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Migración
Estancados en Tijuana
Tras semanas de camino atravesando México, las personas que integran la Caravana Migrante se topan en Tijuana con una frontera que parece infranqueable, de la que han sido repelidas con gases lacrimógenos. Hacinadas en campamentos precarios se preguntan cómo continuar.
Brian Eduardo Elvir Flores tiene 24 años y viene de Choluteca, en Honduras. Fue de los primeros integrantes de la caravana. Cuando 160 pioneros se reunieron en San Pedro Sula el 14 de octubre, él ya estaba allí. Ahora se encuentra en Tijuana, a más de 5,000 kilómetros de su casa. Acaba de descubrir que el hambre, el cansancio, la deshidratación, la enfermedad, dormir a la intemperie o viajar en posturas inverosímiles sobre un camión eran la parte sencilla del trayecto. Que lo que tiene por delante, intentar cruzar a Estados Unidos, es un reto todavía más difícil. El “sueño americano” está al otro lado del tremendo muro que se ve desde el albergue. Tan cerca, tan lejos.
“¿Ahora, qué hago?”, se pregunta Elvir desde la unidad deportiva Benito Juárez, un campo de béisbol reconvertido en campamento de refugiados y separado del muro únicamente por una carretera. El improvisado albergue funcionó hasta el viernes, 30 de octubre. Llovió, se inundó y los migrantes fueron trasladados a El Barretal, un complejo a diez kilómetros de la frontera. La tormenta fue gran aliada de las autoridades municipales tijuanenses, que tenían prevista la mudanza pero no encontraban la manera de llevarla a cabo sin chocar con la oposición de los centroamericanos.Las autoridades dicen estar sorprendidas. ¿No les escucharon? Lo habían anunciado. Tijuana era el camino más seguroEl Benito Juárez era un lodazal sin higiene. El olor de los baños saturados se extendía por toda la superficie. Por la noche hacía frío, mucho frío, hasta el punto de que las tiendas se empañaban por dentro. No parece que el nuevo emplazamiento vaya a ser mejor. La situación en Tijuana se pudre y parece mentira que las autoridades mexicanas o los organismos internacionales no hubiesen previsto que esto iba a ocurrir. Sabían, al menos desde Ciudad de México, que el éxodo centroamericano se dirigía a Tijuana. Ahora, las mismas autoridades, dicen estar sorprendidas. ¿No les escucharon? Lo habían anunciado. Tijuana era el camino más seguro. La quinta ciudad con mayor número de asesinatos de un país que se desangra en la “guerra contra el narco” era el camino más seguro. Elvir no sabe qué hacer y su incertidumbre es el reflejo de toda la caravana. Al llegar a Tijuana encontramos una paradoja: la fuerza del grupo les protegió para llegar hasta la frontera, pero ahora es un lastre si se quiere cruzar a Estados Unidos. No hay solución colectiva. No se abrirán las puertas ni habrá un salvoconducto para los hambrientos. Solo existen dos opciones: pedir refugio en el vecino del norte o regresar a la clandestinidad. La tercera alternativa, quedarse en Tijuana, es vista como un arreglo temporal. Quedarse para ahorrar, dejar que se enfríe la frontera y probar suerte. Elvir Flores ha planteado la posibilidad de pedir asilo. Carga, como muchos de los integrantes de la caravana, con una historia trágica. Centroamérica es un charco de sangre. Dos de los hermanos del joven fueron asesinados. El primero, Elvin Enrique, en 2013. “Salió a dar una vuelta, no había pagado, cuando regresó por la noche, lo acribillaron”. El segundo, Erick, un par de años después. Seis balazos terminaron con su vida. Ambos homicidios están vinculados con el pago de la extorsión, que en Honduras se conoce como “impuesto de guerra”. Según relata el joven, la Mara Salvatrucha (MS-13, junto al Barrio 18 una de las dos principales pandillas que opera en Centroamérica) exigía a la familia 1,500 lempiras (54 euros) semanales para no matarlos. Repitámoslo, porque esto es importante: una familia hondureña pagaba 50 euros semanales pera que los pandilleros no acabasen con su vida. En la extorsión está el origen de muchos de los asesinatos que han convertido al Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador, Guatemala) en una de las regiones más violentas del mundo. Los hermanos de Elvir Flores no pagaron. Los hermanos de Elvir Flores fueron asesinados. Así funciona esto. Si no pagas a tiempo, te matan.
