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Cooperación internacional
La línea correcta
Se nos fue Walter González, así, de improvisto, porque la vida suele golpear donde más duele. Quiero recordarle así, deseándonos un feliz año 2023 que él apenas ha tenido ocasión de vivir. Hasta la victoria final, por muy lejos que esté, soñando y trabajando de manera obstinada, casi infantil, por un mundo más justo.
En este época en que cualquier mequetrefe, inventor de nada, llega a la fama y se chismorrea de sus huesos hasta el aburrimiento, me parece de justicia hablar de Walter, como habría que hacerlo de todas aquellas personas que dedicaron su vida a dejarse el pellejo por las demás. De alguna manera, para alguien que se mete en esto de la cooperación internacional desde su posición privilegiada de niño bueno del Norte, era el hermano mayor en el Sur. A los que no nos ha pasado gran cosa en la vida, nos impresiona ese macuto guerrillero, lleno de experiencias y compromisos que se nos antoja imposible transportar por selvas y laderas, sin un rumbo marcado ni certeza alguna de llegar a algún destino razonable. Él dosificaba con sabiduría, buen humor y sensatez todo lo que llevaba dentro de ese equipaje, como quien comparte la última tortilla con sal. Nadie elige a sus profesores y algunos tuvimos la inmensa suerte de encontrar a uno de los mejores.
Recuerdo una llamada de Walter, en otras Navidades, las del 2004. Le habían expulsado, junto a su equipo, de la ONG con la que Ingeniería sin Fronteras habíamos estado colaborando desde hacía años. Denunciar la corrupción no suele salir gratis, ni siquiera estando dentro de una organización orientada, presuntamente, a mejorar la vida de la gente más humilde. Un grupo de organizaciones europeas creímos en su honestidad y valentía, optamos por el camino difícil pero correcto y ayudamos a ese grupo a rehacerse y seguir con su trabajo. Pocos meses después, ACUA estaba en marcha y remprendíamos la lucha por el derecho al agua en la cordillera de El Bálsamo. Un lugar en disputa por los intereses económicos que secuestran El Salvador y que subyacen a las injusticias que vive aquel país y toda América Latina. En aquellos años en los que parecía que la cooperación internacional podía convertirse en una herramienta para combatir las opresiones en vez de lavar conciencias, subimos juntos a una montaña algo más alta que el resto y parece que aquel mar de milpa, cafetales y quebradas nos iluminó: “¿por qué no tener un plan de acción para darle a las comunidades y que se movilicen, en vez de estar esperando al próximo terremoto para actuar?”.
Ahora puede parecer obvio lo de que la cooperación debe tener enfoque de derechos humanos y todas esas cosas. Pero durante muchos años, eso significó meterse en problemas. La lucha en El Bálsamo se trasladó y se conectó con muchos otros lugares y organizaciones en todo el país, gracias al Foro del Agua, y en el resto del continente, a través de la Red Vida. Walter siempre estuvo ahí, como estuvo aquella noche en el redondel Masferrer de San Salvador, celebrando la victoria de Funes y del FMLN. Llorando a lágrima viva, viendo como en un segundo se pasaba la vida, recordando a todos los y las que no estaban, sintiendo el peso de tan inmensa mochila y cómo se aflojaban las canillas al ver el final de una época. Otra noche, en Madrid, la última vez que le vi, evocaba el desengaño. Por sus ojos lo que pasaban eran todos los sinsabores y frustraciones de no haber sabido responder, desde el gobierno, a las esperanzas de un pueblo y al sacrificio de una generación, ahora completamente desilusionada. No es que él tuviera ningún papel en todo ese naufragio, al contrario, nunca tuvo ningún afán de poder ni utilizó su gran capacidad organizadora y de trabajo para conseguir una poltrona en las administraciones rojinegras. Al contrario que el tipo que metía la mano en la caja y a quien denunció en aquella ONG, que fue viceministro durante diez años. Walter al final siguió los pasos de su compañera hasta Bolivia, donde se convirtió en el coordinador país de Médicos del Mundo.
Guardo la última historia que me contó aquella noche del 2021 como oro en paño, sentados ante una sucesión de cañas, frente al Reina Sofía. La historia del muchacho que bajaba del volcán de San Salvador, acabada la última gran ofensiva de la guerra. Desarmado, junto con otros jóvenes, casi adolescentes, con los pies destrozados y quizás sin ningún futuro al que regresar. Pidiendo unas tortillas en la primera hacienda que encontraron, prohibido hablar de nada sospechoso, hay que llegar al autobús que nos lleve de vuelta a casa. Vaya, hasta aquí llegamos, seguiremos por otros caminos, pero seguiremos. Hagan grupos de a dos y no se monten juntos en el mismo vehículo, jodidos. Había caminado tanto, que cuando llegó a la casa de seguridad en la ciudad, tuvo que arrancarse la tela de sus calcetines llevándose el pellejo con los jirones. A los pocos días, cuando ya pudo volver a andar, tiró sus botas militares, se colocó los zapatos de ciudad que había guardado durante toda la guerra, y retomó su camino.
Seguiremos la línea correcta, maestro, no hay otra manera de avanzar. Hasta siempre, Walter.
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Tuve el inmenso honor de conocer a Walter. Y sé que el mundo era un lugar mejor sabiendo que él estaba en él... nos queda su recuerdo, que jamás olvidaré. Hasta siempre, amigo.