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Maternidad
Justicia social para las maternidades ante el nuevo horizonte de la izquierda que suma
Me gustaría recordar, como parte de un ejercicio de esperanza política hacia lo que viene, y como parte de la justicia social de la que habla Sumar, qué pasa con las madres en el Estado Español a día de hoy. Qué pasa con el extractivismo sobre nuestros cuerpos. Qué pasa con todo el aparataje de vigilancia y castigo, donde se cuelan lógicas de crueldad que todavía perduran del franquismo. Crueldad que continúa campando sobre la monomarentalidad. Sobre las madres sin sueldo pater-hetero-nuclear. Sobre las madres migrantes.
Qué pasa para que podamos hablar de emergencia climática, como fin del cuerpo-viviente-Tierra, como fin del cuerpo principal que sostiene nuestras vidas, y no podamos hablar de la emergencia social, como herida social urgente sin resolver, que supone el hecho de que cerca del 40% de las madres desarrollen un malestar o trastorno psíquico durante las crianzas los primeros años de vida de sus criaturas, y que la única solución que tengamos sea la medicalización, en lugar de investigar sobre cuáles son las coordenadas que generan estos malestares. ¿Será este el momento de reclamar justicia social para las madres? Justicia restaurativa para sanar la herida social que arrastramos.
¿Es importante acabar con el extractivismo neurótico sobre los recursos de la Tierra, cara a una próxima extinción como animales-humanos, y no es urgente vertebrar, apuntalar, resolver, proyectar todo un paquete de medidas, políticas públicas y estrategias para que la actividad humana de maternar no sea sinónimo de nuevas pobrezas, nuevas obligatoriedades psico-afectivas, afectivo-sexuales, económicas, socio-políticas y sinónimo de pérdida de todo tipo de capitales (desde esa “economía de pérdida” de la que habla aquí la historiadora feminista y amiga, Maite Garbayo)?
¿Podemos hablar ya, en este nuevo futuro de esperanza política que tenemos por delante, de un pacto social que incluya a las madres, y resuelva la maternidad como sinónimo de pobreza, devaluación y expulsión?
Sería un sueño poder desmontar esa universalización, impuesta por el blanco-igualitarismo-occidental, que coloca a las crianzas como actividades humanas a expulsar de la legitimidad política, negando su carácter estructural y determinante para la continuidad del asunto vital público. ¿Podemos hablar ya, en este nuevo futuro de esperanza política que tenemos por delante, de un pacto social que incluya a las madres, y resuelva la maternidad como sinónimo de pobreza, devaluación y expulsión?
Teniendo presente que somos millones de madres en el Estado Español. Maternar —los trabajos maternos— son una realidad trasversal que va más allá de la clase, del grupo social. Que atraviesa del centro a lo rural. Maternar es una práctica social sostenida diariamente por millones de madres, y que todavía, al día de hoy, sigue siendo un problema sin resolver dentro de los propios feminismos, cuando estos tendrían que resolver esta devaluación sistémica que arrastramos las mujeres una vez nos transformamos en madres.
Muy contentas de haber desmontado —académicamente— la respuesta canceladora del turbo-capitalismo-individualista ante nuestras demandas cuando nos dice “no haber traído a nadie a este planeta o no haberte responsabilizado de una criatura de forma irreversible”. Como si se tratase de una excentricidad, cosa que hace con todo lo que no le genere una inmediata acumulación de capitales. Cuando la cosa es que las crianzas están imbricadas con capas profundas de nuestro ser, que siempre necesitan y necesitarán desplegarse. Como parte de nuestros desarrollos vitales, de nuestras fuerzas vivas. Sea de manera consanguínea o desde el entrañamiento no-consanguíneo, porque las fuerzas reproductivas forman parte de cada proyecto psico-afectivo-profundo, enraizado en lo que tú consideras pertenencia, y en la manera que cada una quiere estar/dejar en este mundo. En qué queremos aprender antes de irnos. Además, están entrelazadas con las, sí, legítimas fuerzas activas que permiten la continuidad de lo vivo, que perseveran en la vida, sobre las que hablan muchas filósofas feministas actuales.
No es tan fácil reducir la actividad humana de maternar a una lista de tareas productivistas reemplazables por otros deseos. La trama que las empuja tiene implicaciones muy adentro de nuestro ser, con una traslación en lo de fuera, en lo púbico, más allá de nuestro ser.
