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Música
Angelus Apatrida y el heavy en la era de las plataformas digitales: ¿morimos o nos están matando?
El 28 de enero de 2023, el grupo albaceteño de thrash metal Angelus Apatrida cerraba en Bilbao su última gira. Una gira que comenzó en Madrid en la sala La Riviera con restricciones de aforo y un público sentado con mascarillas y que, con el paso de los meses, los ha llevado por toda Europa y, por primera vez, por Estados Unidos. Sin embargo, lo reseñable de esta gira no es solo su extensión, sino su propósito: la presentación de su séptimo disco, Angelus Apatrida; un disco que alcanzó a la semana de publicarse el número 1 en ventas en España, por encima de Ozuna, Bad Bunny o Foo Fighters.
Este hecho, tan remarcable por distintos factores —hablamos de una banda nacional y de un género muy maltratado en nuestro país—, no se tradujo, ni de lejos, en una atención mediática a la altura. Si buscamos la noticia en Google (“Angelus Apatrida número 1”), más allá de los titulares de la prensa especializada, dentro de los medios generalistas solo ABC, La Razón y 20 Minutos (que reproducía una pieza de Europa Press) se hacían eco de la noticia. Nada más. Y es precisamente esto, este abandono deliberado y consciente, lo que convierte los hitos de esta banda en algo, si cabe, más a tener en cuenta.
La falta de apoyo y atención mediática es algo que condiciona la supervivencia de bandas y artistas de géneros que crecen y se reproducen en los márgenes del mainstream
La falta de apoyo y atención mediática es algo que condiciona la supervivencia de bandas y artistas de géneros que crecen y se reproducen en los márgenes del mainstream. La revista CTXT, en una pieza sobre el productor Bizarrap (titulada Bizarrap: todo lo que toca supera el millón), hablaba de “el pibe que desde su habitación hace hits que superan los millones de escuchas sin apoyo, sin banca de nadie”. De verdad, ¿sin apoyo y sin banca de nadie? Haciendo el mismo ejercicio que anteriormente con Angelus, escribir “Bizarrap” en el buscador de Google es sinónimo de saturación, pues encontramos noticias sobre él en prácticamente todos los medios de comunicación del país. A Bizarrap, o a Rosalía, los conoce todo el mundo; es más, te obligan a conocerlos, aunque no te interese lo que hacen. ¿Por qué Spotify no para de sugerirme listas de reproducción donde aparecen ambos, si jamás los he escuchado? ¿Recomendará esta plataforma a Angelus Apatrida o a Crisix a quien no los conoce? Lo dudo. Salvo que te interese específicamente su música, no los conocerá nadie.
Precisamente en una entrevista a raíz de conseguir el número 1 en ventas, Guillermo Izquierdo, voz y guitarra de la banda, aludía a que “en Escandinavia o en Norteamérica hay una cultura muy arraigada de heavy metal que casi lo consideran bien cultural. Yo estoy encantadísimo de ser de España, me encanta mi país, pero cuesta tantísimo que te tomen en serio... que es duro. Pero bueno, el reconocimiento nuestro está ahí. Somos una banda referente del trash metal europeo y seguiremos haciendo la música que nos gusta”.
La pregunta, por tanto, que colea de fondo de todo esto es sencilla: ¿por qué el heavy y todos sus subgéneros son hoy en día tan maltratados mediáticamente?
Empecemos por el principio.
A lo largo de la historia, la música ha sido entendida no solo como un medio de transmisión cultural, sino también de relato de los propios acontecimientos de la época, e incluso, en los últimos tiempos, de definición personal y de clase. Aquí podríamos poner el ejemplo de las canciones de los esclavos negros en los campos de algodón estadounidenses, quienes creaban y cantaban sus propias vivencias, lo que luego llegó a convertirse en blues. Más recientemente, el de las tribus urbanas de finales de los años 70 hasta la primera década de los 2000 (punkis, heavys, raperos, rastas), como uno de los recursos de los adolescentes de la época para la búsqueda de su propia personalidad. E, incluso, la explosión de la mal llamada música urbana (¿acaso el heavy se toca en rascacielos?) y su colonización por la fuerza de todos los espacios musicales y sociales de la mano de las redes sociales, en detrimento de otros géneros que, hasta no hace tanto, también tenían su hueco en los medios generalistas. El mainstream ya no es homogéneo, tan solo bebe de una única fuente.
