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Movimientos sociales
Ramón Adell, el archivo humano de los movimientos sociales
La memoria y el presente de los movimientos sociales ocupan el tiempo de trabajo del sociólogo Ramón Adell dentro y fuera de la universidad. Su archivo es un magnífico hilo conductor del recorrido de las minorías ruidosas que transformaron y están transformando nuestra historia reciente.
Ramón Adell Argilés (Reus, Tarragona, 1959) lleva 45 años documentando “lo que se mueve en la calle sin ningún tipo de prejuicio”. Pasó de ir recogiendo panfletos con su Vespino a intentar recopilar —“picotear”— los materiales que se mueven en las redes sociales. En 45 años ha visto manifestaciones con muertos por herida de bala y cómo desaparecían muchos de los grupos de los que conserva materiales: el FRAP, los GRAPO, la ETA. Ha visto nacer al movimiento okupa en Madrid y el auge de los movimientos “modernos”: pacifismo, ecologismo y feminismos.
Adell no es un coleccionista al uso. Profesor titular de Sociología en la UNED, donde imparte la asignatura de Cambio Social, posee el archivo particular más singular sobre la historia de los movimientos sociales desde el final de la dictadura. Destacan 12.000 carteles, pero se cuentan por miles también otros soportes de publicidad electoral, los panfletos, las pegatinas, los mecheros y las chapas propagandísticas. Materiales que han recorrido exposiciones y que ha ido recopilando “sin padrinos, ni partidos ni sindicatos detrás”, desde la libertad que le da la independencia. Hoy presume de tener el mejor archivo de Catalunya que existe en Madrid.
En su estudio de la capital, recibe a El Salto, con quien colabora mensualmente en la edición impresa con la sección Todo se pega. Los extractos de la conversación permiten conectar el pasado inmediato de los movimientos sociales con su presente continuo.
Evolución de los movimientos sociales
Entre los movimientos sociales llamados “históricos”, el movimiento por excelencia es el sindical, pero podemos considerar históricos también el vecinal o ciudadano, el campesino, y el estudiantil. En los años 80 hay un boom de nuevos movimientos sociales, acorde con las dinámicas de los países con más tradición democrática: ahí aparece el feminismo —pese a que tiene mucha más antigüedad, con las sufragistas, etcétera—, claramente emergen el pacifismo, el ecologismo, lo que podemos llamar momentos de solidaridad con injusticias, conflictos o con minorías en el mundo. Pensemos también en lo que era el movimiento gay o de lesbianas, el LGTBl en los años 70, minoritario y perseguido, y cómo han llegado a conquistar gran parte de sus reivindicaciones —consolidarlas va a ser otro tema— .
El movimiento okupa
A mediados de los años 80 aparece el movimiento okupa, que puede discutirse si es un movimiento social en sí, o una contestación contracultural radical. Desde finales de los años 90 funciona como un movimiento de retaguardia, de infraestructura, de cesión de espacios a otros. Es un hecho que no hay dos okupaciones iguales, ni un politburó del movimiento okupa. Esa es su fuerza y su limitación, sin duda. Sirvieron de apoyo contra la guerra de Irak o en el 15M como una forma de organización/retaguardia de muchos movimientos sociales que allí confluyeron.
Crisis actual de los movimientos sociales
Que ahora mismo estamos en un momento de crisis de participación en los movimientos sociales, en general, podemos decir que sí, a causa de la neopolítica, quizás. Los movimientos se inflan y se desinflan. No se puede estar todo el día en la brecha. Los medios de comunicación tienen un espacio limitado para lo que se mueve y ese espacio se lo llevan unos u otros en función de los conflictos o la capacidad comunicativa o cierto interés por el que logran llegar más a la población.
Sin duda, sí estamos en un boom del movimiento feminista, eso es innegable. Tiene una gran capacidad de convocatoria, una repercusión explosiva y volcánica y muy fuerte, desde hace cuatro años pero especialmente con las huelgas de mujeres del 8 de marzo.
Los movimientos sociales ortodoxos están en estado espongiforme. Aparecen nuevas reivindicaciones, nuevas motivaciones, en una sociedad que se está volviendo en general más desigual y conservadora.
