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Música
Billy Bragg: “Hay muy pocos chicos de clase obrera que puedan tocar y vivir de ello”
A Billy Bragg (Barking, Essex, Reino Unido, 1957) la música le ha cambiado la vida al menos dos veces. La primera fue cuando vio a los Clash en el festival Rock Against Racism en 1978 en Victoria Park (Londres). La segunda, cuando a lo largo de 1984 tocó varios conciertos en las minas para apoyar las huelgas que echaban un pulso a la férrea mano de Margaret Thatcher.
De esas dos experiencias surgió una carrera musical que aún mantiene, a punto de cumplir los 60. No es lo mismo que en los primeros discos, o que en esa perfecta colección de pop titulada Don’t try this at home que grabó en 1991, o que en su aventura junto a los estadounidenses Wilco en la que rescataron letras olvidadas de Woody Guthrie para hacer estupendas canciones, pero él sigue empeñado en comunicar.
El rasgueo de su guitarra, ésa que lleva las instrucciones para salir a pelear, y una voz dulce de chico punk que se niega a caer ante el cinismo —más efectiva para aprender inglés, o al menos para interesarse por ello, que cualquier programa educativo bilingüe—, son las dos herramientas de un músico cuyas canciones, siempre en la encrucijada entre el amor y la política, como si fueran cosas distintas, siguen obligando a tener fe. En que no pasarán, en que se puede, en que algún día ganaremos.
Antes de su concierto en el festival LaborArte, en Conde Duque, Madrid, Bragg ha atendido a El Salto.
Después de tantos años, ¿qué te hace seguir queriendo escribir canciones y tocar?
Soy un comunicador, creo que eso es lo que hago. Acabo de publicar un libro, Roots, Radicals and Rockers: How Skiffle Changed the World, escribo canciones, artículos, participo en programas de televisión hablando de política,… Siento que aún tengo la oportunidad de ofrecer una perspectiva alternativa.
Las noticias son como las estrellas en el cielo: las vemos pero nada las une, así que intento unirlas como se unen los puntos para dar una perspectiva distinta del mundo que nos cuentan. Probablemente es lo máximo que puede hacer la música para animar a la gente a ser activa a favor de un cambio.
¿No te sientes cansado alguna vez?
Ayer me sentí muy cansado (risas). Todo el día en el aeropuerto de Heathrow. Pero el momento en que estás en el escenario y la gente canta las canciones es irremplazable. Entiendo que de algún modo me pagan para hacer la mierda que hice ayer (volar en una avioneta, cargar el equipo, perder la maleta, estar atrapado en el aeropuerto) y que la música la hago gratis porque lo disfruto.
¿Estás contento con cómo se ha desarrollado tu carrera?
Sí. He sido capaz de ganarme la vida con esto, que es lo que más me gusta hacer, lo cual probablemente es la definición de éxito, sea lo que sea. Mi hermano es albañil, se gana la vida construyendo casas y eso le encanta y es feliz, así que eso es triunfar.
Además, no soy tan famoso, puedo coger el autobús con tranquilidad. Una vez fui en autobús con Paul Weller y fue una locura (risas). Normalmente nadie me reconoce por la calle. Poder seguir viviendo de esto después de 40 años, venir a Madrid, que haya gente interesada, me hace muy feliz, sí.
La primera canción importante para mí fue “The boxer” de Simon & Garfunkel. Tenía 11 años, la escuché en la radio y realmente sentí una conexión muy fuerte
¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con la música?
Cuando tenía cuatro o cinco años fui de vacaciones a Blackpool, en el norte de Inglaterra. En la casa había un tocadiscos, nosotros no teníamos, y un disco llamado Northern lights of Old Aberdeen. Lo escuché muchísimo esos días. Incluso hoy lo puedo escuchar en mi cabeza, aunque no lo he escuchado en más de 30 años. Pero la primera canción importante para mí fue “The boxer” de Simon & Garfunkel. Tenía 11 años, la escuché en la radio y realmente sentí una conexión muy fuerte.
