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Literatura
‘La santita’ de Mafe Moscoso: para escribir sobre el fin del mundo
Hopo lapa, apa mipi gapas, hopolapa mapa fepe, grapa, cipi apas porpo vepe nirpi.
Espe tepe vierpe nespe depe pripi mapa vepe rapa.
Pensaba mucho en La santita, pensaba mucho en todo lo que has hecho con este libro deslumbrante, amigra.
Mi titular es (soy periodista): “Un libro que se lee como se escuchan algunos temas: con la ardiente certeza de que esto no lo habías escuchado antes, nunca, en tu vida, jamás, ni cagando (un limeñismo)”.
Solo en algunas de las muchas cosas que has hecho, pensaba.
Pensaba por ejemplo en
Todo lo que has hecho con el lenguaje en este libro: un deslenguaje.
Todo lo que has hecho con la cosmovisión andina: una interpretación.
Todo lo que has hecho con la cultura popular: una memoria.
Todo lo que has hecho con la intimidad: un lenguaje (otro).
Todo otro, en realidad.
En ocasiones veo gente muerta, en ocasiones veo libros muertos, sobre todo veo libros muertos, muertísimos, pero a veces leo libros no solo como eso, libros, sino también como operaciones políticas, poéticas, poético-políticas.
Lo mucho que se parecen esas palabras, poética y política.
El escritor colombiano Juan Cárdenas decía en una reseña sobre la novela Papi de Rita Indiana (obviamente no puedo evitar pensar en Rita cuando pienso en ti Mafe porque las dos son altísimas, demasiado altas para nosotras, larguísimas, inalcanzables, bellísimas, salserísimas con mucho swing), eso, que decía el Cárdenas que es un marxista, obvio, cómo el after pop español que nos alcanza hasta la fecha (ya after after after pop que llega hoy con fetichismo de la negra, del pobre, de la loca) había vaciado de pueblo y de chusma lo popular, precisamente había quitado de en medio a quienes habían producido esa cultura, esterilizando la belleza y la basura como unos djs que samplean para sí mismos y para una.
Estos vaciados también ocurren a otros niveles, mucho más conectados y bienintencionados, por ejemplo cuando se escribe, se habla, se ritualiza en torno a lo andino: lo andino no es solo ni nunca solo lo ancestral, es que solo hay que darse una vuelta por los universos de lo chicha, como le llamamos a la cultura andina atravesada de presente, de lo urbano, de la tele de plasma, de lo que nos rompe, nos hace bailar, comer pollo frito, llorar a todes en esta enésima fase del capitalismo. Solo hay que conocer a Mafe para ver hasta dónde ha llegado la lava de los volcanes.
Entonces veo a La santita como un librazo de genialidad y como una operación alucinante de restitución de esos vaciamientos, de esos borrados, y como una poética política de la re–encarnación. Veo el gesto de re-situar, de re-acuerpar, de re-nombrar pero con sus verdaderos nombres, los del pasado-presente-futuro, los que nombran las vísceras, el sueño, el trance, la fe, las plantas, el amor.
Citando a alguien del que hablábamos hace poco, José Esteban Muñoz, en su libro El sentido de lo marrón —a lo que Mafe agrega “de lo marrón andino” porque ella es de Quito y esto que es TANTO se lo tenía bien guardadito—. Escribe Muñoz: “Lo común marrón no se parece en nada a la continuidad, es un ser con, ser junto a, nada que podamos reducir a un objeto, una cosa (como un libro, digo yo) en particular, que tengamos en común. El común marrón es el ejemplo de una colectividad con y a través de lo inconmensurable”.
Esa palabra, inconmensurable, es para La santita, sin exagerar, todo para ella.
Este libro inconmensurable, me decía, es el libro de una poeta, sin duda lo es, de una grandísima poeta, poeta del oído, de la idea, de la imagen, porque La santita es una orgía sincrética de sentidos perdidos y recuperados, una fiesta patronal del lenguaje herido, con su resaca, con sus formas excéntricas de sanar. Leerla es transitar con el sonido y la cadencia de una especie de espanquechua. Por decir alguna de las decenas de hallazgos de esta resistencia verbal vocal (como decían las eurakas, un colectivo de Madrid del que Mafe formaba parte), podría mencionar la ternura de las contracciones lingüísticas y diminutivos de nuestros territorios identitarios, íntimos, sagrados. Todo lo que el quechua ha incorporado a la fuerza y por placer.
