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“Al Palacio o a La Chingada”. Con esta frase, Andrés Manuel López Obrador define sus opciones luego de las elecciones del primero de julio. La Chingada es el nombre de su rancho en Palenque, Chiapas, pero también es una buena metáfora de la disyuntiva que plantea la boleta electoral: si las encuestas fallan y resulta ganador cualquier otro, el camino al rancho será largo y caótico.
Lo más probable es que gane. Ha hecho una buena campaña, aprendió de sus errores de los dos intentos pasados y logró conformar una alianza tanto de partidos como de poderes locales en todo el país que no solo le aseguran la presidencia, sino una mayoría cómoda en el congreso. Además integró a su equipo de campaña a personajes clave (principalmente Tatiana Clouthier) que le han permitido acercarse a sectores que antes lo rechazaban.
Es el único candidato que ha dado a conocer los nombres de quienes integrarán su gabinete y también el único con un proyecto de nación. Será el primer presidente de este siglo con propuestas claras en ciencia, cultura, trabajo y educación. Quizá no sean las ideales, pero al menos existen y eso ya es una gran diferencia respecto a los tres anteriores.
Sin embargo, hay mucha gente preocupada por algunas de esas propuestas: para unos, el populismo llevará al país al desastre económico (repiten incansablemente el grito de guerra de la derecha hispanoamericana: “¡Nos van a convertir en Venezuela!”), mientras que para otros la inclusión de empresarios en el gabinete es una señal inequívoca de que no habrá cambio alguno (exacto, lo dicen quienes esperan que un presidente acabe con el capitalismo en seis años).
Tal vez lo más criticable son sus posturas respecto al aborto y el matrimonio homosexual. Ha cuidado de no pronunciarse ni a favor ni en contra, cambió su postura inicial de someterlos a consulta popular por un “no importa lo que yo piense, se hará lo que diga la ley”, transfiriendo la responsabilidad al Congreso. Sin embargo, eso mismo le permitió establecer una alianza con un partido de centro derecha (el Partido Encuentro Social, de influencia cristiana) al que le dio candidaturas en regiones conservadoras del país donde las izquierdas jamás han logrado tener ninguna influencia.
Su principal oferta (no la más popular, pero sí la más importante) es poner fin a la guerra. Siempre se ha presentado como un pacifista, suele hacer referencias a Gandhi, a Martin Luther King y a Salvador Allende. Por ejemplo, su principal diferencia con el EZLN es precisamente el uso de las armas (hay otras, más de fondo, claro). Plantea detener la opción armada y comenzar con un proceso de reconciliación y justicia, ponerle fin al círculo de la violencia-venganza haciendo uso de todas las estrategias legales posibles, incluida la amnistía. Esto le ha acarreado muchas críticas por parte del sector más proclive a las soluciones violentas y desconcierto por parte de los familiares de las víctimas, pero a estos últimos les ha dicho que todas sus acciones serán consultadas con ellos en primer término. Todos los pasos que dé rumbo a la paz serán complicados, pero sin duda cada uno será importante.
El país de nunca jamás
México está por salir de uno de los peores gobiernos que ha tenido. Desde que estaba en campaña, Enrique Peña Nieto dio muestras de su limitaciones al ser incapaz de recordar los títulos de tres libros que habían influenciado su vida. Ya como presidente declaró que “la corrupción es cultural” y fue como una señal para que el saqueo y la rapiña se desataran en todos los niveles de gobierno, impunemente.Cuando Carmen Aristegui dio a conocer un reportaje sobre la corrupción en su gobierno (“La casa Blanca de Enrique Peña Nieto”), la respuesta fue el despido de la periodista y el nombramiento de un “zar anticorrupción” que investigó el conflicto de intereses tanto de la casa blanca como de otra mansión propiedad del secretario de Hacienda que habían sido entregadas por el dueño de Grupo Higa (empresa beneficiada cuando Peña fue gobernador y que había sido seleccionada para construir el tren México-Querétaro). La concesión del tren fue revocada, pero el zar anticorrupción terminó exculpando al presidente, a su esposa y al secretario de Hacienda de forma muy poco convincente.
