John Zorn, en San Sebastián
Prueba de sonido de John Zorn en el festival Jazzaldia 2024. Foto: ©Lolo Vasco (Jazzaldia).

Música
John Zorn, música ‘pop’ para otra línea temporal de este mundo nuestro

El universo de John Zorn sigue en movimiento constante. Las formaciones nacen y mueren, las líneas de trabajo aparecen, y, a veces, parecen desaparecer, aunque normalmente solo se espacian, o mutan, o se ramifican.
Fotos: ©Lolo Vasco (Jazzaldia).
16 sep 2024 06:00

Saxofonista, compositor, editor discográfico y organista a tiempo parcial, John Zorn lleva casi medio siglo haciendo música. Mucha, mucha música. Durante todo este tiempo, Zorn ha hecho y deshecho una gran cantidad de formaciones. Quizá las más conocidas podrían ser el supergrupo de rock y jazz experimental (y lo que surja) Naked City o el brillantísimo cuarteto de free jazz Masada, pero hay muchísimas más. Está el grindcore artistico de Painkiller y otros combos que exploran el lado duro, metálico, chirriante, de la vida sonora, como Moonchild o el Asmodeus encabezado por el guitarrista Marc Ribot. Destacan también las múltiples formaciones que reelaboraban el cancionero de Masada con diferentes tonos y acentos (como Bar Kokhba, Electric Masada o Masada String Trio). O el grupo de easy listening de otro planeta The Dreamers. O el quinteto Nova Express, que interpretaba… cosas de Zorn.

Las creaciones de Zorn se han registrado en centenares y centenares de discos. La mayor parte de ellos han sido publicados en su propio sello

Las creaciones de Zorn se han registrado en centenares y centenares de discos. La mayor parte de ellos han sido publicados en su propio sello, Tzadik. Su lista de colaboradores tiene algo de quién es quién de la música de vanguardia estadounidense en general, neoyorquina en particular: de Derek Bailey, Eugene Chadborne y Fred Frith a Joey Baron y Dave Douglas, pasando por las guitarras infinitamente versátiles (y virtuosas) de Bill Frisell o Marc Ribot.

El universo Zorn, por usar la expresión con la que Óscar Alarcia da título a su estudio monográfico sobre el músico, ha estado en movimiento constante. Las formaciones nacen y mueren, las líneas de trabajo aparecen, y, a veces, parecen desaparecer, aunque normalmente solo se espacian, o mutan, o se ramifican. Periodificar y etiquetar todo ese flujo de música es difícil, casi fútil.

Hablemos del multiverso

El audiovisual superheroico ha llevado la especulación alrededor de una multiplicidad de líneas temporales a espacios centrales de la cultura pop. La idea, difundida popularmente a través de las narrativas de ciencia ficción, también puede servir para filosofar alrededor de las maneras de mirar la historia humana en general, y, con ella, los flujos de la cultura. Y quizá cultivar la idea de que los flujos de la cultura son como son, pero (¡obviamente!) podrían haber sido de otra manera. Si las cosas hubiesen sido de otra manera, quizá los amantes usarían las delicadas piezas del zorniano Gnostic Trio, una formación de guitarra eléctrica, arpa y vibráfono, para ambientar una velada romántica, en lugar de recurrir a las baladas de algún cantante pop. O al disco de John Coltrane con el crooner Johnny Hartman, tanto da.

Quizá una música como la de Zorn sea ‘mainstream’ en algún universo. Y eso parece todavía más posible desde que el ‘enfant terrible’ se hizo mayor

Quizá una música como la de Zorn sea mainstream en algún universo. Y eso parece todavía más posible desde que el enfant terrible se hizo mayor. John Zorn nunca ha sido exactamente famoso, pero sí un artista con pegada en los circuitos culturetas. Al principio, lo ponía bastante difícil. Publicaba OVNI sonoros como Locus solus, que remitía a la vez a la música clásica contemporánea, a los dibujos animados de Tex Avery y otros restos de la televisión de los años cincuenta del siglo pasado. El disco Radio, por ejemplo, guiñaba el ojo a la experiencia de buscar una canción moviendo el dial de tu sintonizador analógico, o al zapeo hecho con el mando a distancia de un televisor.

