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Nicaragua
La paz de los cementerios
El Ticabus se aproxima a la flamante aduana, ya en territorio nicaragüense. Hemos dejado atrás Costa Rica, que con un simple trámite nos ha dejado seguir nuestro camino hacia el norte. El ayudante del conductor se dirige al vehículo repleto de viajeros con voz alta y clara, intentando transmitir la gravedad del asunto:
- Si el policía decide que el bus tiene que pasar el escáner, ahí pueden ser tres horas más de espera. Pero sobre todo, que nadie se suba hasta que él dé la orden, o les puede caer una multa de mil dólares.
Todo el mundo traga saliva e intenta reproducir en su cabeza las instrucciones, mientras esperan a que el funcionario que acaba de entrar el vehículo les llame por su nombre. En un país donde acaban de expulsar a más de dos mil ONG y te pueden quitar la nacionalidad por pensar diferente, una multa de tal calibre parece creíble. Se vacía el autobús y quedo yo al fondo, sin acabar de oir mis apellidos. Por unos segundos pienso que también es creíble que la policía haya detectado nuestros pasos en San José, entrevistando a LE para un futuro documental. Corren historias de infiltrados entre la comunidad nicargüense exiliada más numerosa que, sin estadísticas fiables, se dice puede representar el 20% de la población actual al sur del río San Juan.
El artista nos ha confesado que no tiene tanto miedo por él como por su familia, que en gran parte reside todavía en el país y ha sufrido amenazas, cuyos destinatarios en realidad son él y su hermano Carlos. ¿Turismo? ¿Ometepe? Pase adelante. El bus nos espera unos metros más allá del hall remozado, oliendo a pintura todavía, como queriendo lucir mejor la soberanía nacional ante el intervencionismo imperialista. Seguimos por la panamericana, en seguida llegamos al gran lago y al fondo divisamos la isla de los dos volcanes. ¿Pudieron entrar, en serio?¿Cómo está Nicaragua?, nos preguntan las redes sociales. Nicaragua está cada día más bonita, sigue siendo la flor más linda de mi querer. Incluso empieza a recuperarse del batacazo económico que supuso la rebelión de hace cinco años. D, un amigo italiano instalado en su hospedaje al pie del volcán Maderas, evoca un país que ya no existe. En aquella Navidad del 2017 todo el mundo decidió invertir sus ahorros en sus negocios, pero el siguiente verano nunca llegó. P nos lleva a ver a la comunidad hippie que se ha juntado en aquel lugar del mundo y que cada domingo organiza un mercadillo de cachivaches, trenzas de colores y pasteles de marihuana. Pienso en la Ibiza de los tiempos de Franco, en la capacidad que tenemos de dorarnos al sol y de flotar sobre los abismos al mismo tiempo.
Bueno, hay que reconocer que Ortega ha hecho muchas cosas buenas. Vuelvo a acordarme de los pantanos patrios y del hay que seguir viviendo, mientras recorremos la nueva carretera de adoquines junto al lago. Nuestro amigo J nos lleva en carro por una Granada casi desconocida, llena de hoteles de lujo a medio gas. El negocio del real estate también anda flojo, los gringos se dieron cuenta de lo que era la seguridad jurídica en un país donde todos los poderes penden del mismo hilo. Cuando los disturbios del 2018, el pillaje se cebó con los negocios de europeos y norteamericanos, y pocos han vuelto. Ahora el rubro principal de la economía nacional son las remesas. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Que se vayan todos a trabajar al Norte y que nos manden de vuelta los billetes. Ni escándalo ni más bocas que alimentar. En la huida hacia algún horizonte, mucha gente confía en J para que saque algo de efectivo vendiendo sus casas coloniales, despampanantes por fuera, ruinosas por dentro. Como Nicaragua.
Lo que fue el faro del mundo en los ochenta, la gran esperanza, ya solo alumbra la puerta de salida. C vino de España para quedarse y construir aquí un mundo mejor. Ahora espera su pensión, tras décadas de trabajo. Alguien hizo circular el rumor de que ella y toda la generación internacionalista que se cegó con aquella luz, también tendrá que irse de vuelta a su país. Es la estrategia del miedo, no hay reglas que seguir. Todo para quitarse lastre en forma de unas más que generosas pensiones, justo el punto por donde empezaron las protestas en 2018 y el sistema no pudo aguantar la presión. Después de volver a controlar la situación, el régimen siguió adelante y recortó los derechos de miles de pensionistas, y ahora nadie se atreve a protestar. De momento, advierte E, mientras mira a su alrededor y baja la voz, para poder seguir hablando tranquila. Ya todo el mundo se dio cuenta de qué era capaz esta camarilla, de que no se trataba más que de acumular poder a cualquier precio. Siempre fue eso, también en cuando les dimos lo mejor de nuestras vidas, en aquellos años gloriosos. En aquel abril estuvimos a punto de darle la vuelta a la tortilla, pero ellos supieron jugar sus cartas. Las calles estaban llenas de sus amigos rusos y cubanos, si volvían al poder, nunca más iban a dejarlo escapar, esa fue la promesa del comandante. Ahora vive encerrado con su familia, temeroso del aire que respira, y así acabará sus días, esta es nuestra única satisfacción.
La gente, en secreto, aguarda al héroe, para que no sean tantos los días que falten. Todos esperan de nuevo la tragedia encarnada en general, un mártir en forma de mural o de monumento, para que antes de escavar su propia tumba, como si de una profecía inevitable se tratara, rompa el silencio de este hermosísimo cementerio.