Literatura
Centenario de la muerte del anarquista Franz Kafka

Algunos episodios de su biografía y el contenido de textos como ‘El Proceso’ o ‘El Castillo’ permiten aventurar la filiación anarquista de Franz Kafka, de cuyo fallecimiento se cumple un siglo.
Franz Kafka
Franz Kafka Nicholas Boos
3 jun 2024 06:00

El 3 de junio de 1924, con solo 40 años, murió de tuberculosis uno de los más influyentes autores del siglo XX: el checo Franz Kafka, reconocido popularmente por denunciar deformaciones sociales tales como la desbordante burocracia, los laberintos legales y la indefensión individual; habiendo sido el término kafkiano incorporado a nuestra cultura como sinónimo de lo absurdo-siniestro.

Debido a negarse a publicar sus novelas (que dejó inconclusas), hasta mucho después de su muerte no se conoció su gran producción literaria. Cuando se le descubrió en Francia, tras la liberación del nazismo, los comunistas lo consideraron decadente. Prohibido por los soviéticos, hasta en su natal Checoslovaquia fue marginado.

Los estudios consagrados a Kafka y su obra son tantos que forman un género literario. La mayoría se centra en su simbolismo y atmósfera de pesadilla surrealista, percibiendo cierta esencia teológica como expresión de una culpabilidad metafísica. Suele emparentarse con el expresionismo y que prefigura el existencialismo con un sentido enigmático. Para Sartre, “el universo de Kafka es a la vez fantástico y rigurosamente verdadero”, lo que le aporta una “inquietante extrañeza” al mostrar una realidad que no es cotidiana.

Pero también aumentan los investigadores que sitúan su posición vital y literaria dentro del anarquismo, como sucede con el editor alemán Wagenbach (quien en 1958 indagó en el anarquismo praguense previo a la guerra de 1914-18), el periodista judeo-neoyorquino Levi (1967), el sociólogo ecosocialista Löwy (1988) y el editor griego Despiniadis (2007). Y aportan argumentos de peso: episodios de su biografía y contenido de sus textos. A continuación los rastrearemos, por si es históricamente defendible un Kafka anarquista.

Inconformismo juvenil

Durante su juventud, Kafka participó frecuentemente en las reuniones de los anarquistas checos. Ya a los 15 años, se había hecho socialista y simpatizaba con los objetivos de la Escuela Libre o Moderna. Invitado a participar en octubre de 1909 en una manifestación contra la ejecución del fundador de este movimiento de educación libertaria, el anarquista español Francisco Ferrer, “acudió, pero la reunión fue disuelta por la policía”.

A partir de entonces se intensificó su relación con el anarquista praguense Michal Mares, asistiendo a conferencias sobre Malthus y el amor libre. La familia Kafka conservaba un recorte de periódico que informaba que el 10 de octubre de 1910 “la fuerza pública ha disuelto la organización juvenil anarquista Klub Mladych —Club de los Jóvenes— por efectuar propaganda de ideas antimilitaristas y otras ideas subversivas”. Kafka había participado frecuentemente en las reuniones de este club (de tendencias pacifistas y anticlericales) así como a las de “la asociación política Vilem Körber (que atacaba la opresión política y económica de los trabajadores) y de la asociación sindical Movimiento Anarquista Checo. En esas veladas conoció a la vanguardia de los escritores checos, entre los cuales figuraba Jaroslav Hasek, que sería el autor de las corrosivas aventuras del Soldado Schweik, cuyas burlas políticas, como la fundación del Partido del Progreso Moderado en el Marco de la Ley, Kafka festejaba especialmente. Aunque en estas reuniones solía permanecer como callado observador, a veces llegaba a desencajarse de risa.

Se sabe que en 1911 Kafka participó en la conmemoración de la Comuna de París y en una asamblea contra la guerra; y en 1912 en una manifestación contra la ejecución en París del anarquista Liabeuf

Se sabe que en 1911 participó en la conmemoración de la Comuna de París y en una asamblea contra la guerra; y en 1912 en una manifestación contra la ejecución en París del anarquista Liabeuf, acto que fue violentamente reprimido por la policía, que arrestó a muchos manifestantes, entre ellos al mismo Kafka. En la comisaría, le fue dado a elegir entre pagar una multa de un florín o pasar veinticuatro horas en prisión: Kafka prefirió pagar la multa.

De su conocimiento de autores anarquistas hay constancia en su diario, donde menciona a Bakunin, junto con la frase “¡No olvidar a Kropotkin!”. Entre sus lecturas también se encontraban biografías de revolucionarios pacifistas y socialistas. Por entonces, convertido en “doctorado con apariencia infantil”, también se dedicó a propagar el vegetarianismo, la gimnasia y la terapia naturista, y fue atraído por el nudismo. Siempre viajaba en tercera clase, y era muy generoso: “Su dinero lo reparte entre sus colegas pobres, pues no le hace falta mucho para sus necesidades”, según su amigo Max Brod, quien admiraba su rasgo de “compasión de la humanidad”.

