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México
López Obrador, una afortunada incógnita
Quizá no sea tan fácil apreciar desde el exterior lo más valioso que la elección de López Obrador nos ha regresado: la posibilidad de tener un futuro. Los largos meses que han transcurrido desde la elección hasta este 1 de diciembre en que López Obrador asume el poder han estado, por otra parte, repletos de mensajes ambiguos y contradictorios.
Periodista mexicano. Reside en Ciudad de México. ha sido directos de varios medios mexicanos. Actualmente está al frente del medio digital Fábrica de periodismo
Andrés Manuel López Obrador es una afortunada incógnita para México. No es Hugo Chávez ni Evo Morales, no se parece demasiado a Inazio Lula da Silva ni le brota a flor de piel la esencia humanista de Pepe Mujica. No posee los rasgos más cuestionables del venezolano o del boliviano, pero tampoco algunas de las cualidades del brasileño o del uruguayo.
Es, sí, un animal político que respira por la izquierda, como ellos, pero lo hace a su propio ritmo y con un estilo único. Así que incluso a unas horas de que rompa con el modelo conservador y profundamente corrupto de gobierno que ha dominado en México en los últimos 70 años, es imposible predecir cuál será el resultado de su gestión como presidente de la República.
López Obrador, el nieto de José Obrador, un cántabro que llegó a México a principios del siglo XX buscando mejores horizontes, no es en realidad un hombre de izquierda, aunque millones de mexicanos lo han (lo hemos) querido ver así.
No es un hombre de izquierda, pero es un hombre decente, con preocupación genuina por los millones de desheredados y parias que pueblan el territorio de México. Su triunfo en las elecciones de julio pasado llegó de la mano de los más de 30 millones de votos de mujeres y hombres extenuados por la imparable oleada de violencia, pobreza y corrupción.
Una generación entera de mexicanos, esa que ronda sus años 30, daba por cancelada cualquier ventana de bienestar y progreso
López Obrador es producto del hartazgo de la sociedad con la inmoralidad que ha asfixiado durante décadas a la vida pública mexicana. Y aunque los valores éticos no son una categoría esencial en la política contemporánea, la decencia hoy cobra una relevancia inesperada.
Que hoy hablemos de honestidad y el papel de la decencia en el ejercicio del poder habla de que algo profundo ha emergido en estos nuevos tiempos. Por supuesto, no basta para construir un régimen democrático, pero es un elemento indispensable.
Millones de mexicanos experimentamos el ascenso de López Obrador al poder con una mezcla de sentimientos y sensaciones encontradas. Quizá no sea tan fácil apreciar desde el exterior lo más valioso que la elección nos ha regresado: la posibilidad de tener un futuro.
Una generación entera de mexicanos, esa que ronda sus años 30, daba por cancelada cualquier ventana de bienestar y progreso. Claro, había quienes, aun siendo integrantes de esa generación, pertenecían a los grupos más privilegiados y tenían el país a sus pies, pero una infinidad de jóvenes sólo podían verse a sí mismos como eternos desempleados y sobrevivientes marginales en una sociedad y economía que excluían a lo mejor de su capital humano, de su talento.
No sólo ellos, por supuesto, el impacto de los sucesivos gobiernos, unos más descarados que otros a la hora de corromperse y apropiarse de los recursos del Estado.
Excepto un pequeño círculo, el resto de la población padecía la violencia de la pobreza, del crimen organizado, de las desapariciones forzadas, del subempleo, de la descomposición del sistema policiaco y judicial (al servicio de los políticos-narcos o de los narcos-políticos, que son casi lo mismo), de las fosas clandestinas con miles de ejecutados, de la soga alrededor del cuello de millones de clasemedieros empobrecidos.
Pasaron muchos años, pero súbitamente al fondo de la oscuridad emergió un destello de luz. De repente, y sin que creyéramos en realidad que “El Sistema” lo pudiera permitir, la resistencia de millones a tener sólo una vida de desesperanza llevó a López Obrador al poder.
Y hoy, henos aquí, en la víspera de un momento histórico cargado de múltiples símbolos: la residencia oficial se convertirá a partir de este día en un centro cultural y los mexicanos de a pie podrán recorrer los jardines y los senderos en los que se tomaron decisiones diseñadas para lastimar su vida cotidiana. Qué decisión más simbólica.