“A new England” es tu canción más conocida pero no es una canción típica de Billy Bragg.
Creo que es una de esas cosas que suceden a veces, al principio de la carrera de un músico. La gente siente mucha conexión con una canción de ese momento y te identifica con ella para siempre.
¿Qué queda de aquel Billy Bragg?
El deseo de viajar, de seguir haciendo cosas, de escribir más canciones, de venir a España, por ejemplo, de conducir seis horas hasta Norfolk el fin de semana pasado para tocar gratis durante una hora para un tipo que quiere ser candidato laborista. El Billy Bragg de hace treinta años tenía ese deseo, y el de hoy lo sigue teniendo.
No es sólo la música política sino que la música, en general, ya nunca va a tener ese rol de vanguardia en la cultura juvenil
¿Adónde han ido las canciones protesta?
La pregunta es adónde ha ido la música. Cuando tenía 19 años, en 1977, sólo había un medio de comunicarme con el mundo, de decir algo como el chico de clase trabajadora que era: tenía que aprender a tocar la guitarra, escribir canciones y dar conciertos. Si ahora estoy enfadado con el mundo, tengo a mi disposición muchas formas de hacerlo saber: una cuenta en Twitter, una página de Facebook, un blog, puedo grabar una canción o hacer un corto y editarlo en mi teléfono móvil.
Ahora hay muchas maneras de comunicar, de hablar con el mundo sin tener que subir a un escenario y ponerte frente a la gente, que es algo duro para muchas personas. No es sólo la música política sino que la música, en general, ya nunca va a tener ese rol de vanguardia en la cultura juvenil. En el siglo XX la música cubría todas las cosas de las que los jóvenes querían hablar. En Inglaterra llegó a haber cuatro grandes revistas musicales que se publicaban todas las semanas y en ellas se leía sobre todo lo que interesaba a la gente joven: música, deportes, ropa, maquillaje,… Ahora está todo atomizado.
Si ahora quieres difundir contenidos políticos puedes escribir en un blog, que es algo muy positivo para las mujeres, por ejemplo, cuyas voces no suelen ser escuchadas. Esto es positivo. Lo negativo es que nadie te va a invitar a Madrid para que leas tus tuits. Así que quizá aprender a tocar un instrumento no sea tan mala idea.
Hay muy pocos chicos de clase obrera que puedan tocar y vivir de ello. Oasis quizá fueron los últimos
¿Escuchan los jóvenes de clase obrera a Billy Bragg?
Buena pregunta. Los grupos de jóvenes blancos con guitarras ya no tienen ese filo político. La música política en Reino Unido ahora es el grime. Muchos artistas de grime, no chicos blancos con guitarras, han grabado vídeos de apoyo a Jeremy Corbyn, que no es un político mainstream. Si buscas política en grupos de guitarras, estás buscando en el lugar equivocado. En el grime, para la audiencia negra de los suburbios, la música sí sigue cumpliendo ese rol de vanguardia, es el modo en que se comunican. Tú y yo no lo podemos entender, seguramente, porque somos mayores.
La gente blanca de clase media en Reino Unido escucha a Ed Sheeran, que vende miles de discos y no está interesado en política. Y allí hay muchísimos chicos que quieren ser como él, no como Billy Bragg.
Hay un problema para la clase obrera a la hora de hacer música. Cuando yo era joven y estaba aprendiendo a tocar o quería formar un grupo, podía hacerlo aunque estuviese parado porque había prestaciones sociales y ayudas del gobierno. Eso ya no existe, así que ahora la única gente que puede tocar en grupos es gente cuyos padres tienen dinero. Hay muy pocos chicos de clase obrera que puedan tocar y vivir de ello. Oasis quizá fueron los últimos. El fin de semana pasado Corbyn habló de esto en un concierto de Libertines en un estadio de fútbol en el norte de Inglaterra.
