We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
La semana política
Paz sin honra
La recurrente comparación con la Guerra Civil y la defensa de la República contra el golpe de Estado militar de Mola y Franco tiene la función de perturbar más de lo que ya están a quienes defienden “la vía pacifista” para la resolución de la guerra en Ucrania. En otros países europeos, la relación se hace con la II Guerra Mundial. La historia funciona como arma arrojadiza: independientemente de que los paralelismos sean pertinentes o no, el conocimiento de lo que pasó ayer solo se emplea para provocar emociones hoy y, entre todas, la más frecuente es el sentimiento de culpa. Nadie quiere que la historia le pille en el lado de los malos, el de los monstruos.
Para evaluar la pureza de los sentimientos del sujeto pacifista se sigue exigiendo que quienes apuestan por la diplomacia pasen por debajo de un metafórico futbolín, que es un chantaje: se pretende que los muertos a manos de los soldados rusos, también sus atrocidades, pesen sobre la conciencia de quienes reclaman la búsqueda de una salida diplomática. El riesgo de que se califique de putinista —virtualmente de criminal de guerra— a quien se manifiesta en contra del envío de armas, cada vez más pesadas y de mayor capacidad, es el mismo desde el día uno de la guerra. Y, a pesar de que la mayoría de esa población de izquierdas pero-no-putinista ha seguido todas las consignas, a pesar de que se han apretado las filas o extendido una especie de manto de silencio porque no toca hablar de la OTAN, la guerra se alarga y prometen multiplicarse las masacres.
Las posturas que defienden el envío de armas al Gobierno de Zelensky reclaman entonces que el final de la guerra es una cuestión de volumen y de determinación.
El problema de esa proposición es que más armas no equivalen a más posibilidades de victoria —de ser así el blitzkrieg inicial ruso hubiese tenido éxito— sino a más posibilidades de que la guerra se cronifique, lo que es un objetivo en sí mismo que no puede pasarse por alto. Rheinmetall, fabricante de los tanques Leopard ha subido su cotización en bolsa un 145% en un año.
Incluso aceptando que el envío de armas fue trascendental para que el Kremlin no arrasase Kyiv en los primeros días del conflicto, los hechos han demostrado que la primera advertencia del antimilitarismo estaba en lo cierto: el final de la guerra pudo llegar en los primeros compases de la guerra. En marzo y abril, representantes de Rusia y Ucrania habían acercado posiciones en negociaciones que tuvieron lugar en Turquía: “Rusia se retiraría a su posición del 23 de febrero, cuando controlaba parte de la región de Donbás y toda Crimea, y a cambio, Ucrania prometería no solicitar el ingreso en la OTAN y, en su lugar, recibir garantías de seguridad de una serie de países”, escribió en septiembre Fiona Hill, en Foreign Affairs.
El riesgo del salto de escala aprobado entre Berlín y Washington es una escalada aun mayor, un paso más hacia la gran guerra entre la OTAN y Rusia
La influencia de Estados Unidos y Reino Unido —con Boris Johnson como actor principal— fue definitiva para que no se produjese ese acuerdo. Hoy Rusia suma a su lista de objetivos Kherson y Zaporiyia, que no aparecían como objetivos en ese pacto fallido. Para el Gobierno ucraniano es todo o nada. Para Estados Unidos la situación es más compleja, lo que tiene bastante lógica porque todo es un poco más complejo siempre que el enunciado de la lucha por la libertad (si algo sabemos gracias a la comunicación política es que el enunciado de la lucha por la libertad no es la lucha por la libertad).
Opinión
¿Qué medidas puede tomar EE UU para fomentar las conversaciones de paz en Ucrania?
Un año de guerra
El esfuerzo para apoyar al Gobierno de Ucrania no ha debilitado al Gobierno ruso y tampoco se ha producido el hundimiento de su sistema. Hace once meses se asumieron como imprescindibles las sanciones económicas contra Rusia y en septiembre se aceptó que el invierno sería duro sin el gas ruso. Esas medidas han funcionado para que los pueblos europeos se mentalicen del escenario de incertidumbre que pisamos. Pero en Rusia la guerra no ha parado la economía. El PIB ha caído un 3,7% en el último año, menos de lo que se esperaba, y, como escribe Rafael Poch de Feliú en Ctxt, un nuevo keynesianismo bélico está dinamizando varios sectores económicos. Hay descontento contra Putin —ya lo había antes de febrero de 2022— pero no estamos en un escenario en el que una movilización popular vaya a derrocar al tirano.
