Literatura
Mi autobiografía colectiva de Annie Ernaux

Asistir al reconocimiento máximo del canon occidental otorgado por la Academia Sueca tiene para muchas de nosotras el regusto de la venganza literaria.
Annie Ernaux
la escritora Annie Ernaux firmando libros
Silvia Nanclares
8 oct 2022 13:27

Me acuerdo de mi primer Ernaux. Principio de siglo. Un volumen finito, de letra grande, en esas ediciones ajedrezadas tan bellas y ya extintas de Tusquets. Pura pasión. Una mujer de mediana edad registraba con precisión su cuelgue sexual con un hombre menor que ella. Hubo una frase que me noqueó. No la quiero citar porque sé que cuando la leáis la reconoceréis. Quiero dejaros a solas con el escalpelo. Es una frase corta, como muchas de Ernaux, que muestra sin embellecer, que corta como un filo, que condensa la capacidad de la dependencia afectiva para destruir nuestra integridad. Ahí estaba, rendida a la radiografía de la memoria de un señora blanca, privilegiada, con hijos y una carrera, amarrada a un teléfono esperando un mensaje improbable. Una voz impropia que me sacudía afirmando que es posible hacer literatura autobiográfica sin reescribir para embellecer la propia vida, sin victimizarse, sin imposturas baratas, o sirviéndose solo de la gran impostura de la literatura. Ese libro me permitió decir ‘Yo’ y seguir contando lo más vergonzoso, lo que resulta más feo e incómodo, especialmente para las mujeres que escribimos.

Mi segundo Ernaux fue El lugar. Durante años pensé que el título estaba mal traducido. Yo, que apenas chapurreo el francés y no me atrevería a escribirlo por nada del mundo. Pero La place tenía que ser La plaza. La plaza de profesora de secundaria que la protagonista gana y le permite transitar todos los conflictos de la movilidad social, ese fetiche sociológico del siglo XX. Abandonar su lugar de origen, su clase social. Su punto de partida. Para dejar de ser una paria. Para escribirlo. Para vengarse. Es ahí cuando el escalpelo deviene navaja y una mujer desclasada se convierte en peligrosa. Sí, era El lugar, definitivamente.

Después llegué a El acontecimiento y el título se acomodó a la experiencia de la lectura. Escalofríos. La narración del aborto clandestino vivido por la protagonista estaba desprovisto de sentimentalidad y de juicio moral. Solo había memoria corporal, indagación literaria de una experiencia por la que infinidad de mujeres de su época pasaron y aún hoy pasan. Una vez más insistía en ser una más. Una más pero con un cuchillo. Que raspaba en cada escena subiendo el volumen de tantas voces silenciadas.

Annie la del pueblo del norte. Annie la del colmado de sus padres. Annie testigo de tantas violencias. Annie de los suburbios. Annie, la madre estafada por un sistema que no le contó que en el hogar seguiría siendo esa chica

Al terminar con todo lo disponible en librerías traducido al castellano entré en la logia de las que reverenciábamos a Annie, no sin el miedo que producen sus visiones. Nos agarrábamos de la manita y la volvíamos a comentar, a estudiar, a imitar. Buscábamos en bibliotecas y en Iberlibro esos Armarios vacíos que se rumoreaba que existían y que eran una versión novelada de El acontecimiento. Nos sabíamos sabedoras de un secreto, y con esa conciencia de excepcionalidad la disfrutábamos. Algunas nos atrevimos hasta leerla en un francés que no sabíamos.

Después llegó la orgía de traducción de Cabaret Voltaire y nos volvimos locas, no había día que no se unieran más invitadas a nuestra fiesta. Leer a Ernaux es en un punto releerla, ya que sus libros son muchas veces reescritura de los mismos hitos, o miradas desde otro ángulo hacia vivencias ya contadas en otros de sus libros. Leerla así entonces, multiplicándose y compartiéndola con otras, incrementó el sentido social de su proyecto literario. Asistir al reconocimiento máximo del canon occidental otorgado por la Academia Sueca tiene para muchas de nosotras el regusto de la venganza literaria. Un puntazo, una estocada.

‘El yo es solo un lugar y no la expresión de una persona’. Decir entonces escritura autobiográfica es no hacer justicia a su extrema precisión. Desde hoy será fácil, podremos decir Nobel. Y saldremos tranquilamente a afilar sus libros con esa sonrisa en la cara que no se nos va desde el día del fallo a tantas. Y brindar de nuevo por Annie. Desplazada Annie. Annie la del pueblo del norte. Annie la del colmado de sus padres. Annie testigo de tantas violencias. Annie de los suburbios. Annie la madre estafada por un sistema que no le contó que en el hogar seguiría siendo esa chica. Annie para quien la memoria es un lugar que inventamos cada día. Cuyas dimensiones podemos volver a medir para contar de donde venimos. Annie la de los lugares. La que nos dio lugar. La que nos enseñó para que puede servir la literatura: para dar cuenta, para dejar constancia, para levantar acta. Sin hacer eso tan prepotente que es dar voz sino para tomarla. ‘Solo’ para decir: aquí pasó esto. 

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