Música
Música Cuando el rock dejó de cambiarnos la vida
Este (rápido y escueto) resumen de la centralidad de la música desde principios del siglo XX me sirve para centrar y subrayar lo que sigue: es importante lo que escuchamos, pues nos condiciona y define. Por ello hay que remarcar que nos encontramos ante una gran paradoja: posiblemente nunca se había escuchado tanta música como hoy, ni hemos tenido acceso a tantos productos musicales. Plataformas como YouTube o Spotify no solo permiten un acceso libre a todo, o casi todo, lo que se produce musicalmente, sino que cualquiera tiene la posibilidad de subir su propia creación para que sea escuchada en todo el mundo. Un sueño hecho realidad para quienes nos criamos en una sociedad analógica y el dinero condicionaba lo que ese mes (o meses) podías escuchar o no.
Sin embargo, este libre acceso, que ha venido para quedarse, es implantado con un importante condicionante: nunca hemos sido menos libres para elegir lo que escuchamos. La forma de acceder a la música ha ido evolucionando de lo analógico a lo digital. Del vinilo, producto que ocupa un gran espacio y es incómodo (hay que darle la vuelta de forma manual), se pasó a un formato más reducido y sin tanto inconveniente: el cd. Del formato físico se pasó al digital con la expansión de internet y las plataformas de descarga. La popularización y casi obligación de los artistas de sacar videoclips por defecto hizo de YouTube, una plataforma al principio sin anuncios, imprescindible para cualquier artista tras la generalización del acceso a internet. Al igual que posteriormente ocurrió con Spotify, Instagram o TikTok. Si no estás ahí, no existes.
Las plataformas condicionan el mercado audiovisual a nivel global: cine, series, podcast o música. Tanto las actuales como las que vendrán. Y ese es, en esencia, el problema: las plataformas, al igual que el mercado, no se rigen solas, están condicionadas por aquellos que las poseen. Llévate bien con los propietarios y te asegurarán una posición principal en sus muros cuando el usuario abra la aplicación. ¿Quién no abrió sus redes sociales o su plataforma el día después de que Bizarrap sacara su canción con Shakira y esa canción estaba presente en primera página? ¿Pasará lo mismo cuando Angelus Apatrida saque un nuevo single?
La música que se crea hoy en día para el gran público queda destinada al consumo en un dispositivo móvil: canciones cortitas, sin mucho contenido, bien producidas y fáciles de desechar
Yendo un paso más allá, la música que se crea hoy en día para el gran público queda destinada al consumo en un dispositivo móvil: canciones cortitas, sin mucho contenido, bien producidas y fáciles de desechar. Esto apuntaba precisamente Emilio de Gorgot, en la segunda parte de un artículo que por su nombre no engañaba a nadie: Cómo la música ha ido a peor: “Hoy, a los A&R [a los que antaño se llamaban “cazatalentos”] ya no se les pide que estén en contacto con la calle, porque la calle ha dejado de importar a la hora de descubrir por dónde van a ir las cosas. Es irónico que en la actual música juvenil se insista más que nunca en el concepto ‘calle’, porque no consigue camuflar lo que está a la vista de todo el mundo: son los algoritmos los que determinan los siguientes pasos a seguir. El instinto ya no es necesario para descubrir cosas nuevas; todo se centra en analizar los números. A los A&R de las grandes discográficas ya no se les pide que conozcan la calle; se les pide una licenciatura universitaria en consonancia con la invasión de ejecutivos musicales de nuevo cuño, casi todos licenciados en empresariales y sin bagaje musical”.
Bizarrap, de hecho, tiene estudios en marketing.