Los casos de corrupción aumentaron a todos los niveles, incluidos los sobornos de Odebrecht, cuyo escándalo afectó a diez países de Latinoamérica, llevando a la renuncia de funcionarios y juicios en su contra en casi todos, menos en México.
Pero sin duda lo más grave del Gobierno de Peña Nieto fue su actuación en el caso de los 43 estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa. A pesar de que diversas investigaciones científicas y periodísticas señalaban otra cosa, el Gobierno federal sostuvo la tesis de que habían sido incinerados por miembros del narcotráfico. Una gran parte de la sociedad mexicana e internacional se movilizó para exigir la presentación con vida de los estudiantes, así como una investigación seria, pero Peña Nieto no se movió. Esa incapacidad que rayaba en el cinismo (en una ocasión les dijo a los parientes de los desaparecidos “ya supérenlo”) lo llevó a los niveles más bajos de aceptación que un presidente mexicano haya tenido jamás.
El problema, su problema, era que caminar por la ruta de las tesis alternativas le hubiera llevado a aceptar y reconocer que en el caso estaban involucrados no sólo el narco y los gobiernos locales, sino también la Policía y el Ejército federal (de ahí que la consigna de los manifestantes dijera: “Fue el Estado”), es decir, su gobierno, por lo que su renuncia habría sido inevitable.
Pero algo pasó. Las manifestaciones y la presión a su gobierno se detuvieron. Los partidos opositores dejaron de mencionar la renuncia y los sindicatos redujeron su participación en las marchas. Probablemente fue la presión del Ejército, pero también probablemente “alguien” calculó que no convenía la renuncia de EPN, que lo mejor era dejarlo en el puesto para poder cosechar su desprestigio en las elecciones.
El fin de la ideología
No sólo López Obrador se presenta con una alianza. Los otros dos candidatos también. José Antonio Meade, del PRI, va con dos de los llamados “partidos rémora”, mientras que Ricardo Anaya, del derechista PAN, logró aliarse con el que hasta hace poco era el partido más grande de la izquierda mexicana, el PRD. Así, se enfrentan un candidato apoyado por la izquierda-derecha (Morena-PES) a un candidato apoyado por la derecha-izquierda. Todo lo sólido se desvanece en el aire de discursos que apuntan hacia todos lados.Es muy probable que las siglas partidistas que han marcado la política mexicana se transformen en el futuro inmediato. El PRD con trabajo sobrevivirá, los partidos pequeños desaparecerán (y renacerán en seis años con otro nombre), el PRI tendría que transformarse en algo que sus integrantes actuales difícilmente logran imaginar. El PAN quedará destruido internamente a pesar de que seguramente quedará en segundo lugar (algunas de sus principales figuras se unieron a López Obrador, mientras que otros decidieron postular una candidata independiente que renunció un mes antes de la elección) y Morena, construido para ser oposición con una dirigencia unipersonal, tendrá que aprender a ser partido en el gobierno y convivir con los diferentes grupos que durante esta campaña se han integrado a ella.
Esta disolución de los partidos políticos mexicanos hará que nos tome tiempo volver a configurar distinciones partidistas significativas, por lo que en seis años veremos una campaña presidencial de puras figuras, sin que las siglas sean relevantes.
Los rivales invisibles
Es imposible explicar la inminente victoria de Andrés Manuel sin considerar la debilidad de sus rivales.El partido en el Gobierno (el PRI) decidió postular a un no-priísta con la idea vacua de librarlo del desprestigio. Lo único que encontraron fue a un burócrata hacendario sin tablas, sin habilidades comunicativas, sin mayor trascendencia, pero con doctorado y una trayectoria como funcionario (casi) intachable y transexenal. Lo intentó, pero el lastre de Peña Nieto y sus propias limitaciones lo dejarán en un lejano tercer lugar.
