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Literatura
Descubriendo la literatura sudanesa y desmitificando la guerra de Darfur con Abdelaziz Báraka Sakin
Para la mayor parte de la ciudadanía del Norte, Darfur es apenas un gran espacio de sombra. Poca gente sabe exactamente qué ha pasado en los últimos años en esta región del suroeste de Sudán. Poca gente, igualmente, se ha preocupado o ha podido explicar la complejidad de esta crisis. Lo que sí que tenemos claro es que se ha convertido en una especie de sinónimo de la tragedia; una tragedia, en todo caso, lejana. De hecho, la ignorancia preserva del dolor de la empatía y propicia un sentimiento de lástima y de compasión que no ayuda precisamente a la comprensión, más allá del dramatismo. Abdelaziz Báraka Sakin es una excepción a esa despreocupación. Este escritor sudanés ha retratado en El Mesías de Darfur el escenario de esta guerra que continúa deshilachándose en una inacabable crisis humanitaria. Sakin ha pagado un alto precio por su narración incisiva, la publicación original de El Mesías de Darfur le envió directamente al exilio.
La novela ha aparecido publicada en español en la editorial Armaenia, a través de la cuidadosa traducción de Salvador Peña Martín y ha abierto varias puertas, hasta el momento, muy desconocidas. Por un lado, la de la riquísima tradición narrativa de Sudán; y, por otro, la de la propia historia de la crisis de Darfur.
“En 2005”, explica el autor desde su exilio en Austria donde ha recibido asilo, “empezaron los problemas con las autoridades, cuando se prohibió una colección de cuentos que titulé Al margen de las aceras. Se reprodujeron cuando en 2010 se publicó Django, los clavos de la tierra. Pero se agravaron más cuando en 2012 se publicó originalmente El Mesías de Darfur. En ese momento, se prohibieron todos mis libros y fui obligado a salir. Me convertí en una víctima de la novela”. Este obra era especialmente incómoda porque la historia, formalmente ficticia, se desarrolla en el contexto del genocidio de Darfur y refleja la sinrazón de la guerra y los atropellos de las autoridades. “El gobierno sudanés aprobó una ‘ley de obras literarias y artísticas, en la que se estipula qué tiene que escribir el autor, sobre qué tiene que escribir y sobre qué no. Se establecía una censura previa sobre algunos temas que no se podían tratar como la religión o la propia política del gobierno. Se aplicaba a la literatura las leyes de seguridad nacional. Así que temí por mi vida y tuve que huir”, continúa Sakin.
“El gobierno sudanés aprobó una ‘ley de obras literarias y artísticas, en la que se estipula qué tiene que escribir el autor, sobre qué tiene que escribir y sobre qué no. Se establecía una censura previa sobre algunos temas que no se podían tratar como la religión o la propia política del gobierno”
A pesar de ese alto precio, el escritor confiesa que “está contento de haber escrito la novela”. Y como argumento para esta aparente contradicción recuerda el motivo que le llevó a contar esta historia. Se trata de un episodio que precisamente relata en la narración. Durante la guerra, Abdelaziz Báraka Sakin trabajaba para una organización internacional ejerciendo como asesor en Derechos Humanos para los combatientes. Un amigo le acogió en su casa y eso le permitió salir de la zona militar y hacer su vida en la zona civil. En una ocasión reparó en una mujer que esperaba junto a la puerta del colegio. “Cada vez que salía de casa la veía. Cuando iba a comprar algo o regresaba de trabajar, estaba allí esperando”, explica el narrador. Cuenta que le preguntó a su anfitrión por aquella mujer y que su amigo le explicó que había perdido a sus tres hijos, a su marido y a su madre a manos de los yanyahuids, las milicias armadas árabes, se había quedado sola y había perdido la razón. “Me explicó que estaba allí esperando a que sus hijos salieran de la escuela junto al resto de niños. Y en ese momento pensé que si yo que soy escritor no llegaba a escribir sobre esa historia, sobre qué temas iba a escribir. Cualquier consecuencia negativa que haya tenido la novela para mi es menos importante que esas historias”, sentencia.
El relato de El Mesías de Darfur ofrece un mosaico de personajes que difícilmente encajarían en la concepción convencional de héroes y heroínas. Llenos de contradicción viven y sobreviven en el contexto de la guerra como pueden, gestionan sus experiencias traumáticas de la manera más humana posible y dan muestra, realmente, de actos de heroísmo, pero también de considerables bajezas. Una de las protagonistas, Abderrahmán, “probablemente la única mujer en Sudán con nombre de hombre”, lidera una búsqueda y una acción de resistencia marcada, en realidad, por una sed de venganza ciega. Militares reclutados a la fuerza que solo sueñan con dejar de serlo. Imposibles amistades dictadas por la necesidad o “elegidos” improbables.
“Descubrí que no había ninguna moral de guerra, porque los mismos grupos armados que combatían al lado del gobierno contra los cristianos en el sur, cuando la situación cambió, cambiaron de bando y empezaron a combatir contra el gobierno. Al final, la única conclusión es que solo puedo estar contra todos los combatientes”
Una de las ideas que transmite este relato es precisamente la sinrazón de la guerra. Sakin asegura que durante su trabajo en Darfur se encontró participando en celebraciones a las que asistían sin aparente problemas miembros de los yanyahuids y sus víctimas y que incluso comentaban algunos de los episodios bélicos mientras bebían juntos. “Descubrí que no había ninguna moral de guerra, porque los mismos grupos armados que combatían al lado del gobierno contra los cristianos en el sur, cuando la situación cambió, cambiaron de bando y empezaron a combatir contra el gobierno. Al final, la única conclusión es que solo puedo estar contra todos los combatientes”, comenta el escritor.