Has dicho que la música puede ayudar a los procesos de cambio y que la audiencia es la que hace los cambios. ¿En qué manera ayuda la música?
Juntando a la gente. Si voy a tu ciudad, y tú estás amargado por algo, y vas al concierto y alguna canción trata de ello, verás que hay otra gente a la que le afecta, que no eres el único. De algún modo, tu sentido de activismo se recarga. Cuando tenía 19 años trabajaba en una oficina, con compañeros más mayores que yo. Solían hacer comentarios racistas, machistas, homófobos. Yo no decía nada, porque era el más joven.
Cuando fui al concierto de Rock Against Racism a ver a los Clash, después de una gran manifestación contra el racismo, había miles de chavales como yo, había muchas mujeres, muchos chicos gays. Ese día me di cuenta de que mi generación se definía en oposición a la discriminación de cualquier tipo, ya fuese sobre las mujeres o los homosexuales. La cosa no iba sólo de manifestarse contra el racismo, que era lo que yo esperaba. Esto me hizo darme cuenta de que era mucho más grande, iba más allá de eso. Cuando volví al trabajo, pude contestar a algunas de las cosas que decían.
Lo importante no fueron los Clash, ellos no me dieron el coraje para defender mis convicciones, sino que lo hizo ser parte de la audiencia que compartía valores aquella noche
Pero lo importante no fueron los Clash, ellos no me dieron el coraje para defender mis convicciones, sino que lo hizo ser parte de la audiencia que compartía valores aquella noche. Me di cuenta de que no estaba solo. Sí lo estaba en el trabajo, pero no fuera, había una generación en la que yo era uno más, y éramos diferentes a los gilipollas del trabajo. La gente me hizo sentirme fuerte.
La música lo puede hacer, aunque no siempre funciona. El año pasado, el resultado del referéndum del Brexit coincidió con el festival de Glastonbury. Toqué esa noche, en el escenario Left Field, y la gente tenía la necesidad de estar junta, de no sentir que estaban solos, de mostrar su enfado por lo que había pasado. La audiencia de ese concierto fue increíble, súper potente. Mi hijo dice que nunca me había visto tocar así. Pero no fui yo, yo no conducía a la gente, sólo me dejaba llevar, echaba gasolina al incendio que ya existía. No pasa siempre, pero en ocasiones ocurre.
Pero las canciones de amor también pueden provocar esto, puedes tener el corazón roto y escuchas una canción que te hace sentir que no estás solo. El valor de la música es la empatía, es todo sobre lo que trata la música. Te hace sentir como alguien a quien no has visto antes, ya sea Ed Sheeran o Marvin Gaye. Si mezclas la empatía con activismo, obtienes solidaridad, que es lo que intento generar. Uso la empatía de la música, que es mi valor como músico, y pongo activismo en ello para crear solidaridad. Muchas veces no funciona y es sólo un concierto, música, pero otras sí, algo sucede y hay esa oportunidad no de liderar sino de acompañar. La música no tiene el poder de cambiar, sólo la audiencia tiene ese poder.
Como compositor, ¿crees que la gente se fija demasiado en tu lado político?
No mucha gente escribe canciones políticas, así que en gran parte asumo eso, no hay problema. El problema es que la gente olvida que escribo canciones de amor, tengo más canciones de amor que políticas. Lo más interesante son los cruces entre ambas.
Fundaste Red Wedge como movimiento musical con el objetivo de evitar que Thatcher fuese reelegida en 1987, sin éxito. ¿Es posible involucrarse en algo así sin sentir que un partido político te utiliza?
Cuando haces un disco, tienes a una discográfica que te utiliza. La compañía de autobuses te utiliza para ganar dinero pero tú lo usas para desplazarte. La vida está llena de concesiones y compromisos. Lo que hay que hacer es asegurarse que éstos se fijen en tus términos, no en los de otra gente. Si actúas por los compromisos de otra gente, no está bien. Por supuesto que nos usaron, pero igual que nosotros usamos al partido entonces. Hay gente que tiene problemas con esto, pero es que esto es el mundo real. La política no es un juego. Si quieres difundir un mensaje, tienes que pasar por eso. O quédate escuchando a Ed Sheeran.
