Música
Lucrecia Dalt: “No estoy haciendo boleros, simplemente traigo esos recuerdos al presente”

Lucrecia Dalt llevaba tiempo dándole vueltas a hacer algo con la música que escuchaba cuando crecía en Colombia. La idea cobró forma durante la pandemia: tener tiempo y no poder ir al país fueron el catalizador para dar forma a ‘¡Ay!’ (RVNG Intl., 2022).
Lucrecia Dalt
Lucrecia Dalt. Foto: © Aina Climent.
20 feb 2023 06:00

Basta con escuchar la discografía de Lucrecia Dalt para darse cuenta de que su música nunca ha sido acomodaticia y que una de sus señas de identidad es la de jugar con los sonidos, distorsionar las voces, explorar los límites de las melodías y redefinir, en definitiva, lo que se supone que debe ser una canción. Su curiosidad le ha llevado a colaborar en proyectos artísticos como Dazwischen (en el que trabajó con Camille Mandoki, Sarah Winters y Jordi Salvadó y que se presentó en el pabellón Mies Van der Rohe de Barcelona) o en el más reciente Pedis Possessio, que inspiró las letras de este álbum, como explica la propia Lucrecia.

Tal vez por eso, en realidad no debería haber sorprendido a nadie la publicación de ¡Ay!: no dejaba de ser la continuación de ese proceso de exploración, aunque se tradujera en canciones aparentemente más canónicas en las que reinterpreta ritmos como el bolero —siempre desde el recuerdo de la infancia, como la propia Dalt afirma—, en ellas aún es más que reconocible su querencia por la experimentación y por reinterpretar el sonido. La novedad es que, de repente, resulta casi imposible no bailotear o seguir el ritmo con los dedos sobre la mesa, incluso canturrear. También los conciertos han cambiado; ya no va sola, parapetada tras un teclado, sino que le acompaña el músico Álex Lázaro en la percusión, lo que no solo da más empaque al directo, sino permite a la artista bailar, ocupar el espacio y dar más protagonismo a la voz.

A poco de presentar su último trabajo en Colombia, El Salto habla con la artista sobre el proceso de composición del disco, el respeto que impone la tradición o las dificultades para trabajar con la voz. Este mismo año pasará por el Sónar: no se la pierdan.

¿Cómo surgen estas canciones? Te encuentran estos sonidos a ti, los buscas tú?
La idea de hacer algo relacionado con el bolero estaba por ahí en mi cabeza desde hace mucho tiempo. Encontré también boleros japoneses, franceses, de todo, y empecé a pensar que es tal vez uno de los ritmos que ha atravesado toda Latinoamérica y el mundo y que no se siente como que viva en un lugar específico. Toda la gente que ha tocado bolero lo ha transformado y lo ha convertido en algo muy propio, y me parecía bonito esa especie de libertad para traerlo a mi forma de trabajar y hacerlo desde el recuerdo que tenía de cuando era chiquita.

¿Influyeron la pandemia y el no poder ir a Colombia a la hora de grabar ¡Ay!?
Sí, la pandemia obviamente fue fundamental para eso, no solo para tener el tiempo de empezar a estructurar las canciones sino también para pensar bien lo que quería hacer: fue todo un proceso muy largo, muy meditado.

Aunque traes el bolero al siglo XXI, ¿te frenaba el peso de la tradición?
Sí, sí, total, y ha sido una pregunta hasta el último momento. Cuando terminé el mix del disco no sé por qué se me cruzaron los cables y pensé “no, yo no puedo sacar esto ahora, no tiene ningún sentido”, pero viene de esa inseguridad de no saber si estás honrando lo que sea la tradición. Aunque yo no estoy haciendo un bolero según las reglas, ni siquiera sabría hacerlo, siempre quise trabajar desde el recuerdo y evito decir que estoy haciendo boleros, porque tampoco es eso, yo simplemente siento que es traer esos recuerdos al presente, a mi forma de trabajar y de hacer las cosas.