Por mucho que loen a los nuevos talentos musicales, sin quitarles pizca de mérito, ya no es imprescindible que el nuevo artista de moda haga algo novedoso o rompedor. Si esa nueva canción no puede ser consumida en YouTube en menos de tres minutos (y que rápidamente salte a la siguiente), no tiene sentido darle publicidad. La canción más larga del disco de C. Tangana El Madrileño dura 3:18; de 14 canciones, cinco no llegan a los tres minutos. Escucha esto rápido y pasa a la siguiente. El contraste entre géneros es claro: la canción más corta del disco homónimo de Angelus Apatrida dura 3:34. La canción más escuchada del primero se acerca a los 300 millones de reproducciones en Spotify. La de los segundos, tiene poco más de 400.000. Estas cifras nos llevarían, también, a otros debates más allá de la música, acerca de la sociedad que estamos creando donde todo (ropa, tecnología, comida o música) nace para ser desechado o tragado de inmediato.
Siendo este el estado de la escena e industrial musical, me pregunto: ¿qué pasa con el heavy metal actualmente?
El heavy, en el sentido más amplio del género (no vamos a empezar a diferenciar entre rock, hard rock, heavy metal, death, thrash, etcétera), fue parte de la música hegemónica durante varias décadas. Gun’s and Roses, AC/DC, Metallica, incluso Iron Maiden (yo he escuchado The Wicker Man en Los 40 Principales) y Nirvana, como último gran grupo rockero de masas (y aceptando al grunge como animal de compañía), compartían el espacio generalista, hasta no hace mucho, con artistas de otros géneros. En la radio podían mezclarse sin problema con artistas pop, indies, acústicos, reguetón, hip hop, etc. En los institutos convivían adolescentes con gustos diversos. Y no pasaba nada.
Hoy en día la situación es bastante distinta. Pocos de los grandes grupos de los últimos 30 años, por distintos motivos, mantendrían una fuerza equiparable a la de antaño. Actualmente, como se puede ver en las giras posteriores a la pandemia, solo Metallica, Iron Maiden y Rammstein (por poner tres ejemplos muy claros, aunque podría incluir a otros como Slipknot) mantienen el tirón de antaño, pese a que ahora es imposible que suenen en radios comerciales. El resto tendría problemas, incluso, para hacer giras en solitario por recintos que hace 15 años podían llenar fácilmente. Y más si cambiasen de continente, con el gasto que ello implicaría. Los motivos seguramente obedecen a realidades sociales complejas y en ningún caso únicas. Hablemos de algunas de ellas.
Los modos de consumo de música actuales, sin duda, no ayudan a que el heavy se imponga entre la juventud. Es muy difícil, o al menos a mí me lo parece, poder apreciar en su conjunto una canción de heavy a través del altavoz de un móvil. El bombo de la batería y el bajo apenas se aprecian. Y cualquiera que se haya acercado a este género sabe de la importancia de estos instrumentos en cualquier canción. Bradley Hall representa perfectamente este cambio en las formas de escuchar música rock. Por más decir, encapsular sí o sí una canción en dos o tres minutos para un consumo rápido, no es sencillo para cualquier grupo, como ya hemos anotado anteriormente. De hecho, es irónico que el Grammy a la mejor canción de metal (una categoría que no se televisa nunca en Estados Unidos) de los años 2020 y 2022 haya recaído en canciones de más de nueve minutos (“7empest” de Tool, 15:43; “The Alien” de Dream Theater, 9:31).
La dictadura de las plataformas para grupos de heavy ha sido también objeto de discusión dentro del género. Seguir apostando por la producción de discos completos, pese a la tendencia general de la industria musical por canciones sueltas para seguir presente en las tendencias virales, parece que sigue imponiéndose en la escena heavy. Salvo quizás Machine Head, que de la mano de Robb Flynn sí han ido sacando singles que luego no se incluían en ningún disco (su canción más escuchada en Spotify, “Is anybody out there?”, es una de ellas), todos los grupos han seguido la tendencia clásica de sacar discos cada dos o tres años. Algo inusual para un artista mainstream encadenado a estar en los más virales de Spotify o YouTube constantemente. De hecho, el CEO de Spotify dijo en 2020 que “los artistas no deben grabar nuevo material cada tres o cuatro años y pensar que eso va a ser suficiente”. Claro, cuantas más escuchas en Spotify, más margen de beneficio; lo que pague luego a los artistas por reproducción parece que no es objeto de discusión para él. Esta estrategia se afianza si los artistas mainstream más escuchados siguen el consejo del dueño de una plataforma. Quevedo, cuya sesión con Bizarrap se alzó como “la canción del verano”, había producido solo singles desde 2020 hasta que, en enero de 2023, tres años después de empezar su carrera musical, sacó su primer disco. Impensable para un grupo heavy.