Prueba de sonido de John Zorn en el festival Jazzaldia 2024
Una prueba de sonido de John Zorn en el festival Jazzaldia 2024. Foto: ©Lolo Vasco (Jazzaldia).

La idea de la vanguardia de Zorn El Joven transmitía un cierto talante lúdico y juguetón (y pop, muy pop) que los oyentes no necesariamente iban a disfrutar (Jean Luc Godard también volcaba humor en sus películas, pero no todos veían la gracia a los chistes). Los cambios bruscos de canción a canción, o dentro de las mismas canciones, han sido y continúan siendo parte de la receta. Llegó a hacer seña de identidad de ello a través de composiciones como las contenidas en el disco Godard Spillane.

En realidad, era normal que se mirase sus primeras grabaciones con recelo. Sus obras solían tener algo de agresivo, muy agresivo. Zorn El Joven, según ha explicado en algunas de las raras entrevistas que concede, era también un Zorn enfadado. Las asonancias, los experimentos con ruidos y distorsiones, las notas de saxo chirriante que parecían reproducir accidentes de tráfico, eran una parte relevante de la receta. Más todavía cuando descubrió la música de Napalm Death, Agnostic Front…

En los principios de los años 90, su supergrupo Naked City hacía versiones divertidas y ruidosas del tema musical de La pantera rosa, pero también grababa un asfixiante asalto sonoro como Leng T’Che. Ese grupo lanzó discos extraños y fascinantes. Absynthe, por ejemplo, fue un homenaje a varios poetas decadentistas que sirve de eslabón entre el Zorn que bucea en las tradiciones del jazz y del rock y el Zorn que rompe amarras con ellos y se lanza por los abismos de la música experimental.

Pero esa no es la historia que quiero contar, sino la historia del John Zorn más proclive a la melodía, a la creación de piezas con una cierta simplicidad. A la creación de belleza. Una belleza que, a veces, conserva ese talante tenso e impacientemente cambiante que caracterizaba a Zorn El Joven, iconoclasta, que versionaba de maneras (muy) inusuales las bandas sonoras de Morricone o el free jazz afroamericano de Ornette Coleman. A veces, llega a regalar música bastante armoniosa. Algo que sorprendía mucho cuando sucedía tiempo atrás, pero que ya ha dejado de ser noticia. Y eso puede generar alguna pregunta. ¿Puede el arte de vanguardia desprender una belleza inmediata, evidente, fácil de captar? ¿Si es así, deja de ser vanguardista?

En todo caso, el cultivo paulatino de este tipo de propuestas más amables quizá está paradójicamente vinculado al hecho de que el músico creó su propio sello discográfico, Tzadik, para autopublicarse sin interferencias. Su catálogo también ha acogido las obras de otros artistas, especialmente en esos primeros años del sello que tuvieron lugar en pleno auge del formato CD. En ese desparrame de hiperactividad, comenzó a asomar El Bello Zorn, tanto en discos que transmitían la intención de ser grabaciones de referencia (véase Bar Kokhba o The circle maker), como en los discos más misceláneos donde recopilaba bandas sonoras. Algunas bellísimas mixturas de música china, ritmos latinos y guitarra wéstern en Filmworks XII. Los dinámicos (y, a menudo, morriconescos) temas de Filmworks XIV: Invitation to a suicide. O una increíble joya como “Orties cuisantes”, de guitarra eléctrica, arpa y bajo.


En ese contexto, nacieron los discos de easy listening de qualité interpretados por la formación The Dreamers. Temas pequeños, con ecos de la surf music. En el marco de este proyecto, el saxofonista que reventaba tímpanos firmaría... un disco de villancicos: A Dreamers christmas. ¿Quién hubiese pensado en 1990 que John Zorn acabaría firmando un disco de canciones navideñas? Aunque la grabación tenga sus momentos peculiares, puedes aspirar a ponerlo en una cena navideña con amigos sin que te increpen.