Declive del movimiento sindical
El movimiento sindical obviamente está en crisis, de la misma forma en que están en crisis los modelos de trabajo. ¿De qué sirve hablar de empresas o asalariados, o industrias? Si eso no existe, son capitales de accionistas financieros especulativos. Lo que trabajemos unos u otros no levanta el país ni lo hunde, como pasaba el siglo pasado. Ahora hay otros parámetros, como son la prosumición, el cooperativismo, las fórmulas de intercambio y trueque, Airbnb, etc. Con el tema actual del conflicto de los taxistas con las VTC… me imagino que dentro de 20 años se unirán contra la corporación de vehículos sin conductor. Las huelgas del futuro no serán solo de trabajadores, serán de no consumo y de desobediencia, con una transversalidad muy importante. El 15M a su manera lo fue.
Muchos coinciden en que el movimiento sindical clásico está burocratizado, desprestigiado, y con 40 años de consolidación constitucional burocrática y económica (junto a empresarios y partidos) se ha quedado anticuado. Otra cosa son algunos sindicatos más radicales o combativos, históricos o nuevos, autónomos y asamblearios, que sí han tenido un cierto auge en estos tiempos de malestar con la crisis del Estado del medio-estar.
Movimiento 2.0
Estamos en tiempos confusos como se vio en el 15M: ¿dónde hay que situarlo? ¿es un movimiento estudiantil? Había parte de eso, también del movimiento okupa, había parte, era de izquierda, pero con ambigüedades... Era sobre todo, para mí, un movimiento vecinal ciudadano 2.0, en el sentido que reivindicaba espacios, plazas, etcétera. Gran cantidad de sus reivindicaciones iban hacia el día a día, relacionados con la proximidad. Obviamente, también pidiendo cambios políticos drásticos, en una democracia que se consideraba que no era una democracia real, por todos los vicios acumulados de estos 40 años de corrupción y progresivo distanciamiento de las instituciones. Ocho años después, las opciones políticas, más polarizadas, adoptan sus discursos.
Contramovimientos
Es evidente que si en el movimiento feminista se trabaja por el derecho a decidir sobre el aborto, surge una contramovilización. Son movimientos de lobbies conservadores sistémicos, de la iglesia, etc. muy unidos y bien financiados.
Los contramovimientos sociales se resisten a perder privilegios en los cambios necesarios hacia un mundo más justo y sostenible y cristalizan también en partidos políticos. Al ascenso electoral de los animalistas, a la igualdad de género, al derecho a decidir, o a los derechos de los inmigrantes se contrapone en paralelo una subida electoral del voto ultra, que reivindica la caza y los toros, el machismo, la supresión de las autonomías o las expulsiones masivas.
Sobre el papel, como hipótesis, todo movimiento puede tener en contra un movimiento opuesto a sus reclamaciones. Nadie lo deseamos pero a veces acaba cuadrando, y ahora parece que está cuadrando, por ejemplo en el caso del feminismo. Cuadra directamente más que como movimiento social —lo que podría sonrojar a más de uno— directamente como partido político.
Correa de transmisión y base
Un movimiento social es monotemático, en el sentido de hablar de una prioridad o tabla de prioridades. No olvidemos que, por el contrario, los partidos políticos son un reflejo de ideologías.
Pero los movimientos sociales son la base de los partidos políticos, que aprehenden de su agenda y cooptan sus líderes. También se relacionan mediante el entrismo, la división, la infiltración, el control, el apoyo, y la financiación, de los movimientos sociales añorando las “correas de transmisión”. Antes estaba muy claro que UGT estaba controlada orgánicamente por el PSOE, y Comisiones Obreras por el PCE, hoy en día esa relación ya no está nada clara. A falta de cantera propia, los partidos se nutren hoy de los famosos, independientes, deportistas y tuiteros bocachanclas. Menos ideología y más postureo.
Mayorías silenciosas
La mayoría silenciosa de la que siempre se habló ya no existe. Ahora son mayorías silenciosas en plural y minorías ruidosas. Hay una conexión, una mayoría es silenciosa porque no se mueve, porque no tiene capacidad de acción, porque no quiere, porque no sabe o no le interesa. Las minorías ruidosas son activas, son, entre comillas, vanguardias. Muchos ciudadanos, de un color político o de otro delegan en las minorías ruidosas. Y eso se ve luego en las encuestas —¿tiene usted simpatía por tal o cual movimiento?— Por ejemplo, en Cataluña ha habido simpatía de la ciudadanía para que hubiera un referéndum, para votar ‘sí’, ‘no’ o abstenerse y a fuerza de reprimirlo despóticamente se ha conseguido que la gente ya quiera masivamente, independizarse o al menos República. Esas simpatías están ahí, y además hay propaganda institucional, campañas de medios de comunicación etc. para azuzarlo.
