Corea del Norte
¿Cómo ha llegado Corea del Norte hasta nuestros días?

Más allá del aspecto nuclear, los actores implicados en la cuestión intercoreana tienen intereses nacionales divergentes que cronifican el conflicto y, por ende, la existencia de Corea del Norte.
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Kim Jong Un y Moon Jae-in en la frontera entre las dos Coreas en la Cumbre de 2018.. Foto: Grupo de prensa de la Cumbre de Corea /Pool

@jon_salva


3 dic 2022 12:25

Es realmente sorprendente que un país tan pequeño y con tan poco peso en la economía internacional como la República Popular Democrática de Corea (a partir de ahora RPDC o Corea del Norte) haya podido abrirse paso por los lodos de la historia y sobrevivir 74 años con un proyecto nacional independiente que rehúsa sucumbir a los cantos de sirena de la cultura occidental, pero que durante décadas también marcó sus distancias con la Unión Soviética y sus aliados comunistas del siglo XX.

Esta tipología de regímenes autoritarios y personalistas suelen tener poca flexibilidad a los cambios y, si no se trata de un país con un potencial económico considerable, como puede ser el caso de China o Irán, lo más habitual es que tarde o temprano estos sistemas acaben colapsando por ellos mismos o por la presión externa que sobre ellos pesa. Sin embargo, la RPDC ha sabido superar la Guerra Fría, la disolución de la Unión Soviética, la gran hambruna de los años 90 generada por la pérdida de aliados en el marco internacional, dos procesos de sucesión en la jefatura del Estado y las constantes sanciones y restricciones al comercio que ahogan la economía del país.

No cabe duda de que uno de los factores determinantes para la supervivencia de este país ermitaño ha sido el programa nuclear que viene desarrollando desde 1955 con ayuda soviética y que han ido perfeccionando y mejorando con el paso de los años. En Pyongyang tienen claro que funciona como una baza que disuade a sus enemigos de cualquier intentona de invasión o injerencia en el país y que les coloca en una posición privilegiada a la hora de negociar con estados más fuertes. De hecho, si la comunidad internacional sigue posponiendo la propuesta de una solución dialogada para este conflicto, la estrategia lógica de la RPDC será el seguir mejorando y aumentando su capacidad militar y haciendo alarde de ella en demostraciones de fuerza como las que estamos viendo en las últimas semanas, con el fin de mantener en el centro de atención sus demandas.

En Pyongyang tienen claro que el programa nuclear funciona como una baza que disuade a sus enemigos de cualquier intentona de invasión o injerencia en el país y que les coloca en una posición privilegiada a la hora de negociar con estados más fuertes

No obstante, se faltaría a la verdad si se dijera que la RPDC ha perdurado hasta nuestros días exclusivamente por sus propias decisiones y su programa nuclear. La realidad durante la Guerra Fría era que la existencia de los dos bloques y la escalada de tensión entre ambos generaba un espacio internacional en el que una decisión en falso podía desencadenar una nueva guerra que no beneficiaba a ninguna de las potencias.

Pero tras la caída de la Unión Soviética en 1991 y el surgimiento del nuevo orden multilateral, este hermético país ha seguido desafiando el paso del tiempo. En esta nueva configuración del mundo, la península coreana ha continuado siendo un espacio geoestratégico clave para los actores regionales que tienen intereses divergentes, pero que de manera consciente o inconsciente, reman en la misma dirección: la cronificación del conflicto intercoreano y, en consecuencia, la supervivencia del régimen de Pyongyang. Por ello, cabe analizar las diferentes posturas ante este conflicto que mantienen los participantes del denominado “diálogo de los Seis”, una mesa de conversación entre los principales agentes inmiscuidos en este asunto, a saber, la RPDC, la República de Corea (Corea del Sur), China, Japón, Estados Unidos y Rusia.