¿Y ahora qué?

Hubo un momento en que el universo Zorn tenía una especie de centro aparente, el cancionero de Masada y algunas formaciones que se dedicaban a este (especialmente el cuarteto Masada, pero también Masada String Trio, Bar Kokhba o Electric Masada). El universo se ha ido renovando con nuevas formaciones que a veces cuentan con sospechosos habituales (como el guitarrista Bill Frisell o el percusionista Kenny Wollesen) y a veces reclutan a nuevos compañeros de viaje (como el guitarrista Julian Lange o el pianista Brian Marsella, ambos colaboradores desde hace menos de diez años).

John Zorn probando sonido en San Sebastián
John Zorn, maduro director de orquesta en una prueba de sonido en el festival Jazzaldia 2024. Foto: ©Lolo Vasco (Jazzaldia).

La reciente visita de Zorn y su séquito musical al Jazzaldia de Donosti pudo servir para tomar la temperatura a sus trabajos compositivos para proyectos abiertos pero estables (más o menos) y definidos (más o menos). Se pudo ver en acción su New Masada Quartet (donde retoma su rol de saxofonista), el juguetón cuarteto electroacústico Incerto y el más fogoso y decibélico trío eléctrico Simulacrum. O Chaos Magick, donde Simulacrum recibe el refuerzo de Marsella y se convierte en una banda, sí, bastante mágica, donde hay discos con ecos de la música progresiva (Parrhesiastes) o ruido en homenaje al filósofo homónimo en Spinoza. Las reordenaciones de músicos potencian que el resultado sea un tapiz gigantesco donde pueden percibirse continuidades, discontinuidades sutiles y saltos más marcados.

Quizá esa ausencia de enfado, de rabia, puede hacer que algunos de sus trabajos duros de los últimos años suenen menos energéticos que algunos estallidos de ira de la juventud

Hay más: discos de duetos y tríos de guitarra que ilustran el trabajo recurrente de componer piezas para Bill Frisell, Julian Lange o Gyan Riley (Midsummers moons, Virtue o Teresa de Ávila). Obviamente, hay más. Zorn sigue publicando sus discos en solitario como organista (la serie The hermetic organ). Y lo que surja. La producción continua llega a descolocar. Algunos discos parecen menos rotunda y obviamente ambiciosos que los que proliferaban en otras épocas, pero no da la impresión de que el músico haya perdido rigor. Solo, quizá, suena un poco más… ¿flexible? ¿Distendido? El neoyorquino, ya septuagenario, parece un señor que se deja llevar por la alegría de crear. Quizá esa ausencia de enfado, de rabia, puede hacer que algunos de sus trabajos duros de los últimos años suenen menos energéticos que algunos estallidos de ira de la juventud. Pero su camino sigue trayendo maravillas. O así lo consideran, quizá, quizá, los habitantes del Zornverso donde “Khebar” suena en muchas fiestas populares de barrio.


Este texto, en cualquier caso, no pretende ser una hagiografía de Zorn. Su modus operandi tiene algo de deglución descontrolada. Su discografía parece un museo de la referencialidad, con cortes o discos enteros dedicados a todo tipo de figuras históricas, principalmente artistas, pero también magos, militares o místicos. ¿Hay algún criterio en ello? ¿Todo ese empeño de apropiarse de tantas tradiciones musicales puede, aun en la enorme diversidad (para un solo compositor) de los resultados que proporciona, tener algo de extrañamente homogeneizante?

En su relación con los músicos, ¿Zorn es ese conseguidor que libera la mente de sus colaboradores y los lleva a terrenos que no habían explorado, o es alguien que los saca de su lugar y los encierra en otro lugar (aunque sea, sí, un lugar amplio)? Tampoco se espera que el autor de Kristallnacht se exprese claramente sobre la vida y la muerte, mucha muerte, en la Palestina ocupada y arrasada. Su compromiso, suponemos, es solo con las artes y los creadores. Pero esto no es una hagiografía y Zorn no es un santo, sino solo un ser humano.

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