Igual que teníamos antes una sociedad con unos valores más generalizados —la familia, el trabajo, etc.— hoy tenemos una sociedad de públicos, de minorías, de tribus. Son mayorías silenciosas que se dividen ya sea por ideologías, ya sea por edades, por la división rural-ciudad, centro o periferia, Madrid-Barça, católico o no religioso. Hay muchas divisiones que introducen más complejidad y pluralidad. Lo que es bueno en el sentido de la libertad, pero es complejo cuando se trata de hacer políticas públicas o de tener grandes consensos.
¿Más desigualdad igual a más jaleo?
No es una regla exacta que a más desigualdad social se produzca más movilización, hay otros parámetros. En los años 60, en la escuela de Chicago hicieron un estudio que investigaba por qué los sin casa, los pobres, no se rebelaban. Era algo que les extrañaba. Es evidente que, si uno lucha por la supervivencia, no tiene mucho tiempo para la concienciación o para la protesta; sin embargo estamos viendo lo contrario por ejemplo en la PAH: cómo sí hay sectores, concienciados o con otro tipo de precariedades, que crean una red de solidaridad con gente que pide ayuda. Lo que sí se ha demostrado es que tiene que haber una masa crítica y algo que destape eso —debates, relaciones, conocimiento histórico incluso— para entender un proceso y ser capaz de ahí a pasar a la acción.
Alcance de la movilización
¿Por qué unas manifestaciones salen en la prensa y otras no? Por tres motivos. Algo ineludible es el número de asistentes, o debería serlo, ya que no siempre lo es. Ha habido manifestaciones de 5.000 trabajadores de Telefónica que no han salido en ningún medio por la influencia de la marca sobre estos. Si salen 20.000 personas a la calle, todos los periódicos tienen que poner una referencia, aunque sea por el hecho de que entre esos 20.000 pueda haber potenciales lectores.
Otro factor es la violencia. La violencia tiene un coste caro. Generalmente se produce más en grupos pequeños, no en masas. 200 o 500 personas que, para lograr aparecer en la agenda setting de los medios, optan por la acción violenta o incidentes, y eso da para muchas fotos. El problema es que al día siguiente se produce la inevitable criminalización del acontecimiento.
El tercer motivo, el más actual, es el de la originalidad. Si eres capaz de introducir una novedad da igual el número, que sean 15 o 40. Una buena foto, la táctica de los escraches, etc. En “acciones” es experto Greenpeace, siempre son menos de 21 personas porque la normativa dice que hay que comunicar cuando se son más. Greenpeace no comunica y hace acción directa. Logran un protagonismo para el que no es necesaria ni masa ni violencia, sino originalidad y compromiso. ¡Y jugártela también!
La violencia de la Transición
Lo que había en la Transición no era un Estado que estuviera súper preparado para la represión. De hecho, en el año 74, se gastaron mucho en armamento antidisturbios. La cuestión es que se trataba de un Estado con impunidad, una dictadura, y eso daba mucho más miedo.
Hasta los años 1979-1981, en las manifestaciones era posible que un policía pegase un tiro con arma corta o arma larga. Fui testigo de situaciones de violencia máxima: por ejemplo, en Pamplona el año 1978, donde murió Germán Rodríguez. Algunas Diadas del 11 de septiembre también —en el 76, tolerada y todo acabó a palos; en la diada del 77 murió Carlos Freicher, en la del 78 Gustavo Muñoz—. Eran años de porra y plomo. También hubo mucha represión en las manifestaciones estudiantiles aquí en Madrid, el 13 de diciembre del 79, contra la Ley de Autonomía Universitaria, cuando José Luis [Montañés] y Emilio [Martínez] murieron por disparos de metralleta de los grises. Ese era el problema: la impunidad. Un “Billy el niño” podía hacer lo que quisiera contigo. Había, por ejemplo, una decena de taxis en Madrid dedicados a “cazar” manifestantes; decían: “Súbase, que están cargando”, y te llevaban a la DGS sí o sí. El miedo era que te podía pasar cualquier cosa. La represión era sistémica, sutil o visible.
La capacidad represiva y de violencia que tienen los Estados actuales supera la capacidad represiva que podía tener el franquismo, pero hoy en día lo que hay es sofisticación, tecnologías neutras. La capacidad de control y de armamento complejo —balas flashball o foam, tanquetas, camiones-botijos, cañones de sonido, etcétera— es mayor, lo que pasa es que hoy por hoy es disuasorio, se usa poco, al menos en España y a día de hoy. En Turquía se usan “los botijos” (camiones manguera o guanacos en Chile) todos los días, en París se usan cada sábado con los chalecos amarillos, etcétera. En democracias, la protesta se regula, se previene y llegada la represión la consigna sería causarte el máximo daño con la menor huella. Y en tiempos de crisis, ¡las multas económicas duelen a veces más!