Las inquietudes sociales de Kafka llegaron a ser tan radicales que en la primavera de 1918, influido por la triunfante revolución soviética rusa, redacta el programa de una “Comunidad de obreros carentes de bienes”, donde se aboliría el dinero y la propiedad privada, todos tendrían que trabajar (un máximo de seis horas diarias; para las labores físicas, de cuatro a cinco horas) y se viviría con gran moderación, siguiendo las decisiones del Consejo Obrero. Conversaciones con su amigo Gustav Janouch hacia 1920 (publicadas en 1952), muestran la persistencia adulta de sus juveniles inclinaciones anarquistas.

Posiciones vitales

Tras licenciarse en derecho con 23 años, desempeñó durante un año la asistencia jurídica en el tribunal penal de Praga, lo que le permitiría conocer desde dentro los engranajes judiciales. Doctorado en leyes, aceptó un empleo de oficinista en una compañía de seguros italiana. Tras un año de aburrimiento burocrático, opositó y obtuvo el puesto de funcionario en la paraestatal Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, en la que permaneció hasta jubilarse por enfermedad pulmonar en 1922. Parte de sus atribuciones tenían que ver con demandas por daños físicos que los trabajadores pedían considerar “enfermedad laboral”, lo que rechazaban las empresas. Odiaba trabajar en un “nido de oscuros burócratas” y no podía soportar el sufrimiento de los obreros mutilados y de sus desgraciadas viudas, introducidos en el laberinto jurídico-burocrático de la Caja de Seguros Obreros. A Max Brod le dijo: “Qué modestos son los hombres. Vienen a pedirnos algo, en lugar de destruirlo todo”. Reconocía sentir las “delicias de ser un desclasado”, y amar al individuo, “a la comunidad no tanto; soy asocial hasta la locura”.

Mensajes literarios

Para Löwy, es en su forma social y política de criticar la realidad existente como se manifiesta el punto de vista anarquista, en particular en sus brillantes novelas El Proceso (1914-15) y El Castillo (1922-24), impregnadas de antiautoritarismo (de origen libertario).

Asumiendo que era un jurista con bastante experiencia en los tribunales, durante la Primera Guerra Mundial, en total soledad y al límite de su energía, denunciar la corrupción de los tribunales de su tiempo en la novela El Proceso va a constituir su lucha por la supervivencia. K. su protagonista, “en representación de otros muchos, luchaba contra la corrupción de la justicia, pero sin la solidaridad de los demás”, rehusando someterse. La pregunta clave de esta enigmática novela puede ser: “¿De quién emana la justicia?”, a la que se respondería que “de un jerárquico sistema judicial corrupto con su infinita jerarquía de funcionarios, tan repugnante en su interior como en el exterior, sin que los abogados pretendan mejorar tal sistema”. Algo recuerda al lawfare tan de actualidad en muchos países…

La redacción de El proceso la alternaba con cuentos cortos, entre los cuales hay uno muy emparentado: En la colonia penitenciaria, ácido alegato contra el colonialismo, la pena de muerte y las deformaciones de la justicia.

En cuanto a El Castillo, más que como símbolo podemos entenderlo en su materialidad: sería la sede de un poder terrestre y humano, que se presenta como arrogante, inaccesible, lejano y arbitrario, y que gobierna a la aldea por medio de un enjambre de burócratas de comportamiento grosero, inexplicable y desprovisto de sentido. Se le puede atribuir una dimensión crítica de la autoridad estatal jerarquizada (jurídica y administrativa) de inspiración claramente anarquista.

¿Validez actual?

¿Aporta algo su obra en nuestra angustiada sociedad ciberindustrial e hipercomunicada, con su desigual reparto de bienes a cargo de fuerzas fragmentadas y globalizadas al mismo tiempo, que participan de una estructura de poder ubicua, anónima, formalmente democrática por su camuflaje electoral, e inamovible? Y quizás lo peor, interiorizada por los ciudadanos de una jerárquica y pasiva sociedad del espectáculo y el despilfarro, donde aparentemente triunfa la tecnofelicidad, cobijadas las instituciones estatales y empresariales bajo la densa sombra del hipnótico poder mediático y el ocio programado.

Quizá si la interpretamos como reflejo y denuncia de una sociedad acechada por el autoritarismo, donde se afianza el control y capacidad coercitiva de los poderes fácticos, ante los que se debe luchar, sería una válida propuesta de rebeldía social y vital.

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