Masculinidades
¡Por favor, no reírse del aliado!
Si esta masculinidad se desmotiva ante las burlas, quizá sea porque nos está quedando tan frágil como la anterior.

Es un gusto participar en un espacio dedicado a las masculinidades porque implica que existe, en algún sitio, un espacio dedicado a las masculinidades. En nuestras manos está que acabe aportando algo tangible a su desmantelamiento o se quede en un ejercicio de flirteo con la impotencia.
Por eso, por exorcizar cuanto antes el aborrecible espectáculo de los golpes de pecho, quiero entrar en diálogo con un texto tan concreto y bien articulado como A la caza del aliado o la muerte de la “nueva masculinidad” de Lionel S. Delgado con el que se inauguraba este blog. No solo porque creo que escribir así es el mejor pie para que construyamos un discurso colectivo rescatable sino, además, porque el tema es valentísimo y, por ello, lleno de aristas y recovecos por los que zarcillear.
¿Nos estamos riendo demasiado de las nuevas masculinidades? ¿Se han convertido las nuevas masculinidades en el cachondeo de moda?
Están las nuevas masculinidades, y está, junto con ellas, la crítica a su incompetencia plasmada, sobre todo, en forma de burla en redes sociales. Esta burla, ¿es funcional a la transformación? ¿Qué hacemos con ella? ¿La secundamos o no? ¿Nos estamos riendo demasiado de las nuevas masculinidades? ¿Se han convertido las nuevas masculinidades en el cachondeo de moda?
El esfuerzo por ordenar la respuesta a estas preguntas ya está brillantemente realizado en aquel texto, de modo que yo lo aprovecharé para acercarme en lo posible a donde pretendo. Matizo que discrepo de la idea de que la burla es excesiva (más bien me parece escasa, y solo presente en espacios muy concretos y casi marginales), pero la asumiré porque creo que el posible desacierto en su estimación no resta un ápice de interés al debate.
Me apunto a todas las sombras que señala en la primera parte. Si la nueva masculinidad es un proyecto individual, entonces el vuelo va a ser literalmente gallináceo, hasta donde nos lleven nuestras atrofiadas alas y poco más. Estaremos muy orgullosos de ser el ave de corral más deconstruida, pero la contribución a la resolución del verdadero problema habrá sido no solo insignificante, sino inferior a la que permitían nuestras fuerzas. Seremos los mejores en un mundo que es peor gracias a nosotros. Si eso no debe convertirnos en objeto de burla, no sé qué otra cosa debería hacerlo.
El problema de las masculinidades híbridas, esas que se quedan a medio camino, que se mestizan, que se bastardean, es quizá más urgente porque es más escurridizo. ¿Cómo reconocerlas? ¿Y cómo juzgarlas? ¿Están de paso por el patriarcado que conservan o se han acomodado en él? Los recursos que consumen, ¿son para la lucha, o para qué son? Cuando la masculinidad híbrida se vuelve lo suficientemente estática como para ser retratada, ¿no es el momento de caricaturizarla? Se diría que sí.
¿Entonces? ¿Dónde está el problema de la parodia? Más bien parece que ¡el problema sería que no hubiese parodia!
L.S.Delgado nos ofrece cuatro buenas razones para cuestionarla. Las resumo:
1. Si también nos burlamos de la nueva masculinidad estamos cerca de burlarnos de cualquier cosa que haga un hombre solo por ser hombre, es decir, de postular un esencialismo machista inescapable.
2. Si todas las manifestaciones del machismo merecen el mismo grado de ataque estamos relativizando las más graves.
3. El viejo machismo también hace escarnio de las nuevas masculinidades. Hay que evitar el frente común.
4. La burla desmotiva y al hacerlo nos aleja del cambio.
Creo que podemos pasar rápidamente por encima del tercer argumento. El espectro político es siempre más complejo que un binarismo, y cualquier progreso será cuestionado por quienes lo consideren excesivo, pero también por quienes lo consideren escaso. Si la nueva masculinidad va a incorporar de verdad la idea de que lo personal es político, este grado de madurez es lo mínimo a esperar. No caigamos en la demagogia parlamentaria de “votan ustedes lo mismo que VOX”.
Pedir (exigir, en realidad) a las mujeres que no nos desmotiven con sus burlas y a la vez declararnos “aliados” parece un oxímoron. Si sabiendo, como sabemos, las que reciben ellas, nos desmotivamos por las que recibimos nosotros, es que nuestra sensibilidad sigue siendo mucho más importante
El cuarto me resulta mucho más interesante. Muy conveniente, además, para concretar el origen de las bromas. En primer lugar provienen de las mujeres. Pedir (exigir, en realidad) a las mujeres que no nos desmotiven con sus burlas y a la vez declararnos “aliados” parece un oxímoron. Si sabiendo, como sabemos, las que reciben ellas, nos desmotivamos por las que recibimos nosotros, es que nuestra sensibilidad sigue siendo mucho más importante. Justificar nuestra desmotivación por sus burlas, pero no sus burlas por nuestra violencia, implica que todavía no las hemos entendido como sujeto alguno al que nos podamos aliar. Si la nueva masculinidad, en definitiva, es conscientemente política, no cabe el “si me enfado, no juego”.
En segundo lugar provienen de nosotros mismos. ¿Cuál va a ser la norma en cuanto a tolerancia a la crítica interna? ¿“Macho deconstruido no mata macho deconstruido”? ¿O la llamaremos “sororidad aliada”? Sea la que sea está bien que al menos, como aquí, la proclamemos abiertamente para que todo el mundo pueda saber a qué atenerse.