El actor que más interés tiene en la supervivencia de este estado es, lógicamente, la propia élite política y militar del Partido del Trabajo de Corea (PTC) que rige el país. A pesar de la aparente homogeneidad ideológica que se infiere de la dirección única del PTC, la realidad es que las pugnas de poder entre distintas facciones del partido están al orden del día. Lo que de momento sí que genera un consenso que funciona a modo de fuente de legitimación es la continuidad de la dinastía Kim en la cúspide del sistema aplicando un mismo método de sucesión. La lógica detrás de este sistema hereditario es: si Kim Il-Sung posee el poder fundador de la nación y engendró la idea Juche que rige el sistema norcoreano, ¿quién mejor que su hijo, y a su vez el hijo de este, para interpretar la palabra y voluntad del Presidente Eterno?

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El modus operandi se basa en que algunos años antes de las muertes, primero de Kim Il-Sung en 1994 y posteriormente la de su hijo Kim Jong-Il en 2011, el camino hacia la sucesión se allana de manera consciente, otorgando paulatinamente cargos de mayor responsabilidad y visibilidad mediática para con la población norcoreana y la comunidad internacional. Actualmente existen rumores poco fundados del mal estado de salud del actual líder Kim Jong-un por sus dilatadas ausencias en actos oficiales o propagandísticos. Lo que sí es una evidencia son las crecientes apariciones en público de la hermana del actual líder, Kim Yo-Jong, que fue la primera persona de la dinastía Kim en visitar Corea del Sur tras la guerra y ha acompañado a su hermano mayor en los encuentros diplomáticos más sonados, como con el exmandatario del sur Moon Jae-in, el presidente chino Xi Jinping y las mediáticas cumbres con Donald Trump. Y es que cuando el río suena…

A pesar de que en Corea del Sur el régimen norteño suponga un serio problema para su seguridad, la realidad social del país muestra una cada vez mayor indiferencia hacia una posible solución al conflicto y más aún respecto a una hipotética reunificación. El Korea Institute for National Reunification, un think tank del gobierno surcoreano, realiza anualmente encuestas a la población sobre temas relativos a su relación con el norte para tomar el pulso a la opinión pública. La evolución de los resultados esboza tres brechas entre ambas sociedades que con el paso del tiempo se hacen más profundas y refuerzan el statu quo de división de la península.

Las encuestas muestran que mientras las personas mayores y adultas tienen más interés en una reunificación con el norte, los adolescentes y veinteañeros surcoreanos ven a sus homónimos norteños como algo ajeno que no va con ellos

La primera de ellas es la generacional. Estas encuestas muestran que mientras las personas mayores y adultas tienen más interés en una reunificación con el norte, dado que las primeras vivieron el conflicto en sus carnes y las segundas han bebido directamente de estas historias, los adolescentes y veinteañeros surcoreanos ven a sus homónimos norteños como algo ajeno que no va con ellos. En este sentido, el apoyo a la reunificación ha caído significativamente con el paso del tiempo. En 2014, un 69,3% de la población apoyaba una hipotética unión. En 2021, esta opción descendió al 58,7%. Pero si nos fijamos en la generación millenial y en la generación FMI (llamada así por la crisis financiera asiática de los 90), que a fin de cuentas son el futuro del país, vemos que el 71% muestra “indiferencia” respecto a Corea del Norte. A los jóvenes surcoreanos les preocupan otras cuestiones como sus estudios, el creciente paro juvenil o el precio de la vivienda.

De esta última conclusión podemos pasar a la segunda brecha: la económica. Muchos especialistas se preguntan si Corea del Sur podría absorber el impacto humano y financiero que la unión supondría, ya que según algunas estimaciones la diferencia en la renta per cápita se cifra en una proporción de uno a ocho o de uno a diez aproximadamente a favor del sur. Con el ejemplo de la unificación alemana en mente, se han llevado a cabo numerosas estimaciones sobre el costo de esta operación. Al ser meras estimaciones, los parámetros empleados para realizarlas varían notablemente, desde la tarea de igualar las rentas per cápita, al tiempo tenido en cuenta en la estimación, pasando por detalles no menores en costes de estabilización económica, convergencia del sistema político o formación laboral. Por ello, la franja de coste que coteja numerosas estimaciones es amplia y varía desde los 400 mil millones a los 3,6 billones de dólares. Teniendo en cuenta el PIB anual de Corea del Sur en 2021 fue de 1,8 billones de dólares, parece algo normal que mucha de su población se manifieste reticente a abrir semejante proceso.