¿Cómo ha cambiado la propaganda de Estado?
Igual que la ciencia trabaja en pos de conocer la realidad, tanto gobiernos, como partidos, como empresas como estados se han dado cuenta de que la realidad es secundaria, y que lo importante es la percepción: no cómo es una cosa sino cómo percibes o crees que es. A partir de la percepción es cómo se construyen y deconstruyen los públicos, esas mayorías silenciosas y ruidosas, etc. La propaganda construye percepciones, reales o falsas según si se dirige a propios o extraños.
Desde el 11S estamos en un “estado de sitio” mundial, cayó el muro de Berlín y parecía que se iba conseguir que las sociedades se impregnaran de lo bueno que hubiera en la experiencia soviética en un momento de capitalismo industrial agotado. Pero se ha creado el monstruo del terrorismo, los miedos, que han sido fundamentales para gestionar la crisis. En aras de evitar un pánico colectivo —pánico que se puede transformar en movimientos sociales, en crac de bolsa, en movimientos religiosos, etcétera— la gestión del pánico a base de los miedos ha hecho una fractura en la sociedad. Una fractura que se ha reconstruido con el 15M, pero que nos sigue conduciendo a la culpabilización, a la individualidad, a la soledad e impotencia de una crisis que se hace larga.
Esa particularización de destinatarios cada vez está más trabajada para lograr esas percepciones: poner unos temas sobre la mesa y quitar otros es construcción del mensaje. Eso es el construccionismo, el análisis de marcos (frame analysis), al final discutimos de temas con unas palabras determinadas. En los años 70 se decía que el problema era la delincuencia, luego se le llamó drogas, luego inmigración, en realidad tenemos un problema de inseguridad, pero la palabra insignia o diana cambia.
Nuevos soportes
Cambian los soportes de propaganda, cambian los cauces, y ahora además estamos viviendo una etapa de duplicidad entre el mundo real y el mundo virtual.
Hay movimientos sociales muy permeables o con mucha viralidad que no tienen capacidad real de movilización sobre el terreno —ni es obligatorio que la tengan—. Pero al final ese terreno —el derecho a la protesta, reunión y manifestación y la libertad de expresión— y el voto en sí son unos procesos muy reales frente a lo virtual, donde fenómenos como las Fake News alteran cada vez más el panorama. Y lo lógico es que esa presencia de lo virtual aumente su peso…
No hay una correlación sistemática entre la calle y las redes ya que puede existir un movimiento muy importante en la calle y que tenga poca repercusión o acción en la red o viceversa. En nuestro país, tenemos el hito del 13M de 2004 cuando, tras los atentados de Atocha, se inician las prácticas flashmob (de multitud instantánea o de acción múltiple) contra la desinformación y manipulación en provecho electoral de Aznar. Si en la calle hablamos de acción colectiva con las nuevas tecnologías, hay que hablar de acción conectiva. Y los parámetros de interrelación, de porosidad y liderazgo, se alteran.
Viejos soportes
Antes, para recopilar material de lo que “se mueve”, iba a las manifestaciones, a las sedes, a los mítines, a los congresos de los partidos. Ahora se añade bajar imágenes que sé perfectamente que no son propias, sin intención de publicarlas pero que van a un saco de información. Si un día queremos saber qué pasó en determinado momento, se requiere una suma de pseudocarteles, panfletos, pegatas, memes y diseños. Lo que he ido haciendo es una mochila con todo lo que se mueve: sea bonito o feo, sea de una ideología o de otra. Ya habrá tiempo de hacer una valoración estética e interpretar su contexto. Ha pasado con algunos carteles, algunos diseños o dibujantes, que las cosas feas de antaño o las que pasaron desapercibidas ahora son joyas. Todo tiene un antes y después, y por tanto la innovación, imitación y aprendizaje, es constante. En tiempos veloces de cambio social, los movimientos sociales, el arte gráfico agit-prop, los repertorios de acción y los espacios se amplían infinitamente.
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Muy bueno el texto: conciso y con mucha información. En cuanto a las fotos de Álvaro Minguito, tan buenas como siempre.
Agg! se me pasó decir lo bien ilustrado que está el artículo, con esas fotos de detalle tan curiosas de Álvaro Minguito
Que buen artículo. Completo y sencillo. No conocía esos taxi-policías, en los años "de porra y plomo".