Pero pensémoslo desde dentro, desde la coherencia de nuestra propia propuesta. La idea de que la burla desmotiva nos ofrece una ocasión pintiparada para dar forma al famoso tema de la vulnerabilidad. Se diría que es coherente con estas nuevas masculinidades que luchan por romper sus encorsetamientos emocionales el que sean, precisamente, más sensibles a la burla. Si un nuevo hombre se siente herido al ver que su transformación es objeto de choteo es porque ha superado la invulnerabilidad machista.
La fragilidad masculina
Pero el par de opuestos vulnerabilidad/invulnerabilidad es insuficiente, porque hace pensar que todo lo que no sea el vicio de la invulnerabilidad será la virtud de lo vulnerable. Y no es así. Para formar la tríada aristotélica necesitamos el límite por el otro lado. El personaje que nos está faltando es la fragilidad. La proverbial fragilidad masculina.
La misma masculinidad es a la vez invulnerable y frágil. Impostará ser invencible mientras pueda y, cuando vea inminente su derrota, romperá la baraja. Cada vicio se sitúa a uno de los lados de la vulnerabilidad virtuosa. Pero el justo medio, nos dice Aristóteles, no está justo en el medio, sino siempre más cerca de un extremo que del otro. La vulnerabilidad está, sin duda, más cerca de la invulnerabilidad, porque no es regodeo en la impotencia, sino reconocimiento, realista y humilde, de que la potencia, aunque es deseable, no solo es finita, sino en muchas ocasiones inferior a la de nuestras semejantes.
Ser vulnerable no consistirá en sentirse incapaz de afrontar críticas, sino en asumir que las recibiremos, no solo porque la gente sea mala o rabiosa, sino también porque nos las ganamos día a día
Ser vulnerable, entonces, no consistirá en sentirse incapaz de afrontar críticas, sino en asumir que las recibiremos, no solo porque la gente sea mala o rabiosa, sino también porque nos las ganamos día a día. Si esta masculinidad se desmotiva ante las burlas, quizá sea porque nos está quedando tan frágil como la anterior.
Voy con los dos primeros argumentos, que me parecen los más interesantes, complejos y enjundiosos. Merecería cada uno su propio artículo pero los abordaré aquí brevemente.
Que el machismo sea estructural tiene dos consecuencias fundamentales que quedan algo desdibujadas en ellos. La primera es que, efectivamente, todo es machismo, o patriarcado, o masculinidad. Pero no por una esencia de la que no se pueda escapar, sino porque escapar es el resultado de un trabajo que supera nuestras fuerzas. Nuestro objetivo personal ni puede ser acabar con el patriarcado ni dejar de ser machistas, porque ese es un objetivo imposible y, por lo tanto, reaccionario. Nuestro objetivo debe ser llegar lo más lejos que podamos y, por el camino, por supuesto, ser llamados machistas y seguir recibiendo burlas como los machistas que somos.
Nuestro objetivo debe ser llegar lo más lejos que podamos y, por el camino, por supuesto, ser llamados machistas y seguir recibiendo burlas como los machistas que somos
La segunda es que el corazón del patriarcado, su causa final y eficiente, su núcleo irradiador, se encuentra quizá (así lo cree, por ejemplo, Jónasdóttir) en las relaciones sexorreproductivas heterosexuales, es decir, la institución de la pareja y la cultura del amor.
Son el amor y la pareja lxs que nos impulsan a hacer constantemente distinciones entre quienes son válidxs para la pareja y quienes no. Pero la violencia machista es una cuestión de grado. Es por eso por lo que, efectivamente, y por más que escandalice, todos somos, entre otras cosas, violadores. Y no pasa nada, o al menos nada nuevo, nada que no pasara antes de decirlo. Negarlo no reduce la violencia que ejercemos. Como nuestro objetivo declarado es reducirla, y no otro, la distinción entre violentos y no violentos despierta suspicacias.
El machismo no es una cáscara de maldad que se puede desconchar. El machismo es historia, y nosotros solo somos biografías
¿Recordáis a Dean Pereira, el hombre sensible, empático, absolutamente encantador en el mejor sentido del término, que interpreta Ryan Gosling en Blue Valentine? ¿Y recordáis la incapacidad de Cindy para explicarle por qué lo deja? Dean ha hecho todos los cambios que se le han ocurrido, y está dispuesto a hacer cualquier otro por conservar su relación. Lo que no es capaz de entender es que nunca va a ser suficiente, porque el machismo no es una cáscara de maldad que se puede desconchar. El machismo es historia, y nosotros solo somos biografías.
Digámoslo claro: diferenciar entre machos violentos y no violentos, que se parece tanto a lo de “no hay machismo, hay personas machistas”, es designarnos a nosotros mismos, los Deans (qué más quisiéramos) neomasculinos, aliados, deconstruidos, como parejas adecuadas para las mujeres, especialmente para las mujeres feministas. Y si, efectivamente, la condición masculina se juega sobre todo ahí, en la pareja, poco nos importará mostrarnos blanditos en público o ceder de vez en cuando la palabra: el desempoderamiento en lo social se verá mil veces compensado por el empoderamiento en lo íntimo.
Esa distinción es, en sí misma, una estrategia de ligue. Alegrémonos, por tanto, de que solo incite a risa y no a que se nos señale, por ejemplo, como cómplices. O de que se nos señale, pero con gracia.
Masculinidades
Los hombres siempre tenemos la razón
En esa concepción dicotómica tan violenta de lo que debe ser el género, la razón cayó solo en una cajita. En una aburrida, pero que disfruta ostentando su poder: la masculinidad.
Masculinidades
A la caza del aliado o la muerte de la “nueva masculinidad”
Hoy criticamos el concepto de “nuevas masculinidades”. Y para ello, dejadme que juegue a dos bandas: la de hater y la de comprensivo.
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