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Literatura
“Lo más preciado que tenemos, las memorias que atesoramos, de repente son solo un producto más”
Luis Carlos Barragán (Bogotá, 1988) es un escritor colombiano de ciencia ficción e ilustrador. Estudió Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Colombia e Historia del Arte Islámico en la Universidad Americana de El Cairo. Es autor de tres novelas: Vagabunda Bogotá (2011), El gusano (2018, reeditado en España por la editorial Holobionte) y Tierra contrafuturo (2021). Recientemente se ha publicado en España su libro de cuentos Parásitos perfectos (Caja Negra, 2024), cuyos relatos de ciencia ficción se inscriben en el biopunk. En la narrativa de este género, los protagonistas a menudo se encuentran en un laberinto de conexiones, donde las biotecnologías permiten la fusión de lo humano y lo no humano.
Este entrelazamiento plantea preguntas sobre la identidad: ¿qué significa ser humano en un mundo donde los genes pueden ser alterados y los cuerpos modificados y/o fusionados con otras especies? En este sentido, la simbiosis no se presenta únicamente como un fenómeno biológico, sino también como una condición existencial. Los cuerpos, en su lucha por adaptarse y sobrevivir, se convierten en escenarios de resistencia y transformación, donde lo extraño se integra en la identidad del yo.
Los trece relatos que componen el libro nos hablan de futuridades queer, donde el imaginario especulativo de Barragán desafía las narrativas hegemónicas de género y sexualidad a partir de la construcción de identidades híbridas —entre lo humano y no humano— que trascienden las limitaciones impuestas por las estructuras normativas de poder.
Los cuentos de Barragán retratan una Bogotá habitada por personajes sometidos a diversas formas de violencia: la opresión estatal, el narcotráfico, la gordofobia, la violencia de género, el edadismo, la xenofobia y la discriminación de clase. En este sentido, la narrativa de Barragán puede concebirse como un festival de euforia queer, desde una perspectiva poshumanista donde la entomología y la
El escritor y académico Vicente Luis Mora ha caracterizado tu narrativa como “bioliteratura”. Tanto en tus cuentos como en otras obras, como la novela El gusano, lo biológico se erige como el eje central sobre el que se articulan las transgresiones presentes en los textos. En el cuento “Parásitos perfectos”, uno de los personajes desarrolla una tesis sobre biología y se mencionan las ilustraciones de Ernst Haeckel, o las teorías de Lynn Margulis y Konstantín Merezhkowski, según las cuales la evolución ha sido posible gracias a la convivencia y colaboración entre diversos organismos parasitarios. En el relato, esta idea simbiótica, vinculada a larvas y hongos, se transforma en una tendencia juvenil que lleva a esta tribu urbana hacia el éxtasis y a diversos estados de conciencia o a una nueva fase evolutiva a partir de su fusión con diversos parásitos. De este modo, el concepto de holobionte, propuesto por Donna Haraway, funciona como una metáfora tanto literal como simbólica, y se convierte en una representación de la complejidad de las relaciones interdependientes que caracterizan la vida. En el cuento, parece que nos encontramos ante un escenario apocalíptico, donde los suicidios se vuelven cada vez más frecuentes. En este contexto, ¿sería la simbiosis el único camino hacia la supervivencia poshumana?
Eso creo. Ya vivimos en una simbiosis con muchísimos organismos vivos, solo que el humanismo nos ha cegado, nos hace pensar que somos lo único que importa, y que todos los demás seres vivos están para servirnos y ser controlados. Para sobrevivir, ya sea como especie, o como transhumanos, sí que siento que el camino está en una visión poshumanista, que sea más consciente de las complejas ecologías que habitamos, que aproveche el mutualismo en el diseño, para que los beneficiados seamos todos los seres vivos.
¿De dónde surge tu interés por explorar el cuerpo y sus límites, qué papel desempeña lo biológico en tu narrativa?
Creo que el interés inició con los referentes que estaba consumiendo. En Akira, de Katsuhiro Otomo, el cuerpo pierde sus límites completamente, el cuerpo de Tetsuo se convierte en un reactor de órganos y apéndices infinitos y sin control, las películas de Cronenberg nos muestran que la carne es una materia plástica, y que la ingeniería genética puede dar posibilidades infinitas a la forma que el cuerpo pueda adoptar, y la literatura de J. G. Ballard además nos muestra la plasticidad de esa misma corporalidad, junto a su sexualidad. Videoclips de artistas como Chris Cunningham, el mismo imaginario cyberpunk, incluso las pinturas de Salvador Dalí, y con su plasticidad onírica, todo eso me nutrió, y junto a la teoría de género y queer me hizo también liberarme de las estrictas reglas sociales que han intentado correlacionar el tipo de cuerpo que tenemos con comportamientos relativamente arbitrarios.