Las declaraciones del CEO de Spotify fueron contestadas posteriormente por uno de los artistas más productivos del mundo del heavy y posiblemente del rock en general, Mike Portnoy, un batería que en 2020 grabó ocho discos con ocho grupos diferentes: “El director ejecutivo de Spotify, Daniel Ek, tiene un valor de 3.800 millones de dólares. Vende la música que otros crean y no les paga prácticamente nada. Nunca ha escrito una canción y es tres veces más rico que Paul McCartney. (…) Spotify tuvo ingresos de 137.000 millones de dólares en 2018, pero paga a los artistas en promedio solo 0,0037 dólares por transmisión. (…). Si Spotify va a enviar estas estúpidas estadísticas de fin de año [el Wrapped] para que todas las bandas se jacten, tal vez deberían incluir la cantidad de dinero que (no) están pagando a los artistas por esa cantidad de transmisiones”.
Música
Consumo cultural ¿Hay alternativas más justas que Spotify para escuchar música?
Hacer música pensando en Spotify y YouTube beneficia solo a quien puede y quiere trabajar así. Este, por ahora, no es el caso mayoritario del metal. Angelus Apatrida sobrevivió a la pandemia por la compra de su disco, su merch y gracias a que pudieron dar algún concierto suelto.
Sin embargo, lo que también condiciona la falta de atención al género es, quizás, la concepción que se tiene del mismo. Un género hecho por y para los márgenes. Un género ligado socialmente con la marginalidad y el mal gusto, alejado de cualquier relación con el arte.
En este sentido, es sumamente interesante lo comentado por Salva Rubio, la persona que más y mejor ha teorizado sobre el metal en este país: “Toda música peligrosa ha sido siempre asimilada por el sistema, que la ha convertido en algo comercial, como ocurrió con el blues, el jazz, el rock o el hip hop. Obras de Mozart como Fígaro o La flauta mágica eran subversivas y hoy son alta cultura, pero hay formas extremas que no han logrado ser domadas: la llamada música clásica contemporánea, la del ruidismo y la politonalidad, no ha sido asimilada por el mainstream, al igual que el metal extremo. Tal vez este género pueda identificarse dentro de la esfera del rock, pero nadie del mainstream lo escucha, solo los adeptos. Salvo algún caso específico, por ejemplo, una película, nunca te vas a encontrar esta música en medios de masas. Para mí es lo único que no ha sido domeñado. El metal extremo es el último reducto, el único género musical no asimilado por el sistema”.
Como acertadamente comenta Salva Rubio, otras músicas alejadas de lo comercial, como pueden ser la música clásica o el jazz, tienen otro tipo de encaje en la sociedad. Son músicas hechas (erróneamente) para las altas esferas (solo hace falta comprobar el precio de las entradas para la ópera, por ejemplo), para las capas cultas de la sociedad. No es para el gran público y por ello, a ellos, se les respeta. Los bancos financian sus conciertos y las instituciones públicas loan sus programas. El heavy, como música alejada también del gran público, no corre esa suerte y es estigmatizado por ello. Un ejemplo muy reciente se dio cuando la actriz Margot Robbie confesó en un programa de televisión estadounidense su admiración por Slipknot y la música metal en general. A lo que la también actriz Cate Blanchett, en un alarde de pura ignorancia cerril, le contestó: “¿Pero de verdad que hay alguien a quien le guste el heavy metal?”.
La vida en los márgenes de la sociedad puede ser diametralmente distinta según el polo en el que te encuentres: da igual si nadie te presta atención, pero te respetan precisamente por ello. Sin embargo, todo es mucho más complicado si no te prestan atención y además te critican debido a eso. Eres marginal casi porque te han obligado a serlo. Porque no pegas. ¿Cómo le vas a gustar a alguien, no te has visto las pintas?