En la última de las brechas encontramos todas las cuestiones relacionadas a las crecientes diferencias culturales que sufren ambas sociedades. Empezando por el idioma, que tras siete décadas de división genera que en la actualidad una persona del norte y otra del sur se puedan entender a grandes rasgos, pero que existan numerosas palabras y expresiones que suenen radicalmente diferentes. Esto se da especialmente por la influencia anglosajona y extranjera en general que tiene el sur y que ha hecho incluir en su idioma anglicismos y extranjerismos. En este apartado, también cabe destacar el abismo en la cultura política, con una democracia liberal consolidada en el sur y un sistema de dirección de partido único en el norte, y otras cuestiones no menores como las pautas de consumo o los ritmos de vida de la población.

El afán de China por la supervivencia de la dinastía Kim también es notable. La política exterior agresiva de la RPDC, patente estas últimas semanas con las numerosas pruebas militares que ha llevado a cabo, es empleada por Pekín como una punta de lanza regional. Se podría decir que Corea del Norte se comporta como ese hermano pequeño al que se envía a realizar travesuras que uno no se atreve a hacer. La afinidad ideológica de ambos estados, dos capitalismos de estados con estética y retórica socialista, funciona como envoltorio y el contenido se concreta en el aspecto comercial. Según el Observatory of Economic Complexity, en 2020 la RPDC importó el 88,3% de sus bienes desde China y de sus exportaciones, el 31% fue a parar al gigante asiático. Una balanza excepcionalmente negativa para Pyongyang, que induce a pensar que China mantiene económicamente este régimen a pesar de perder dinero en esta operación.

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Sin embargo, no se puede catalogar la acción china como caritativa, pues a pesar de esta balanza negativa, obtiene beneficio de la mera existencia de la RPDC en otro ámbito: el geopolítico. La cuestión norcoreana y la amenaza nuclear forman parte de la agenda habitual de temas en las cumbres sino-americanas y a pesar de las aparentes condenas del lado chino a algunos ensayos nucleares de sus vecinos, como lo fueron la firma de las resoluciones 1718 y 1874 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la realidad es que el gigante asiático juega un papel de doble rasero con la cuestión coreana. Esto es así porque saben que son el intermediario necesario de los Estados Unidos para negociar cualquier cuestión con la RPDC.

El caso de Estados Unidos también reporta intereses encontrados para con la cuestión coreana. Hasta el momento, la primera potencia económica mundial ha desarrollado una agenda ambigua que se ha visto empañada y condicionada por sus tensiones comerciales y, en definitiva, hegemónicas con China. Por un lado, los Estados Unidos han tenido que sentarse a negociar con este estado nuclear de acciones imprevisibles. No han sido pocas las cumbres que se han celebrado, desde la visita a Pyongyang de Jimmy Carter como expresidente en 1994, hasta la llegada al país de Madeleine Albright como primera secretaria de Estado en realizar este trayecto en el año 2000, pasando por las más recientes cumbres mantenidas entre Donald Trump y Kim Jong-un en Singapur (2018), Hanoi (2019) y en la zona desmilitarizada de Panmunjom (2019).

La existencia del conflicto intercoreano y la amenaza bélica y nuclear genera una tensión en la región que debilita, en mayor o menor medida, a los países cercanos y que justifican, según la narrativa de Washington como policía del mundo, su presencia militar en Japón y Corea del Sur

No obstante, Estados Unidos no pierde de vista en estas negociaciones, que en todas las ocasiones han resultado fallidas, su encarnizada disputa con China. La existencia del conflicto intercoreano y la amenaza bélica y nuclear genera una tensión en la región que debilita, en mayor o menor medida, a los países cercanos y que justifican, según la narrativa de Washington como policía del mundo, su presencia militar en Japón y Corea del Sur. Esto se concreta en 55.000 soldados estadounidenses en suelo japonés y otros 28.000 efectivos desplegados en la zona sur de la península, que tomarían el mando del ejército surcoreano en caso de reanudación del conflicto según el Tratado de Defensa Mutua de 1953. Este despliegue militar estadounidense en la región es parte de la estrategia de aislamiento y contención de China con la presencia en todo su perímetro, desde Corea del Sur y Japón, pasando por Taiwán y Filipinas, para cerrar el cerco con las bases en Australia y Singapur.