Me gustaría llevar al centro de la urgencia política, al lado de la preocupación por el parque de Doñana o el Mar Menor, qué pasa con nuestros cuerpos como madres. Cómo a pesar de saber que durante las gestaciones y puerperios se producen procesos —absolutamente transformadores— como la transparencia psíquica o el microquimerismo descrito por compañeras ginecólogas, psicólogas y psiquiatras perinatales feministas, el hecho de asumir una crianza, sin ser rentista o sin tener una estructura de apoyo macho-pater-hetero-económica detrás, previamente, te va sumergiendo en un lugar de devaluación. Un lugar socio-históricamente muy conocido por las mujeres. Lugar de cansancio como disciplina social que nos dispara todo tipo de síndromes autoinmunes y enfermedades crónicas. Lugar de aislamiento y soledad como estrategia de control sobre las fuerzas de trabajo futuras. Impresiona que no tengamos estadísticas, análisis, cruces de datos, soluciones. Ministerios dedicados a resolver toda esta herida social sobre los cuerpos de las madres. Normalizada. Silenciada por el discurso oficialista feminista institucional actual.
Muchas de nosotras deseamos un cambio de rumbo ante la nueva esperanza política de una izquierda que suma, recordando con mucha tristeza estos pasados años, cómo cada vez que hemos abierto debates para abordar qué pasa con los procesos de reproducción social ante los alarmantes datos del INE se nos ha intentando cancelar argumentando que hablar de lo reproductivo es hablar de fuerzas fascistas, como fuerzas utilizadas para la construcción del Estado-Nación durante procesos totalitarios, y que no merecen tener tratamiento político. Muy hartas de ese discurso oficialista que responsabiliza a las madres de la construcción identitaria esclavista patriarcal que se ha ido sedimentando con el paso de los siglos sobre el constructo “madre”. “Madre” como mano de obra gratis para el paterestado.
Como si ahora no luchásemos, cada día, por desarticular cada una de las celdas que articulan la cárcel identitaria de la “madre” normativa. Desmontando la construcción única de “madre”. Conformada durante el franquismo, deliberadamente, a partir de la reproducción de lógicas de crueldad sobre todo lo que no era esa “madre” sometida. Dejando claro-clarinete que la única identidad posible de “madre” era siendo psico-esclava del paterfamilias/paterestado. Como si ahora no luchásemos por la diversidad identitaria dentro de las crianzas, por salir de los yugos de las unidades hetero-esclavistas nucleares.
Ojalá podamos ya, en este nuevo horizonte político de izquierda posibilitadora de nuevas emancipaciones para todas, salir de la lógica de tratar lo reproductivo como un problema fascista a extirpar, en lugar de una actividad humana, determinante para nuestra continuidad, a vertebrar. Ya que las feministas, las de izquierdas, las que también proyectamos en un modelo social lo más justo posible para todas las partes, también formamos familias.
Que se acabe la cultura del castigo sobre las madres que no está pertrechadas de privilegios, y que la reproducción de las lógicas de crueldad franquistas sobre las madres, desaparezca
Esperamos que sea ahora el momento de poder tratar dentro de un debate justo, sin el ninguneo que hemos sufrido en este proceso político feminista institucional (que llega a su fin), la posibilidad de una prestación universal sujeta a renta por criatura a cargo como sucede en media Europa, lo cual sacaría de condiciones miserabilistas a millones de madres en contextos que no son híper-urbanitas-neuro-dominantes; poder hablar de capitales y maternidades; poder plantear bajas más amplias, transferibles, que cubran los procesos de exterogestación —porque el cuerpo que hace el trabajo monumental de gestación, parto y lactancia necesita protección y ser cuidado, frente a un cuerpo que en esos mismos meses puede prepararse un triatlón o unas oposiciones; sacar la estructura del hetero-paterfamilias romano de nuestra vertebración jurídica fundacional y que nadie, que no ha sostenido en el tiempo a una criatura, con toda la complejidad que ello supone, tenga derechos consanguíneos sobre esa criatura; que el acceso a la vivienda de las madres sea prioritario; que se reconozca todo lo que se está acumulando sobre los cuerpos de las madres en el contexto que pisamos, hoy día; que se proyecten programas de bienestar psicológico perinatal públicos que eviten la medicalización, como simple respuesta, y que todas, en todos los rincones de este país, puedan entender los psico-bio-procesos que atraviesan a sus cuerpos como madres una vez te metes en estos complejos viajes, que no son decisiones excéntricas individualistas. Que los derechos y, la protección psico-física de los bebés, estén por encima del salario, como manera de proteger la salud futura de nuestra comunidad como parte de la responsabilidad eco-social que forma parte de todos los discursos verdes. Que no se quiten custodias por inercia, sino que se ayuden a las madres con dinero y formación púbica para que puedan llevar hacia delante sus propios proyectos de familia. Que se acabe la cultura del castigo sobre las madres que no está pertrechadas de blanco-privilegios, y que la reproducción de las lógicas de crueldad franquistas sobre las madres, desaparezca.
Ojalá este futuro próximo posibilitador de una izquierda plural, de una izquierda que suma, se pare a mirar la urgencia social que supone las condiciones en las que millones de cuerpos madres, a día de hoy, asumimos las maternidades por todo el Estado Español.