El problema para Elvir es que ser perseguido por pandillas no aplica para que un juez norteamericano te conceda el estatus de refugiadoEl problema para este joven es que ser perseguido por pandillas no aplica para que un juez norteamericano te conceda el estatus de refugiado. Según explica la abogada Charline De Cruz, para pedir asilo uno tiene que haber sido perseguido por motivos de creencias, raza, ideas políticas, nacionalidad o pertenencia a un grupo minoritario. A Elvir Flores le extorsionaban por vivir donde vivía, en un lugar donde MS-13 impone su ley. No puede decir que él fue perseguido, a pesar de que su vida corría peligro. Tiene difícil que un juez avale su petición. La segunda opción para el hondureño es pagar un coyote. Este ha sido el camino que han transitado durante décadas cientos, miles de centroamericanos y mexicanos. La llegada de la caravana ha disparado los precios. Algunos de estos guías están pidiendo entre 4.000 y 8.000 dólares, que es lo mismo que solía cobrarse a las familias que contrataban sus servicios para realizar todo el trayecto desde Honduras o Guatemala. También hay coyotes con tarifas más bajas, pero te arriesgas a que te estafen. En el albergue se escuchan historias sobre pobres de solemnidad que recibieron un dinero de Estados Unidos y lo perdieron por fiarse del coyote equivocado. También, míticos relatos sobre personas que lograron cruzar pagando muy poco, o incluso aventándose por los narcotúneles, vías subterráneas que cruzan de México a Estados Unidos. Dicen las malas lenguas que los bajos de Tijuana son un queso gruyere, que algún día se vendrá abajo de tantas perforaciones. La última de las opciones, quizás la más peligrosa, el clavo ardiendo al que se aferran los pobres entre pobres, es cruzar como mula. Le llaman la burreada. El migrante debe cargar con 25 kilos de droga en su espalda (marihuana o cocaína) y llega a Estados Unidos acompañado por un guía. Si quiere, puede quedarse allí. Si desea seguir con el negocio, puede darse le vuelta, cobrar 50.000 pesos (algo más de 2.100 euros) y realizar cuantos viajes le permitan sus patrones. Con esta opción uno se juega cárcel y la prohibición para entrar en Estados Unidos durante al menos una década. Sin embargo, si no tienes dinero ni para pagar un coyote, fiar tu suerte al narcotráfico termina por convertirse en la opción de los desesperados. Elvir Flores no está tan angustiado. Al menos, por ahora, su plan es esperar. Como medio de supervivencia se ha montado un pequeño negocio dentro del campo de refugiados. Cobra diez pesos por vigilar los móviles en un punto en el que se cargan. Se han registrado muchos robos y la comunicación es vital para el éxodo de los hambrientos. Así que el joven garantiza que nadie se queda con el celular ajeno y se embolsa un dinero que luego reinvierte en cajetillas de cigarros para vender. “¡Fuuuuuuumele bandaaaaaaaaaaaaaa!” es un grito característico. Junto a la tos de los enfermos, banda sonora de la caravana de los hambrientos.
El modelo de caravana fue útil para llegar hasta Tijuana sanos y salvos. Ahora, cada cual tiene que barajar sus opciones individuales.El modelo de caravana fue útil para llegar hasta Tijuana sanos y salvos. Ahora, cada cual tiene que barajar sus opciones individuales. Muchos de los caminantes han llegado a esta conclusión de la forma más dolorosa. Desde que la larga marcha estaba en Ciudad de México hubo opciones para recibir información: abogados, colectivos de Derechos Humanos, les advertían que cruzar a Estados Unidos no era tan sencillo, que no lograrían quebrar la barrera como lo hicieron al entrar en México. Estos avisos fueron en vano. Tuvo que ser la experiencia empírica la que llevó a estos hombres, mujeres y niños exhaustos a comprobar que las amenazas de Donald Trump no eran retórica, que Estados Unidos no les quiere y que tendrán que agudizar su ingenio para llegar al otro lado. El domingo, 25 de octubre, lo comprobaron. Aquella jornada, agentes de la Border Patrol estadounidense dispararon balas de goma y gases lacrimógenos contra cientos de personas que trataban de acercarse al muro. Durante semanas, los caminantes habían fiado todo a Dios y a la piedad de Donald Trump. Confiaban, cándidamente, en que el presidente estadounidense se ablandaría al ver la penosa marcha de hombres, mujeres y niños exhaustos y enfermos. No entendieron que la política migratoria poco tiene que ver con la compasión. Que las leyes están hechas, precisamente, para que gente como ellos no pueda cruzar a los países ricos. Por eso resultaba descorazonador observar en el muro a Liz Ramírez, guatemalteca de Retalhuleu, corriendo hacia territorio estadounidense entre las balas de hule y el gas. Tuvo que darse la vuelta, cegada, dolorida, alcanzada por una bala que le rompió el pantalón. Tijuana es el fin de la caravana. Llegar hasta aquí fue un éxito. Ahora toca pensar en salidas individuales. Cómo sobrevivir en la quinta ciudad más violenta de México. Cómo evitar que la situación se pudra. Cómo hacer frente al racismo que un pequeño grupo de tijuanenses y norteamericanos están tratando de inocular en la ciudad levantada por migrantes. Por el momento se ha registrado un ataque con palos. Pero si la situación se estanca, si el campo de refugiados se cronifica, la xenofobia puede prender. Al menos 6.000 hondureños, salvadoreños y guatemaltecos esperan en Tijuana. Atravesaron México sin pagar coyote y sin subirse en La Bestia, el terrible tren que atraviesa el país de sur a norte. Eso ya es un éxito. Aunque queda lo más difícil. Todavía es pronto para saber hasta qué punto la caravana ha modificado la forma en la que los centroamericanos tratan de llegar a Estados Unidos.