Mientras que en el PAN, Ricardo Anaya obtuvo la candidatura luego de una larga cadena de traiciones al interior de su partido y alianzas insostenibles con grupos de la izquierda no obradorista que han tenido que enfrentar a su vez mucha resistencia entre sus simpatizantes, a quienes nunca les han aclarado cuáles serían las razones para apoyar a Anaya en lugar de juntarse con quien cosechará todos sus años de lucha por el poder. Anaya ha demostrado una afición por la mentira y el doble discurso, que le ha salido caro pues un sector de la prensa y mucha gente en los medios sociales se han dedicado a desmentirlo y evidenciarlo.
Por sí solos ya la tenían difícil, pero a ello se sumó que una vez que vieron perdida la posibilidad de competir por el primer lugar, se enfrascaron en una pelea salvaje por el segundo lugar, dando pie a capítulos vergonzosos de espionaje, denuncias falsas, golpes bajos y producción industrial de insultos, que en los hechos (bueno, no los hechos, según las encuestas) se ha traducido por un aumento por las simpatías para AMLO y un descenso parejo tanto para Anaya como para Meade.
El fantasma del fraude recorre el país
Hay en México una larga tradición de ganar elecciones a la mala. Las prácticas fraudulentas van desde la compra y coacción del voto hasta el robo de urnas, la sustitución de funcionarios electorales y, de plano, el asesinato de los candidatos opositores (en esta elección más de cuarenta candidatos han sido asesinados). Los casos más graves se dieron en las elecciones de 1988 y de 2006.Hay también una tradición en la izquierda de responsabilizar completamente al fraude de sus derrotas. Una tradición fomentada por sus dirigencias, muy poco acostumbradas a rendir informes de desempeño a sus militancias. Es muy fuerte la convicción de que desde 1988 la izquierda nunca ha perdido las elecciones, siempre se las han arrebatado. Dos grandes reformas electorales no han servido para devolverles la confianza, a pesar de que muchos de los argumentos que siguen dando para explicar el fraude no tienen principio de realidad.
Hay miedo entre los seguidores de AMLO de un posible fraude que les arrebate, una vez más, el triunfo. Aunque seguramente habrá muchas trampas en el proceso, no será suficiente, tanto por el número de votos (siempre y cuando la ciudadanía salga a votar el domingo) como porque los operadores del fraude de 1988 (Manuel Bartlett) y de 2006 (Germán Martínez) ahora forman parte del equipo cercano de López Obrador. Sabrán, pues, contrarrestarlo y probablemente (otra vez probablemente) usarlo a su favor.
El futuro es una extraña maleza
¿Cómo será el Gobierno de Andrés Manuel en caso de ganar la presidencia? ¿cuáles serán sus principales problemas?México es un país destrozado por la guerra, inundado de corrupción y sometido al país del norte. El proceso de reconciliación será difícil, pero posible; el combate a la corrupción es complicado, más aún cuando la propuesta es combatirla con el ejemplo (teniendo en su equipo a personajes nada limpios, que seguramente serán su mayor obstáculo); y la relación con Donald Trump seguramente será un dolor de cabeza, sobre todo considerando la poca experiencia en política internacional del nuevo equipo en el Gobierno.
Pero hay dos conflictos que pudiesen ser los más graves. Por un lado, en los últimos dos sexenios se han otorgado concesiones a empresas extractivas en todo el país, concesiones que no solo provocan un grave deterioro ecológico, sino que traen consigo despojo territorial a pueblos y comunidades. Los acuerdos comerciales con que las concesiones fueron otorgadas hace casi imposible cancelarlas por el alto costo que implicaría para las finanzas del país. Ignorar a los pueblos que defienden su tierra, su agua y su viento sería gravísimo y un gran error. Es un dilema que el equipo de López Obrador deberá resolver de la mejor manera posible, pero que hasta ahora no se ve que tenga claro cómo.