Existen otras señales: la medida de acabar con el dispendio y los excesos del alto funcionarado del sistema político mexicano, de retirar a la casta política los privilegios disfrutados por decenios, de incorporar a mujeres y jóvenes como parte del primer círculo del nuevo gobierno.
Se ha hablado mucho de la cancelación del nuevo aeropuerto internacional de México y se ha conocido ya la reacción de los mercados y de los inversionistas.
Más allá de las consideraciones técnicas y de las fallas a la hora de organizar una consulta mal diseñada que decidió el futuro del proyecto más pretencioso y oneroso del último gobierno del viejo régimen, la decisión de no continuar con su construcción representó un alto clarísimo a la voracidad de los empresarios consentidos del sistema.
A esta decisión habrá que añadir otras medidas más incluidas en los 10 proyectos más importantes para López Obrador en los próximos seis años: desde cuestionados proyectos de infraestructura que seguramente dañarán el medio ambiente y apuestan por las energías fósiles hasta programas sociales para garantizar becas para todos los estudiantes de educación media y superior en instituciones públicas.
Los largos meses que han transcurrido desde la elección hasta este 1 de diciembre en que López Obrador asume el poder han estado, por otra parte, repletos de mensajes ambiguos y contradictorios.
Por ejemplo, la cercanía del nuevo presidente con algunos de los empresarios cuya fortuna se catapultó por su incondicionalidad al régimen priista, como los propietarios de Televisa (Emilio Azcárraga), TV Azteca (Ricardo Salinas Pliego) o Grupo Imagen (Olegario Vázquez), provoca molestia y rechazo generalizado y sus seguidores más conspicuos hacen malabares para justificar lo injustificable.
Su ambigüedad a la hora de plantarse cuando se trata de la diversidad sexual, el aborto y otros derechos sociales es inaceptable. Lo es más su coqueteo con la posibilidad de someter a votación los derechos de las minorías. López Obrador no entiende, o finge no entender, que esa postura es profundamente reaccionaria y conservadora.
Tampoco alienta mucho su condescendencia con algunos políticos indeseables y partidos evangélicos con posturas abiertamente conservadoras.
Qué decir de su mal entendida noción de lo que es justicia y venganza. Ha proclamado que lo suyo no es la represalia y que por ello no pretende juzgar a quien haya cometido algún delito, sobre si todo se encuentra vinculado con la corrupción, antes de este 1 de diciembre.
Más incongruente no podría ser si se toma en cuenta que el combate a la corrupción fue el combustible que inyectó una potencia inmensurable a su campaña electoral.
Así es López Obrador. Un hombre de luces y sombras que en ocasiones indigna a sus seguidores más lúcidos y en otras embelesa a los más fieles y cerrados creyentes de sus palabras.
Llega al poder para lanzar lo que llama la Cuarta Transformación de la República. Y le fascina equipararse a las figuras que han marcado la historia de México desde su independencia de España.
Nadie sabe en realidad qué es lo que está pensando. Qué contradicción ronda por su cabeza, qué inconfesables alianzas está a punto de aceptar con tal de cumplir su sueño, su infantil sueño incubado en las orillas del río Grijalba, en su natal Tabasco.
López Obrador, el niño Andrés Manuel que se trababa y dejaba de respirar cuando algo lo enojaba sobremanera, llegará al poder casi seis decenios después.
Acaba de cumplir 65 años. Y para una enorme masa de mexicanos es una incógnita. Pronto empezaremos a descifrarla. Es probable que falle y sucumba a las trampas del poder. Pero la esperanza ya nadie la elimina. Esa sí que no.
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Me parece muy acertado su discurso sobre las contradicciones de AMLO y de la incertidumbre que nos produce. Por otro lado una desventaja, es que muchos esperan demasiado y patearán fuerte cuando vean que, obviamente, no se dará el cambio diametral esperado, al tiempo deseado. Durante los muchísimos años de espera por la democracia, y quizás por la decencia, habría que agregar, que durante los 70 años de corrupción, y de ultraje al pueblo, el “sistema” ha hecho raíces muy profundas. Desde luego que los votos, de aquellos que han querido el cambio, han llevado a AMLO al poder, lo que muy probablemente ya ha pasado en las últimas contiendas presidenciales, pero ese “sistema” bien arraigado quizá ahora no lo ha bloqueado, quizás tiene este una nueva estrategia, de la cual sabemos muy poco, y que me da muy mala espina. Espero estar equivocado… ¡Saludos!