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Bombardeos diarios sobre zonas densamente pobladas, cientos de víctimas civiles, éxodo de la población hacia zonas más seguras y pueblos totalmente arrasados por los ataques, mientras se espera una posible invasión terrestre.
Israel parece estar repitiendo la misma estrategia que comenzó el 7 de octubre en Gaza: destruir el territorio, amenazar a la población, exigir la evacuación de las áreas que planea atacar e infundir pánico. Todo esto ocurre bajo la atenta mirada de la comunidad internacional, que, un año después de la ofensiva en Gaza, sigue sin frenar el asesinato diario de miles de civiles.
Más de 41.000 personas han sido asesinadas en Gaza. Desde el 23 de septiembre, otras 600 personas han perdido la vida en solo 48 horas en Líbano. Esta cifra sigue aumentando a medida que la escalada de bombardeos continúa.
Sven Lindqvist, en su libro Exterminar a todos los salvajes, escribe: “Muchos europeos interpretan la superioridad militar como una superioridad intelectual e incluso una superioridad biológica”. Esta percepción de superioridad, profundamente arraigada en la historia del colonialismo y el racismo, justifica no solo la militarización del conflicto, sino también la deshumanización del enemigo. Al ver al otro como un ser inferior, comparándolo con un animal, se perpetúa una narrativa que deslegitima la dignidad humana de aquellos que se consideran ‘otros’.
En este contexto, las palabras del ministro de Defensa israelí Yoav Gallant —“Estamos luchando contra animales humanos y así procederemos”— ilustran cómo Israel vuelve a intentar justificar su ofensiva en Líbano, (al igual que hizo en Gaza) presentándola como un ataque a Hezbolá, cuando en realidad están bombardeando zonas densamente pobladas y poniendo en riesgo la vida de ciudadanos libaneses.
En Gaza, la lucha contra Hamás se ha convertido en un ciclo interminable de violencia. Un año después, las tropas israelíes siguen atrapadas en la franja, sin alcanzar un solo objetivo político. Los rehenes continúan secuestrados, y Hamás no solo sobrevive, sino que crece en fuerza y apoyo, al convertirse en el símbolo de la resistencia frente a la ocupación. Por otro lado, en Líbano, el foco se dirige ahora hacia Hezbolá, conocido como el Partido de Dios, con su influencia en el sur, el valle de Bekaa y las áreas circundantes de Beirut.
Sin un objetivo político claro y sin señales de una estrategia a largo plazo, Israel reabre viejas heridas, desviando la atención de su verdadero propósito: la colonización de una región para borrar la presencia palestina. Mientras el mundo observa, la comunidad internacional se ve atrapada en una narrativa de cruzada contra el mal, pero lo que realmente se despliega es un escenario de muerte y destrucción. La única estrategia es la de matar por matar.
La pregunta que queda hacernos es: ¿qué nos detiene de actuar? No es conocimiento lo que nos falta; lo que falta es el valor para comprender lo que sabemos y sacar conclusiones. Es hora de dejar a un lado la indiferencia y asumir responsabilidad.