¿Cómo ha sido la experiencia de presentar este disco en Colombia?
Muy bonito, aunque también tenía muchas dudas sobre si la gente lo iba a entender y disfrutar porque yo llevo mucho tiempo fuera, muy descontextualizada de lo que estaba pasando aquí, y hace mucho que no venía a Colombia. El primer concierto fue organizado por un grupo de chicos muy jovencitos, súper bacano, se montaron toda una noche de mil cosas y con una apertura a abrazarlo todo. Me dio bastante alegría ver que hay esa receptividad y que a pesar de que el disco es raro, porque lo es, había toda una generación nueva abierta a escuchar.

Siempre tengo la sensación de que hay una aproximación casi física a tu música, y de hecho no creas texturas de forma digital, sino a través de objetos y de experimentar con su forma y con los sonidos que emiten. ¿Crees que ha influido tu formación en geología?
Yo no sé de dónde viene exactamente pero desde hace tiempo me interesa mucho buscar sonidos que no sabes muy bien qué son, y en este disco quería tener esos dos universos. Es un proceso que viene ya de hace tiempo, porque “No era sólida” era básicamente eso, producir en un gesto un montón de sonidos y abstracciones de cosas que siento en mi cabeza y que se van desarrollando a medida que conoces las máquinas y vas teniendo una relación más profunda con ellas. Para mí, era bonito hacer un disco que tuviera toda esa complejidad, y poner todo lo que vengo aprendiendo de nuevas formas de buscar sonidos y todo lo que he estado explorando de estructuras más pop, de incluir vientos… También hice una pieza con un ensemble en Estados Unidos y con ellos aprendí a trabajar con músicos de formación clásica, y ver todo lo que puedes explorar con una persona que lleva estudiando su instrumento toda la vida. Esa experiencia me hizo pensar mucho que quería que este disco tuviera una mezcolanza de cosas y dejarlo muy abierto a experimentar.

Poder contar con Álex Lázaro en la percusión ha sido importante para dar vida a estas canciones. ¿Cómo ha cambiado la colaboración tanto la composición como los directos?
Todo, totalmente. Yo, de hecho, en los últimos años ya casi ni ensayaba, para mí era como esa cosa de modular el sonido en directo y estar más pendiente del espacio, pero en estos conciertos es esa mezcla entre improvisar un poco y tener una cierta estructura.

Siempre he sido muy bailarina, porque siendo colombiana, básicamente es lo que haces: creces y están todas las minitecas de merengue y salsa de toda la vida

Tus directos han cambiado mucho: bailas mucho, cantas más… acostumbrada a estar sentada tras el teclado, ¿sientes fragilidad en el escenario?
La única fragilidad que tengo siempre es la voz, porque es donde siento que tengo que tener más preparación y he estado muy obsesionada estudiando con distintas profesoras. También estudié ballet muchos años, desde los seis a los 16, y siempre he sido muy bailarina, porque siendo colombiana, básicamente es lo que haces: creces y están todas las minitecas de merengue y salsa de toda la vida, en mi familia siempre se ha bailado, entonces por ese lado ya tenía un buen avance, y también estaba necesitando mucho salir de la mesa y moverme un poco más.

El disco cuenta la historia de alguien que viene a la Tierra, ¿te ayuda a poner una distancia emocional el contar las cosas a través de una tercera persona?
Sí, siempre, es una disculpa o técnica o no sé cómo llamarlo que llevo usando desde hace varios discos, el cambiar la subjetividad y ver cómo exploras desde ahí temas que tienen que ver con filosofar un poco con la vida, el cuerpo, la finitud. Estuve trabajando en un proyecto con Miguel Prado y en esa época estaba todo el tema loquísimo con el Ethereum y empecé a pensar en esta idea de que un alien se compraba con criptomonedas un cuerpo hecho con trozos de pieles. Esa fue la primera parte de la historia que escribimos para la pieza Pedis Possessio (realizada junto a Miguel Prado, Aina Climent y Judit J. Ferrer) que era un poco más densa filosóficamente, y lo que hice fue coger los distintos momentos de esta entidad y volverlos letras para el disco un poco más digeribles para explorar el tema del amor, que es tan importante en los boleros, pero desde ese lado más filosófico.

¿Cuál ha sido el mayor desafío de este disco?
Cantar, porque hace mucho que no usaba la voz y me cuesta, no es fácil, y no había tenido entreno en mucho tiempo. A veces no sale la voz y es simplemente un bloqueo emocional.

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