¿Cómo se supera una derrota como ésa?
Es duro. Aunque más duro fue cuando Thatcher ya no estaba y ganó John Major en 1992, porque pensábamos que entonces sí ganaríamos. Todo se vino abajo, mucha gente lo dejó, se dedicaron a escribir, ser profesores, enfermeras. Pero tienes que estar preparado para esto si quieres ser socialista, es como ser fan del West Ham United (risas).
¿Qué esperas de las elecciones del 8 de junio?
Es una montaña muy alta para que los laboristas la suban. Pero es posible que los conservadores no arrasen, que no ganen por mucha diferencia. Y eso, de alguna manera, sería un buen resultado porque generaría alguna duda sobre la legitimidad de los objetivos del Brexit.
Desde 2010 hay una situación rara en el Reino Unido con los resultados electorales: ese año nadie ganó las elecciones, que es casi imposible bajo nuestro sistema. Luego el referéndum de independencia en Escocia dio un resultado ajustado. En la elección del líder laborista ganó una opción no mainstream. En el referéndum del Brexit no ganó la opción gubernamental. Creo que desde 2010 los resultados electorales han ido contra Westminster, contra el centro. Es posible que el 8 de junio se vuelva a votar contra el centro.
En los últimos diez días, la ventaja de May en las encuestas se ha reducido considerablemente. Ella fue elegida candidata tory sin el apoyo de los electores. Es una situación muy volátil. Si Corbyn ganase, sería más grande que lo que hizo el Leicester City el año pasado (risas). Pero las cosas extrañas suceden.
Aquí se dice que Jeremy Corbyn es un radical. ¿Hay una campaña en los medios contra él?
Absolutamente. Anoche hubo entrevistas a los dos, porque May rechazó un debate televisivo cara a cara, y las preguntas para Corbyn se referían a declaraciones suyas de hace 40 años sobre Irlanda. Es tan ridículo… Lo que tenemos que hablar es sobre el futuro.
La semana pasada se paró la campaña tras el atentado de Manchester. Corbyn hizo unas declaraciones tres días después en las que decía que eso era absolutamente injustificable bajo ninguna circunstancia, pero que hemos de mirar a nuestra política exterior y las decisiones que tomamos. La prensa le atacó pero la opinión pública le apoyaba, el 59% de la gente estaba de acuerdo con esas declaraciones.
El programa laborista no es radical. Mucha gente piensa que estas elecciones van sobre el Brexit, pero lo que está en juego es el derecho a la vivienda, la educación, el cuidado de los mayores.
El año pasado se creó en España la Unión Estatal de Sindicatos de Músicos, Intérpretes y Compositoras.
Sí, en Reino Unido está trabajando desde hace mucho tiempo. Es extraño que aquí no hubiera. El de allí funciona muy bien para las orquestas, en la negociación con las salas y también en el trabajo de estudio, para ceder instrumentos o que los consigan a buen precio.
¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza si digo The Clash?
Empoderamiento. Me hicieron creer que podía tocar música.
Margaret Thatcher.
Inspiración. Me inspiró para convertirme en un cantautor político.
Violeta Parra.
¿Quién? Ah, sí. Gran canción “Gracias a la vida”. Es como La Pasionaria chilena. Una voz muy bonita.
Owen Jones.
Es muy listo. Si estuviésemos en el siglo XX, él tendría que tocar un sintetizador para disponer de la plataforma que hoy tiene. Pero es muy listo, sí.
Robert Wyatt.
Es como mi tío. Ha hecho un viaje tan increíble. Posiblemente Paul Weller tocó en apoyo de Corbyn porque Wyatt se lo pidió. Hay muy pocos músicos con diversidad funcional en Reino Unido y él es una imagen muy visible para ellos. Tengo el máximo respeto por él.