Comunidad de Madrid
La universidad del favor: crónica de un becario en la URJC
Resulta curioso que nadie haya visto nada en la Universidad Rey Juan Carlos en tantos años, aunque ya se sabe que no hay mayor ciego que el que no quiere ver.

Recuerdo el primer día que empecé a trabajar como becario en la Universidad Rey Juan Carlos. La ilusión y los nervios iniciales duraron un par de horas aproximadamente. Tras las pertinentes presentaciones con los distintos miembros del departamento, llegó una profesora que, en ese momento, comenzaba su jornada laboral.
"Bienvenido, seguro que vas a ser más majo que el anterior becario", me dijo. Prudente, me hice el loco, huyendo de un cotilleo anunciado, sobre alguien a quien no conocía y que no me interesaba lo más mínimo.
A los tres días, fin de semana mediante, y sin que nadie le preguntara, se explayó a gusto. "Es que decía que solo estaba aquí para hacer su trabajo. Si algo no estaba entre sus funciones, se negaba a hacerlo. Por ejemplo eso, ¿ves?". Con su dedo índice apuntando hacia un compañero que recortaba cartulinas. "Son para mi hija pero no pasa nada, es un favor", concluyó. En ese preciso instante conocí la moneda virtual con la que funcionaba la universidad: el favor.
Entre los currículos que almacenábamos, algunos mostraban anotaciones en los márgenes relacionándolos con otros miembros de la URJC o con cargos de la Comunidad de Madrid
Nunca me ha molestado echar una mano a alguien cuando lo ha necesitado pero esta suerte de coacción a pequeña escala me sentaba muy mal. "Tranquilo, ahora te puedes tomar un café sin prisas", me comentó otro becario cuando me estrené como recadero para comprarles tabaco. Aunque traté de escabullirme tantas veces como pude, acepté el chantaje. Y, a pesar de mis circunstancias personales, la decisión que tomé me avergüenza. Me cabreaba mucho no tener libertad para poder negarme sin que me echaran, así que trampeaba para mantener la cordialidad. En el baile de máscaras asumí la hipocresía como ingrediente indispensable para el menú diario.
Desde mi posición tuve tiempo de ver como profesores brillantes desfilaban hacia la puerta de salida, pues el desempeño profesional no era un aspecto demasiado importante para ellos. En su lugar, entraban otros —a veces igual de capaces, todo hay que decirlo— con su árbol genealógico como aval predominante. La endogamia al máximo nivel. El dedazo como método de selección.
Entre los currículos que almacenábamos, algunos mostraban anotaciones en los márgenes relacionándolos con otros miembros de la URJC o con cargos de la Comunidad de Madrid. En ocasiones bastaba con ser "amigo de", pero el que no se amoldaba a la estructura no solía durar mucho. Para ello era necesario pasar desapercibido, cuanto más mejor y, por supuesto, no cuestionar nada. Paradójicamente, las incorporaciones basadas únicamente en la formación y experiencia laboral del candidato, suponían la excepción.
Es obvio que a los profesores no les pedían ir a por tabaco, aunque no eran pocos los que se ofrecían a diario.
Una parte de mi dignidad se fue en aquel sobre. Y me prometí recuperarla.
Pedro González-Trevijano, el mismo que fue acusado de irregularidades en el proceso electoral y que actualmente ejerce como magistrado en el Tribunal Constitucional, dirigía la nave. Con las elecciones a rector a la vuelta de la esquina, todos los miembros del departamento fueron citados a una reunión ineludible; vinieron incluso desde otros campus dada su importancia. En ella, explicaron las bondades de Trevijano, su intachable desempeño como máximo responsable de la universidad y su idoneidad para continuar al frente de la URJC. Acto seguido entregaron una única papeleta (sobra decir de quién) con su sobre correspondiente, que tuvieron el detalle de dejar que introdujéramos por nosotros mismos.
Mientras los más solícitos ya habían ejecutado su voto libre, uno de los responsables tuvo la indecencia de decirnos mientras sonreía: "Si queréis votar a otro candidato no hay problema pero, de verdad, este es el mejor que podemos tener". Una parte de mi dignidad se fue en aquel sobre. Y me prometí recuperarla.
Ahora que tanto se habla de adoctrinamiento, resulta curioso que nadie haya visto nada en la URJC en tantos años. Aunque ya se sabe que no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Por mi parte, descubrí que hasta entre los becarios había clases; si teníamos que hacer horas extra para controlar un examen, yo cobraba la mitad que el resto. "Eso es así porque nosotros lo hemos decidido y tú no tienes por qué preguntar", me contestaron con la sorna del que se sabe impune a esa y otras cuestiones que planteé. Mi única opción pasaba por firmar una queja dirigida al Rectorado; la estructura perfecta me derrotó.
Por eso tiene tanta importancia la revelación del caso Cifuentes. El profesor que filtró la información no podría haber hecho nada sin la colaboración de personas con acceso a esos documentos. Gente honrada que ha escuchado que, en realidad, se trata de una operación política. En el fondo, la verdad es lo de menos. Se trata de conservar los privilegios.
Con su asentimiento constante, uno de mis compañeros se ganó una plaza en a estructura. Y ahí estará hasta que quiera. Aunque para ello haya llegado a comprarles, en horario de trabajo, leche, pasteles o hasta unas medias.
Pero siempre, por favor.
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