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Masculinidades
Los hombres siempre tenemos la razón
En esa concepción dicotómica tan violenta de lo que debe ser el género, la razón cayó solo en una cajita. En una aburrida, pero que disfruta ostentando su poder: la masculinidad.
El otro día cené con dos buenas amigas. Entre pitis, dramas y risas, fuimos actualizándonos estas vidas pandémicas que nos toca sacar adelante. La primera es una de esas valientes que trabaja en un piso de acogida de mujeres jóvenes con percales inenarrables. Una de sus chavalas está en una situación muy jarta de violencia de género. Mi amiga compartía las dudas, las dificultades, la sensación de incapacidad. Mi amiga tiene dos máster, uno de género y uno de violencia de género, pero compartía en aquella mesa la sensación de desborde. Entre calada y calada, además de humo, brotaba de su boca el síndrome de la impostora.
La segunda en aquella mesa se había sacado el A1 de inglés, en un proceso de superación bastante importante. Cuando buscó su nota y vio que había aprobado, tuvo que actualizar la página en bucle para creérselo. Llamó incluso a la academia para que comprobaran que no era un error. Pese a su coco privilegiado y su esfuerzo, no podía creerse merecedora de aquel título.
¿Mi caso? Bien diferente. Había tenido varias cuestiones en el curro que habían salido francamente mal en los días anteriores. ¿La responsabilidad? De la pandemia, de los horarios, de la técnica del ayuntamiento, de que “ya sabes cómo es la gente”. ¿Errores en mi trabajo? ¿Yo? No, no, yo en mi curro soy un crack.
Días antes, en un taller de micromachismos en espacios de militancia, una compa compartía que estaba harta de escucharse y escuchar a sus compañeras pedir perdón antes de tomar la palabra en alguna asamblea. Disculparse por si no aporta mucho al tema, porque ha dormido poco e igual se expresa mal, por si nos estamos alargando mucho en este punto o por si no lleva razón. Llevar razón, qué gran temazo.
Y es que resulta que en esa concepción dicotómica tan violenta de lo que debe ser el género, la razón cayó solo en una cajita. En una aburrida, pero que disfruta ostentando su poder: la masculinidad. A la feminidad le tocó ser emotiva, cuidadosa, no alzar demasiado la voz o, como apuntaba la compa, pedir perdón al hacerlo. ¿Tener agencia para cambiar las cosas? Sí, pero mejor de puertas para adentro, guapa. En la cajita de los señores tocó producir, no dudar, no tener miedo, liderar, triunfar. Hacer de la esfera pública y productiva nuestro garito, ya sea en un consejo de dirección o en la asamblea del barrio.
Me lanzo a la piscina —porque fijo fijo que llevo razón— apuntando que nuestra concepción de la razón bebe de esa razón ilustrada que surgió contra la tiranía de la autoridad. Esa razón burguesa y androcéntrica que, ¡oh, chorprecha!, dejó fuera a la mitad de la población para hacer una definición universal. La típica universalidad de la historia, ya sabéis. Liberté, Égalité y Masculinité.
Y de aquellos barros, estos lodos. Que en la vara de medir el tiempo de la Historia con mayúscula, un par de siglos es un suspiro. Las ideas tardan rato en mutar en prácticas concretas de cambio, más cuando son emancipadoras. Que a mi abuela su marido no la dejaba trabajar, ni a mi madre estudiar, pero hoy les pedimos a las mujeres que lideren, que tomen el espacio productivo, que se empoderen. La dichosa palabrita que vuelve a poner la responsabilidad en ellas. Llamadme loco, pero igual eso de empoderarse unas tiene algo que ver con que nos desempoderemos otros. Con que hagamos un ejercicio consciente de repartir los bienes materiales y simbólicos, de resignificar prácticas, tiempos y espacios, de entender nuestra deuda histórica con la reparación como punto de partida de tomar conciencia del privilegio.
De alguna manera, los hombres vamos caminando, con el ceño más o menos fruncido, por la senda que nos indican las compañeras. Por supuesto, porque ellas han marcado un horizonte y se han puesto a señalizar el camino, no porque se nos haya ocurrido a nosotros que teníamos que comenzar a caminar, ¡con lo bien que se está quietico en el privilegio! Ale, ale, irse empoderando y ya nos vais diciendo pa dónde le tiramos.
