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Literatura
Theodor Kallifatides, una elegía griega
La transcripción de la entrevista al escritor griego Theodor Kallifatides (Grecia, 1938) ocupa unas doce páginas a espacio simple; diecisiete a 1,5. Con 85 años, a este griego emigrado a Suecia cuando tan solo contaba 26, en 1963, le salen las palabras a borbotones. Tiene, eso sí, un temple envidiable y el sosiego que otorga el saberse mayor. Kallifatides es una de esas personas con las que se pude hablar de todo. No tiene pelos en la lengua y todas sus opiniones están escrupulosamente razonadas. El respeto que tiene por todo resulta exquisito. Hablamos de la guerra en Ucrania, de Putin y Zelenski, del precio de los alimentos en Grecia o de su opinión contraria a la OTAN. Sobre el panorama político del país que lo vio nacer, lo tiene claro: “Es un desastre. Estamos yendo hacia atrás”, dice en referencia a la reciente victoria en las urnas del actual primer ministro, el conservador Kyriacos Mitsotakis. Y añade: “En Europa tenemos un problema, también en Suecia. El problema es la extrema derecha, que avanza”. Habla también de su familia griega, de su vida en Suecia, de su hijo, diputado, o de su hija juez. Y claro, de Gunilla, su mujer, con la que lleva casado 54 años.
“Devoré libros de literatura sueca, y no solo para aprender la lengua; sino para comprender el dolor y la felicidad de este pueblo. No se puede entender un país sin leer su literatura”, dice Kallifatides
Es un escritor particular por diferentes motivos: su mirada lúcida, su honestidad, sus dudas y su escritura sin florituras. Va directo al grano y se agradece. Se fue de Grecia por la falta de oportunidades y porque, como cuenta en su último libro publicado en España, Un nuevo país al otro lado de mi ventana (Galaxia Gutenberg, 2023), “Grecia me ahogaba, como tantos y tantos otros antes de mí y después de mí”. Suecia no fue su primer destino tras dejar el país heleno, sino Alemania. No se pudo quedar allí: la lengua alemana le recordaba a cuando tuvo que huir, junto con su abuelo, de su pueblo, Molaoi, en el Peloponeso. “Nos tuvimos que mudar a Atenas durante la invasión alemana, mi padre incluso llegó a estar en la cárcel. Cuando llegué a Alemania, no podía escuchar esas palabras, me resultó imposible”, explica. Especifica, Kallifatides, que no fueron los alemanes o el país en sí, sino la lengua, que le hacía “recordar cosas malas”. Y así fue como recaló en Suecia, un país que en aquel momento necesitaba mano de obra y era receptivo a la migración. “Le escribí a mi madre y le prometí que iba a hablar el sueco mejor que los propios suecos”. Lo hizo leyendo todo lo que había por leer en esta lengua. “Devoré libros de literatura sueca, y no solo para aprender la lengua; sino para comprender el dolor y la felicidad de este pueblo. No se puede entender un país sin leer su literatura”.
“Me sentía tan desilusionado de Grecia que ni siquiera quería que me enterraran allí. Era joven, muy joven, pero mi país ya me había dado muerte varias veces, y no solo a mí. Primero, empozoñaron mis años de infancia, luego mi adolescencia, luego mi juventud. Desempleo, diferencias de clase, corrupción político-económica, el hermetismo en el arte y la literatura, las mentiras. La derecha me había robado la vida, la izquierda me había robado mi historia. En pocas palabras, un país horrendo si no te vendías, y yo no me vendía. No porque tuviera ciertos principios éticos, sino porque me faltaba la costumbre, ‘el truco’ decíamos en el pueblo”.
(...)
“Y, sin embargo, yo amaba mi patria, mi ciudad, mi barrio y en particular la plaza Gizi, donde por las tardes me sentaba debajo de las moreras a ver las sonrisas etéreas y las veloces, cual lagartijas, miradas de las muchachas que despertaban en mí una dulce melancolía, mientras la noche caía con delicadeza como caería de sus cuerpos un camisón de seda”.
(Fragmento de Un nuevo país al otro lado de mi ventana)
De la primera noche en el país escandinavo tiene un recuerdo claro: “Me sentí profundamente solo. Fue una sensación de vacío total. Me sentía parcialmente muerto, pero me ayudó creer que no tenía otra opción que estar allí”. Como cualquier migrante, los primeros años en el país no fueron fáciles para él: “Pasé hambre, estaba solo y no tenía trabajo”.
A España, los libros de Kallifatides nos llegan de mano de Galaxia Gutenberg, que desde hace unos años está apostando fuerte por el autor. Para quien nunca lo haya leído, una buena manera de iniciarse en esta nueva obsesión —porque una vez empiezas a leerlo resulta adictivo— es Madres e hijos. Absolutamente biográfica, Kallifatides aprovecha una visita a su madre en Atenas para explicar la historia de su familia, cuáles son sus sentimientos hacia Grecia y cómo gestiona sus dilemas de identidad. Este último es uno de los temas recurrentes del escritor: “Mi madre es mi patria. Siempre dije que cuando la perdiera, perdería mi patria. De pronto, esto me parece de alguna manera, una simplificación. Puede ser, sí, que mi madre sea Grecia, pero ¿es toda mi Grecia?”. Como él mismo explica durante la entrevista, pero también relata en el libro mencionado, la marcha de Grecia es algo que nunca ha dejado de atormentarle: “De alguna manera me siento culpable, como si hubiera renunciado a mi puesto y me lo recordaran cotidianamente. ‘Tú te fuiste y te salvaste’, me dicen parientes y amigos. He perdido el derecho a hablar de temas griegos. Una mordaza es lo primero que te dan cuando llegas a un país extranjero, y es también lo primero que adquieres cuando vuelves”.
