Honduras
Una mirada cognitiva al espejo caribeño, o sobre cómo nuestro cerebro percibe las realidades políticas

Hablemos de cierto país caribeño. En el país del que hablo, nos encontramos altos índices de pobreza, el 12,6% de la gente percibe menos del equivalente a 2,15 dólares diarios. Casi el 6% no tiene acceso a agua en condiciones mínimas de salubridad. Este es uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas y la libertad de expresión se encuentra profusamente limitada. Por dar algún detalle más, los defensores de los derechos humanos y los disidentes políticos son habitualmente amenazados, acosados e incluso, en casos extremos, asesinados.
Estoy seguro de que muchas de las personas leyendo este artículo están pensando en un país en concreto. Como decía aquel, pongamos que hablo de Cuba. Pero, el caso es que no estoy hablando de Cuba. Efectivamente, la República de Cuba sufre también de ciertas problemáticas similares a las del país mencionado al inicio, que, por cierto, es Honduras. La isla sufre un severo déficit de recursos básicos como alimentos y electricidad y existen restricciones a la libertad de expresión y arrestos arbitrarios, entre otros. Los dos países, pues, parecen compartir ciertas penurias al mismo tiempo que, por supuesto, los diferencian aún muchas más cosas.
Este artículo no trata, sin embargo, de diferencias entre dos países acuciados por problemas similares, ni busca tampoco arrojar luz sobre las causas de los mismos. Pese a todo, aunque mi objetivo en estas líneas no pasa por tratar las causas de los problemas de Honduras y Cuba, sí tiene que ver con ellas. Más concretamente, con qué causas que a menudo se asocian y discuten (o no) en el debate público acerca de qué ha llevado a estos países a su situación. También con la finalidad cognitiva que este diagnóstico tiene para gran parte de la población y quienes lo promueven. O por qué muchas personas en nuestro país, ante el primer párrafo de este texto, pensarán en Cuba. Y, por último, con lo poco que ciertas sociedades nos miramos al espejo.
Entre las muchas diferencias que existen entre Honduras y Cuba hay una de gran calado, que protagoniza, para una sí, para otra no, la discusión sobre casi todo lo que a estos países concierne: Cuba es una república socialista. Aquí es donde las discusiones sobre las penurias de Cuba y Honduras toman rumbos completamente diferentes. Para muchos, todos los males de Cuba derivan de su condición como adalid del socialismo. Para casi nadie, los problemas de Honduras, o para el caso de cualquier país capitalista, residen precisamente en eso, en su sistema socioeconómico. El porqué detrás de esta asociación pertinaz, lo encontramos en una teoría psicosocial conocida como Teoría de Justificación del Sistema.
La teoría, nacida a finales del siglo pasado, plantea que todas, quien más, quien menos, tiende a justificar el sistema socioeconómico en el que vive, no siempre de forma premeditada. El porqué es simple: no hacerlo da miedo. Da miedo porque a nadie le gusta vivir en un sistema injusto, porque eso significaría que le puede pasar algo malo en cualquier momento. Porque vivir en un sistema injusto lo vuelve más impredecible e incontrolable. Porque no justificar el sistema hace más difícil compartir una visión del mundo con la mayoría y la soledad asusta.
Por supuesto esta narrativa se promueve desde las esferas sociopolíticas de los países capitalistas, capitaneadas por el máximo representante del imperio socio-económico-cultural: el Tío Sam. Aquí, Cuba y el socialismo, juegan el papel del hombre del saco, el utilísimo recurso del lugar en el que todo es peor y lo es porque es diferente, porque no siguen nuestras normas. Los problemas siempre parecen menos problemas cuando nos comparamos con el vecino pobre y todas parecemos mejores cuando nos comparamos con los monstruos de la ficción o la historia. Pero, además, el sistema, y por extensión las personas que mejor viven dentro de él (es decir, los que toman las decisiones y los ultrarricos que se gastan su dinero persuadiendo para que se haga lo que quieren) necesitan que todo siga business as usual. Por eso es necesario dilapidar cualquier cosa que se pueda antojar en cualquier imaginación o imaginario como mejor o más humana. Aquí, Cuba es el objetivo ideal, ya que otros estados socialistas tienden a ser, o demasiado poco socialistas (China), o demasiado déspotas (Corea del Norte).
Y, por último, queda un fleco cognitivo más. Justificar el propio sistema denigrando a otros, y atribuirles problemáticas tan graves como la pobreza o la violación de los derechos humanos, da lugar a lo que en psicología conocemos como razonamiento estereotípico. Así, si Cuba, que es socialista, sufre estos problemas porque es socialista, entonces —por fuerza de asociación— dichos problemas pasan a representar colectivamente lo que entendemos por socialismo (por eso muchas personas han podido pensar en Cuba en el primer párrafo). Bajo esta lógica, aquí, al no ser socialistas, estaríamos a salvo de esas calamidades. ¡Afortunados los capitalistas entonces! A pesar de que la desigualdad sea un problema mundial (9). A pesar de que también vulneremos derechos humanos. A pesar de apoyar pasiva o activamente a criminales de guerra. O a pesar de que, como en el caso de los Estados Unidos de América, llevemos décadas estrangulando económicamente a un país pequeñito del “tercer mundo” porque decidió controlar su destino y darse, democráticamente, un sistema socioeconómico distinto al nuestro.
El espejo caribeño es, pues, un instrumento muy conveniente para el capitalista, que se mira y sólo ve bondades de su lado y penurias en cualquier otro lugar. El problema es que es un instrumento perverso, que nos distancia del que siempre debería ser nuestro objetivo como sociedad, ser mejores, más libres, más solidarias. Del mismo modo que la transición hacia una sociedad mejor y más tolerante pasa por reconocer el privilegio personal del que cada, en mi caso uno, disfrutamos; este esfuerzo pasa también por la autocrítica a nuestro sistema. Menos dar lecciones de democracia y más defenderla y demandarla a todos los niveles, que nunca sobra. Y un poquito más de entender las circunstancias y la libertad de otros pueblos para decidir su destino, y que Viva Cuba, y Viva Honduras.Relacionadas
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