Los micro o macro machismos son sólo prácticas que nacen de ideas profundamente arraigadas, y que igual hay que trabajar ambos flancos a la vez
Y fue en ese andar donde fueron señalándonos los micromachismos con los que no querían seguir tropezando en su camino. Y son piedras que hay que remover, sólo faltaba, pero que digo yo que igual no son sólo las piedras, sino la misma composición de la tierra a la que hay que darle una pensada. Que los micro o macro machismos son sólo prácticas que nacen de ideas profundamente arraigadas, y que igual hay que trabajar ambos flancos a la vez.
Todo esto para deciros que igual ya vale con esta idea de pensar que siempre tenemos la razón, que somos mu cansinos y que este es uno de los componentes de nuestra tierra patriarcal. Y no escribo para los encorbatados del consejo de administración, sino para los de la asamblea de barrio. Para aquellos que, aunque queremos pensar que la razón no es exclusivamente nuestra, sintamos la necesidad de ponerle la licencia Creative Commons, no sea que no se nos reconozca la autoría.
Podremos pensar, sobre todo los hombres: “¿Y qué hay de malo en llevar la razón?”. Mi percepción es que si rascamos un poco desde la empatía hacia la de enfrente, veremos que es posible que se trate de otro privilegio. No es casualidad que una de las características que define el privilegio es que quien lo tiene no se da cuenta por sí mismo de que es un privilegio, del mismo modo que no será el pez quien sea consciente de qué es el agua, ya que vive inmerso en ella.
Pues bien, si nuestro punto de partida es que lo que pensamos y lo que hacemos está bien, es acertado, coherente y pertinente, nos moveremos por determinados contextos con bastante seguridad. Como pez en el agua, vaya. Sin embargo, ese proceso de autovalidación inconsciente encuentra muchas mas dificultades en el caso de las mujeres, que generalmente tienen que desarrollar estrategias para que su voz encuentre ese reconocimiento. Ese punto de partida desigual, genera unas dudas y unos miedos más o menos conscientes que se transforman en un gasto energético extra ante la validación masculina. Decir o no decir, hacer o no hacer, tomar o no tomar el espacio… Dudar, en definitiva, es un gasto energético que por supuesto no es natural, y que impide que esa energía se dedique a otras cuestiones más deseadas. Si el punto de partida es el contrario, no dudar, eso, queridos, se llama privilegio y es responsable ver qué se hace con él.
Igual cuestionando ese punto de partida de pensar que siempre llevamos la razón, nos daremos cuenta de que no es que sepamos muchísimo de un tema, sino que nos pirra marcarnos un buen mansplaining
Igual cuestionando ese punto de partida de pensar que siempre llevamos la razón, nos daremos cuenta de que no es que sepamos muchísimo de un tema, sino que nos pirra marcarnos un buen mansplaining; que no es que tengamos que tomar la palabra para reorientar el debate, sino que nos pone un buen manterrupting; que no es que queramos completar una idea, sino que nuestra razón intrínseca se va a casa mucho más reconocida si nos marcamos un buen bropiating. ¿No sabes qué significan estos palabrejos endemoniados? ¡Qué buena oportunidad entonces para googlearlos y empezar a darte cuenta de que no siempre llevas razón!
Otro día, otra terraza, otra amiga, una pregunta: “Oye, pero en los talleres esos que haces con hombres, ¿a qué os dedicáis?”. No recuerdo mi respuesta, seguro que razonada y razonable, pero sí recuerdo lo que ella, en boca de muchas, añadió después: “Yo creo que en esos talleres deberíais aprender a callaros”. Y añado yo que a ver si en ese silencio político y reflexivo, conseguimos entender a un nivel profundo que nuestra razón y su inseguridad son dos caras de una misma moneda.
¿Tengo o no tengo razón?
Antifascismo
Salir del armario de la patria
Hablar de patria en la izquierda es casi tan jodido como salir del armario, y mira que suele ser tortuoso. Pero la realidad es que, una vez que sales, se está bastante mejor.
Pablo Santos es sociólogo, activista y formador. Forma parte del equipo de Otro Tiempo, donde facilita procesos grupales de transformación con hombres.
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Eres de lo mejor. Gracias por exponerte como lo haces, desde tu ejemplo, con sus incoherencias y límites, pero sobre todo, siempre, con esa capacidad de callartr y escuchar a la otra ;)
Un placer leerte