Suecia es para este griego de habla pausada aquella patria de adopción a la que le resulta imposible renunciar. Es la que lo acogió y lo hizo escritor, la que le dio unas raíces escandinavas que no sabía que tenía
Suecia es para este griego de habla pausada aquella patria de adopción a la que le resulta imposible renunciar. Es la que lo acogió y lo hizo escritor, la que le dio unas raíces escandinavas que no sabía que tenía. En Un nuevo país al otro lado de mi ventana, Kallifatides aborda con detenimiento los dilemas que surgen tras una migración y se hace varias preguntas que quedan sin respuesta: “¿En qué momento desaparecí? ¿Antes de emigrar o después?”. Como él mismo indica, pagó un precio muy alto por vivir en el extranjero: “¿Qué consecuencias tiene que vivas una vida que tu cerebro no reconoce? Te descarrilas como un tren y te conviertes en extranjero incluso para ti mismo. Entonces solo la suerte te puede ayudar a salir adelante. Y digo suerte porque no conozco ningún método consciente para lograr la identificación con uno mismo”.
A pesar de haber construido toda una vida alrededor de Suecia y lo sueco, esa migración temprana le ha pasado la factura de tener la “sensación de ser extranjero permanente. No solo a nosotros, a nuestros hijos también. Y así es, en Suecia los hijos de los extranjeros no se consideran suecos, sino segunda generación de inmigrantes. Me negué a jugar ese juego a costa de mis hijos. Yo soy el inmigrante, ellos no. Me negué en ese momento y me negué durante 35 años. Pero ya no puedo más. Me confieso culpable de todo esto: soy inmigrante, soy griego y soy extranjero”. Pero como con todo, cuando alguien te quita algo —en este caso la identidad— también te ofrece otras cosas: “No hay mal que por bien no venga. Vivir como extranjero es una condición que estimula cualquier aptitud artística que pudiera estar atrofiada”, explica en el libro. Aun con todo, Kallifatides reconoce que se obsesionó con dejar de ser extranjero, que se lo tomó como una cruzada, pero que inevitablemente “te conviertes en lo que combates”.
Escribir en una lengua que no es la tuya
Su amor por Suecia es poroso y casi se puede oler. Buena prueba de ello es que sus más de 40 libros de ficción, ensayo y poesía están escritos, casi todos ellos, en sueco. “Intenté escribir en griego, pero no funcionó. Me sentía duplicado. Estaba fuera de mi país y de mi idioma y sentía que no escribía para nadie. No estoy seguro de tener razón cuando digo esto, pero los escritores no existen sin sus lectores. Yo no escribo para mí, escribo para ti. Entonces, ¿quién iba a leer mis libros en griego publicados en Suecia? En aquel momento era imposible publicar en griego, así que empecé a escribir en sueco. Y no solo eso: yo empecé a escribir poesía y los versos suecos me caían del cielo. Envié esos primeros versos a una editorial y fui bendecido, porque decidieron publicarme”, dice.
No solo le publicaron: con ese primer libro de poesía, Kallifatides ganó un premio de literatura. Era 1969. Sobre la decisión de escribir en sueco también reflexiona en Un nuevo país al otro lado de mi ventana: “Para mí, como escritor, la única nacionalidad que cuenta es la lengua en la que escribo. (…) Con el paso del tiempo me volví más extranjero todavía. El aislamiento superficial de los primeros años pasó a ser interior”.
El reconocimiento que ha cosechado en Suecia, sin embargo, poco tiene que ver con su éxito en Grecia. Kallifatides es un escritor que ha pasado casi inadvertido para la mayoría de la población griega
El reconocimiento que ha cosechado en Suecia, sin embargo, poco tiene que ver con su éxito en Grecia. Kallifatides es un escritor que ha pasado casi inadvertido para la mayoría de la población griega. Buena prueba de ello es lo que sucede durante la entrevista, cuando una camarera se acerca y le pregunta si es alguien famoso, al ver las grabadoras, la cámara de fotos y un montón de libros del autor encima de la mesa. “¿Es usted alguien famoso?”, pregunta la camarera con un par de cafés en la bandeja. Kallifatides responde: “Todos estos libros los he escrito yo. Mira, este soy yo”; dice señalando la portada de Un nuevo país al otro lado de mi ventana; “y esta es mi madre”, explica mientras coge Madres e hijos. La camarera le pregunta si los libros han sido traducidos al griego, a lo que el autor responde que esos libros, precisamente —los autobiográficos— están escritos en griego. El caso es que en griego no se pueden comprar: el editor de Kallifatides murió de manera repentina y la edición quedó en el aire. El estado del sector editorial griego no es tampoco demasiado boyante, con lo cual ahí está Kallifatides sin sus libros en el mercado griego. La camarera deja los cafés encima de la mesa y se despide diciendo que algún día le encantaría leerlos y Kallifatides suspira. La expresión “nadie es profeta en su tierra” se muestra magnánima una vez transcurrida la escena.
Theodor Kallifatides nunca ha dejado de escribir, solo durante un breve periodo de tiempo, después de la muerte de su madre. “Tenía la idea de que quien me hacía escribir era mi madre, por eso cuando ella murió me quedé en blanco”. Sin embargo, pudo continuar haciéndolo. Este extranjero de sí mismo, como él mismo se describe, considerado por su familia griega como solitario, huraño y retraído, termina su café y mira hacia el Partenón, imponentemente visible desde la terraza en la que nos encontramos. Es mediados de junio y el escritor está en Atenas con motivo del Festival LEA de literatura iberoamericana que se celebra cada año en la capital helena. Un reconocimiento necesario que va llegando pasito a pasito, como esa vida que se construyó en Suecia.