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La semana política
La Transición no ha tenido lugar
El martes, la politóloga Arantxa Tirado explicaba en El Tablero por qué supone un fracaso el anuncio por parte de siete candidatos de EH Bildu de que no asumirán su acta de concejal si salen elegidos el próximo domingo. Es un fracaso, en primer lugar, porque indica que las políticas de reinserción –a las que deben estar destinados todos los esfuerzos judiciales y penitenciarios– no son tomadas en serio. También es, como explicó Tirado, una cesión al chantaje de las fuerzas que se hacen llamar constitucionalistas, que establecen las reglas del juego de lo aceptable en la democracia.
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, ha sido la responsable de llegar más lejos la campaña contra EH Bildu, que es una trama de la campaña contra el “sanchismo”, y que se presenta en términos agonísticos como una lucha entre el bien y el mal. Los problemas cotidianos de la crisis no son relevantes. Los desahucios, la precariedad, el deterioro de la atención sanitaria o de las residencias son cuestiones en las que la presidenta de la Comunidad de Madrid no se detiene. Tampoco le frena la realidad del proceso de paz en el País Vasco ni las peticiones expresas de respeto por parte de las víctimas de ETA. Para Díaz Ayuso lo único importante es convertirse en líder de un espacio político en fase de luna creciente. Tiene razón la presidenta cuando dice que no lo hace por venganza, lo hace por los votos. Es lo que su clientela quiere.
El mensaje, ya se ha deslizado para que vaya sonando, es la recuperación y puesta al día de una Ley de Partidos que excluya a quienes se sitúan al otro lado de la línea moral marcada por ese Madrid-contrapeso
El proyecto va más allá de estas elecciones y responde a una corriente histórica que es anterior a la democracia del 78. Lo desarrolló esta semana el responsable de la entrada de España en la Guerra de Iraq y expresidente, José María Aznar: solo Madrid –la corte, no la villa– ejerce de contrapeso contra el mal del separatismo vasco y catalán. Desde la capital es desde donde “se debe mandar un mensaje al resto de España”, defiende Aznar. El mensaje, ya se ha deslizado para que vaya sonando, es la recuperación y puesta al día de una Ley de Partidos que excluya a quienes se sitúan al otro lado de la línea moral marcada por ese Madrid como último factor de corrección. El señuelo para la masa nostálgica es que puede revertirse la historia reciente, también aquella en la que Aznar no tenía más remedio que reconocer la realidad compleja del conflicto vasco.
Pero el retorno a ese punto del pasado entre 1973 y 1981, en el que una parte del Estado y de los entonces llamados poderes fácticos todavía anhelaban la segunda fase de erradicación de la mala hierba, tienen mayor dosis de espectáculo que de posibilidad. Se trata de reivindicar la capacidad de esos agentes del Estado para soñar el país como les gustaría que fuese y no como es en realidad. El Estado, según el Partido Popular de Aznar y Ayuso, “debería poder hacer” lo que estuviera en su mano para extirpar los sentimientos de quienes no quieren ser españoles pero, al menos con la legislación actual, las instituciones no pueden hacerlo.
Nada justifica que los siete representantes de EH Bildu hayan tenido que inhibirse de participar en las elecciones. Lo reconoció la Fiscalía de la Audiencia Nacional menos de una semana después de anunciar que investigaría lo que estaba claro desde un principio: que, cumplida una condena de cárcel y acabada la fase de inhabilitación, nada impide a nadie participar en política.
La recreación en el siglo XXI de la Transición, el periodo más peligroso y violento del último medio siglo en España, tiene esa ambivalencia: se puede tomar por su parte de simulacro e interpretar que simplemente se trata de una táctica para sumar cuatro votos, o se puede tomar un poco más en serio y alarmarse ante el mensaje que mandan estos representantes de la derecha española realmente existente. La Transición no ha tenido lugar, el punto en el que estamos es el mismo que en los años 70. La derecha busca la victoria antes que la paz. Aunque, de momento, se trate solo de la persecución de una victoria electoral. Aunque eventualmente, siguiendo su propia profecía, eso podría derivar otra vez en un conflicto violento.
Cultura de la Transición
Sophie Baby: “En los 70 se esperaba la guerra civil, la percepción era que habría un millón de muertos”
El discurso político generalista ha defendido el carácter incruento del paso del régimen franquista a la democracia del sistema del 78. Sin embargo, durante la Transición hubo centenares de muertos. La autora de El mito de la transición pacífica (Akal, 2018) ha realizado un estudio científico sobre la realidad y la utilidad de ese constructo.
De momento, las tablas que se plantean son así de tristes. Ni los patriotas españoles se pueden deshacer de sus antagonistas y a estos no se les permite irse –solo se les empuja a que lo intenten hacer por vías no democráticas para justificar la campaña permanente– y tampoco se les permite participar en otro modelo de país. A cambio, lo que ofrecen Ayuso y los aznaristas es un laberinto de espejos en el que los representantes de la izquierda moderada española han entrado otra vez. Una fórmula que nunca se agota, que funciona. A Núñez Feijóo, jefe nominal de la derecha española, solo le queda encontrar la silla antes de que se acabe la música. No será difícil para un turista accidental como él en el Madrid de los vencedores. Al menos de momento.
Nadie parece saber cómo salir del bucle de esa lucha entre el bien y el mal planteada por Ayuso-Aznar. Y no es fácil porque, aunque trate de la construcción de la nación española, ellos lo plantean como una lucha fuera del tiempo y del espacio. La misma letra con distinta melodía. Para eso ha servido la aniquilación de la memoria histórica, para eso sirve la campaña prolongada contra los nacionalismos llevada a cabo por los nacionalistas españoles, para vivir en un permanente Estado de nervios.
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La derecha española no cree en la democracia. La aceptó durante la transición, porque no tenía otro remedio, y porque decidieron que podían seguir como antes, por otros medios. Principalmente, controlando los de comunicación. Influyendo en la intención de voto, comprando políticos y administradores, la oligarquía franquista se ha perpetuado. Pero, desde la crisis económica y el 15M, el régimen del 78 ha quedado en pelotas delante de la ciudadanía. La derecha ya no necesita seguir disimulando.
No olvidemos que “la indisoluble unidad de España” es un concepto franquista. Y que los ciudadanos libres de una democracia, deben tener la libertad, los medios, y el poder, para decidir, una y otra vez, la forma del Estado y del territorio. Sin escándalos y sin aspavientos.
Añadiría al comentario de Agus la ilegalización del PSOE. Creo que tiene sobrados méritos.
El primer partido que habría que ilegalizar es el PP por dos razones sencillas: ser herederos políticos del franquismo y ser el primer partido condenado por amañar elecciones con dinero b.
Con menos otros son puestos en la picota.