de sus máximas algo que resume cuál era el problema en torno al sarao de El Español: “Establecemos reglas para los demás y excepciones para nosotros”.
Las fotos de El Español en el Casino de Madrid evidencian la enorme distancia entre una parte del Estado y lo que pretenden representar. Mostraban a un grupo encerrado en sí mismo, encantado de tener códigos distintos, de formar parte de la excepción y no de la regla. El martes, que iba a ser un día para comenzar a discutir sobre el futuro, un proyecto de país, si se quiere usar la retórica habitual, terminó siendo el día en que el llamado régimen del 78 paseó un álbum de fotos de familia. Y algunos tuvieron que pedir perdón por ello. Cosa rara.
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Guy Debord