Esta semana, el gobierno alemán ha cedido a la presión ejercida por sus socios de la OTAN y ha autorizado la venta de tanques Leopard a Ucrania. Con el acuerdo entre Estados Unidos y Alemania para el suministro de vehículos blindados —a los que, dicen, seguirán los cazas F16— se ha puesto una piedra más para que la guerra se prolongue. Los tanques Abrams, proporcionados por el Pentágono tardarán meses, sino años, en llegar. Son, aunque suene tétrico, una inversión a largo plazo que Joe Biden se resistía a hacer. Es posible incluso que lleguen con uranio empobrecido, lo que afectará a los propios soldados ucranianos. Aunque los halcones del Pentágono reconocen que los tanques no facilitarán la entrada del ejército ucraniano en los enclaves controlados por el Kremlin, el riesgo del salto de escala aprobado entre Berlín y Washington es el de una escalada aun mayor, un paso más hacia la gran guerra entre la OTAN y Rusia. Ese escenario puede ser muy noble si se trata de conjurar al monstruo de nuestro tiempo pero también puede terminar con la vida humana en esta esquina de la tierra. Por eso conviene valorar que las negociaciones —hasta podemos llamarlas cesiones— nos alejarían de ese segundo plan.
“Hay quienes sueñan con derrotas que tienen más que ver con su timeline de Twitter, sus enemigos de andar por casa y sus ganas de tener razón que con cualquier lógica bélica o pacifista”, escribía Irene Zugasti Hervás antes de los Leopard. Porque de eso hubo mucho en febrero de 2022 y de eso hay mucho aun hoy, de ganar batallas en las que nos jugamos poco. Al fin y al cabo en otros muchos temas estamos de acuerdo, y la guerra solo es noticia de tanto en cuanto. Pero, fuera de los duelos de esgrima en artículos de prensa y en los pocos medios que aportan el punto de vista del pacifismo —no lo verás en televisión—, la parálisis es absoluta.
La búsqueda de una voz común, que represente a esa mayoría que, a pesar de los chantajes, cree que el acuerdo a corto plazo es mejor que la victoria inalcanzable, y que asuma las contradicciones y límites que tiene el pacifismo fuera del campo de batalla, puede ayudar a las instituciones continentales a encontrar su autonomía perdida. Para eso, tal vez sea buena noticia terminar ya con los aspavientos moralizantes y los paralelismos estupendos con otras épocas, que pudieron tener sentido en marzo de 2022, y proyectar más bien qué futuro puede quedar por delante si, en busca de la victoria sobre el mal absoluto, solo llegamos a ver más muerte y devastación. En otras palabras, los hay que preferimos una paz armada y con muchas contradicciones a tener la razón.
Relacionadas
Solo para socias
Solo para socias Nueva carta mensual: “Redactor en crisis”, por Pablo Elorduy
La semana política
La semana política Lo que pasó, pasó
La semana política
La Semana Política La nave del misterio electoral
La “voz común” de los pueblos europeos que sufrimos la guerra o sus consecuencias debe ser estimulada y agrandada por los movimientos pacifistas, los partidos políticos que apuestan claramente por la vía negociadora y la sociedad civil organizada entre cuyos valores e ideas se encuentran el pacifismo y el antibelicismo. De los gobiernos prootanistas no se espera nada; de los pueblos europeos, todo.
Comparto su reflexión. Lamentablemente, creo que muchas personas en Europa estamos más preocupadas por los "inconvenientes" que trae la guerra a nuestra cómoda vida en este <<jardín>> (subida de precios, escasez, inseguridad...), que por la muerte innecesaria y la destrucción de un país. O tal vez estoy siendo injusta, y lo que pasa es que las condiciones de vida de la mayoría de la población son cada vez más duras, por lo que no quedan fuerzas ni ganas de luchar por algo que nos queda relativamente lejos. No lo sé.
Lo que sí tengo claro es que los organizadores e instigadores de esta guerra seguirán bombardeándonos con su propaganda asquerosa, con sus cuentos de villanos malísimos con ansias imperialistas y democracias valientes que luchan por la libertad. ¡Más armas, más sangre! ¡Más dinero!