Lo biológico está casi siempre en el centro de mi obra, y de las preguntas que me hago, y que me gusta explorar. Tanto El Gusano como Parásitos perfectos ponen a prueba la relación entre identidad y cuerpo, ¿qué tan atadas están esas dos? ¿Será que podemos desatarlas de alguna forma? ¿Estará el futuro en prescindir de los cuerpos, o en identificarnos más con ellos? ¿Si el cuerpo se vuelve más plástico, seguirán importando las categorías de raza, sexo o género? ¿Qué significa estar vivo, tener células, qué tan maleable es el tejido viviente, qué tan interconectado puede estar con otros seres vivos? ¿Qué tanto se puede entender esa consciencia o identidad con otras consciencias e identidades que están en apariencia vivas? ¿Qué posibilidades hay en la unión entre el poder, el estado y lo viviente?
En esa búsqueda de cierta justicia social, al menos simbólica, he querido rehabilitar a la infección, al infectado, y encontrar la luz en lo que parece enfermo o degradado, mostrar que desde otro punto de vista esta degradación podría ser el clímax de la evolución humana
En la cubierta de Parásitos perfectos se puede leer la frase “Antes infectada que sencilla”. Esta expresión, que evoca el imaginario de la cultura popular, presenta el concepto de infección como algo positivo, productivo y creativo, convirtiéndolo en un elemento deseable. En tus relatos, numerosos personajes se infectan —ya sea por iniciativa propia o por contagio—, lo que permite que el cuerpo infectado, a menudo considerado “enfermo”, se transforme en una identidad contrahegemónica. ¿Qué nos puedes contar sobre el papel de la infección y el contagio en el contexto de tu narrativa?
Con frecuencia lo infectado, lo enfermo, o lo deforme ha estado en las márgenes de la sociedad. Y tal vez mi enfoque en esas márgenes ha tenido que ver la educación que recibí, muy en contacto con el marxismo y la escuela de Frankfurt, y Foucault, que intentan revertir y combatir un centro opresor, el cual define qué es lo que está bien y lo que está mal, contra una alteridad que o normaliza o marginaliza. Soy latinoamericano, gay, he sido activista por los derechos trans, he tenido parejas trans y he estado en contacto con grupos de personas que se salen de la norma de muchas formas, y allí se sienten felices. Son mis amigos, los que para otros podrían pasar por monstruos. Para muchos, en muchas sociedades, soy un enfermo. Yo creo que en esa búsqueda de cierta justicia social, al menos simbólica, he querido rehabilitar a la infección, al infectado, y encontrar la luz en lo que parece enfermo o degradado, mostrar que desde otro punto de vista esta degradación podría ser el clímax de la evolución humana. Mucho de eso viene también de mi interés por los santos católicos que se autoflagelan, y en ello encuentran su salvación. Hay también algo tremendamente llamativo en la autodestrucción del sujeto que trabaja, sobre todo en el contexto económico en el que vivimos, que empuja a la gente al límite constantemente, para parecer exitosos, o para sobrevivir, y que produce toda suerte de problemas de salud mental. Todas esas contradicciones extremas son, de todas formas, parte del mundo que habitamos todos los días.
Uno de los temas que aparece constantemente en tu narrativa es el de la memoria: memoria individual y memoria colectiva (o histórica). En Vagabunda Bogotá hay una epidemia que hace que todas las personas olviden quiénes son y en varios de los cuentos de Parásitos perfectos se pierde la memoria y/o se recupera gracias a la (bio)tecnología. ¿Qué función tiene la memoria en estos relatos?
Igual que con el problema del cuerpo, la memoria también se revela completamente plástica. Y si nuestra identidad está hecha de memorias, y las historias que nos contamos, entonces la identidad también es plástica. Puede ser una herramienta liberadora, como en Vagabunda, en que la gente reconfigura su identidad involuntariamente, y se libera de las trabas que se han puesto en su vida a punta de traumas, y memorias, y de repente hacen lo que realmente quieren. El lado oscuro, o más bien gris, aparece en Parásitos, y es que esa plasticidad entre en contacto con el capitalismo, que las memorias, y por lo tanto las identidades se puedan copiar, editar, descargar, vender, comprar, cortar, pegar, mezclar: lo más preciado que tenemos, las memorias que atesoramos y que nos hacen únicos, de repente son solo un producto más.
