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Literatura
Dime cómo fue el colonialismo portugués
Hay historia e historias. Las segundas enseñan que la primera no es una una sola, y no es, ni mucho menos, consensual. Dulce Maria Cardoso y Isabel Figueiredo son conocidas hoy porque sus historias cuestionaron la historia del ayer. También hay muchos otros que desvelan varias facetas del colonialismo portugués y preconizan un cambio en la literatura cuestionando la presencia de Portugal en territorio ajeno. El silencio ha dado lugar a preguntas que tardarán en hacerse sobre uno de los períodos más nefastos de la historia del país.
“En la historia de la literatura portuguesa hay un conjunto de obras que, curiosamente, son ignoradas. Hay un silencio que revela prejuicios”, afirma Luís Kandjimbo, ensayista, crítico literario y doctor en Estudios de Literatura. “Por tanto, el giro hacia el colonialismo tiene lugar, en primer lugar, en el propio sistema literario portugués, ocurriendo tales manifestaciones en diferentes géneros discursivos, a nivel del ensayo, de la poesía, de la ficción e incluso de la historiografía literaria”.
Eduardo Lourenço, Miguel Torga, Lobo Antunes, Manuel Alegre y Alfredo Margarido son ineludibles, asegura Kandjimbo advirtiéndonos: cuando se habla de la literatura sobre el colonialismo portugués solo se puede hablar de autores portugueses. “Si el objetivo es analizar el discurso literario de autores africanos, no se podrá hablar de literatura sobre el colonialismo portugués. En ese caso, hablamos de literatura anticolonial. El discurso literario de los autores africanos se construye con base en la lucha contra el colonialismo portugués”.
Margarida Calafate Ribeiro, doctora en Poscolonialismos, explica que hay varias fases en la literatura portuguesa sobre dicho período. João de Melo, Carlos Vale Ferraz, Lídia Jorge y Wanda Ramos, entre otros, son parte de la primera fase, que registra la ruptura. “Es una literatura de una generación que ha vivido el Estado Novo, muy crítica, de revuelta y que da voz a los que se sienten engañados ante lo que era el imperio y los sacrificios que comportó”, contextualiza la académica de la Universidade de Coimbra.
“Se trata de novelas que exploran el absurdo de la guerra y desmontan las falacias ideológicas del régimen salazarista, ya esclerótico pero obstinado en alimentar la mitología de una nación cohesionada y megalómana, que se extiende desde el Minho hasta Timor”, dice Paulo Pereira sobre la primera fase de la literatura poscolonial portuguesa
Autores y obras como las de António Lobo Antunes (Os cus de Judas), João de Melo (Autópsia de um mar em ruínas), Manuel Alegre (Jornada de África) y Lídia Jorge (A Costa dos Murmúrios) rompieron con el discurso oficial y provocaron un viraje en la década de los 80. “Reabren el archivo colonial, contradiciendo, a través de la ficción-testimonio, el silencio postraumático generalizado que cayó sobre él”, señala Paulo Pereira, doctorado en Literatura y profesor de la Universidad de Aveiro. “En un principio, esa literatura cumplió una función de catarsis o exorcismo, permitiendo reabrir las heridas dejadas por la guerra colonial y exorcizar los fantasmas coloniales que quedaron insepultos. No en vano, es sobre todo una literatura de experiencia y testimonio, escrita por alguien que tiene ‘memoria de ver matar y morir’, parafraseando un título de João de Melo”, explica el investigador. “Genéricamente, se trata de novelas que exploran el absurdo de la guerra y desmontan las falacias ideológicas del régimen salazarista, ya esclerótico pero obstinado en alimentar la mitología de una nación cohesionada y megalómana, que se extiende desde el Minho hasta Timor”.
“No siento orgullo, pero tampoco culpa”
En esa literatura de ruptura también se encuentran los que han vivido la descolonización pero la sienten como una pérdida, con nostalgia. “Incluso hoy, existe una gran comunidad portuguesa que se imagina luso-tropicalmente, es decir, lo que se definió como un colonialismo no violento, muy particular y resultado de una serie de mitologías que fueron durante mucho tiempo la garantía del colonialismo portugués en África”, subraya Margarida Calafate Ribeiro. La investigadora se refiere a la teoría de Gilberto Freyre (1900-1987). El sociólogo brasileño identifica un conjunto de fenómenos y especificidades —como la capacidad para el mestizaje— en el modelo colonial de los portugueses que lo hace singular y distinto de otras experiencias europeas.
A partir de los años 2000/2010, refiere, existe otro giro: la literatura portuguesa sobre el colonialismo empieza a ser escrita por quien ya no tiene memoria y no fue testigo directo, aunque su identidad esté fuertemente marcada por la cuestión colonial. “Es un registro distinto, sin la experiencia personal o de la historia, pero con la reivindicación de una identidad europea múltiple”, aclara.
