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Cooperación internacional
Todo cambia

Esta semana se ha aprobado en la Asamblea salvadoreña la Ley de Agentes Extranjeros. Esta vez, es probable que los países europeos que presuntamente se movilizaron hace unos años para persuadir a Bukele de lo contrario no le hayan presionado. O incluso le hayan aplaudido, vaya usted a saber. Todo cambia, como cantaba La Negra.
El estado salvadoreño, como ya lo dispuso el nicaragüense y lo pretenden el peruano y otros muchos más, va a gravar con un 30% las donaciones que provienen del extranjero y se vehiculan a través de las ONG. Todo perfectamente coordinado con una campaña de acoso y criminalización de la sociedad civil organizada, con detenciones de activistas y acusaciones al pedo de estar manipulando a la población más vulnerable. La operación tiene toda la lógica del mundo: ahogar económicamente a unas organizaciones incómodas, posible espacio de algún tipo de resistencia y cuestionamiento a la involución democrática que vive el Pulgarcito de Centroamérica, y que está siendo ejemplo e inspiración para los procesos de similar naturaleza que se están afianzando en otros países del continente. Miren, si no, la multa de 660 millones de dólares impuesta a Greenpeace en Estados Unidos por participar en la protesta contra el oleoducto Dakota Access. Esto no va de Norte y Sur, es todo a la vez, en todas partes. Con todos nuestros defectos, cuando el autoritarismo entra por la puerta, nosotras saltamos por la ventana, o nos hacen saltar y dicen que ha sido un accidente. ¿Cómo que estamos permitiendo que reciban dinero del extranjero?¿Estamos locos? Si preguntan, que alguien diga algo sobre la patria, la soberanía y las injerencias externas, pero acaben con ellas.
Todo esto pasa cuando la UE y los países que la integran, salvo excepciones, han dado un profundo paso atrás en materia de cooperación, siguiendo la estela del trumpismo (o al revés, quién sabe). Todo cambia, aunque en este caso signifique regresar a modelos que creíamos superados y que se interesaban poco en la defensa de los derechos humanos y de los valores disque fundacionales del Viejo Continente. La idea es apostarle todo a la pugna geoestratégica que se disputa en directo, y en la que cualquier recurso vale para ganar unos centímetros más en el PIB y en el poder de influencia (y acaparamiento) en nuestros socios del Sur global. El Global Gateway o la política europea de defensa son solo el principio de una serie de políticas públicas que desde ahora van a definir nuestro papel colectivo de manera muy diferente a la que habíamos imaginado y reclamado. Si además, en esa Europa que se escora irremediablemente hacia la derecha, las entidades internacionalistas, ecologistas o de cualquier tipo se ven erosionadas, miel sobre hojuelas.
Y lo cierto es que no estamos sabiendo reaccionar, adaptarnos a una nueva época que va a funcionar de otra manera. Cambiar no significa transigir ni hacer cambalache con nuestros principios y objetivos, sino entender la necesidad de nuevas formas, herramientas, alianzas, miradas. Y aceptar que lo que hicimos hasta ahora siempre es mejorable, que tampoco fue la panacea de nada y que nuestro impacto fue discreto, en el mejor de los casos. Es muy probable que el sistema de subvenciones o grants, con el que identificamos la cooperación (especialmente las ONGD), se reduzca drásticamente en los próximos años y sea substituido por otros instrumentos basados en la ayuda reembolsable, en cualquiera de sus formas. Eso ya está pasando, en paralelo a cierto desdibujamiento de la Ayuda Oficial al Desarrollo y confusión con un marco más global como la Agenda 2030, que además significa movilizar cantidades ingentes de recursos y que para nada están al alcance de los estados comprometidos, como sea, con lo que llamamos justicia global. Ni por volumen ni por operatividad. Y en ese planteamiento entra el sector privado, con todos los riegos conocidos, que volverá a reproducir los conflictos y desigualdades de siempre. Hay cosas que nunca cambian.
No podemos renunciar a disponer de recursos libres para provocar cambios en la lógica de los derechos humanos o del avances de la agenda feminista o del cambio climático, por supuesto. Pero debemos hacer un esfuerzo para intentar aprovechar esa movilización de recursos económicos y de todo tipo hacia las transiciones que deberían estar produciéndose ya. Traccionar el capitalismo hacia otros escenarios, la tarea es casi utópica pero ese desafío debería ocupar ahora la centralidad. Debemos seguir exigiendo la desburocratización de convocatorias públicas de subvenciones, evidentemente, pero el cambio cualitativo en estos momento pasa por reclamar y activar esos nuevos recursos bajo nuestro enfoque y el de nuestra gente.
Estando además en el punto de mira como ONGD, deberíamos mirar más a la economía social y solidaria para funcionar desde ahí. Pronto no podremos entrar en muchos países y nuestras socias estarán en el exilio o en la clandestinidad, así que quizás sea mejor funcionar con o como cooperativas o empresas sociales que aborden cuestiones clave como la producción, el acceso a la vivienda o a lo servicios básicos. Y desde ahí, seguir con los procesos de organización y acumulación necesarios alrededor de las agendas que nos ocupan y preocupan, ahora desde la economía real. Aceptar riesgos, a cambio de dejar atrás la esclavitud y el sinsentido en el que ha caído gestionar subvenciones. Intuyo que vale la pena, aunque signifique un cambio cultural complicado para nosotras.
Cambiemos en lo accesorio, sigamos inmutables en lo esencial, perdamos el miedo a equivocarnos. Este tiempo reclama audacia y valentía, carajo. De lo contrario, todo se transformará y no habremos conseguido que nada cambie.