El otro conflicto será con el Ejército y la Marina, que durante los dos últimos sexenios vieron aumentar año con año su presupuesto e influencia en las decisiones del poder ejecutivo, y que ahora verán reducirse al redirigirse el gasto a programas sociales. También, con el fin de la guerra, algunos altos mandos tendrán que abandonar sus vínculos comerciales tanto con el trasiego de droga como con la compraventa de armas (que en el Gobierno de Peña Nieto aumentó de manera exponencial). El Ejército mexicano reafirma año con año su lealtad a su comandante supremo (el presidente), pero siempre existe la posibilidad de que algunos de sus mandos, ante el riesgo de ser sorprendidos en actos de corrupción, rompan la promesa de lealtad y maniobren para mantener sus privilegios. El manejo de este posible conflicto deberá ser silencioso y discreto, pues si llegamos a verlo significará que se ha salido de control.
Más allá de los conflictos posibles, también veremos buenos espectáculos. La afición por las multitudes de Andrés Manuel no va a disminuir, así que habrá varios episodios de movilización nacional en respaldo al presidente, quizá derivado de amenazas externas (una respuesta a Trump siendo Trump, por ejemplo) o de intentos de extorsión de los grupos empresariales (los “fifís”, que les dice). Mucho dependerá su gobierno de estas expresiones de respaldo, pero al mismo tiempo la sociedad civil tendrá que organizarse para resistir a las exigencias de grupos de interés que formarán parte del Gobierno morenista.
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Estimado periodista-columnista quiero opinar de su texto.
A usted le reclamo que en estos medios digitales e inmediatos siga insistiendo en una larga introducción en la que no nos cuenta nada nuevo, sino nos reseña lo que muchos han escrito. Siempre es bueno conocer las fuentes de donde estas ideas fueron tomadas.
Después de esta corta critica, le refuto:
Los panistas en el movimiento de morena no inician ni terminan con Tatiana. Ella como operadora en el norte y como presencia mediática y coordinadora de una sección de la campaña rápidamente se agotó rapidamente. Otros/otras panistas fortalecen el discurso de derecha de morena y defenderán el voto. Reconózcalos y deles un abrazo, chingaos.
Además de las propuestas, las alianzas y los miedos que usted dejo pasar por alto de manera intencional o no, le pido reconozca que la fuerza que vencerá al prianato es el hartazgo de la sociedad que de muchos orígenes le cobrarán, una a una, sobre todo a los priistas neoliberales de Atlacomulco las afrentas sociales, las cuales capitalizaran los Beltrones y Chong que no movieron un dedo ante la debacle.
El país del nunca jamás continuará su culera marcha. Dudo que las verdades lleguen, los culpables caigan, los ejecutores sean desenmascarados. El gobierno está, en lo que usted y yo escribimos, borrando toda información, toda evidencia y toda persona de nómina. El nuevo gobierno llegará a administrar una estructura sin historia gubernamental, sin evidencias. sin huellas y sin testigos. Tardaremos décadas en salir de lo que usted llama el peor gobierno.
¿De cuál fin de la ideología habla? El movimiento (no alianza) tiene solo una cabeza, una cabecita de algodón, a la cual el PRI, el PAN, el PRD ya se han sumado en partes. Cambian de partido a movimiento con todo y sus intereses, votos, estructuras e “ideologías”. Lo que quede del Pri se la quedará Chong y lo que quede del PAN los Zavala-Calderón.
En verdad usted ¿no ve al rival? La oligarquía y su vocero trasnochado Fox apoyaron desde siempre financieramente a su único candidato el señor Bronco Meade Anaya de Caderón. Para ellos no existe otro lugar que ganar, y lo intentarán, vía fraude, miedo, publicidad, llamadas (tan solo hoy he recibido 5), y reclamaran la inversión en la pobreza, marginación y desesperación de la población, estrategia a la cual le han invertido un buen de tiempo. ¿Neta no ve al rival, que aun perdiendo ganará?
Al final, el núcleo del discurso del PG se centra en la corrupción y ese es, su molino de viento.
Si asesinar 40 candidatos no es pucherazo... alli nadie gana sin el apoyo directo del Narco, es decir de EEUU