El libro de relatos incluye numerosas ilustraciones que transforman esta obra en un libro-objeto o libro-arte. En este sentido, me gustaría preguntarte sobre el papel que desempeña tu formación como ilustrador en la creación de tu obra literaria. Las ilustraciones, sin duda, son una parte integral de tu trabajo. ¿Cómo abordas las relaciones intermediales en tu obra, donde la imagen y la palabra se complementan? ¿Cuáles serían tus principales referencias en el ámbito de las artes plásticas y visuales?
La escritura es siempre un sistema interpretativo entre la imaginación y el lenguaje. Y esa imaginación en mi caso es visual, a color, incluso cinematográfica, hasta cierto punto. Haber estudiado artes plásticas e historia del arte islámico me ha hecho más sensible e inclinado a querer hablar de texturas, colores, y formas particulares, más difíciles de describir. Ese es mi reto. El libro que más me inspiró a ilustrar mis textos fue La vida después de Dios de Douglas Coupland. En ese libro cada capítulo viene acompañado de un dibujito sencillo, que ilustra de forma irónica algún elemento del texto. Lo recomiendo muchísimo, Coupland también es escritor y artista plástico. Pero mi trabajo de ilustración está muy cruzado por la historia del arte, incluyendo los clásicos como Caravaggio, ilustradores de ciencia ficción como Simon Stalenhäg, o Giger, e ilustradores de cómic como Moebius.
En los imaginarios presentes en tus cuentos es posible identificar reminiscencias de escritores como J.G. Ballard y William S. Burroughs, así como de directores de cine como David Cronenberg. Pienso, en particular, en la influencia de Crash, que se percibe en relatos como “Carretera negra” u “Omphalos9”. ¿Cuáles dirías que son las influencias literarias que alimentan los imaginarios de ciencia ficción en tu obra? ¿Qué obras latinoamericanas consideras como un referente?
La influencias literarias son muy variadas: Sí, J. G Ballard es muy importante, Burroughs también. Algunos de mis autores favoritos son Rafael Chaparro Madiedo, un colombiano que escribió Opio en las nubes, fue un referente muy importante para mi percepción del ritmo; José Donoso, porque El obsceno pájaro de la noche fue también un gran referente; Andrés Caicedo (Que viva la música), Jorge Baradit (Ygdrasil), Ramiro Sanchiz (Las imitaciones), Mónica Ojeda (Nefando y Mandíbula son ambas extraordinarias), Antonio Caballero (Sin remedio es una obra magnífica), Fernando Vallejo (algunos de sus libros, como La virgen de los sicarios, fueron muy importantes para mí).
También Chuck Palahniuk, Kim Stanley Robinson (la trilogía marciana y Días de arroz y sal fueron referentes muy importantes de ciencia ficción dura), Ursula K. Le Guin (Los desposeídos y La mano izquierda de la oscuridad fueron grandes referentes), Arthur C. Clarke (El fin de la infancia), Günter Grass (El tambor de hojalata, qué gran libro), Michael Ende (si no han leído La historia interminable, es hora de leerlo), Stanislav Lem (tanto Solaris como El congreso de futurología son lecturas imprescindibles).
La ciencia ficción tiene la extraordinaria capacidad de permitirnos imaginar los alcances de la ciencia y tecnología, hasta límites insospechados
En tus relatos exploras temas vinculados a la identidad de género, la sexualidad, y las relaciones sexoafectivas entre lo humano y lo no humano, siendo esta última categoría frecuentemente representada como lo abyecto o lo monstruoso, dentro de las estructuras del sistema binario sexo/género. ¿Consideras que podríamos catalogar tu obra literaria dentro de lo que se conoce como narrativas queer? ¿Qué rol consideras que podría desempeñar el género de la ciencia ficción en la construcción de imaginarios queer?
Sí, yo sería muy feliz si mi obra es considerada queer. Por un lado, la ciencia ficción tiene la extraordinaria capacidad de permitirnos imaginar los alcances de la ciencia y tecnología, hasta límites insospechados. Y por otro lado, nuestro entendimiento de nuestro género y sexualidad, y la relación entre eso y nuestra sociedad, están mediadas por la ciencia y la tecnología, tanto la tecnología para modificar nuestro cuerpo, mejorarlo, curarlo, como la ciencia para entenderlo. La ciencia ficción nos permite poner estos elementos en contextos tan cósmicos que dislocan y rompen las barreras impuestas por el sistema sexo-género, y permiten vislumbrar mundos en los que seamos libres de tales limitaciones. Superar esas categorías, y el poder y violencia que se han sufrido históricamente, y concebir sexualidades más amplias cabe todo en la ciencia ficción.