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Colombia
En Cali, barrios en primera línea de la lucha colombiana
Desde que empezó el paro nacional, la ciudad de Santiago de Cali, capital del Valle del Cauca, en el suroeste del país, se convirtió en capital de la resistencia colombiana. El 28 de abril, la multitud convergió desde los barrios hacia el centro. Saqueó bancos y supermercados, ocupó el espacio, tumbó la estatua de Sebastián Belalcázar, libertador de Cali. Tomó la ciudad, aunque fuera sólo por unas horas. Unas horas que marcaron el símbolo en el que se convertiría la ciudad. Epicentro del paro nacional.
La vecindad se organiza, abastece el colectivo en donaciones de comida, de ropa, de suministros médicos, a veces de cócteles molotov
La respuesta de la autoridad, refutada, no tardó en llegar. El alcalde de Cali, la gobernadora del Valle del Cauca y el propio presidente Iván Duque exigieron la máxima represión y judicialización de la protesta. A los pocos días, el ejército tomó el control de la ciudad, a manos del general Zapateiro. Semanas más tarde, los soldados siguen en guardia en la mayoría de esquinas y edificios institucionales. Toca mencionar que hasta ahora, los asesinados, que en Cali se cuentan por decenas, y los desaparecidos, por centenares, lo habrían sido a manos de la policía o del Esmad, escuadrón de antidisturbios.
La primera línea
“Para los chicos y chicas de primera línea, porque también hay mujeres, esto hay que dejarlo claro, el hecho de ser primera línea les permite acceder a una identidad totalmente nueva, que los visibiliza y les ofrece un reconocimiento dentro y fuera de los barrios. Personas anteriormente excluidas e invisibilizadas, tienen ahora un lugar”, explica Alexandra, psicóloga y vecina de Yumbo, la periferia de Cali. Desde los barrios del sur se organizó el frente. Se renombraron los puntos de encuentro y de lucha: Puerto Resistencia, Glorieta a la lucha, Portada a la libertad, Loma de la dignidad…
“Lo que estamos viviendo es una oportunidad histórica. Estamos cambiando la realidad. Esta movilización ha logrado cosas que ni siquiera el congreso consiguió antes. Tumbar reformas, ministros...”, dice Mónica
En primera línea de las protestas y en las ollas comunitarias, se constituyó una cadena de solidaridad, una conciencia política y social. La vecindad se organiza, abastece el colectivo en donaciones de comida, de ropa, de suministros médicos, a veces de cócteles molotov. “Fue un suceso espontáneo de la comunidad, sin planificación ni experiencia previa” asegura Alexandra. “Quienes no salen a las calles estrictamente, han buscado otras formas de apoyar la protesta. Hay un despertar. Los vecinos salen y aplauden desde sus puertas y ventanas. Le abren la puerta a los chicos y las chicas cuando es necesario socorrerlas mientras huyen de la policía”, apunta.
Desde los pequeños negocios, o puestos montados en las calles, se cocina y se reparte a toda la gente presente. Se forman colas, para muchos, es la única comida diaria. Se organizan actividades culturales, talleres. Se construye y se afirma una conciencia política, alrededor de las historias personales y de la experiencia colectiva de la lucha. En un taller de escritura en el barrio de la Luna, Mónica manifiesta que “hay mucha injusticia, mucho racismo, mucha discriminación, mucho clasismo. Son cosas que hay que pensar, que recordar. Lo que estamos viviendo es una oportunidad histórica. Estamos cambiando la realidad. Esta movilización ha logrado cosas que ni siquiera el congreso consiguió antes. Tumbar reformas, ministros...". “Tenemos que exigir al congreso que venga a las diferentes ciudades y que escuche el sentir del pueblo. En los puntos de resistencia, tenemos que ser constituyentes primarios, donde radique la soberanía y el poder del país, desde los barrios”, reivindica.