Sin embargo, la pregunta que considero más interesante es precisamente la que lanzaba Cate Blanchett: ¿a quién le gusta el heavy metal? Evidentemente, si nos guiásemos por la reacción mediática hacia el éxito de Angelus Apatrida, diríamos que a nadie o a muy poca gente. Pero, claro, es imposible superar a artistas dopados mediáticamente como Bad Bunny u Ozuna si, en realidad, nadie te respalda. Los números, en cambio, dicen otra cosa.
Desde hace años, el festival que atraía a más público de España era el Viña Rock: 240.000 personas, por ejemplo, en 2019. Unas cifras que no se trasladaron, como en el caso del grupo manchego, a las portadas culturales de los informativos, como sí ocurre con otras citas festivaleras como Primavera Sound, Mad Cool o el FIB de Benicasim. Ya en 2015, Javier Gallego, a través de los micrófonos de Carne Cruda, reflexionaba de esta manera: “Hace unos diez años asistí al festival de rock duro, rock urbano, hip hop y heavy metal nacional, Viña Rock. Y me quedé de piedra. Había muchísima más gente que en todos los festivales que conocía. 60.000 espectadores [en aquella época], aún recuerdo la cifra. Pero ninguna televisión o periódico nacional hablaba del evento musical más masivo del país. El mismo año, el FIB, con la mitad de espectadores, era la gran cita juvenil del verano, que ocupaba las portadas de la prensa generalista. La explicación es simple: lucha de clases en versión musical. En Benicasim el público era clase media, pudiente, universitarios, indies, modernos. Y en el Viña Rock, aunque también hay de los otros, fundamentalmente había perroflautas, rastafaris, punkis, heavys, pies negros…. Desde entonces la historia se ha repetido: Viña Rock ha reunido este año a 200.000 personas. Benicasim a 115.000, pero la prensa sigue hablando del primero, y de otros similares, infinitamente más que del segundo”.
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Música Sé lo que hicisteis el último verano: pasarlo mal en un festival de música
La concepción de que el heavy “ha muerto” lleva estando en boca de todos los que seguimos el género desde hace años. Que no hay relevo. Que cuando Metallica e Iron Maiden se retiren, no habrá nadie detrás. La cuestión puede analizarse desde dos perspectivas. En primer lugar, la escena metalera no está ni mucho menos agotada. Siguiendo con el ejemplo de los festivales, la cita más importante del país en cuanto al heavy se refiere, el Resurrection Fest, cerró el 2022 con 140.000 espectadores. El Leyendas del Rock, 16.000. El día de más asistencia al Mad Cool (con un cartel variado en cuanto a géneros) fue el de Metallica, 70.000. Solo Iron Maiden, 50.000. El Azkena Rock, 48.000. Hay público.
En segundo lugar, no es menos cierto que la escena cuenta con signos de agotamiento, por la evidente falta de relevo. Por la ausencia de gente joven, no ya solo en cuanto a bandas, sino de público. Los que fuimos de los más jóvenes en los conciertos a principios de los 2000, parece que lo seguimos siendo en 2023. Hay público, sí, pero la tendencia invita a pensar que no lo habrá siempre. Precisamente, la crónica de El País del concierto de Iron Maiden en Barcelona se titulaba: “El heavy metal de Iron Maiden no sobrevive: vive”. A lo que podríamos contestarles: no gracias a vosotros, precisamente. Los medios no hablan regularmente de heavy metal. Y lo saben.
Metallica, Iron Maiden o Rammstein siguen vendiendo. Hoy son lo que son por lo que fueron. Puede que casi exclusivamente por eso
Y es aquí donde entra el conflicto: Metallica, Iron Maiden o Rammstein siguen vendiendo. Hoy son lo que son por lo que fueron. Puede que casi exclusivamente por eso. En este sentido, es interesante apuntar lo comentado por el guitarrista del grupo sueco The Haunted, Ola Englud, en su canal: “Si la nueva canción de Metallica hubiera sido compuesta por otro grupo, ¿hubiera llegado al número 2 de las listas de los más escuchados?”.