El estilo del relato de El Mesías de Darfur sorprende por muchos motivos, pero uno de ellos es el tono. La historia que se desarrolla en medio de genocidio y que en varias ocasiones narra episodios brutales, desborda una incisiva ironía. “El humor y la alegría son formas de resistir a la guerra”, asegura Sakin. El escritor continua destacando esa dimensión absurda del conflicto desde su experiencia directa: “La guerra es dolorosa, pero cuando se miran los detalles concretos también se puede encontrar episodios que inducen a la risa”. Y ese mismo impulso entronca con una de las motivaciones que el autor argumenta para escribir. “Hay muchas cosas que me pueden llevar a escribir, pero a veces el impulso es el miedo. Cuando siento terror, me enfrento con algo que me produce temor y que me hace sentirme alterado, precisamente, la escritura me permite restablecer ese equilibrio perdido”, afirma el escritor sudanés que ha firmado siete novelas y siete recopilación de cuentos.
En todo caso, el ritmo y el estilo de El Mesías de Darfur son una las sorpresas que reserva el relato. “En una novela”, comenta Abdelaziz Báraka Sakin, “a veces, lo importante no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta, por eso siempre estoy ensayando formas nuevas de contar y precisamente en El mesías de Darfur, igual que en Django, los clavos de la tierra he estado experimentando cómo aplicar las técnicas orales tradicionales a la escritura”. “He utilizado el legado narrativo sudanés, pero con cierta libertad”, confiesa el escritor. En sus explicaciones, Sakin destila esa misma ironía y esa misma despreocupación, por ejemplo, cuando justifica la estructura narrativa que utiliza. “En mis novelas normalmente no hay un héroe concreto ni hay una única historia alrededor de la cual pase todo los demás. Eso se debe a la influencia de una costumbre muy arraigada, la de las indayas, reuniones que se hacen para hablar en un tono distendido. Cuando la gente empieza a beber a veces se pierde el control de la narración y se entrecruzan diferentes historias narradas en paralelo. Además cuando uno está borracho se considera un héroe, por lo que la idea del héroe se ha ido disolviendo”, comenta divertido.
Más allá de los comentarios distendidos, el autor se muestra como un firme defensor de la diversidad cultural sudanesa. “Otro factor en la narración es el de las lenguas. En Sudán hay 120 lenguas, ¡lenguas, no dialectos!, además del árabe. Y además hay, al menos, cinco hablas coloquiales del árabe, cargadas de matices y connotaciones”. A pesar de esta riqueza, la literatura sudanesa es muy poco conocida. Según el propio autor hay dos factores, uno de identidad, porque los sudaneses son africanos y árabe. Para las instituciones que promueven la cultura árabe, son africanos y para las que promueven las culturas africanas, como escriben en árabe, son árabes. El segundo factor es el gobierno: “El gobierno sudanés tiene un problema con la literatura, solo le interesan el oro, el petróleo y los genocidios”.
“Es cierto que se fue Al-Bashir, pero la situación general no ha cambiado. Quienes estaban al mando cuando se produjo el genocidio y todos los crímenes de guerra, ahora forman parte del gobierno”
Los cambios que se han producido en el país a raíz de la caída de Al-Bashir tampoco parecen determinante según el escritor que los considera “cambios formales”. “Es cierto que se fue Al-Bashir, pero la situación general no ha cambiado. Quienes estaban al mando cuando se produjo el genocidio y todos los crímenes de guerra, ahora forman parte del gobierno”, asegura Sakin, que pone como ejemplo el caso de Mohamed Hamdan Dagalo, Hemetti, actual número 2 del Consejo Militar de Transición, que es el comandante de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) consideradas las sucesoras de las milicias yanyahuids. “Quienes mandan en Sudán son los militares que han tenido responsabilidades en la guerra, porque los civiles que hay en el gobierno son, en realidad, las piezas más débiles”, asegura recordando la brutal represión de las últimas manifestaciones. Otro ejemplo, de la continuidad es la persistencia de algunas leyes: “Ahora mis libros pueden volver a venderse en Sudán, pero la ley de obras artísticas y literarias sigue vigente, de manera que cualquiera que lea el libro puede ir a los tribunales y denunciar su contenido”.
Sin abandonar su tono irónico, Sakin perfila de una manera particular, como “una broma del destino”, el recorrido de Mohamed Hamdan Dagalo Hemetti: “Empezó como ladrón de burros. Entró en las milicias, donde probó su maestría como asesino y recibió el apoyo del gobierno de Al-Bashir. Ahora ha pasado a formar parte del Estado Mayor y del Consejo Militar de Transición que ha sustituido a Al-Bashir. Ni Gabriel García Márquez podría haber imaginado un destino semejante”.
Como colofón Abdelaziz Báraka Sakin confiesa que uno de los motivos que le llevó a escribir El Mesías de Darfur fue “explicar una realidad muy compleja”. A menudo la guerra de Darfur se explica de manera simplificada como un enfrentamiento entre los grupos árabes y los grupos negroafricanos, entre los árabes campesinos y los negros ganaderos nómadas. “No es así. El gobierno ha utilizado estas diferencias a su conveniencia. No ha sido una guerra religiosa, ni un conflicto étnico”, sentencia el escritor.