En caso de reunificación, Estados Unidos tendría, en primer lugar, que replegar los efectivos que mantiene al sur del Paralelo 38 y, seguramente, renegociar con Japón los términos de su acuerdo de defensa para desmantelar, aunque sea en parte, el paraguas nuclear que ya no sería tan necesario, pues el país nipón no se encontraría bajo ninguna amenaza tan imprevisible como la que actualmente ejerce la RPDC. En definitiva, este movimiento en el tablero geoestratégico dejaría el papel de Estados Unidos en Asía-Pacífico en claro entredicho, con una pérdida de influencia que no interesa para nada a Washington en el marco de las disputas comerciales y territoriales indirectas que mantiene con Pekín.

Para entrar a valorar los intereses de Japón en esta disputa se debe tener en cuenta el carácter defensivo de sus fuerzas armadas, consagrado en el artículo 9 de su constitución de 1945, redactada bajo supervisión estadounidense. Las Fuerzas de Autodefensa de Japón son, en definitiva, el eufemismo bajo el que se esconde el 5º ejército más poderoso (y costoso) del mundo. A esto hay que sumarle los efectivos estadounidenses antes mencionados y el potente sistema antimisiles que sufraga, en gran medida, el estado nipón. Dada su situación, parece normal que Japón solicite más presión y sanciones a la RPDC y apueste por la desnuclearización de la península, teniendo en cuenta que las pruebas de misiles norcoreanas sobrevuelan constantemente este país.

Sin embargo, una cosa es la desnuclearización y otra bien distinta es cómo se percibe desde Japón el escenario de la reunificación de las dos coreas. En un estudio realizado por Korostelina y Uesugi en 2019 se realizaron entrevistas a expertos y estudiantes sobre esta cuestión. Además de manifestar sus preocupaciones en temas de seguridad e incluso por el deber moral japonés por el periodo colonial y su participación en la guerra civil, también mostraban su recelo por una Corea unida. Por ejemplo, uno de los expertos expuso que “70 millones de personas con armamento nuclear y una buena economía pueden ser una amenaza estratégica para Japón”. Y es que si el proceso de reunificación resultase exitoso, surgiría una nueva potencia regional que combinaría la tecnología y el capital del sur con la mano de obra barata y recursos económicos del norte, algo que pondría en aprietos a la estancada economía japonesa.

Por último, Rusia ha sido el actor que más sinceramente ha apostado desde los años 90 por una reunificación pacífica y sin injerencias externas con el objetivo de cerrar un frente en su extremo oriental. De hecho, el propio Vladimir Putin expresó en 2001 en un discurso en el parlamento de Corea del Sur que apoyarían un proceso de reunificación que incluyera un diálogo pacífico entre las dos coreas sin intervenciones extranjeras, la creación de un estado nación amistosa con el resto de países y acompañado de un proceso de desnuclearización de la península, así como de una retirada de los soldados estadounidenses en territorio surcoreano. Pero la delicada situación que atraviesa Moscú con la guerra en Ucrania y su enfrentamiento con Occidente hace que la cuestión coreana quede relegada a la marginalidad dentro de su agenda política, puesto que abrir en este momento el melón coreano añadiría nuevos problemas y quebraderos de cabeza a los que Rusia padece en la actualidad.

En suma, a pesar de la retórica de paz, diálogo y desnuclearización, la realidad esboza un escenario en el que los intereses geoestratégicos y nacionales enturbian y perpetúan este conflicto que no parece tener un final cercano. La cuestión de la RPDC ocupará siempre un lugar privilegiado en la agenda internacional por tratarse de una nación nuclearizada. Sin embargo, el tiempo corre en contra de las dos coreas, pues el paso de los años agranda inevitablemente el abismo que separa a esta nación. Un abismo que va más allá de los cuatro kilómetros físicos que forman la actual frontera y que hunde sus raíces a nociones más profundas que pueden poner en punto de no retorno el proyecto de reunificación.

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