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La semana política
Navidades sin juguetes
El martes, una llamada telefónica de la imprenta de la revista mensual de El Salto sobresaltó a la cooperativa que edita este medio. El precio del papel y el coste de la energía, decía la llamada, obligaba a la empresa a pedir al periódico una nueva negociación de los precios. “Estamos perdiendo dinero”, dice la imprenta. Pocas horas después, la editorial La Felguera publicaba un mensaje de alarma. Les es difícil competir por el papel tal y como están las cosas. Hay escasez de celulosa y falta también el cartón que se usa para las tapas duras de los libros. Algunos actores del mercado, o sea, Amazon, lo están acaparando.
Jueves. La encuesta de población activa ilumina el rostro de los defensores del Gobierno de Coalición. En plena negociación de la nueva reforma laboral —y en una pugna por el sentido de la “derogación” o la “modernización” de la misma— se alcanza la cifra de 20 millones de personas asalariadas. Respiraciones de fuego (cortas y profundas). Queda un trimestre menos para el año electoral de 2023 y el paro sigue sin ser un factor de desencanto. Hay otros, pero el paro no lo es. “Todos los indicadores económicos reflejan la buena marcha de la recuperación en España”, se congratulaba Pedro Sánchez. Un día después, el mismo INE avisaba de que el PIB ha subido dos puntos menos de lo esperado: el consumo se ha frenado en seco en el tercer trimestre. La demanda interna no chuta.
La EPA del jueves también arroja el dato de la inflación. Menos ruidoso, más inquietante. Hace un tiempo que parece que lo más importante es aquello de lo que menos se habla. Desde 1992, el año en el que arranca el mito de la España feliz, la inflación nunca ha estado tan arriba. El costo de la vida ha subido un 5,5% respecto al año pasado. Los motivos saltan como pulgas en un colchón de lana: el precio del gas y de la electricidad en su conjunto, la escasez de chips, el coste del flete de los contenedores, que se ha cuadruplicado en un año, el precio de materias como el aluminio o el cobre, que están por las nubes. Desde hace meses, en las conversaciones de terraza y parque, espacios privilegiados de socialización desde el covid, sale el mismo tema: no es el momento de comprar un coche.
Hoy, la imagen del capitalismo global es la de los apelmazamientos de cargueros en los principales puertos de Estados Unidos, donde se trabaja a destajo para descargar lo que viene de China
Los sueldos pactados en convenio han subido una media de un 1,5%, y el aumento del salario mínimo aprobado en septiembre ha sido absorbido por la subida de los precios. Todo está más caro. En todo el mundo. Ya no se trata solo de que falten juguetes esta navidad, sino si el alza de los precios afectará al abastecimiento de productos básicos y cómo soportará la economía de los hogares la escalada de los precios de estos.
Suministros
La combinación de acceso a materias primas, especulación financiera, trabajo externalizado y mal pagado y el transporte internacional, esa mezcla que se llama eufemísticamente la cadena global de suministros, se tambalea. Es aquello con lo que el capitalismo global deslocalizado —en expresión de Göran Therborn— generó el espejismo de la disponibilidad infinita durante una etapa dorada que ha durado casi hasta la pandemia. Si tú estabas dispuesto a comprarte un piano de cola un viernes a las 3 am, todo el globo se ponía a tu servicio para que desayunes aporreando Para Elisa. Hoy los medios advierten de que todo lo made in China, made in Vietnam o made in Bangladesh que no se haya comprado ya, no llegará antes de navidad.
Las imprentas no son las únicas que alertan de una subida de precios. Los fabricantes de juguetes advierten de que escasea la resina y no será posible cubrir la demanda durante las navidades. Procter & Gamble y Nestlé ya han anunciado que continuarán elevando los precios de sus productos. Los vendedores de textil se quejan de los retrasos y amagan con la repatriación de la producción. En el último semestre se ha atenuado el coste de la madera, después de que a principios de año se disparase hasta un 400% por encima de su precio, pero las obras siguen paradas. En 2020 la perplejidad se extendía entre los talleres y las tiendas de bicicletas: el coste del aluminio y el acero, la falta de componentes, estaba dejando secos a los pequeños comercios, y entre los grandes había listas de espera de varios meses para comprar una bici. Se explicaba que era por la demanda, disparada tras los meses de confinamiento —hay que estirar las piernas—, también que eran ecos de la guerra de los aranceles abierta por Donald Trump contra China. Pero se llegó a una tregua en la guerra comercial y se mantiene la escasez.
Hoy, la imagen del capitalismo global es la de los apelmazamientos de cargueros en los principales puertos de Estados Unidos, donde se trabaja a destajo para descargar lo que viene de China. No llega lo suficiente, o no lo suficientemente rápido.
Hay varias explicaciones que a su vez se enroscan en otras explicaciones. La primera y la más clara es el aumento del precio de la energía. El juego de posiciones actual beneficia a quienes pueden especular con el precio del suministro, caso de Rusia, pero también a quienes pueden intervenir su mercado (China) sin temor a la reacción del poderoso sistema privado eléctrico. La UE actual tiene clara su decisión en la dicotomía entre favorecer al sector manufacturero, aliviando los precios del suministro, y mantener los beneficios de la oligarquía cleptócrata de la energía.
Las consecuencias se temen en todo el mundo, pero hay diferencias entre el sur y el norte global. El mismo jueves, Unicef advertía de que el año que viene pueden faltar hasta 2.200 millones de jeringuillas. El desabastecimiento, en el marco del covid-19, ya ha comenzado a notarse en Kenia, Ruanda y Sudáfrica. En septiembre, la Organización de las Naciones para la Alimentación y la Agricultura (FAO) alertó de que el precio de los alimentos ha aumentado un 32,8% en un año. El índice actual está solo un punto por debajo del límite que en 2011 dio origen al motín del pan que inició la primavera del descontento en Túnez y Egipto, un movimiento que tuvo réplicas en todo el mundo. Aunque el capitalismo global deslocalizado esté en crisis, la globalización es un proceso que abarca mucho más que el mero consumo de las clases medias occidentales.