Djaimilia Pereira de Almeida, Joaquim Arena, Yara Monteiro y Raquel Lima son ejemplos de esa generación que no alimenta la mitología del regreso, sino de pertenencia, que vive el pasado sin culpa. Entre los afroeuropeos, la investigadora incluye también a Isabel Figueiredo y Dulce Maria Cardoso. “Cardoso, por ejemplo, es muy clara cuando afirma: ‘Yo tengo algo que decir. No siento orgullo, pero tampoco culpa, porque yo no he hecho nada’”.
La frase resume el cambio: las generaciones posimperiales asumen la herencia sin necesidad de absolución a partir de una perspectiva poscolonial, es decir, con una visión crítica. “Cuestionan el silencio de sus padres y de la memoria oficial de Portugal”, resalta. “Es totalmente distinto de lo que hacen autores como António Lobo Antunes, que incluye su memoria y su experiencia en ese silencio. Como afirma en Cus de Judas, el silencio es la memoria de una generación. No fue al azar que vendió 10.000 ejemplares en 1977, en un país que era analfabeto”.
Llegó la hora
Sobre lo que caracteriza la literatura poscolonial, Paulo Pereira contesta sin dudar: “Una arqueología crítica de la historia colonial portuguesa, la denuncia de las astutas maniobras retóricas del poder colonial, sus injusticias, violencia y efectos persistentes, el intento de cumplir, a través de la literatura, un deber de memoria debido a los oprimidos (negros), pero también a los opresores (blancos), objetores de conciencia y obligados a encarnar el diktat dictatorial-colonial”.
La literatura poscolonial, añade, se inscribe en la lógica del revisionismo crítico de la historiografía del imperio, que por cierto, reúne varias producciones literarias europeas centradas en la experiencia imperial/colonial. “En este sentido, la literatura poscolonial constituye una especie de retorno de la represión histórica que las versiones oficiales del pasado colonial se empeñaron en suprimir, cumpliendo un proyecto ético de rectificación narrativa”.
Margarida Calafete Ribeiro subraya el contexto: “Las cosas no suceden out of the blue”, afirma. La académica recuerda que los dirigentes europeos actuales son más jóvenes que el propio período poscolonial. “Macron nació después de la Guerra de la Argelia; el Rey Felipe de Bélgica, el primer monarca en pedir perdón por el horror infligido al pueblo congoleño, tiene 60 años. Vivimos tiempos de cambio, aunque el fantasma colonial sea un fantasma europeo, está en nuestro subconsciente”, afirma. Como decía Eduardo Lourenço: “Es muy complicado para un espacio que fue el centro del mundo dejar de serlo”. “Estamos en un momento de cambio”, subraya la académica. “Es también por eso que la extrema-derecha crece. Está reaccionando a eso”.
¿Qué es la lusofonía poscolonial?
Para Luís Kandjimbo, hay que aclarar conceptos. Él afirma que la designación ‘literatura lusófona poscolonial’ es una invención de las modas académicas occidentales. “Si la literatura colonial, que es herencia portuguesa, no forma parte del sistema literario portugués, ¿a qué interés corresponde su legitimación en los círculos académicos occidentales? Otra pregunta: ¿qué es la lusofonía poscolonial?”. Entre las mejores respuestas, añade el escritor, están las formuladas por los ensayistas del siglo XX Alfredo Margarido y Eduardo Lourenço.
“Es un error llamar a la literatura africana de habla portuguesa ‘literatura lusófona’. Si por ‘lusófono’ pretende referirse a las ocho literaturas de habla portuguesa, a saber, angoleña, brasileña, caboverdiana, guineana, mozambiqueña, de São Tomé, portuguesa y timorense, encontrará que el uso de esta enunciación terminológica no tiene sentido. En cambio, cuando se habla de literatura poscolonial se opera con un cronotopo que nada tiene que ver con la literatura africana. Su periodización no puede basarse en los referentes del colonialismo, cuando se sabe que constituyeron contradiscursos y contraliteraturas”.
El profesor insiste en que es un error hablar de literaturas lusófonas para denominar el campo de estudios literarios africanos y que el término correcto es literaturas africanas que tienen el portugués como idioma oficial. En todas, hay una tradición literaria oral muy marcada y omnipresente, afirma. “En este sentido, puede decirse que los autores y las obras introdujeron temas, lugares, personajes, estrategias y técnicas discursivas diferentes a las prestadas por las tradiciones literarias occidentales. En algunos casos, estas innovaciones están en el origen del interés del público lector”.
Para los que buscan agradar a las expectativas y gustos del lector europeo, el problema es otro, deplora. “Reproducen modelos estéticos occidentales. Los instrumentos para evaluar el impacto de las obras y autores africanos deben basarse en otros criterios. Un hallazgo similar se puede encontrar en cualquiera de las cinco literaturas escritas en portugués”, dice. “Las valoraciones de las literaturas deberían estar basadas en lógicas que fueran el resultado de un verdadero diálogo intercivilizacional. Pero este aún no es el caso. Los dispositivos institucionales europeos, por ejemplo, operan bajo una lógica hegemónica. Muestran una profunda falta de interés en la dimensión civilizatoria de las obras que creen que son representativas de las comunidades históricas africanas”, lamenta.