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Energías renovables
¿Las renovables lavan más blanco? Cambiemos el modelo, no sólo la tecnología
Energía hidroeléctrica, eólica, solar… básicamente lo que nos han contado que nos va a salvar del colapso. Pero en un contexto de emergencia climática y social su implantación no está exenta de conflictos. Tenemos delante el reto de que el aterrizaje territorial de las energías renovables traiga consigo más democracia, una generación distribuida y la recuperación de las infraestructuras en manos público-comunitarias. Y del mismo modo, que suponga el fin del expolio de aquellos territorios que han vivido procesos de colonización y empobrecimiento por parte de los países ricos —incluyendo territorios empobrecidos que son parte de estos mismos países—. En otro caso, corremos el riesgo de haber cambiado sólo la tecnología.
La energía es esencial para la vida. Nos permite realizar tareas tan valiosas como cocinar o climatizar e iluminar nuestros hogares. Sin embargo, conseguir energía siempre requiere utilizar unos recursos. ¿Qué puede pasar si no tenemos soberanía para decidir cuáles van a ser estos recursos, de dónde los vamos a sacar y cómo los vamos a usar? ¿Qué puede pasar si, además, quién sí gestiona la energía tiene como prioridad su lucro, y no cubrir unas necesidades energéticas? Han sido múltiples las voces, las comunidades y los pueblos que, durante décadas, han alertado de la crisis ecosocial. No importaba lo certeros que fueran sus análisis. Estas voces fueron y siguen siendo sistemáticamente silenciadas por los grandes poderes, las empresas transnacionales y la connivencia de los Gobiernos.
Las voces que han alertado de la crisis ecosocial han sido sistemáticaticamente silenciadas por los grandes poderes, las empresas transnacionales y la connivencia de los Gobiernos.
Se trata de lógicas (neo)coloniales de desposesión de los territorios que permiten la acumulación de capital en unas pocas manos. Y esta realidad ha llevado más allá en los últimos años la frontera extractivista. Esto significa que las grandes fortunas y corporaciones que más se están enriqueciendo en estos momentos, lo están haciendo a costa de explotar unos recursos energéticos que son cada vez más escasos y cuya extracción conlleva cada vez más conflictos ecoterritoriales. Están afectando a lugares y comunidades que no habían estado antes bajo el punto de mira, pero hablamos de todos modos de aquellas zonas empobrecidas mencionadas antes. Si hasta hace poco lo primero que nos venía a la cabeza al pensar en extractivismo energético eran las luchas de comunidades indígenas resistiendo ante megaproyectos petrolíferos, hoy en día la ecuación continua y traspasa también estos casos paradigmáticos. Después de la ofensiva de propuestas como el fracking en territorios como Cataluña y el País Vasco a principios de los 2010s, ahora estamos ante una implantación de macrocentrales renovables en territorios rurales en toda la península que, si bien pueden traer energía verde, no resuelven el reto del modelo.
El funcionamiento de los grandes capitales que invierten en estos proyectos no ha cambiado en los últimos años, y reproduce en realidad los esquemas centralizados y opacos de los proyectos fósiles: extracción o generación externalizada en terceros países o territorios desfavorecidos a un ritmo exponencial, y sin atender a los impactos que ello conlleva sobre sus ecosistemas y sus sociedades. En el caso de la extracción de recursos fósiles baratos en estas zonas el análisis es claro: la preferencia de los usos productivistas de la energía ante los que permiten el cuidado de la vida. Cuando se trata de proyectos renovables el impacto ambiental y ecológico no es comparable al de los proyectos fósiles, pero se pueden repetir las lógicas de desposesión, opacidad y pérdida de soberanía. En numerosos casos se viven tensiones y violencias simbólicas, así como también tangibles, desde el punto de vista social, ambiental y territorial.
Energía ¿de qué fuentes? pero también ¿para qué y en manos de quién?
El oligopolio nunca será renovable, porque el cambio de tecnología no es suficiente. Es urgente que el modelo sea renovable, pero también lo es que sea justo social y ambientalmente, que se convierta en la punta de lanza de la transición ecosocial que viene. Los conflictos serán inherentes a este cambio, pero unas energías renovables en manos de oligopolios o estados autoritarios van a generar sin duda desposesión a su paso, en vez de construir una transformación real.
¿Estamos dispuestas a decrecer en las ciudades para que otros territorios puedan desarrollar sus propios modos de vida?
No será hasta 2040 cuando comiencen a expirar los permisos de las centrales hidroeléctricas más grandes de España. ¿Vamos a cometer el mismo error con la implantación de la eólica o solar? ¿Queremos que sea Endesa, Naturgy o Iberdrola quien nos traiga a casa la energía limpia que tanto necesitamos? ¿Dónde quedan la relocalización y la generación cercana a los puntos de consumo? ¿Estamos dispuestas a decrecer en las ciudades para que otros territorios puedan desarrollar sus propios modos de vida? Entre tanta vorágine de crisis energética haríamos bien de aprender precisamente de estos territorios, y de otras olas de extractivismo y expolio que nos han precedido.
Aquí todavía parece que nos darán gato por liebre. Fácilmente identificaríamos como conflicto una situación en la que una empresa transnacional expolia una comunidad indígena de sus recursos y vierte petróleo en la Amazonía. Cuando lo pintamos de verde nos cuesta más entender ese conflicto, porque las renovables lavan más blanco. Pero el poder y los recursos clave para el futuro están siendo igualmente alejados de nuestra soberanía. Recuperarlos en manos de la ciudadanía no es una cuestión técnica ni tecnológica, sino política.