Y es el libro de una narradora, claro, porque no sé cuántas historias he contabilizado en cada una de las siete historias de La santita:
El compositor ecuatoriano Julio Jaramillo es una piedra que canta melodías que arrullan a las que han sido desalojadas a los sótanos del mundo para soportar las toneladas de basura que dejan arriba los turistas y con las que se despiden del mundo.
Un monstruo de líquido grasoso que era ¿Dios o el Diablo?, contaminando el sancocho de la comunera Carmen Triguero, según un cangrejo testigo que reclama justicia para sus hermanos muertos. No sé cómo pero el monstruo se unió a la fiesta y se olvidó quién era e hizo colapsar la refinería.
No sé cómo pero de pronto ya está dentro de mí instalado un hombre que se convierte en una criatura trans, en un enchaquirado, y en una telenovela y en un amor. Y todo visto desde los ojos de una gallina llamada Bolivia!
Y luego lees que la gallina dice soy el huevo y soy la gallina al mismo tiempo.
Y la gallina es la televisión, la tv infinita, escribe Mafe.
Y es la telenovela Cristal, escribe Mafe.
Y ahí entiendes todo o no todo, nunca todo, pero mucho más. Y te ríes, que es lo mejor, de tu puto bastardo origen, que es lo mejor, el humor de este libro es lo mejor.
El Aleph, Cusco, la biblioteca, internet, el ombligo del mundo, el Todo, el cosmos, no sé, todos los tiempos a la vez, todo ocurriendo todo el tiempo, en supra y sub vibraciones concéntricas, puertas a umbrales que se abren y aparece Chayanne.
La de La santita es una imaginación torrencial, tiene la fuerza del huayco que baja de la cima de las montañas y arrastra vacas, casas, gente, formando una marea oscura y dolorosa de supervivientes, sus puntos de color. Universos inéditos sobreponiéndose unos con otros, haciendo brotar a otros de sí mismos, más que las cajas chinas, o las matrioshkas, más que eso, porque habría que inventarse también la metáfora para explicarlo.
Y esto me lleva a pensar cómo no están ni creados los marcos para recibir esta escritura solo desde el análisis literario porque libros como La santita los han arqueado, trascendido, demolido. Porque son escrituras no librescas, que crean vínculos donde para el pensamiento occidental hay brecha, puentes entre la naturaleza y la cultura, entre lo humano y lo no humano, entre la realidad y la magia, entre Dios y todo.
Paradigmas de los que también venimos. Mafe ya ha señalado en sus trabajos previos a lo indio andino como esa fuente de emanación de otras vidas posibles, de las existencias cuir, de saberes de resistencia a cualquier sistema. La santita es el método pero también es el fin: pone a convivir lo precolonial con las formas de nuestro presente ultracapitalista, ultramuerte, sin exclusiones ni jerarquías. Y eso es VIBRANTE.
Y digo pero, puta madre, este libro es también el libro de una investigadora. Porque todos los grandes escritorxs lo son, escarbadoras, huaqueras, detectives y La santita desentierra mundos perdidos o no registrados o poco catalogados o poco llevados al arte o a la literatura.
Y digo ok, pero este libro es el libro de una teórica, no hay manera de que no lo sea. Porque no sé cuantas ideas me ha dado leerlo, cuántos nuevos caminos me ha abierto para desprogramar, descolonizar el pensamiento y la literatura, para repensar y desformatear la escritura que nos oprime como la talla 38 el chocho.
Y carajo, es el libro de una militante de varias luchas que comparto porque están también aquí las cosas en las que creo, lo que soy.
Y al final ya digo, conquistada, sometida, es el libro de Mafe Moskito, es goce, puro goce, el libro de la que escribe ensayos sobre las reinitas latinas, las lloronas del amor, las perras del horóscopo. Una que fue niña que hablaba un lenguaje secreto con la pe. Yopo tampa biénpe fuipi epe sapa nipi ñapa. Yo también fui esa niña. La nieta de una abuela andina.
Manuel Scorza, escritor que fue testigo de las revueltas andinas de los andes del sur antes de que se cayera su avión, escribió en uno de los libros de su ciclo La guerra silenciosa: “En los Andes las masacres se suceden con el ritmo de las estaciones. En el mundo hay cuatro. En los Andes, cinco: primavera, verano, otoño, invierno y masacre”.
Cuando a las niñas la policía les ordena enterrarse y ellas excavan y aparecen las abuelas de estos policías, las que fueron violadas, asesinadas, desaparecidas, enterradas y entonces… (no haré más spoilers).
Lo que ha venido a decir La santita tal vez sea que ya hemos estado en unos cuantos apocalipsis. Para escribir del fin del mundo, quién mejor que una panchita.