En muchos de los puntos de resistencia y de autogestión, nació la universidad pa’l barrio: profes o estudiantes imparten clases de política, de sociología, de historia o de biología
Mientras tanto, en el campo, por todo el Valle del Cauca, se bloquearon las carreteras. Y como se ha trasladado la violencia estatal desde el campo hacia las ciudades, a Cali, se asomó la guardia indígena para aportar su conocimiento en términos de resistencia.
Los campesinos, autoorganizados en una Minga indígena, y en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) desde hace ya décadas, llegaron a la ciudad en apoyo al paro y en defensa a los manifestantes reprimidos. Una convergencia de luchas. “Minga es una palabra que viene del quechua”, explica Marlón, que hace dos años llegó desde un pueblo del limítrofe departamento de Huila a buscar oportunidades en Cali. “Es un encuentro colectivo, un trabajo comunitario para el bien común, una lucha autoorganizada para el beneficio de todas las personas”.
El campus de la Univalle, única universidad pública en Santiago de Cali, está ubicado en el sur, y se ha convertido en un espacio esencial de unión de la lucha de los barrios, de organización y de concienciación política. También juega un papel clave en la construcción del poder popular cauqueño. En muchos de los puntos de resistencia y de autogestión, nació la universidad pa’l barrio: profes o estudiantes imparten clases de política, de sociología, de historia, de biología…
Desde el punto de resistencia de la Luna, Santiago, profesor en la Univalle, considera que se “intenta recuperar el Ágora abierta en donde la educación sea pertinente y funcional para el desarrollo de nuestras poblaciones. Tenemos que hacer de esta una experiencia de construcción, trasladar las clases a la calle, donde las aulas son los puntos de resistencia".
Aquí, las plazas en la universidad pública son muy escasas, pero sí son muchos los que desean estudiar, pero por estrato social, no tienen acceso a la universidad. Antes del paro, muchos iban a reunirse junto a la Univalle, aunque no pudieran entrar a las aulas. Estos jóvenes están en primera línea de las protestas, y el derecho a la educación, en primera línea de las reivindicaciones.
Como alrededor del país, en Cali y en todo el Valle del Cauca vive una minoría tremendamente elitista. Pero aquí también coexiste con fuertes comunidades indígenas y afrocolombianas. En las zonas rurales, existe un conflicto alrededor de la tierra profundamente enraizado. “Algunas grandes familias, las más ricas, se apropian de cientos de hectáreas, las mantienen sin usar, sin cultivar, mientras le quitan a los comunitarios el pleno uso de su territorio”, afirma Sebastián, estudiante de trabajo social en la Univalle y vecino de Pichindé, un corregimiento rural en las afueras de Cali, “Los grandes terratenientes y la burguesía criolla también cooptan las instituciones cooptadas, gobiernan e imponen sus intereses, la policía reprime como ellos mandan. Son descaradamente racistas y clasistas”.
En Yumbo, al norte de Cali, donde también residen algunos de los estratos más altos de la zona, la represión policial fue salvaje para desbloquear las carreteras de acceso a a los guetos de oro. Allí se encontraron cuerpos de manifestantes desaparecidos en los ríos. Y desde la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, alertan de “la existencia de fosas comunes en el área del municipio de Yumbo donde estarían llevando los cuerpos de muchos jóvenes caleños”. Denuncian “la responsabilidad policial en operaciones de tipo paramilitar y evidentemente criminal” y reclaman al Estado “una exploración técnica con expertos forenses con la participación de observadores internacionales”.
En Ciudad Jardín, otro barrio privilegiado, salieron civiles a disparar a los campesinos de la guardia indígena, que después de unas semanas decidieron retirarse, frente a las milicias paramilitares racistas. Al cumplir un mes de paro nacional, el 28 de mayo, Iván Duque visitó Ciudad Jardín, para encontrarse con aquella vecindad reaccionaria y para anunciarles, una y otra vez, el máximo despliegue del ejército, tres veces el preexistente, en el Valle del Cauca. El gobierno protegerá sus intereses económicos frente los pobres jóvenes vándalos y los campesinos indígenas incultos que se quieren apoderar de su propia existencia y de sus propios territorios.