Metallica puede dedicarse a no hacer nada durante tres años, al igual que Rammstein, y volver a la escena cuando quieran. Los medios estarán esperándoles. Incluso los generalistas. Solo a ellos, eso sí. En numerosas entrevistas, Guillermo Izquierdo aludía a que ellos no podían permitirse parar porque vivían exclusivamente del grupo, de ventas de discos y entradas de conciertos y que, por ello, entraban a grabar un nuevo trabajo en 2023 y ya preparaban una nueva gira por Estados Unidos. La profesionalidad dentro del metal no es tan común precisamente por la ausencia de un foco grande que permanentemente te haga, casi solo, la labor de promocionar tus canciones como a los traperos de moda. A ello aludía también Salva Rubio: “Tú en Florida llamabas para que te cambiaran el baño y llegaban los Obituary. Creo recordar que Ross Dolan, cantante de Immolation, es conductor de ambulancias. Hay gente que de vez en cuando dice de lo que trabaja realmente: Nocturno Culto de Darkthrone es profesor de colegio, Fenriz trabaja en una oficina de correos, el bajista de Amorphis es o era funcionario en el parlamento finlandés”.
Los tiempos actuales dificultan, por tanto, más si cabe, la profesionalización de la música dentro del heavy: si el público deja de ir a los conciertos, porque no se promocionan, porque no se conocen fuera del circuito más especializado, los grupos dejan de ingresar e irán desapareciendo. La crítica no es a la mal llamada música urbana en sí, sino a la ausencia de una escena mainstream heterogénea e incluyente.
Las buenas cifras de festivales, sin duda, dan un margen para un cambio de tendencia. Además de que echan por tierra el argumento de que “no hay público”. Pero no se le puede escapar a nadie que haya asistido a conciertos en salas a lo largo del otoño y el invierno que varios grupos han pinchado en cuanto a cifras. Cuatro de los grupos más grandes del metal han visitado España en octubre en giras conjuntas: Machine Head y Amon Amarth, por un lado, y Behemoth y Arch Enemy, por otro. Los dos primeros tuvieron que cambiar de sala a una más pequeña en Barcelona ante la ausencia de público. Ninguno consiguió llenar un recinto con capacidad media (tampoco ayuda el precio de las entradas de los conciertos, últimamente). Apenas público adolescente. Ninguna crónica en periódicos, ninguna noticia en televisión de la visita de cuatro bandas internacionales en un mismo fin de semana. ¿Dónde estaba la crónica de El País?
Y es que el heavy cuenta con una escena curiosa en cuanto a su relación con los medios generalistas. Criticamos, como estoy haciendo, su abandono, pero no es ninguna sorpresa para nadie que a los grupos heavys que han conseguido instalarse ahí durante una buena temporada —por ejemplo, Mägo de Oz en su momento, polémicas de otro tipo aparte— se les ha criticado por ello. ¿En qué quedamos? La presencia de la música y la cultura metal en los grandes medios es la única forma de que la escena se mantenga. Y creo que eso es algo bastante establecido entre las bandas. Precisamente, tras su paso por La Resistencia, y con una polémica (en mi opinión absurda y sin fundamento alguno) por el trato recibido, precisamente Angelus Apatrida sacó un comunicado, bastante educado y argumentado, hablando de la importancia de esto mismo: “[Sobre la presencia en programas de televisión] Algo que además es super importante para los chavales ya que pertenecemos a un género musical que se está haciendo viejo porque no hay casi relevo, ni de bandas ni de público, pero vuelve a haber chavales, pocos, pero los hay, que además consumen estos programas y quizá les ayude a seguir por este mundo del Heavy Metal tras habernos visto ahí, sin caer en la música fácil o el estilo de vida generalista, porque seguramente sean los pocos de su clase del instituto o de la uni, como nos pasaba a nosotros en su día. Quizá les ayuda a ver que es completamente normal escuchar esta música y vestir así, tener éxito y salir por la tele, incluso ayude a que sus compañeros de clase no les vean como bichos raros, como nos pasaba a nosotros en su día. Quién sabe”.
Por último, volviendo a Javier Gallego en el comentario antes citado: “Sus conciertos se llenan, aunque no suenen en la radio. Abarrotan plazas de toros y de pueblos, aunque no salgan en televisión. Su público no necesita que se hable de ellos para saber dónde encontrarlos y encontrarse. Se mueven al margen, pero saben moverse”. ¿Este contexto, seguir viviendo en los márgenes, seguirá funcionando dentro de quince años? Veremos. Ayudaremos para que así sea.